LOS «REGRESOS» («NÓSTOI»)
INTRODUCCIÓN
1. Autor y fecha
Frente a la gran masa de los fragmentos que no recogen el nombre del autor del poema, Proclo atribuye los Regresos a Agias de Trezén, nombre del que probablemente son variantes Hegias (fr. 7) y Augías (fr. 8). Nada sabemos de este autor ni de su fecha, por lo que tenemos que basarnos en otros elementos de juicio para determinar la época de composición del poema.
El primero de ellos es el hecho de que los Regresos, que narra las vicisitudes sufridas por los principales héroes de la guerra de Troya en su vuelta al hogar, no nos describe el viaje de uno de los más importantes: Ulises. El único motivo verosímil de esta omisión sería que Ulises habría recibido ya tratamiento independiente y por extenso en otro poema, la Odisea, lo que implica que los Regresos es posterior al poema homérico y por tanto debe situarse después de mediado el siglo VIII a. C.
Coincidiendo con esta primera aproximación podemos añadir otro elemento de juicio. El poema, según Proclo, menciona Maronea, ciudad fundada por los quiotas en la primera mitad del siglo VII y no conocida aún por la Odisea, lo que implica también una fecha posterior al 650 a. C. para los Regresos[1].
El tema, sin embargo, fue tratado repetidas veces, tanto en verso como en versiones prosificadas: el fr. 9 asigna el poema a un colofonio (lo que estaría de acuerdo con la importancia que en estas leyendas tiene Colofón) y el fr. 15 atribuye un poema Regresos a Antímaco, no probablemente al de Colofón, sino al de Teos, sobre el cual ya hablamos a propósito de Epígonos. Ello hallaría confirmación en otro dato: Clemente de Alejandría (fr. 8) nos sugiere que un poeta épico llamado Augías de Trezén copió de Antímaco de Teos, lo cual podría suponer que el poema de Agias sea una imitación del de Antímaco, o simplemente que tomó motivos del mismo; en todo caso, parece abonar la existencia de dos obras sobre el mismo tema.
También se atribuyen unos Regresos a Eumolpo, que puede ser un error por Eumelo[2], aunque no nos ha quedado ningún fragmento atribuido a él sobre este tema. Por último, los fr. 10 y 13 se nos han transmitido como pertenecientes a una obra llamada El Regreso de los Atridas, que tenía al menos tres libros. No sabemos si se trata de una mera variante de título o de un poema independiente que recogía sólo los episodios del tema general que se referían en concreto a los Atridas[3].
Podemos por tanto habérnoslas no con uno, sino con cinco poemas diferentes: el de Agias, el de Antímaco de Teos, el de un colofonio, el de Eumolpo (Eumelo?) y un Regreso de los Atridas. Ahora bien, como ya señala el Suda[4], los muchos que han narrado el regreso y los poetas que han cantado los regresos siguen a Homero en la medida en que son capaces de ello, esto es, no hay diferencias sustanciales entre las diferentes versiones ni entre éstas y Homero. Por esta razón vamos a prescindir de si los fragmentos conservados pertenecen a una obra o a otras del mismo tema, ya que en los más de los casos no tenemos elementos de juicio para atribuir determinados fragmentos a una u otra obra, y examinaremos los distintos episodios que se contendrían en ellas como si pertenecieran a una sola obra.
2. El resumen de Proclo
Como en el resto de las obras del Ciclo Troyano, es Proclo nuestra principal fuente de información sobre su contenido. El resumen que nos ofrece del poema es el siguiente:
Vienen a continuación de éstos los cinco libros de los Regresos de Agias de Trezén, cuyo contenido es el siguiente:
Atenea mueve a disputa a Agamenón y Menelao con motivo de la partida de las naves. Así que Agamenón aguarda para aplacar la cólera de Atenea.
Diomedes y Néstor, que se hacen a la mar en dirección a sus hogares llegan sanos y salvos.
Menelao, que zarpa tras ellos, llega a Egipto con cinco naves, perdidas las demás naves en el mar.
Los hombres de Calcante, Leonteo y Polípetes, que se ponen en marcha a pie hasta Colofón, sepultan a Tiresias, que había muerto allí.
