Veinticuatro

 

 

 

 

—Uno, dos, tres... ¿Cuántas estrellas ves? —Preguntó mi padre, inesperadamente a mi espalda, sacándome de mi ensimismamiento al tiempo que alzaba la mirada para depositarla en el estrellado y despejado cielo que se mostraba ante nosotros y al cual, precisamente, observaba con detenimiento.

—Muchísimas —respondí, dejando que mi cabeza recayera sobre su pecho y percibiendo, a la par, como me abrazaba con ternura—.  Tantas que no sé definir donde comienzan o donde terminan.

—¿Cómo lo que te tiene así?  ¿Tan abstraída?  Ni siquiera tocaste la cena, palomita.

¿Podía mentirle?  ¿Engañarlo, quizás?  No.  Eso ya lo había hecho antes y nada menos que con creces.

—¿Qué sucede?

—No tenía apetito, papá, y si realmente lo supiera, créeme que no me sentiría como me siento.

—¿Mal de amores? —Comentó, inevitablemente—.  ¿O temores?

Podía afirmar con suma seguridad que lo primero iba directamente entrelazado con lo segundo.

—¿Cómo me conoces tanto, Renato Villablanca?

—Tal vez, ¿porque soy tu padre? —Sonrió a la par que me regalaba uno de sus cálidos besos en mi coronilla—.  ¡Vaya!  Eso se oyó más a “Darth Vader” en la guerra de las galaxias que a mí.

—Pues, siendo “Darth Vader” o no el que lo haya dicho, tú sigues siendo mi único padre.

—Y tú la más bella y radiante estrella de mi firmamento —sentenció.

Cerré los ojos mientras me aferraba a él como si, de un momento a otro, temiera perderlo.

—No me gusta verte así, Magda.

—No me gusta sentirme así —evoqué necesariamente el beso que Emanuelle me había regalado como despedida.

—Entonces, deja que haga algo por ti.

No comprendí que quiso decir con eso hasta que se separó de mí unos cuantos centímetros y terminó sacando algo desde el interior de uno de los bolsillos de su chaqueta oscura de vestir que... ¡Por Dios!... terminó sobresaltándome.  Porque aquello era...  ¿Un boleto de avión?  ¿Para mí?

—Todavía no es mi cumpleaños —manifesté completamente asombrada, fijando la vista en lo que sostenía en una de sus manos frente a mi pálido y absorto semblante.

—Lo sé, pero dentro de un mes sí lo será y me gustaría, solo si así lo deseas, que pudiéramos celebrarlo por primera vez juntos, pero en Ámsterdam.

—¿En Ámsterdam? —Vociferé fuera de mis cabales ante la tamaña impresión que me ocasionó el destino de ese boleto—.  Estás...

—¿Loco?  Siempre, palomita.  Chiflado, un poco tal vez.  ¿Totalmente cuerdo? Por el bien del sujeto de allá arriba, espero que nunca —bromeó, sonriendo de maravillosa manera logrando que yo lo hiciera de la misma forma que lo hacía él.

—No iba a decir precisamente eso —corregí embobada desde la punta de mi cabeza hasta cada uno de mis pies ante tan increíble obsequio adelantando que había recibido de su parte—.  Pero tú estás... ¿seguro que deseas que yo...?

—A ver, palomita mía —colocó sus manos en cada uno de mis hombros para que todo lo que pudiera ver fueran sus ojos—.  ¿Con quién crees que ansío estar toda mi vida?

—Mmm... ¿Con Kate Moss y Angelina Jolie al mismo tiempo? —Le otorgué un guiño consiguiendo, en tan solo un segundo, que riera a carcajadas frente a mi inesperada acotación.

—No me des a elegir, por favor, que este cuerpo todavía no está del todo inerte.

Moví mi cabeza sin siquiera pensar en aquello.  ¿Mucha información para mí?  Y, ciertamente, la que no pedí oír del todo y en tan poco tiempo.

—Pero no, hija, no me refería expresamente a esas dos guapas bellezas, sino a ti.

—¡Vaya!  Muchas gracias por lo que me toca.  Eres tan considerado.

Volvimos a reír como dos locos sin remedio, pero sin obviar el tema en discusión.

—Te quiero conmigo —pronunció así sin más, pero dejándomelo más que en claro con su sereno y, a la vez, honesto tono de voz—.  Te quiero a mi lado, palomita.

