22

Esme abandonó furiosa el comedor y se produjo un silencio momentáneo.

—Que uno de vosotros vaya tras ella. A mí no me escuchará —dijo Augusta.

—Yo iré —declaró Nick.

—Calla —le ordenó Augusta—. Tú no sabes nada.

—Me marcho, si no tenéis inconveniente —anunció Teddy.

—Deja que vaya Teddy —propuso Liv—. Tú lo invitaste para escribir el argumento de una segunda parte, ¿no? Pues, ¡aprovéchalo!

—Nos encontramos en el avión —dijo Ru.

—¿Y no se te ocurrió mencionar eso en ninguna de las conversaciones que has tenido conmigo desde que fui a buscarte al aeropuerto?

—Ve tú tras ella —Atty le dijo a Liv.

—La sensibilidad no es mi fuerte —repuso Liv—. Que vaya la aclamada escritora, la que ha merecido comparaciones con Ephron y Kaufman.

—Bonito —comentó Ru—. Muy bonito.

Teddy se puso de pie y trató de sonreír educadamente.

—Muchas gracias por todo, especialmente a usted, señora Rockwell y señor... —De pronto parecía un chico, con los modales que tendría que haber tenido a los dieciséis años, cuando salía con Liv. Pero Augusta nunca lo había aceptado y ahora también era un poco fría con él.

—Señor Flemming —le dijo a Teddy—. Nada de señor Rockwell, desde luego. —Se volvió a Ru y le ordenó—: Acompáñalo a la puerta. Es tu invitado.

Liv se acercó a Teddy y por un instante Ru creyó que Liv iba a abofetearlo... o a besarlo. Pero se limitó a acomodarle el cuello de la camisa.

—Ya eres un hombre adulto —le dijo—. Te había congelado en el tiempo.

Teddy no se movió. No dijo una palabra.

Liv le dio unas palmaditas en el hombro y se apartó dándole la espalda.

—Pobre chico —comentó Nick en voz baja.

—Iré yo a ver a mami —anunció Atty, levantándose de la mesa.

Atty subió por la escalera a todo correr y Liv la llamó:

—¡Espera, Atty, voy yo también!

Ru acompañó a Teddy a la puerta de la calle.

—No sé lo que esperaba —comentó Teddy—, pero no esto.

—Tampoco yo sé lo que esperaba. Las cosas, evidentemente, se complicaron. —Ru no podía enamorarse de Teddy. Había una razón: Teddy quería a otra. Pero también porque Ru no creía en eso de enamorarse. No creía que dos personas pudieran encontrarse y enamorarse. No creía en el amor hasta ese punto, a pesar del final de su comedia romántica y su tan alabada escena en la que el protagonista intenta con su declaración recuperar a su amada—. Lo siento mucho.

—No te preocupes —repuso Teddy—. He asistido a una clase sobre cómo reconquistar a alguien. Tu padre es algo especial. Esta noche fue realmente...

—Te irá bien —lo interrumpió Ru—. Adelante con lo que pensabas decirle a Amanda. Lo que me contaste en el avión.

—¿Qué era?

—Dijiste que echabas de menos su manera de mirarte. Que esa mirada podía derribar todo y quitar todo de en medio. Y que, entonces, solo quedabais vosotros dos. —Mientras Ru hablaba, Teddy miraba sus labios—. Dijiste que añorabas esa mirada desde el día en que te fuiste y que no podías pasarte la vida añorándola.

—Te acuerdas de todo lo que dije.

—Tengo una memoria eidética. Recuerdo incluso lo que no deseo recordar.

—Tú pensabas que era empalagoso.

—Pero es la verdad. Dile la verdad, nada más.

—Vale —aceptó Teddy—. Gracias.

Dudó un instante pero finalmente le tendió la mano.

Ella se la estrechó.

—Buena suerte esta noche. —Abrió la mosquitera, luego se volvió y le dijo—: Es gracioso, Liv ya no es como yo la recordaba, pero tú sí, eres exactamente igual, y eso que eras una niña, pero sigues siendo tú.

Ru se sintió inexplicablemente feliz al escucharlo y hasta deseable. Él estaba flirteando con ella. No era el clásico flirteo, pero el resultado era el mismo. Ru se rio con nerviosismo.

—Tú también sigues siendo el mismo.

—Bien.

Y salió a la noche fresca.