Al zarpar los de Agamenón, el fantasma de Aquiles se les aparece e intenta impedírselo, prediciéndoles lo que va a ocurrirles.
Luego se describe la tempestad en torno a las Rocas Caférides y la muerte de Áyax Locrio.
Neoptólemo, a instancias de Tetis, emprende la marcha a pie. Llegado a Tracia encuentra a Ulises en Maronea. Completa el resto de la jornada y a la muerte de Fénix lo sepulta. Llegado él mismo junto a los molosos, es reconocido por Peleo.
Luego, una vez asesinado Agamenón por Egisto y Clitemestra, viene el castigo por Orestes y Pílades y el retorno de Menelao a su patria.
3. Análisis del contenido del poema
Como ya hemos dicho, el poeta, o poetas, de los Regresos dispone de una tradición ya bien conocida por Homero, que se refiere a ella en diversos pasajes, especialmente de la Odisea. En la mayoría de los casos, las tradiciones son coincidentes e incluso en algún caso ha podido haber en la Odisea interpolaciones de versos de los Regresos, como veremos. Por todo ello será Homero nuestra principal fuente para cubrir las lagunas o ampliar la magra información de Proclo y de los fragmentos.
El poema por su temática no se prestaba demasiado a la unidad de composición, sino sería más bien un agregado de diversos episodios, según los cuales dividiremos convencionalmente la reconstrucción de su contenido.
Homero relata con cierta extensión los motivos de la disputa de los Atridas y el de regreso Diomedes y Néstor, que cubrían, según Proclo, el comienzo del poema. Dejamos, pues, la palabra a Néstor en la Odisea[5]:
Pero cuando habíamos saqueado la excelsa ciudad de Príamo, nos habíamos embarcado en las naves y una divinidad había dispersado a los aqueos, entonces Zeus maquinó en su fuero interno un regreso penoso para los argivos, puesto que no todos fueron prudentes y justos. Por eso muchos de ellos se enfrentaron con un destino funesto, por la perniciosa cólera de la de ojos de lechuza, hija de un padre poderoso, que promovió la discordia entre ambos Atridas, por lo que ambos convocaron a asamblea a los aqueos todos, sin razón y no de acuerdo con un orden, a la puesta de sol.
Acudieron los hijos de los aqueos, entorpecidos por el vino y ellos dieron una explicación de por qué habían convocado al ejército. Entonces Menelao exhortaba a los aqueos todos a acordarse del regreso sobre la ancha espalda del mar. No le agradó a Agamenón en absoluto, pues él quería contener a la hueste y celebrar sacras hecatombes para aplacar la terrible cólera de Atenea. ¡Ingenuo! ¡No sabía que no iba a persuadirla, pues no se mudan de repente las intenciones de los que existen por siempre! De modo que ambos se pusieron en pie intercambiando duras frases y se levantaron los aqueos de hermosas grebas en medio de un griterío sobrehumano, pues los pareceres se dividían entre ambos.
Pasamos la noche meditando violencias uno contra otro, pues Zeus tramaba el sufrimiento del mal. Al alba sacamos unos las naves al divino mar y embarcamos nuestros bienes y a las mujeres de ajustada cintura. La mitad de la hueste, pues, se quedó allí, aguardando al Atrida Agamenón, pastor de hombres, y la mitad nos embarcamos e impulsamos las naves.
Éstas navegaban muy de prisa, porque un dios había alisado el ponto, albergue de grandes monstruos. Al llegar a Ténedos celebramos sacrificios a los dioses, deseosos de regresar al hogar, pero Zeus no planeaba aún el regreso, ¡cruel, que de nuevo suscitó una segunda disputa funesta! Pues unos, los que acompañaban a Ulises el ingenioso soberano, de variada astucia, llevaron de regreso sus bajeles, combos por ambos lados, por complacer al Atrida Agamenón.
Yo, en cambio, con las naves que me seguían agrupadas, me fui de allí porque me percataba de que una divinidad maquinaba males contra nosotros. Se fue también el marcial hijo de Tideo[6] e incitó a sus camaradas a lo mismo. Mucho después partió a por nosotros el rubio Menelao y nos encontró en Lesbos, deliberando sobre la larga travesía: si regresaríamos por cima de la abrupta Quíos hacia la isla Psiria, dejándola a la izquierda, o bien por debajo de Quíos, a lo largo del ventoso Mimante.