Temblé ante sus palabras.  Temblé ante mis ineludibles recuerdos que me erizaron la piel.  Y temblé, al evocar nada menos que a Emanuelle y a David Garret.

—Y sé que te tendré —agregó—, pero cuando tú lo creas necesario.

Suspiré, cerrando por un largo momento los ojos.

—No voy a obligarte a que lo aceptes.  Lo sabes, ¿verdad?

Asentí sin conseguir todavía admirarlo.

—Menos te obligaré a que tomes una apresurada decisión que ponga en duda lo que, por ahora, estás sintiendo —.  Con su mano libre tomó una de las mías en la cual, quedamente, depositó el boleto de avión—.  Solo quiero que lo tomes como una posibilidad, como una opción o, tal vez, como una forma de comenzar desde cero.

Comenzar dejando todo atrás y también lo que poderosamente sentía por esos dos hombres tan diferentes, pero a la vez tan parecidos.

—Papá —articulé tras abrir de par en par mi oscura mirada—.  ¿Se puede amar a dos personas a la vez sin que todo el mundo piense o crea que eres una condenada zorra por hacerlo?

Mi padre sonrió de medio lado mientras que, cariñosamente, acariciaba el contorno de una de mis mejillas, diciendo:

—¿Desde cuándo te preocupa lo que lo demás digan o piensen de ti?

¿Desde que me había convertido en una zorra por accidente, por ejemplo?  Y... ¿desde que había empezado a querer más de la cuenta a David y a Emanuelle?

—Bueno, yo...

—Lo que tú sientas es solo tuyo —manifestó decididamente—, y a quien o a quienes tú ames solo debe importarte a ti.  ¿Para qué condicionarte si eres completamente libre para hacerlo?  Es tu vida, Magda, son tus decisiones, son tus actos y es tu corazón —especificó, colocando una de sus manos a la altura de mi pecho—, para bien o para mal y le pese a quien le pese.  Dime una cosa, ¿quién manda aquí?

—Solo yo —afirmé convencidísima cuando él asentía dándome la razón.

—Así es.  Porque con tu corazón siempre podrás amar a muchas personas, pero con tu alma definitivamente no.  Eso ya es muy distinto, Magdalena.

Sin cesar de parpadear, entrecerré la vista al instante.

—¿Muy distinto? —Formulé confundida—.  ¿Por qué tan distinto?—Deseé saber.

—Deja que te lo explique de esta forma.  Dicen que siempre llegarán dos hombres a la vida de una mujer: su alma gemela y el amor de su vida.  El alma gemela cuidará de ella, la hará sentir bien, la acompañará en los momentos difíciles, la escuchará y será lo que siempre ella ha soñado.  Pero por el contrario, el amor de su vida la hará llorar y casi nunca estará disponible cuando lo necesite.  A veces, romperá su corazón, pero no con la intención de hacerlo y cuando esté lejos lo necesitará cerca porque sin él ella no estará completa.  Entonces, cuando se dé la oportunidad en la que ambos aparezcan al mismo tiempo su mente se volverá un caos y en ella solo habrá confusión y empezará a preguntarse... ¿Se puede amar a dos personas a la vez?  Y cuando lo sepa y esté del todo segura se responderá así misma: con el corazón sí, pero con el alma tan solo a una. 

«Con el corazón sí, pero con el alma tan solo a una».

—¿A quién crees que ella elegirá?

Tragué saliva con dificultad al mismo tiempo que solo un rostro invadía por completo mi mente.

—¿Conoces la respuesta? —Insistió.

—Sí, creo que ya la tengo —respondí totalmente convencida de ello.

—¿Y cuál es, Magdalena?

—Ella elegirá al amor de su vida, papá, porque, a pesar de todo, es él quien siempre gana.

—Y porque el amor de tu vida no te mira con los ojos, mi amor, sino que lo hace siempre con su alma.

***

Mi madre acudió muy temprano al taller y nada menos que para llevarme con ella a la ciudad para que desayunáramos y charláramos sin que nada ni nadie nos interrumpiera.  ¿De qué?  Creo que responder no viene al caso después de todo lo que oí salir efusivamente de sus labios.  Porque con ello comprendí a cabalidad dónde se había ido a meter específicamente Renato “Misterio” Villablanca en su desaparición del día de ayer.  ¡Gracias, papá!  Yo también te quiero.

