2011
No sé cuánto tiempo llevamos así, yo llorando y ella consolándome. La lluvia nos empapa a ambas. Elisa parece querer protegerme, tanto por dentro como por fuera. Me abraza como si el viento que rebasa las rocas con beligerancia quisiera pelear contra ella por mí. Me he vaciado por dentro.
He unido en un solo mar de lágrimas todas las rutas que convergen en mí. Valeria. Nacho. Elisa.
Gimoteo como una niña pequeña. Ella besa mi sien.
El ruido de un trueno me hace despertar del letargo. Elisa me está abrazando. Elisa, lo dije, no debe tocarme. Mis pensamientos son erráticos, imprecisos. Me siento tan débil.
—Déjame —susurro, apartándome.
Me obedece, no sin reticencia. Me aleja de ella extendiendo los brazos, buscando mi mirada, como antaño hacía siempre. La rehúyo. Me ayuda a levantarme y no me suelta hasta que no se asegura de mi estabilidad. Tiemblo con violencia. Sigo sin poder mirarla a los ojos. He venido a destruirte, pienso, como un eco desvaído, sin fuerza. El mar espuma como un perro rabioso. Le he echado la culpa a ella todos estos años. De ser lo que ahora soy. Ya es hora de que lo afronte. Se empieza por las palabras correctas.
—Yo también lo siento, Elisa —musito, sin mirarla aún.
Esto no se hace así, me digo. Las palabras y los actos, todo ha de ser lo correcto. La miro. Tenía yo razón en sentir miedo, en huir. En efecto, Elisa sigue sacudiéndome como entonces y eso solo puede significar una cosa.