Ru encontró a Esme en la vasta habitación del ático del tercer piso, tendida en un cuadrado de luz de los faroles de la calle que entraba por una de las grandes ventanas. Tenía los brazos a los costados del cuerpo y los pies levemente separados. Liv y Atty la miraban sin saber qué hacer.

—Lamento haber invitado a Teddy —declaró Ru—. No estoy escribiendo un libro. Juro que fue como si todo encajara y...

—No importa —la interrumpió Liv.

—No habla —dijo Atty, mirando a su madre.

—No necesitamos hablar —contestó Liv y se acercó a Esme, se puso a cuatro patas y se acostó colocando la cabeza junto a la de Esme, formando un ángulo de noventa grados.

Atty se agachó a su vez, apoyó su cabeza contra la cabeza de su madre, y Ru la imitó acabando de formar una extraña cruz.

—Apuesto a que así se entrenan los nadadores sincronizados —dijo Atty—. Fuera del agua, así pueden oír mejor las instrucciones.

—Probablemente —comentó Liv.

—Somos hermanas —dijo Esme— y ni siquiera nos caemos bien.

—¿Y si eso fuera lo que tenemos en común? —preguntó Ru.

—¿Que no nos caemos bien? —inquirió Esme.

—No, que somos antipáticas —contestó Ru.

—Yo soy muy simpática —dijo Liv.

—Tú eres una manipuladora —le respondió Esme—. Es distinto a ser simpática. Yo creía que era simpática, pero cuando me casé con Doug observé que todos lo encontraban simpático a él. Yo he tenido siempre que ganarme el concepto de tía simpática.

—Yo no soy simpática —dijo Ru—. Pero en ocasiones soy adorable. Un día alguien me querrá, y, no sé por qué, pero acepto que soy antipática.

—Yo no soy simpática —declaró Atty.

—¡Sí lo eres! —la corrigió su madre en el acto.

—Podría serlo, quizá, si me lo propusiera. —Atty siempre había atribuido su antipatía al hecho de ser la hija del profesor, pero ahora se preguntaba si no sería genético. Inmediatamente tuiteó: «¿La simpatía es un gen?»—. En cualquier caso, no creo que los hermanos tengan forzosamente que caerse bien. Quiero decir, que yo sepa no es una creencia muy extendida.

—De hecho, muchos hermanos se caen bien —dijo Liv— porque son los únicos que comprenden una suerte de premisa básica de la infancia de cada uno.

—¿Nosotras nos hemos puesto de acuerdo sobre alguna premisa básica de nuestra infancia? —preguntó Ru.

Liv y Esme negaron con la cabeza y Ru pudo palpar la respuesta en su propia pregunta.

—Nuestra infancia nos parecía bien jodida en esa época, pero resultó ser más jodida de lo que creíamos —dijo Esme.

—Eso podría ser una buena definición de la infancia —afirmó Ru.

—Creo que tienes razón —dijo Atty mientras tuiteaba: «Infancia jodida mirada retrospectivamente es más jodida.» #muycierto.

—Estoy furiosa con tu padre —le dijo Esme a Atty—. Yo creía que nosotros nunca íbamos a estropearlo todo.

—Hay lecciones de vida en eso de estropearlo todo —sentenció Atty.

—¿Qué pasó con el mosquete? —preguntó Liv—. ¿O no es el momento para preguntarlo?

—No tienes que hablar de ello si no quieres —previno Esme.

—Está bien —respondió Atty, aclarándose la garganta—. Los de la administración estaban molestos porque yo andaba diciendo que los hijos de los profesores sufríamos discriminación. Y el profesor de historia, que vivía enfrente de casa, coleccionaba armas de fuego antiguas.

—¿Robaste el mosquete? —preguntó Ru.

—Personalmente, creo que lo tomé prestado, pero eso fue tema de discusión durante la audiencia.

—¿Disparaste? —preguntó Liv.

—No deberíamos hablar de esto —intervino Esme—. Atty, de verdad, no tienes que hablar de esto.

—El fin de semana de los padres pronuncié un discurso. Fue sobre la crueldad gratuita. Y entonces saqué el fusil de mi mochila de hockey. Quería demostrar, como Flannery O’Connor, que todos podíamos ser mejores personas si vivíamos con un revólver apuntándonos, siempre a punto de recibir un balazo. Si lo piensas bien, fue algo parecido a una charla en la capilla del colegio.

—O’Connor era católica, ¿no? —preguntó Liv.