Al menos, al oír mi historia de principio a fin, “La Doña” se había comportado como toda una mujer adulta sin estallar en lágrimas, histeria u otro sentimiento irracional que la mayoría del tiempo terminaba sacándola olímpicamente de sus casillas.  ¡Bravo! Aunque, la verdad, tengo que admitir que mi madre ansiaba por todos los medios probables y los improbables también, estamparle una grandísima demanda a Loretta, la que yo le exigí por su propio bien y por el mío que no lo hiciera porque... ¿Quería agregarle más problemas a mi jodida existencia ahora que las aguas se estaban aquietando?  ¡No, señor!  ¡Olvídalo!  ¡Jamás!  ¡Ni lo sueñes!  Ya me había hartado de los los líos y librado de la zorra mayor tras nuestra charla, de cierta manera y claro está, pero sabía y algo me lo decía con creces que no faltaba mucho tiempo para que todo esto terminara de una buena vez y así pudiera colocarle al fin a mi condenada historia un merecido y concluyente punto final, obviamente dejando de lado el dichoso y añorado “y vivieron felices para siempre”. 

Sonreí mientras hacía ingreso al taller llevando mis auriculares puestos en los oídos y al mismo tiempo que tarareaba una pegajosa canción que llamó poderosamente la atención del Gringo y la de Gaspar cuando la escucharon, quienes trabajaban incansablemente junto a otros mecánicos en lo que parecía ser uno de sus famosos “prototipos” que me dejó, literalmente, babeando al admirarlo a la distancia.  Porque... ¡Wow y más wow!  Ese vehículo era irreal, increíble, un completo sueño a la vista de cualquiera y un modelito al cual yo ya quería meterle mano o, en este caso, pie para claramente sacarle algo más que unas cuantas millas de kilometraje.

Y así, sin dejar de contemplarlo, seguí caminando de espaldas hacia la entreabierta puerta de la oficina aún tarareando la misma pegajosa canción, pero sin darme cuenta de quien esperaba por mí en ese sitio.  Hasta que lo tuve enfrente, hasta que reaccioné y, ¡vaya que me sorprendió su presencia!, encandilándome la mirada y encediéndome la piel con el iniguable color de sus ojos azul acero que volvía a tener frente a mí en ese exacto momento.

—¡Santo Dios! —Vociferé eufórica al ver a David situado a un costado de la ventana, tal y como si hubiera visto a un fantasma, pero no a uno cualquiera sino a uno en particular, quien al oírme se volteó rápidamente hacia mí tras dedicarme una sugerente sonrisa con la cual, aparte de cautivarme, me aniquiló por completo la existencia, logrando que perdiera mi maravilloso poder de concentración en tan solo un instante.

—No es precisamente ese mi nombre, pero creo que de igual forma haces referencia a mi persona con ello, ¿verdad?

Eeeeehhh...

—Magdalena...

—Sí, por supuesto, claro, obvio... seguro —.  ¿Qué rayos había dicho?

Sonrió aún más prominentemente al escucharme balbucear incoherencias mientras se animaba a dar sus primeros pasos en dirección hacia mí o... ¿hacia la puerta?, para cerrarla del todo y decir:

—¿Podrías otorgarme un momento de tu tiempo?  Me gustaría que pudiéramos hablar, por favor.

Tragué saliva apartándome los auriculares de mis oídos y pidiéndole al señor de allá arriba mucha, pero mucha sensatez, además de serenidad para enfrentar lo que fuera que iba a enfrentar con él sin que de mi bendita boca saliera alguna tontería o un mero disparate.

—¿Hablar? —.  ¡Pedí sensatez, señor, sensatez!  ¿Qué no me estás oyendo?

—Eso fue lo que dije —me corroboró, situándose frente a mí para admirarme de mejor manera—.  Tres días sin saber de ti, tres días sin escuchar tu voz, tres días sin verte para un tipo como yo ya es demasiado tiempo.  ¿Cómo estás?  ¿Cómo va todo?

¿Tres días?  ¿Ya habían transcurrido tres días?  ¡Enfoca y centra tus ideas, Magda! ¡Enfócalas de una vez por amor de Dios!

—Estoy bien y mi padre ha llegado desde Ámsterdam, así que... —sonreí a medias ansiando decir lo que no me atreví a expresar.  Qué bonito, ¿no? ¡Rayos!—... todo mejora.  Gracias.

