34
Esme y Atty, quien se había manchado un poco la ropa con vómito, esperaban fuera del minúsculo aseo del supermercado, que estaba ocupado.
—¿Quieres que entre contigo?
—No —contestó Atty.
—Menos mal que te habías puesto las chanclas.
—No insistas, por favor. —Atty ya había llorado un poco—. He ensuciado un poco el libro.
—Te dije que no leyeras en el coche.
—¡No estaba leyendo!
La puerta del lavabo se abrió y salió una mujer rubia con permanente. Atty se precipitó dentro y echó el pestillo.
Esme no quería quedarse allí, de manera que regresó a la tienda, donde encontró a Liv y Ru delante del expendedor de bebidas heladas.
—¿Cómo está? —preguntó Ru.
—Hacía años que no se mareaba en el coche —comentó Esme.
—No ha sido el coche —dijo Liv—. No te hagas la tonta.
—Todas debimos haber cerrado la boca en el coche —replicó Esme—. Nos dijimos cosas horribles.
—¿Crees que somos una familia de mentirosos? —preguntó Ru.
—Quién sabe —repuso Esme—. Tal vez sea algo propio de la condición humana.
—Atty ha flipado —opinó Liv—. Debe de estar deprimida o angustiada.
Esme abrió una de las puertas de las neveras y sacó un ginger ale.
—Solo tiene el estómago revuelto.
—Esme, da la impresión de que cogió el mosquete y disparó porque la estaban acosando en la escuela —le dijo Ru, y añadió—: ¿De qué iban todos esos chismes, por cierto?
—No puedes imaginarte el año que hemos pasado. Ese puto lugar claustrofóbico. Están todos locos allí. Me alegro de que haya mandado a cagar a su profesora de francés. Esa mujer es una demente.
—¿Y por qué mandó a cagar a la profesora de francés? —preguntó Liv.
—¿Son maneras de hablar? —preguntó Ru.
—El director me llamó y me leyó el expediente. Fue su primera trifulca. Me dijo que él creía que era una señal de que la bomba de tiempo iba a explotar. Así es como nos veía a las dos desde que Doug se marchó, pasando totalmente de su maravilloso campus.
—¿Qué sucedió exactamente?
—Yo dije que lo que Atty le había dicho a la profesora de francés fue «¿Por qué no se va usted a cagar?», que es muy distinto a ordenarle a alguien: «Váyase usted a cagar.»
—Bueno —opinó Ru—. Es un argumento...
—Atty no quería hacer un trabajo sobre París y la profesora dijo algo admitiendo que París, siendo el lugar de la aventura sentimental de su padre, debía dificultarle la tarea o una mierda por el estilo. Y Atty se limitó...
—A preguntarle a su profesora por qué no se iba a cagar —completó Ru.
—Exactamente.
—No estaba acusando a la mujer de irse a cagar —intervino Liv—. Todo lo contrario. Estaba preguntando por qué no lo hacía.
—Pensaréis que esto es muy gracioso. Pero os puedo decir que Atty era la única cuerda en un mundo de locos.
—¡Guau! —exclamó Liv—. Tiene razón. Estás orgullosa de lo que ha hecho.
—Claro que lo estoy. Yo debí haber hecho algo, pero me comporté como una estúpida oveja, siguiendo las normas, calladita por no molestar a nadie. —Esme se volvió a Liv—. ¿Te dijo que yo estaba orgullosa de ella?
Liv asintió.
—Sin embargo —agregó Ru—, pienso que es posible que ella necesite hablar con alguien. ¿No crees?
—Necesita una familia —contestó Esme—. Una familia real, una que no la abandone.
Fueron al mostrador y pagaron. Después observaron a sus padres a través del cristal de la ventana de la tienda. Augusta estaba cargando gasolina. Nick, a quien le habían encomendado la limpieza, tenía en la mano una bolsa de plástico con toallitas sucias de vómito. Se lo veía contento, apoyado en el coche y mirando fijamente a Augusta mientras ella hablaba. El viento le levantaba el pelo y gesticulaba mucho, no con enfado sino de una manera apasionada. Y entonces él se echó a reír. Ella lo miró y se rio también tapándose la boca con la mano, como una chiquilla.
—Vaya por Dios —murmuró Ru.
—Esos dos se están enamorando —opinó Liv.
—No puedo creer que el tío Vic fuera mi padre —dijo Esme.
Entonces, las sobresaltó la voz de Atty:
—Tía Liv, tienes un poco de vómito en el pelo.
