16
Val me mira con interés y preocupación cuando termino de contarle lo que ha ocurrido entre Elisa y yo.
—¿Y ahora, Nuria? —pregunta.
—¿Ahora?
—Sí, ¿qué vais a hacer? Mañana.
¿Mañana?, pienso. Ni siquiera había imaginado que hubiera un hoy. Me alzo de hombros.
—Pero ella se va a Madrid, ¿no? —dice Val. La miro, ceñuda. ¿Adónde quiere ir a parar? Ella insiste—: ¿Lo habéis hablado, Nuria?
Suspiro, desconcertada.
—No. Ella tenía que volver a su casa y…
—¿Vais a salir por aquí? —me interrumpe—. ¿Cogidas de la mano, haciendo planes, dejándoos ver?
Es justo lo que me reclama, lo sé, pero no me gusta esta parte de la sabiduría de Val. Ahora no.
Mete tonos de gris entre los siete colores, afea. Déjame dormir un poco más, pienso, como una niña regañada a quien su madre ha ido a despertar para ir al colegio. Solo un poco más.
—¿Qué te pasa, Val? ¿A qué viene esto? —pregunto, encrespada.
—Pasa que no quiero que te hundas con la Atlántida, eso pasa. No voy a juzgar a Elisa sin saber de qué tipo son sus sentimientos, pero de quién sí sé es de ti. Sé que llevas soñando con esto mucho tiempo, como sé que lo habrás apostado todo.
—Ella me ha dicho que me quiere, Val.
—Salió con Alberto —me recuerda—. ¿Cuál de los dos ha sido la prueba, Nuria? ¿Tú o él?
Eso me duele, da en el centro de la diana. Me revuelvo.
—¿Se puede saber a qué viene eso? —chillo—. ¿Ya no te parece tan estupendo? ¿El puñetero hallazgo del siglo?
Val alza las manos en un gesto conciliador.
—No es eso, Nur —dice—. No quiero que te hagan daño, eso es todo. Lo que ha ocurrido es maravilloso y me alegro muchísimo por ti, de verdad. Pero también hay que pensar con la cabeza, Nuria —abre las manos—. Vale, de acuerdo, es un sueño alcanzado, pero no termina en la cama de tu habitación. Ahora es cuando empieza de verdad.
Val, como siempre, supo verlo antes que yo. El largo y tortuoso camino. Pero yo no, ese día que le cuento lo que ha pasado, no. Ese día yo aún estoy en el cuerpo de Elisa, recorriendo su piel.
Todavía, sí, estoy en la cama de esa habitación y el mundo se queda fuera, bajo la tutela de la luna que nos ha acunado.
—Nur, escucha. Sé cuánto has soñado con esto y sé que tú la quieres, pero no quiero que pierdas de vista la realidad y que te dejes llevar por una sensación de euforia que…
—¿Dónde está ahora lo de vive y deja vivir? —la interrumpo—. ¿Lo de que solo tenemos una vida y hay que aprovecharla? —le espeto, cada vez más enfadada.
En realidad, no me estoy enfadando con ella, sino con esa realidad que, a través de sus palabras, empieza a traspasar el sueño, calando gota a gota, ensuciando la techumbre de mi frágil refugio.
Asomándose al interior de esa habitación como un indeseable voyeur.
—Sigue siendo válido, Nur, y no te estoy diciendo que no te lo merezcas, que no os lo merezcáis las dos, pero también que tengas en cuenta dónde estáis. Lo de ahí fuera puede haceros mucho daño.
—¡Que se vaya a la mierda lo que hay ahí fuera! —exclamo.
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