—Eso suena muy bien.  Me alegro que así sea.

Asentí tras suspirar y suspirar y suspirar.

—Al menos, conseguiste descanzar unos días de mí.

¡Ouch!

—Y tú de mí —clavé la vista en el piso para necesariamente evadir la suya.

—Lamento decir en mi defensa que eso no es del todo correcto, señorita Mustang.

¿Ah no?  Y como si hubiera oído y vaticinado que mi mente formularía aquella interrogante respondió:

—No.  ¿Y deseas saber el por qué?

¡Sí! ¡Sí lo quería y nada menos que ahora mismo!  ¿Puedes decírmelo ya?

—Porque ya no puedo sacarte de mi mente por más que así lo desee, Magdalena.  Y por más que tú lo quieras, tampoco logro arrancarte de mi corazón.

Instantáneamente, alcé la mirada hasta depositarla en la suya, y en todo el conjunto de sus rasgos faciales que, con solo verlos, conseguían hacerme perder la razón.

—No estás hablando...

—Muy en serio —me interrumpió—.  Tanto que me asombra sentir lo que por ti siento.

Abrí la boca, pero me obligué a cerrarla al percibir como sus cálidas manos se apoderaban sutilmente de las mías.

—Se supone que después de un engaño y un posterior quiebre matrimonial, que no es grato recordar, un hombre deba tener miedo a sentir algo por alguien más.

—David, no tienes que hacer esto...

—Lo sé, pero tampoco quiero callarlo.

Y el brillo de sus ojos así me lo estaba más que confirmando.

—Por favor, ¿puedo proseguir?

Nos observamos por algo más que un extenso instante en el cual ninguno de los dos necesitó nada más que perderse en la incomparable claridad de la vista del otro.

—Por mucho tiempo creí que Monique era la mujer de mi vida con la cual quería estar y formar una familia, pero ya ves... nada dura para siempre por más que así lo deseemos.  Porque todo lo que soñé, todo lo que pretendí llevar a cabo, todos y cada uno de mis sueños, planes y esperanzas se las llevó el viento al comprobar, con mis propios ojos, lo que hacía tras mi espalda, engañándome, pero no con un hombre, sino con el que se le cruzara por delante —confesó, suspirando como si lo necesitara, al mismo tiempo que lo hacía yo mientras oía y, a la par, pretendía comprender y asimilar lo que la perra afgana había hecho teniéndolo a él a su lado.  ¿Qué estaba completamente chiflada, además de desquiciada o qué?—.  Cuando lo supe y lo comprobé me lo pregunté tantas y tantas veces, diciéndome: “¿en qué fallaste como hombre, David?  ¿Qué no hiciste por ella como esposo, como amigo, como amante y como quien más la amó en su vida?

«Seguramente, se lo diste todo y más a quien no se lo merecía.»

—Sinceramente, aún me lo seguía preguntando una y otra vez hasta que te vi, te conocí y todo lo que estuvo estancado por tanto tiempo comenzó, lentamente, a fluir y a tomar un rumbo diferente —sonrió al entrelazar todavía más nuestras manos, consiguiendo con ello que yo avanzara hacia él—.  Tenía tantos fantasmas en mi cabeza, Magdalena, tanto dolor, tanta ira acumulada, tantas ganas de mandar todo a la mierda, pero apareciste tú, así sin más, y te encargaste directa o indirectamente de que “mi carga” se fuera haciendo más ligera e insignificante, tal y como si no existiera.

Ahora fue mi turno de sonreír mientras que, con mi mano libre, acariciaba la barba de tres días que llevaba alojada en su semblante.

—Y que no sé cómo debo llamar.

«Por favor, no digas gratitud.  ¡Por lo que más quieras, David, todo menos eso!»    

—Porque no es precisamente gratitud lo que por ti siento.

—Y... ¿qué es lo que sientes? —Quise saber, ansié saber, deseé saber, preguntándoselo como si toda mi jodida existencia dependiera de la respuesta que iba a darme.

—Siento que me haces falta, siento que ya no puedo dejar de pensar en ti.  Siento que necesito verte más de lo habitual, llamarte, oírte... no lo sé.  ¿Te parezco, quizás, un psicópata?