Rogamos a la divinidad que nos mostrara un prodigio, así que nos lo mostró, y nos ordenaba cortar por su mitad el mar hacia Eubea, para que cuanto antes nos libráramos de la desgracia. Levantó una sonora brisa para que comenzara a soplar, y los bajeles recorrían muy de prisa los caminos pródigos en peces, de forma que llegaron de noche a Geresto.
Le ofrecimos a Posidón muchos perniles de toros, después de haber atravesado un gran trecho de la mar.
Era el cuarto día cuando los camaradas del domador de caballos, Diomedes, el hijo de Tideo, detuvieron en Argos sus proporcionadas naves.
Severyns[7] remonta a los Regresos la leyenda según la cual, en ausencia de Diomedes su esposa Egialea, inspirada por Afrodita, que se vengaba así de la herida que le infligiera el hijo de Tideo, se entrega a toda la juventud argiva y hace su amante a Cometes. Se basa para ello, entre otros motivos, en que Mimnermo conoce la leyenda, lo que indica que ésta era antigua y podía contarse aquí.
Pero prosigamos con la narración de Néstor en la Odisea[8]:
Y yo me encaminé hacia Pilo y no amainó el viento, puesto que un dios lo había enviado de antemano para que soplara. Y así llegué.
Tras estos episodios, los Regresos comenzaba a narrar las incidencias del viaje de Menelao. También Homero sabe de su llegada a Egipto con cinco naves, y es también Néstor quien se refiere a ello[9]:
a los cinco bajeles de azulada proa los allegaron a Egipto el viento y el mar con su impulso.
En el fr. 2 se nos informa que un hijo de Menelao y de una esclava aparecía en los Regresos, pero ignoramos en qué circunstancia.
El poema dejaba a Menelao en Egipto para centrarse en la suerte que corrieron los compañeros de Calcante, el adivino, así como los de Leonteo, hijo de Corono, vástago de Ares y Polipetes, hijo de Pirítoo (por tanto, nieto de Zeus) y de Hipodamía, que según el Catálogo de las Naves, compartían el mando de los de Argisa, Girtona, Orta, Elona y Olosón, con cuarenta naves[10].
Al parecer, Calcante acaba su vida en Colofón, o al menos esa es la historia que nos cuenta Estrabón[11] refiriéndose a esta ciudad:
Se dice que el adivino Calcante, junto con Anfíloco, el hijo de Anfiarao, llegó aquí a pie al regreso de Troya, pero al encontrar en Claro a un adivino mejor que él, a Mopso, el hijo de Manto, la hija de Tiresias, murió de pena.
Ahora bien, que Calcante muriera allí no es motivo suficiente para corregir, como algunos han pretendido, el resumen de Proclo, sustituyendo Tiresias por Calcante.
Según Estrabón Anfíloco[12], otro notorio adivino, acompaña a Calcante en su regreso. Heródoto (cf. fr. 14A, 14B) nos da alguna noticia sobre la continuación de su viaje que, por Panfilia y la parte sur de Asia Menor, se prolongó hasta los confines de Cilicia y Siria, donde funda la ciudad de Posideo, en un promontorio sobre el golfo del Estrimón.
En este contexto migratorio hay que situar el fr. 15 en el que se nos informa sobre el paso de Podalirio por el Quersoneso tracio y la descendencia que deja allí.
Hay una serie de fragmentos que aluden a personajes y escenas en el Hades. Parece probable que los Regresos incluyera una visita a la región de los muertos, como la Odisea. Dado que el resumen de Proclo no alude a ella, no sabemos en qué lugar del poema se situaba, si tras la muerte de Agamenón, tras la de Egisto y Clitemestra, llevados por Hermes, o en una visita de Orestes previa a la venganza, o tras el entierro de Tiresias[13]. El hecho es que en esa visita al Hades aparecía una descripción de sus horrores (fr. 3, 11) y asimismo debía hacerse referencia a los grandes condenados mitológicos. Nos consta al menos que se aludía a Tántalo, según el fr. 10. Tántalo era antepasado de los Atridas y su inclusión en el Regreso de los Atridas se justifica plenamente. En la Odisea[14] se describe el suplicio de Tántalo, pero de modo diferente al de nuestro poema:
También vi a Tántalo, que padecía crueles sufrimientos de pie en un estanque. El agua le llegaba hasta la barbilla. Estaba sediento, pero no podía tomarla para beber, pues cuantas veces se agachaba el anciano, deseoso de beber, tantas veces el agua desaparecía, embebida, y en torno a sus pies aparecía la negra tierra; una divinidad la secaba por completo. Por cima de él, unos árboles de frondosa copa prodigaban su fruto, perales, granados, manzanos de espléndidos frutos, dulces higueras y olivos en sazón. Cuando el viejo se enderezaba para tomarlas en sus manos, el viento las lanzaba hacia las nubes sombrías.