Liv se tocó el pelo con la mano.
—¡Mierda! —Ya salía disparada al lavabo, pero se detuvo—: Ven conmigo, Atty, necesito que me ayudes.
Atty suspiró y la acompañó.
—Vale —dijo Liv, abriendo el grifo y agachando la cabeza—. ¿Qué sucede? ¿Por qué devolviste?
—No lo sé.
—Échame un poco de jabón.
Atty apretó la jabonera que estaba enganchada a la pared y cogió un poco de la espuma blanca en el hueco de la mano.
—Siento unas oleadas de espanto, como si el mundo se fuera a acabar.
Liv estiró la mano y Atty le pasó el jabón.
Alguien golpeó la puerta.
—¡Está ocupado! —gritó Liv y luego, a Atty, con calma le preguntó—: ¿Cómo es eso?
—Es como estar encerrada en un armario, salvo que más bien soy yo el armario. Estoy atrapada y soy la trampa.
Liv se frotó el jabón en el pelo.
—¿Como si tuvieras a una persona metida en el cuerpo?
Otra vez golpearon la puerta.
—¿Es una broma? —gritó hacia la puerta—. Hay personas aquí dentro. ¿No sabe que hay que esperar en la cola?
—No —contestó Atty—. Yo soy la persona y el armario. ¿Tiene sentido?
—Y esta sensación que te llega en oleadas, ¿la tienes a menudo?
Liv se enjuagó el pelo.
—Casi todos los días, pero esta es la primera vez que me hace vomitar.
Liv colocó la cabeza debajo del secador de mano y lo encendió. El lavabo se llenó de ruido y de aire caliente. Atty tomó una foto de su tía secándose el pelo, la envió por Instagram y Tweeter con el hashtag «#triste-carpediem.
—¿Cómo consigues todos esos hombres ricos con los que te casas? —preguntó Atty—. El amor te ama.
—¿El amor me ama? —Liv rio, y añadió—: No, no. El amor no me ama en absoluto. Es científico. He inventado un sistema muy preciso.
El secador se apagó automáticamente. De pronto hubo un gran silencio. A Liv le empezaron a zumbar los oídos. Se sintió pura y diáfana. Todo era claro, nítido, como si ella acabara de salir de debajo del agua. Se miró en el espejo. Se acordó de haber estado desnuda delante de Teddy Whistler, antes de delatarlo. Cuando él le contó la verdad, ella debió haberlo querido aún más.
—Pero quizá lo he hecho todo mal, Atty. ¿Cómo saberlo?
—No entiendo nada. Yo solo soy el armario y la chica en el armario.
—No, no eres eso.
—No sabes lo que sentí cuando se burlaban de mí y me graznaban.
—¿Y por qué se burlaban? ¿Algo que ver con esa graciosa riñonera que llevas?
—¿Por qué nadie en esta familia comprende la ironía? —Atty se golpeó el pecho y abrió sus ojos, que se llenaron de lágrimas—. Un día no seremos otra cosa que retratos mirando a la nada.
Liv cogió a Atty por la parte superior de sus dos brazos y la sujetó con fuerza.
—¿Por qué robaste ese puto mosquete? ¿Pensabas matarte? —Bajó la voz y murmuró—: Si lo pensaste, puedes decírmelo. Quizá yo sea la única de esta jodida familia que podrá entenderlo.
Atty sacudió la cabeza, negándose a hablar.
—¡Dímelo, Atty! —exclamó Liv—. Te morirás de una úlcera si sigues guardándotelo y nunca podrás sanar, pues no eres capaz de ser honesta contigo misma.
—¡No se lo puedo decir a nadie! —imploró Atty.
—No hay nada tan horrible que no me lo puedas contar —declaró Liv—. ¡Soy una adicta, coño!
—¿No era que tú estabas en el nivel más alto de la jerarquía de los drogadictos?
—¡Chorradas! Los adictos son adictos. No hay jerarquía. ¡Dímelo! ¡Ahora! Querías que ese mosquete se disparara, ¿no? ¿Pensaste que funcionaría? ¿Querías poner punto final a todo?
—¡Quería que se disparara! ¡Pero yo no quería matarme! —gritó Atty.
Se zafó y se tiró de espaldas contra la pared. Liv la vio deslizarse al suelo de baldosas.
—No entiendo.