Solo consiguió liberar de mí unas cuantas carcajadas que no pude reprimir por más que así deseé hacerlo mientras advertía como él enarcaba una de sus castañas cejas bastante preocupado al respecto.

—No eres precisamente un psicópata, David.

—¿Aunque también sienta que te extraño y necesito tanto por las noches como en el día?

—¡Vaya!  Y no comprendes el por qué, ¿verdad?

Movió su cabeza de lado a lado tras soltar mis manos y con ellas ascender hasta dejarlas caer, una a cada lado de mi cabeza, añadiendo:

—Lamentablemente para ti, sé muy bien cual es la respuesta a ese por qué.

¡No es justo!  ¿Por qué todo el mundo conocía las respuestas a las preguntas que se formulaban y yo todavía no conseguía responder ni siquiera una sola de las mías?

—¿Lo... sabes? —Inquirí con temor—.  ¿Seguro que... lo sabes?

Asintió cuando ya se encargaba de hacerme desfallecer al rozar el puente de su nariz con la fina línea de mi mandíbula.

—¿Y me la dirás?

—No —ronroneó junto a mi oído, logrando que todo de mí temblara ante su placentero y tibio aliento que se alojó en la curvatura de mi cuello, erizándome con él la piel y hasta el más mínimo vello de mi cuerpo.

—¿No? —Me relamí los labios ante las maravillosas sensaciones que me otorgaba su significativo y sensual gesto—.  ¿Entonces?

—Pienso demostrártelo una vez más —susurró muy seguro cuando su ávida boca tentaba a la mía a jugar un peligroso juego de seducción en el que prontamente sabía que caería completamente rendida.  

—¿Cómo?

—Nada menos que así —concluyó, apoderándose inevitablemente de mi boca en un desesperado y apasionado beso que me dio, consiguiendo abrir en mí el apetito voraz que sentía por ese hombre, quien me aferró a él como si su vida dependiera de ello derrochando en cada caricia, en cada movimiento, en cada gimoteo de absoluto placer toda su sensualidad e increíble sexualidad que salía expedida, como bala de cañón, por cada uno de los poros de su cuerpo.  ¿Y qué sucedió conmigo?  Pues... ¡Ay madre santa!  Me dejé llevar, me dejé arrastrar, me dejé tentar por todo lo que me ofrecía, por todo lo que me brindaba al recorrer cada ínfimo espacio de mi boca con su lengua, devorándome, penetrándome, volviéndome una soberana dependiente y loca, pero no solamente “de” y “por” ella, sino también de sus manos que ascendían y descendían con exaltación y ardor, y sin una sola pizca de sutileza, por cada pedazo de mi cuerpo que lo anhelaba nada menos que a gritos—.  Te deseo tanto, tanto, tanto... —logró balbucear mientras continuábamos besándonos como si el mundo fuera a acabar en tan solo un segundo con nosotros dos—... tanto que... —ansié gritarle con todas mis fuerzas “¡Tómame ahora mismo, semental!  ¿Qué demonios estás esperando?”, pero me contuve ante el inesperado movimiento que realizó al levantarme y separar mis pies del piso y así, llevarme en andas hacia el escritorio de Gaspar en el cual me montó mientras que, por mi parte, separaba mis piernas para con ellas aferrarme a sus caderas porque esto, señoras y señores, estaba comenzando.

Y así lo comprobé cuando mis manos le apartaron con suma rapidez la chaqueta que vestía, la corbata gris que desanudé y le quité en menos de dos segundos, un par de botones de su camisa que conseguí arrancar mientras él hacía lo mismo con la camiseta que yo llevaba puesta, dejándome con tan solo mi sujetador al descubierto.  Porque, al parecer, nada ni nadie podría detenernos.  ¡Qué va!  Nada ni nadie osaría parar el irrefrenable deseo y la excitación que nos quemaba la piel en ese instante en el cual... ¡Mierda!  ¡Pero del verbo mierda!  Sí, sí, ya sé que “mierda” no es precisamente un verbo sino una maldita palabrota que nos quedó como anillo al dedo y que ambos utilizamos al unísono al oír como mi móvil empezaba a sonar una y otra vez sin detenerse.