La versión de un Tántalo con una piedra suspendida sobre él aparece, además de en Regresos, en Arquíloco, Píndaro, Alceo y Alemán[15]. Lo que no es posible determinar es cuál de las dos versiones del mito es la más antigua.
Severyns[16], basándose en diversos escolios, piensa que son interpolados en la Odisea y procedentes de los Regresos, los versos que se refieren a Sísifo[17]:
También vi a Sísifo, presa de violentos dolores, cargando una tremenda peña en ambos brazos. Hacía fuerza con manos y pies, e iba empujando la peña cuesta arriba, hacia una colina, pero cuando iba a sobrepasar la cima, entonces una fuerza la hacía volver atrás y en seguida se iba rodando hacia el llano la despiadada peña. Él, no obstante, la empujaba de nuevo, tenso; el sudor brotaba de sus miembros y de su cabeza se levantaba polvo.
De otra parte, en la visita al Hades se hacía referencia también a una serie de heroínas, como en la Odisea. El catálogo de los Regresos coincide en general con el ofrecido por la Odisea. Así, en los fr. 4 y 5 se alude a Mera y Clímena, que se mencionan en la Odisea[18] juntas y al lado de Erífila. Es verosímil por tanto que la alusión del fr. 8 de Regresos se refiriera también a este personaje, a cuya culpabilidad en la muerte de Anfiarao ya aludimos en la introducción a la Tebaida.
En el fr. 7 se cita a Antíopa, que también aparece en la Odisea[19] como también son personajes de este poema Tiro y Alcmena, mencionadas en el fr. 12[20]. De Tiro se nos dice que estaba enamorada del río Enipeo, que la poseyó Posidón, tras haber tomado la figura de aquél y que Tiro quedó encinta y parió a Pelias y Neleo. De Alcmena, esposa de Anfitrión, que la poseyó Zeus y que tuvo de él a Heracles.
Por último, aunque Homero no la menciona, parece que en el catálogo se incluía también a Medea (fr. 6), cuya historia es bien conocida a través de la famosa tragedia de Eurípides que lleva su nombre, y aludida, como se verá, en otras producciones épicas antiguas. En este fragmento se trata concretamente de la cocción de su suegro Esón para volverlo a la juventud, empresa en la que Medea pudo triunfar por sus conocimientos de hechicería.
Volviendo a las peripecias del viaje de vuelta, sabemos por Homero[21] que Menelao y Ulises coincidieron en Lesbos y que Ulises venció allí en la lucha a Filomeleides. Homero no habla de la presencia de Agamenón en este lugar, pero en cambio Safo[22] alude a una detención en Lesbos de ambos Atridas, hasta que consiguieron un viento favorable:
Ojalá apareciera junto a mi, que lo suplico, tu graciosa figura, soberana Hera, a la que por sus preces vieron los famosos reyes hijos de Atreo. Una vez que llevaron a término muchísimas empresas, primero en torno a Troya, en el mar luego, tras haber partido hacia aquí, no pudieron llegar al final de su ruta hasta que te invocaron a ti, a Zeus el de los Suplicantes y al encantador hijo de Tíona[23]. Ahora socórreme con afable talante, según tu tradición.
Esta leyenda local de Lesbos quizá remonta a los Regresos.