—No quería matarme —dijo Atty, mirándose las yemas de los dedos—. Robé el fusil y quería que Brynn Morgan se interesase en él. Yo había elaborado un plan que consistía en enseñarle a Brynn a limpiarlo. Quería que se disparara en su cara. Como un accidente. Esto, por supuesto, fue antes de que yo me diera cuenta del tiempo que lleva disparar un mosquete.
—¿Como un accidente?
Atty pateó el cubo de residuos metálico.
—Pero no podía hacerlo, ¿verdad?
—No podías, por supuesto —confirmó Liv. El corazón le palpitaba con fuerza. Se golpeó el pecho y luego se arañó los brazos y se rio—. No eres una asesina, Atty. ¿Es lo que crees?
—A Brynn no le interesaba el mosquete. ¿Quién querría limpiar una antigualla? Yo no tenía las ideas claras. Pensaste que yo quería matarme. Dijiste todo eso sobre poner punto final a todo. —Mientras hablaba, Atty miraba fijamente a Liv—. Dijiste que tú eras la única capaz de entenderlo. Tú intentaste matarte, ¿no?
—Fue un malentendido. Con una escopeta. —Cerró los ojos, pero no del todo, como si se acordara de algo muy grato. Le había pedido al dueño de una casa de empeño que, por favor, le montara la escopeta de caza de su ex marido. La llevó a su restaurante preferido en Upper West Side. Pidió su plato favorito y después dobló la servilleta como si fuera un cisne, la dejó de pie apoyada sobre la mesa y fue al aseo. Iba a hacerlo allí, donde, supuso, sería más fácil limpiar el desastre—. Tampoco yo pude hacerlo.
—Necesito ayuda —dijo Atty. Tendió las manos, que le temblaban mucho—. Todo el tiempo me siento como si fuera a reventar saliendo de mi cuerpo. Estoy muy angustiada. ¡Para qué suicidarme si igual me siento como si me estuviera muriendo!
—Es pánico —afirmó Liv—. Te pondrás bien. —Buscó algo en el bolso. Sacó una billetera con un montón de cremalleras. Metió los dedos dentro de uno de los compartimientos y extrajo una bolsita con dos pastillas en su interior—. Esto es un gran regalo que te hago.
—¿Qué son?
—Mis dos últimos Valiums.
Los puso dentro del bolsillo delantero de los shorts tejanos de Atty.
—¡No puedo aceptarlos! —clamó Atty.
—Con solo tenerlos ya me siento bien —explicó Liv—. Pero mejor me siento cuando los tomo. De todas formas, no es justo que tú te sientas mal. Pruébalos. Si te hacen bien, hablaremos con tu madre para que te mediquen un poquito.
Atty se puso de pie.
—Creo que no debería aceptar drogas de una drogata.
—Seamos realistas, somos los que tenemos la mejor mierda. —Liv posó sus manos sobre los hombros de Atty—. Así es como América sobrevivió a los años setenta.
—Vale.
—Escucha. Tu mierda es real. Y esto es un arma para tu arsenal. Es todo.
—Gracias.
Atty se puso a tuitear algo sobre la mierda real en su vida, pero su tía le dio un golpe en la mano.
—¿Qué haces?
—Escribo un tuit.
—Bueno, déjalo. Es raro, como disociado o algo así. Nadie necesita enterarse de tus asuntos. Sé un poco más misteriosa, ¿vale? ¡Vaya por Dios! —Liv destrabó el seguro de la puerta, pero antes de abrirla, dijo—: Voy a necesitar unos minutos más. Diles que voy enseguida.
—Vale.
Liv abrió la puerta y se topó con una mujer de mediana edad, vestida con unos pantalones de yoga rojos, que las miraba furiosa.
—Tenía vómito en el pelo —le explicó a la mujer—. Y estábamos compartiendo un momento de intimidad.
—Como si me importara —dijo la mujer.
Liv se puso tensa y la miró fijamente.
—A usted se le arruga la cara por mirar a la gente con esa cara que pone.
La mujer estuvo a punto de contestarle algo, pero Liv levantó la mano y le espetó: —¿Por qué no se va usted a cagar?
Atty sonrió a Liv y luego pasó por delante de la mujer y se marchó a la tienda tuiteando: «Te arrugas la cara mirando a la gente con cara de asco.»
Liv cerró la puerta y echó el pestillo de inmediato, y, mientras la mujer de los pantalones de yoga rojos golpeaba, Liv encendió un porro, se sentó encima de la tapa del inodoro y se puso a fumar tranquilamente.