Jadeé.  ¡No, señor!  Gemí, suspiré y creo que hasta gruñí como una fiera en celo al escuchar como el condenado vibraba y no cesaba de sonar al interior del bolsillo trasero de los jeans que yo llevaba puestos.  Porque mi maravillosa suerte no me podía estar jodiendo así.  ¿Con qué fin, eh?  ¡¡¿Con qué fin?!! Ahora que David se estaba encargando de exorcizar todo lo que Emanuelle había dejado inserto en mí tras su beso de despedida.  Pero no, tenía que suceder justamente ahora, ¿verdad?  Sí.  ¡Tenía que ocurrir y nada menos que ahora!

—Si no contesto ya sabes que sucederá —murmuré.

—Hazlo —me desafió sonriendo con perversidad—, mientras yo me ocupo de ti y de todo tu cuerpo.

¡Ja!  Por mí encantada, Mister.  Pero la verdad era otra y al sacar el móvil desde la parte trasera de mi pantalón la descubrí, apartándome de él como si hubiera recibido en ese momento una poderosa descarga eléctrica al contestar y reconocer, fehacientemente, la voz femenina de quien la efectuaba.

—Sí, soy yo.  Aquí estoy —al oír la voz de Loretta sentí que mi respiración me abandonaba—.  De acuerdo.  Dame un segundo, por favor —busqué afanosamente mi camiseta hasta que di con ella, la levanté del piso, me acerqué a la mesa de trabajo de Gaspar y terminé estampándosela a David en el pecho, para luego buscar lápiz y papel y así escribir lo que ella me diría—.  Ya está —anoté lo que a todas luces deduje que eran las coordenadas de nuestro último encuentro—.  Lo tengo.  Sí, conozco el sitio.  Okay.  Ahí estaré —inhalé bastante aire tras finalmente depositar mi inquieta y a la vez atribulada mirada sobre los confusos ojos de David que no cesaban de observarme—.  Nos vemos esta noche —y colgué, oyendo a la par los gritos ensordecedores de Gaspar que lograron estremecerme al colmar con creces cada recóndito espacio de esa habitación en la cual David ya empezaba a recoger del piso tanto su corbata como su chaqueta de color azul del traje que vestía—.  ¿Qué demonios fue...? —Pretendí preguntar más no conseguí hacerlo.

—¿Esta noche? —Me interrumpió Garret alcanzándome la camiseta—.  ¿Puedo saber qué sucederá esta noche, Magdalena?

—Sí —afirmé sin querer engañarlo—.  Todo se acaba para Leonora —pero los gritos del Australopithecus Histéricus se oían cada vez más y más fuertes, desconcertándome—.  ¿Pero qué demonios es eso? —Tomé mi prenda de vestir, la cual me coloqué al tiempo que él también comenzaba a colocarse las suyas.

—No lo sé, pero iré contigo —respondió encarecidamente, conmocionándome, porque... punto 1: no se refería a ir conmigo a ver qué rayos sucedía con El Gringo y con Gaspar.  Punto 2: lo quería lejos de esto.  Punto 3: si se daba cuenta de quien era realmente “su amigo” Martín De La Fuente ya sabía yo la que se iba a armar.  Punto cuatro: no hay más puntos, así que... ¡olvídalo, Mister!

—Me vas a escuchar y lo harás...

—Magdalena...

—Sin interrupciones, ¿de acuerdo?

Suspiró algo molesto.

—¿De acuerdo? —Insistí avanzando hacia él—.  Por favor —pedí con la voz suplicante mientras mis manos se posicionaban en su atractivo semblante—.  ¿Puedes hacerlo por mí?

—Ten por seguro que puedo hacer eso y mucho más por ti.

Sonreí al tiempo que mi boca volvía a besar la suya, pero esta vez con un cierto dejo de delicadeza.

—Aún así, no vendrás conmigo —le solté de golpe—, Por tu propio bien, no vendrás conmigo, David.

Me admiró bastante confundido sin siquiera parpadear.

—Dame una buena razón para meditarlo.

Tragué saliva y pedí clemencia a Alá, Buda, Krishna y a Jesucrito Superstar. ¿Por qué?  Porque los necesitaba a todos reunidos en este momento intercediendo por mí ante lo que iba a expresar y que, de seguro, David no iba a “meditar” tan serenamente cuando lo oyera.

—Martín De La Fuente.  No me preguntés el por qué.

Enarcó una de sus castañas cejas al instante.

—Sí, sí lo haré y me lo dirás ahora mismo.

