2011

Pero no me giro. Es una estupidez, lo sé. Tengo cuarenta y tres años y estoy comportándome como una niña caprichosa y contrariada. La voz de Elisa, a mi espalda, vuelve a llamarme. Me sigue y esto es estúpido, muy estúpido. Me detengo. Ella hace lo mismo, escucho su agitada respiración cerca de mí.

—Nuria…

Me giro.

—¿Qué?

Está llorando, en silencio. Dos lágrimas perfectas, cristalinas, se deslizan sobre sus mejillas. Abre las manos frente a mí.

—Lo siento —susurra.

Dos palabras y el mundo vuelve a reventar. Dos simples palabras. ¿De verdad era tan fácil? ¿Solo esto? ¿Escucharlas de sus labios?

Debe de serlo, porque me tiemblan las rodillas.

Debe de serlo, porque me quedo.

¿Y ahora qué?, pienso, asustada.