—Sí, y el colegio es episcopal —contestó Atty—. Creo que fue eso lo que me hirió a fin de cuentas.

—¿Disparaste? —volvió a preguntarle Liv.

—No se disparan así sin más —contestó Atty—. Quiero decir, sí, puedes disparar, pero necesitas pólvora, barras limpiadoras, baquetas y, bueno, encender una cerilla.

—Entonces estudiaste el procedimiento para apretar el gatillo —insistió Liv.

—¡Hablemos de otra cosa! —exclamó Esme.

—Si no lo hacía, hubiera sido como actuar en una obra de Chéjov y no apretar el gatillo. Al menos debía intentarlo. Una vez que subes a un escenario con un fusil, tienes que usarlo. ¿No es cierto?

La pregunta iba dirigida a Ru en su papel de novelista.

—He oído hablar de esa regla en relación con las armas de fuego —admitió Ru—. Idem con las mujeres en estado de gravidez muy avanzado.

—¿Cuál fue la crueldad gratuita? —preguntó Liv.

—Nada del otro mundo —respondió Atty—. Se burlaban de mí con graznidos cuando estábamos en los columpios. No me invitaban a participar en ciertas cosas y lo hacían de manera ostensible. Circularon rumores.

—Ya veo —comentó Ru.

—Conservo todos los derechos de mi historia —le dijo Atty a Ru. Liv le había advertido a Atty que Ru era una ladrona de vidas privadas. Tuiteó: «Conservo todos los derechos de mis tuits.»

—¿Qué? —preguntó Ru.

—Oye —intervino Esme—. No tenemos tiempo para volver al pasado. ¿Qué vamos a hacer con el elefante que está en el comedor?

—De hecho, los elefantes macho son solitarios —dijo Ru—. Se juntan un poco con otros machos, pero no mucho. Las hembras forman la unidad familiar, con matriarca y todo. Y se la llama así, literalmente.

—¿Y si nos centramos un poquito en lo que sucede aquí y ahora? —preguntó Esme—. Estamos hablando de un elefante metafórico.

—Vale —contestó Ru—. Digo solamente que la metáfora es muy adecuada... No importa. Disculpa.

—Creo que quizá se nos perdió algo de pequeñas —dijo Liv—. Tal vez podamos regresar a buscarlo.

—¿Estás diciendo que deberíamos tratar de recuperar a un padre perdido en nuestra infancia? —inquirió Esme.

—No —respondió Liv—. Se trata de otra cosa. Se trata de cómo nos perdimos y que nos hemos perdido ahora. ¿Cómo nos vamos a encontrar?

—De acuerdo —dijo Esme, exasperada—. Pero ¿qué narices vamos a hacer con él? No puedo creer que haya hecho lo que hizo. Yo tenía otra vida. ¡Una vida completamente distinta!

—¡Has tenido una vida estupenda! —aseguró Ru esperando que las palabras de Esme no hubieran lastimado a Atty—. Ha habido momentos difíciles, pero ha estado bien. Realmente bien.

—Tú sabes que él ha matado a gente —observó Atty—. Probablemente a mucha gente. Lo que te hizo a ti no debe de tener ni comparación con lo peor que haya hecho en su vida.

—Es un asesino —proclamó Liv, como si estuviera probando el sonido de su frase—. Mi padre es un asesino.

Había inventado muchas cosas estrafalarias sobre su infancia, pero nada tan notable y simple como eso.

—Ahora no podemos confiar más que en nosotras. ¿No lo veis? —opinó Esme—. Todo ha cambiado y debemos ser sólidas como una roca. Nosotras. Por primera vez. ¿No sabéis de lo que estoy hablando?

—Yo sí —afirmó Ru.

—Quieres decir que algo profundo nos ha ocurrido a todas —explicó Liv—. Algo muy importante que podría alterar el concepto que tenemos de nosotras mismas y nuestros destinos personales. Me estoy esforzando por ser receptiva a mierdas como esta. Realmente.

—Creo que eso es lo que quiero decir —admitió Esme.

—¿Os habéis llevado bien alguna vez? —preguntó Atty—. ¿Os gustabais de pequeñas?

—No mucho —contestó Ru.

—Nos usábamos la ropa —dijo Liv.

—No —corrigió Esme—. Tú robabas nuestra ropa.

—Jugábamos a la Princesa y el Guisante —rememoró Ru—. ¿Os acordáis? Apilábamos los cojines del sofá y metíamos debajo una canica, y después teníamos que adivinar dónde estaba el guisante o si había uno realmente.

