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—Quedamos en el Popeye, yo a media cena digo que me encuentro mal y me largo. Os quedáis a solas y…

Val deja la frase a medias y enarca las cejas como un feriante engatusador.

—… ¿y colorín colorado? —termino yo.

Val resopla con impaciencia.

—Eres muy negativa, Nuria —sonríe con una chispa de travesura iluminando su expresión—. Es tu cumpleaños, seguro que te deja que le toques las tetas como regalo, tonta.

—Qué asco das, Val.

Ella me mira con curiosidad, ladeando la cabeza.

—Tú sabes qué será lo siguiente, ¿verdad? —Entrecierra los ojos—. Quiero decir, que esto no es un cuento para niñas donde la princesa no se acuesta con la princesa. Que no es platónico, vamos.

¿Tú lo sabes, no?

Me remuevo inquieta, incómoda con sus palabras. Yo una vez fui blanca, romántica. Val, desde que desvirgó a Nacho, no. Vive en la sexagésimo novena dimensión y desde allí interpreta todas las serenatas.

—Yo ahora no pienso en eso —digo, poniéndome colorada.

—Lo que tú digas, princesita.

—No voy a poder —le digo, angustiada—. No voy a poder decírselo, Val.

—No digas tonterías, Nuria, ella es una persona, como tú y como yo. Y partes con la ventaja de que sois amigas, ¿no? A ver, os quedáis a solas, os vais a un sitio tranquilo y allí, con mayor intimidad, se lo dices.

—Haces que parezca muy fácil. Será un desastre, me odiará, la perderé como amiga…

—Y el Apocalipsis tendrá lugar cinco minutos después, no te jode —levanta los brazos enfáticamente—. No te pongas melodramática, Nur. Es tu amiga, piensa en ello. ¿Tú le harías esa marranada a una amiga? ¿Dejarla en la estacada, burlarte de ella?

—¿A cuántas amigas se les declara su amiga? —contraataco, en mi espiral de autocompasión.

—Quizás a más de las que te imaginas, guapa. ¿O es que te crees única en el mundo?

, pienso. Durante años y años y años. Única, rara, equivocada, tarada, enferma, sucia. Sola.

Val, como siempre, parece leer a la perfección en mí. Se acerca y me abraza. Su esencia me inunda, ese olor tan indisoluble a ella, que años después me haría desfallecer de pena en un banco de un parque cualquiera.

—Pues ya no lo eres —susurra en mi oído.

 

 

*