Continuando con el resumen de Proclo, éste alude a la tempestad en torno a las Rocas Caférides. Si a ello se añade el fr. 1 que menciona a Nauplio, se hace verosímil que en el poema que nos ocupa se recoja un tradición que nos narra el Pseudo-Apolodoro[24]; según la cual, Nauplio, padre de Palamedes, al conocer la muerte de su hijo decide vengarse, y así:
Una vez que se enteró del regreso de los griegos hacia su patria, encendió los fuegos de señales en el Cafereo, que ahora se Itama Xilófago[25]. Entonces los griegos, al acercarse a la orilla en la idea de que era un puerto, perecieron.
Tras este desastre se narraba la muerte de Áyax Locrio, perseguido por la cólera de Atenea como ya sabemos por el sacrilegio cometido ante su imagen que narraba el Saco de Troya. Dejamos de nuevo en este punto la palabra a Homero[26]:
Áyax sucumbió con sus naves de largos remos. Primero lo allegó Posidón a las grandes rocas Gireas y lo sacó sano y salvo del mar. Se habría librado de la muerte, aun aborrecible como era para Atenea, si no hubiera proferido palabras soberbias y no se hubiera enajenado. Afirmó que a pesar de los dioses escaparía del gran abismo del mar. Posidón le oyó proferir estas soberbias palabras. Así que, tomando al punto en sus fuertes manos el tridente, golpeó la roca Girea y la hendió. Una parte se quedó allí, pero la otra cayó al mar. Sentado en ésta precisamente era donde Áyax se había enajenado. De modo que se lo llevó consigo al mar inmenso de alborotado oleaje. Así fue como murió allí, tras haber bebido el agua salina.
La narración se centra entonces en Neoptólemo. A este respecto disponemos de un relato coincidente con el resumen de Proclo, pero algo más amplio, en el Epítome del Pseudo-Apolodoro[27]:
Neoptólemo, después de haberse detenido en Ténedos dos días por consejo de Tetis se encaminó a pie al pais de los molosos, con Héleno. En el camino, entierra, a su muerte, a Fénix. Tras vencer en combate a los molosos, reina sobre ellos y engendra de Andrómaca a Moloso.
Héleno, tras fundar una ciudad en Molosia, la habita y Neoptólemo le da a su madre Deidamía por esposa. Cuando Peleo fue expulsado de Ftía por los hijos de Acasto[28] y murió, Neoptólemo recuperó el reino de su padre.
El Pseudo-Apolodoro no alude al encuentro con Ulises en Maronea, pero Homero sí menciona una referencia a la estancia de Ulises en ese lugar[29] al hablar de
un pellejo de cabra con negro vino dulce que me dio Marón, hijo de Evantes, sacerdote de Apolo, que tutela Ismaro, porque lo salvamos, junto con su hijo y su mujer, respetándolo, pues habitaba en un frondoso bosque consagrado a Febo Apolo.
Posteriormente se narra el regreso de Agamenón a su patria, al término del cual el Atrida perece asesinado por su esposa Clitemestra y el amante de la misma, Egisto. Homero conoce múltiples detalles de la leyenda. Para empezar, nos cuenta el lugar en el que Egisto tenía su reino, lugar al que precisamente arriba Agamenón[30].
Pero cuando iba a llegar al elevado monte de Malea, entonces una tempestad arrebatándolos, se los llevó a todos a través del ponto pródigo en peces, entre profundos gemidos, hasta el extremo de un territorio donde antaño habitaba sus palacios Tiestes, pero entonces habitaba el Tiestíada Egisto.
Egisto no va a la guerra de Troya. En efecto, en el «Catálogo» de la Ilíada no se menciona Citera que, de acuerdo con Andrón[31], era la isla habitada por Tiestes. Y Néstor refiere en la Odisea la actividad de Egisto[32]:
Nosotros permanecíamos allí, llevando a cabo múltiples empresas, mientras él permanecía tranquilo en el fondo de Argos, criadora de caballos, perseverando en seducir con sus palabras a la esposa de Agamenón.
Ella, la divina Clitemestra, rehusaba al principio la vergonzosa acción, pues tenía una mente noble y a su lado se hallaba también el aedo al que había encargado con mucho interés el Atrida, al partir hacia Troya, que guardara a su esposa. Pero cuando el destino de los dioses la impulsó a dejarse dominar, entonces se llevó al aedo a una isla desierta y lo dejó allí para que sirviera de pasto y presa a las aves de rapiña.
