37

Esme, Liv, Ru y Atty pasaron la noche en un hotel de Great Neck, mientras que Augusta dormitó en un sillón junto a la cama de Nick. Al día siguiente, a media mañana, le dieron el alta. Y en la explanada de la entrada del hospital volvieron a discutir, aunque brevemente, por los lugares que cada uno prefería ocupar dentro de la camioneta verde, que aún llevaba atada en el techo la caja con las ardillas. Esme obtuvo el derecho de conducir. Augusta estaba demasiado cansada para discutir por ello. Ella y Nick se sentaron delante. A Atty la cambiaron al asiento de atrás; por tácito acuerdo decidieron que el motivo de su mareo no había sido el coche sino su angustia.

Durante el viaje de regreso a Ocean City escucharon música y algunos anuncios de la NPR, la radio nacional. Al comienzo, eran conscientes del precario equilibrio de la caja con ardillas encima del techo, pero pronto se olvidaron de ellas y se sumergieron, cada uno de ellos, en sus propios pensamientos.

Eran una familia. Juntos y unidos por primera vez. Aunque aún había cosas que necesitaban decirse.

—Lo lamento —dijo Liv.

—¿Por qué? —preguntó Esme—. No creo que lo supieras.

—Bueno, lamento ser una drogadicta por una sola cosa.

—Eso no es una disculpa. Es una excusa —afirmó Esme.

—Sí, pero nunca lo he dicho antes en voz alta.

—Es cierto —terció Atty—, siempre anda con evasivas al respecto.

Liv suspiró.

—Bueno, prosigue —intervino Ru—. ¿Qué es lo que lamentas?

Liv dio unos golpecitos en la ventanilla con los nudillos y contestó: —Solo quería salvar a alguien. Quería salvar a Atty. Quería...

—Le diste Valium —le recordó Esme—. ¡Es menor de edad!

—Pensé que eso la ayudaría. Pensé que estaba muy mal.

—¡No está mal! —exclamó Esme—. Se está recuperando de una situación difícil.

—¿Estás mal? —le preguntó Nick a Atty.

—En cierto modo —contestó Atty.

—Todos hemos pasado por épocas así —comentó Augusta—. ¿No creéis?

Todos estuvieron de acuerdo.

Siguieron en silencio. Llegaron a un peaje, donde tuvieron que pagar a la antigua usanza porque Augusta no tenía un pase electrónico.

—Tengo una idea —dijo Ru—. Tres declaraciones de honestidad personal como las que hacíamos en las reuniones del Movimiento de Honestidad Personal.

—Bueno, no sé —contestó Augusta.

—¿Qué es el Movimiento de Honestidad Personal? —preguntó Atty.

—Tu abuela creó montones de movimientos —explicó Esme—. Era una especie de mecanismo de defensa, una mala costumbre, quizás un extraño tic nervioso.

—¿Cuántos seguidores tenía? —se interesó Atty; ella ya se acercaba a los cuatro mil seguidores en Tweeter, que era más de los que tenían cualquiera de sus amigos.

—Nunca tuvieron mucho éxito —respondió Augusta fingiendo modestia.

—Me encantaría fundar un movimiento —dijo Atty en voz baja.

—Me acuerdo de aquellas reuniones —rememoró Liv—. Una mujer manifestó que no le gustaba su propio perro. Fue su Declaración de Honestidad Personal. Y nosotras debíamos permanecer allí sentadas y no reírnos de ella.

—Acabó muy mal, si mal no recuerdo —apuntó Esme.

—Así fue —admitió Augusta.

—Sin embargo, podríamos utilizarlo —propuso Ru—. Quiero decir que tenía su interés.

—Gracias, Ru —dijo Augusta.

—Esta vez —le dijo Esme a su madre— tienes que decir algo concreto, honesto de verdad.

—Bueno, por supuesto —repuso Augusta.

—Tú también —le aclaró Ru a su padre.

—¿Yo?

—Será una manera de que ellas te conozcan —dijo Augusta.

—¿Tres declaraciones cada uno? —preguntó Liv.

—Sí —dijo Ru.

—Mi drogadicción creo que ya cuenta como una —dijo Liv—. Yo solo tengo dos.

—Bien —contestó Ru.

—¡Tú empiezas! —le dijo Esme a Ru.

—Vale. De acuerdo. —Ru se rascó la nuca y luego se frotó las manos contra las rodillas—. Robé cosas de la vida de mi hermana para hacer una obra de arte cuando tenía que habérselo pedido antes.

—Mejor tarde que nunca —comentó Liv.

—Se supone que no debemos hacer comentarios —le recordó Augusta a Liv—. ¿Recuerdas?

—Siempre pensé que eso era un error del Movimiento —repuso Liv.

—Da igual —le dijo Augusta.

—Sí —terció Atty—. Creo que es mejor si nos limitamos a confesar lo que queremos decir y que nadie diga nada. ¿No os parece que sería un alivio?