—Como si tuviéramos un don preternatural para eso —declaró Liv—. Cuando jugábamos con otros niños, ellos nunca adivinaban y nosotras siempre.

—Teníamos eso en común —opinó Ru.

Atty tuiteó: «Vengo de un extenso linaje de princesas que detestaban los guisantes.»

—Pero no habéis contestado a mi pregunta —les recordó Atty—. ¿Os llevabais bien? ¿Os gustabais?

Silencio.

—En el centro de desintoxicación —contó Liv— venían hermanos de otros pacientes y daban la impresión de que se alegraban de verse. Creo que el problema es que cada una de nosotras nunca ha hecho nada por la otra.

—Bueno, eso es porque mamá cubrió siempre todas nuestras necesidades —observó Esme—. Para compensarnos por la falta de padre. Como consecuencia, nunca nos hemos necesitado como hermanas. Puedo llamarla por teléfono y me pone al día con respecto a vosotras. Ella es el centro de la rueda y nosotras solo los radios. Es su culpa.

—Un día morirá —dijo Atty.

—Es cierto —repuso Liv. Recordó, entonces, visceralmente, lo que sintió cuando asomó la mitad de su cuerpo por la ventana del apartamento del edificio Caledonia. Fue malsano; debajo estaba el cemento mojado por la lluvia—. Todos somos mortales.

—Quizá deberíamos hacer algunas cosas juntas, unirnos un poco —opinó Ru—, y a lo mejor así aprendemos a llevarnos bien.

—En este momento de nuestras vidas, con nuestro padre abajo, hemos decidido que finalmente nos necesitamos unas a otras —declaró Liv.

—Puede que sea la lección que debíamos aprender —agregó Esme.

—Sí —dijo Liv—. Pero también deberíamos ayudar a nuestro padre en su camino hacia la plenitud. Quiero decir, está en deuda con nosotras. Según el criterio de AA, debería disculparse y compensarnos. En la práctica, su momento de profunda debilidad no debería ser desperdiciado. Esto es algo que vosotras dos nunca habéis entendido. Somos, una para la otra, enseñanzas budistas, ¿lo sabéis?

—Debería pagar —afirmó Esme.

—A mí ya me dio un montón y yo no tenía la menor idea, pero me uno porque lo necesitamos —dijo Liv—. ¡Nuestras vidas son un desastre!

—Mi vida no es un desastre —afirmó Ru.

Lo era. Ella lo sabía. Sus hermanas sabían que lo era aunque no supieran hasta qué punto exactamente.

—Creo que el viejo debería quedarse —opinó Esme—. No deberíamos permitir que se marche hasta no saber lo que haremos con él. Cada una de nosotras. No lo que él desea hacer por nosotras. Ni lo que Augusta quiera que él haga. Nosotras, lo que cada una quiera.

—Sí —coincidió Ru—. Exactamente.

—¿No tienes que regresar con Cliff? —preguntó Liv a Ru.

—Ahora mismo está muy ocupado —contestó Ru—. No tengo que ir a ninguna parte inmediatamente. Esme, ¿tú no debes volver al...?

—¿Al colegio del que nos echaron? —preguntó Atty—. Creo que ese barco ya ha zarpado.

—¿Y tú, Liv? —le preguntó Esme.

—Digamos que estoy entre dos lugares.

Esme estiró la mano y cogió la mano de Liv y luego la de Ru.

—Esto tiene que ser por nosotras. Pase lo que pase.

—Estoy de acuerdo —dijo Ru.

—Quizá lo que perdimos fue a nosotras —reflexionó Liv—. Quizá si recuperamos eso, no nos perderemos nunca más.

—Yo no tengo hermanas —avisó Atty.

—No te preocupes —le dijo Ru. Estiró la mano y apretó con fuerza la de su sobrina—. Seremos como hermanas para ti. ¿No, Liv?

—Yo ya he tomado a Atty bajo mis alas —contestó, y estiró el brazo y ella también cogió la mano de Atty.

—No —dijo Atty—. Me refería a algo así como «gracias a Dios que no tengo hermanas».

—Ah —exclamó Ru.

Con las cabezas tocándose y cogidas de la mano miraron al techo veteado con humedades y grietas muy finas.

—Pero nos queríamos —murmuró Liv—. No nos llevábamos bien, pero nos queríamos mucho de pequeñas.