Consintiendo él, se la llevó a ella, que también consentía, a su casa. Muchos fueron los perniles que quemó sobre las sacras aras de los dioses y muchas las ofrendas que colgó: vestidos y oro, por haber llevado a cabo una gran hazaña que no esperaba en su fuero interno.
La situación se mantiene así hasta el regreso de Agamenón. Entonces los acontecimientos se precipitan. Es Agamenón en el Hades el que narra ahora su propia muerte[33]:
Egisto tramó mi muerte y mi destino. Me dio muerte con mi funesta esposa, tras invitarme a entrar en casa y a un banquete, como quien mata a una vaca en el pesebre.
Así fue como morí, de la muerte más desdichada, y a mi alrededor, otros camaradas perecían sin pausa, como cerdos de blancos colmillos para una boda, un festín a escote o un floreciente banquete.
Tú ya te enfrentaste a la matanza de muchos hombres, que murieron en liza singular o en el poderoso combate. Pero mucho más te habrías apenado en tu ánimo al ver aquéllo, cómo en torno a la crátera y a las mesas colmadas yacíamos en el palacio y todo el piso humeaba de sangre.
Oí también la voz más digna de lástima, la de la hija de Príamo, Casandra, a la que mataba la artera Clitemestra a mi lado. Yo, en tierra, levantaba mis manos, a punto de morir, herido por la espada. Pero ella, la cara de perra, se alejó, y aunque yo me encaminaba ya al Hades, no se dignó cerrarme los ojos con sus manos o cerrarme la boca.
Posiblemente pertenece a esta escena de lucha el fr. 13. Como resultado del asesinato, Egisto se hace con el poder hasta la llegada de Orestes.
Es de nuevo Homero quien nos narra la venganza[34]:
Siete años reinó Egisto sobre Micenas la abundante en oro, tras el asesinato del Atrida, y el pueblo le estaba sometido. Pero al octavo llegó por su mal el divino Orestes, de vuelta de Atenas y mató al asesino de su padre, a Egisto, de dolosa intención, porque había dado muerte a su glorioso padre. Después de matarlo, ofreció a los argivos un banquete fúnebre por su aborrecible madre y por el cobarde Egisto.
En la Odisea no se menciona a Pílades, focense amigo de Orestes, que posteriormente juega un papel principal en la leyenda y que aparecía en los Regresos. La amistad de los jóvenes se iniciaba en Fócide, cuando Orestes es enviado allí secretamente para escapar de la muerte tras el asesinato de Agamenón.
Hay que mencionar por último que la referencia del fr. 9 a las bodas de Telémaco y Circe y de Telégono con Penélope deriva probablemente de un error. Cf. lo que decimos al respecto en la introducción a la Telegonía. Tal interpretación parece más probable que pensar que, dado que es el fragmento que atribuye los Regresos a un colofonio, se trate de otra obra que incluía este episodio posterior a la muerte de Ulises.
4. Bibliografía
Ediciones: KINKEL, Epicorum…, págs. 52-56; ALLEN, Homeri opera, págs. 140-143; Class. Rev. 27 (1913), 191; EVELYN-WHITE, páginas 524-528.
Estudios: RZACH, s.v. Kyklos, en PAULY-WISSOWA, R.E.; SEVERYNS, Cycle…, págs. 370-409; HUXLEY, Greek epic…, págs. 162-168; «A fragment of the Nosti», Par. Pass. 14 (1959), 282-283; H. L. TRACY, «Vergil and the Nostoi», Vergilius 14 (1968), 36-40.
5. Texto seguido para nuestra traducción
Los fragmentos 1 al 12 siguen la edición de ALLEN, Homeri opera, págs. 140-143, con la salvedad de que presento el fr. 8 más completo, para incluir en él el fr. 1 de Antímaco de Teos de KINKEL, Epicorum…, pág. 247. El fr. 13 sigue ALLEN, Class. Rev. 27 (1913), 191, pero no traduzco el que ALLEN numera allí como 14, porque es nuestro 8 de la Tebaida. 14A y 14B son dos menciones de Heródoto recogidas por ALLEN ibidem, sin número. El 15 es el publicado por HUXLEY, «A fragment of the Nosti», Par. Pass. 14 (1959), 282-283.