—Supongo que sí —coincidió Esme algo preocupada.

—Adelante, Ru, continúa —la alentó Atty.

—Mi carrera se está yendo al cuerno porque no puedo escribir otro libro. Y... —No estaba segura de lo que iba a decir. Buscó en su mente pero lo único que vio fue la cara redonda del bebé nacido en la casa larga de Vietnam, de manera que, aunque nunca se lo había admitido a sí misma, declaró—: Creo que quiero tener un hijo. Quiero decir, no un día, sino pronto.

—¡Eso no me lo esperaba! —exclamó Esme.

—Sería bonito realmente —comentó Nick.

—Insisto, se suponía que debíamos escuchar y callar —dijo Liv.

—Está bien —intervino Atty—. Confiesas y nadie puede decir nada. No en el sentido episcopal o de internado o familia o cualquier cosa así. Sigues tú —le dijo a su madre.

—Bueno. —Esme se rascó la nariz, miró por el retrovisor y los espejos laterales y por fin dijo—: Hice que le pegaran un tiro a mi padre.

—No, no —reaccionó Nick—. Yo corrí hacia él y yo era el que...

Esme no le hizo caso y prosiguió, hablando más fuerte: —No he superado realmente el hecho de que Doug se haya marchado. Y no he sido una buena madre para Atty porque tengo miedo.

—¿Miedo de qué? —preguntó Liv, pero se apresuró a añadir—: Es una pregunta, no un comentario.

—Ya no confío en mi propio criterio. Pensé que Doug era la opción más segura.

Nick meneó la cabeza.

—También yo. De verdad.

—Las cosas cambian —dijo Liv—. La gente cambia.

—¿En serio? —preguntó Ru.

Atty pensó en Lionel Chang. Estaba cambiando dentro de ella en ese preciso instante, cambiaba día a día. Se estaba volviendo un recuerdo, trozos de imágenes, y se imaginaba qué estaría haciendo él ahora: veleros, fumar marihuana, la Viña.

—Ahora que lo pienso —interrumpió Liv—, cuando os dije que yo quería salvar a alguien, a Atty en particular, fue mi segunda Declaración de Honestidad Personal, de manera que solo me queda una por hacer.

—¿Qué es? —preguntó Esme.

—No lo sé.

—Vale —dijo Atty—. Aquí van mis tres. En realidad, yo quería el mosquete para dispararle a Brynn Morgan a la cara, pero mi intención era solo desfigurarla. Y si se moría, bueno, tampoco me habría importado. —Tras una pausa añadió—: ¿Ha de ser una?, porque tengo dos más.

—Claro —dijo Ru.

—Quiero ver a mi padre, vivo y en persona, para mandarlo a la mierda. Y, a veces, si no tuiteo algo, no estoy segura de que haya sucedido realmente. —Respiró hondo, retuvo el aire y añadió—: ¡Eso es! Ah, y he tuiteado casi todo desde que estamos todos juntos como una familia. Y ahora vosotros quedaos quietos, cada uno en su lugar, y aceptad las declaraciones.

Así hicieron, y Atty pensó para sus adentros —esta vez no lo tuiteó—: «Ser honesto te jode, pero también es muy liberador.» #fundarunmovimiento.

—Nick —dijo Augusta—. Es tu turno.

—Creo que necesito más tiempo para pensarlo.

—Es algo que se te tiene que ocurrir en el momento —le explicó Liv.

—Vale —repuso—. Creo que tiene que ser de esta manera porque no hay otra. No podía ser un padre como lo son los demás hombres. No tenía esa condición. Lo hice como yo sabía hacerlo. Y no estoy seguro de si esta es una Declaración de Honestidad Personal, o si son tres o cuatro, pero lo bueno de nuestra familia es que agradezco cada segundo que paso con todas vosotras. Cada ínfimo segundo.

—Nick es más del tipo discurso que del tipo tres declaraciones —comentó Augusta.

—Es bueno para las dos cosas. No eres la única artífice de las palabras en esta familia —le dijo Liv a Ru.

Ru miró a Atty y sonrió.

—No, ciertamente no soy la única. —Estaba segura de que Atty era la verdadera escritora—. Solo tengo buena memoria.

Entonces intervino Augusta para decirle:

—Correcto, Ru. Y me pregunto si te acuerdas de las declaraciones de Honestidad Personal que hice aquel día, cuando vosotras erais pequeñas y os enseñé a dirigir tormentas.

Ru asintió.

—Lo recuerdo perfectamente. Dijiste: «Vuestro padre es un espía. Nadie debe saber quién es. Lo amo a pesar de mí misma.» ¿Hay correcciones que hacer?

—Solo una —contestó Augusta—. Se puede saber quién es, como pasa con cualquier otra persona sobre esta tierra. Eso es todo.