—¡A la mierda, Gringo!  ¡El negocio se nos ha ido a la mismísima mierda! —Gritó Gaspar con suficiente efusividad como para echar abajo el taller, consiguiendo con ello que me volteara rápidamente hacia la puerta, preocupadísima, preguntándome: “¿negocio y mierda en la misma oración?”.  Eso no sonaba para nada bueno.

—Dame un segundo o esos dos terminarán decapitándose.  Ya regreso.

—Magdalena, aún no me has respondido lo que quiero saber con respecto a... —pero no corrió con tanta suerte al verme salir, disparada segundos después, hacia donde ambos se encontraban discutiendo a viva voz—.  O tal vez sí —se dijo, arrugando el entrecejo al mismo tiempo que dirigía su andar hacia el escritorio de Gaspar donde encontró el papel que yo había escrito con anterioridad, el cual leyó en voz alta un par de veces, añadiendo—: “Radisson. Bar del hotel.  Veintidos horas” —entrecerró la mirada sin relajar el gesto—.  Muy bien, porque también conozco ese lugar.  Así que... nos vemos esta noche, Magdalena.

***

—¡Estás loco si crees que lo haré!  ¡No me pidas eso! —Chillaba Monique desesperada mientras discutía con Martín en la sala de su departamento, hasta donde él había llegado esa mañana tras recibir el inminente llamado de Loretta.

—No te lo estoy pidiendo, sino exigiendo.  ¿Qué no sabes diferenciar una palabra de la otra, corazón? —Demandó con suma altanería mientras la arrinconaba contra uno de los muros de su casa—.  Por lo tanto, vas a efectuar esa llamada te guste o no porque sabes muy bien que no tengo paciencia para soportar tus patéticos juegos.

Monique tembló de pies a cabeza ante el fiero e implacable sonido de su voz.

—No es un favor, tampoco es una puta sugerencia la que te estoy haciendo.  ¿Qué no comprendes, maldita sea, el español?

—¿Y tú no comprendes cada una de mis palabras? —Lo desafió envalentonada—.  ¿Qué quieres conseguir?  ¿Por qué quieres hacerle daño?

—Porque tiene algo que es mío —le contestó duramente jalándola con fuerza por una de sus delgadas extremidades—.  Y ese “algo” no es esencialmente para un hombre como él.

—¡No me toques, por favor!  ¡No me hagas daño! —Pedía al grado del descontrol intentando apartarlo de su cuerpo.

—¡Entonces hazlo si no quieres que yo...!

—¡Estoy embarazada! —Le gritó con todas sus fuerzas—.  ¡Estoy embarazada y voy a tener un hijo tuyo! —Chilló nuevamente como si no lograra guardar por más tiempo ese temible secreto que le hacía añicos el alma—.  Si David tiene algo tuyo, tú ya tienes algo de él y por partida doble, así que déjalo en paz, ¿quieres?

Martín sonrió a medias tras recobrarse de tamaña impresión que lo había dejado un tanto sorprendido y boquiabierto.

—¿Qué has dicho, Monique?

—¡Qué me dejaste preñada, miserable!  ¡Qué lo di todo por ti y mira lo que conseguí a cambio!

—¿Lo que conseguiste? —Casi se atragantó ante la incoherencia que estaba oyendo—.  ¿Tienes el maldito descaro de refregarme en mi propia cara lo que conseguiste de mí cuando tu culo y tu coño estaban al servicio de cualquiera?

—¡De cualquiera no! —Le gritó, obteniendo de él algo más que un par de sonoras carcajadas.

—Tienes razón.  Discúlpame. Por un instante olvidé mis modales y que llevas colgado en tu pecho un cartel que dice “propiedad privada”, pero no precisamente de mi querido amigo David Garret.  ¡No me jodas!  ¿Quieres?  Vas a llamarlo ahora mismo si no quieres que yo...

—¡No! —Volvió a gritarle al rostro pretendiendo zafarse de su poderoso agarre—.  Ya tuvo suficiente de mí como para ocasionarle más daño.

—¿Suficiente de ti?  Por favor, si jamás lo amaste tanto como lo hiciste con su puto dinero y su posición.  A mí no me mientas, mujerzuela.  A mí menos que a nadie me vas a engañar haciéndote pasar por la esposa arrepentida y abnegada que no eres.  Porque ese rol, querida mía, hace mucho tiempo te quedó bastante grande. 

Monique suspiró con fuerza, enrojeciéndose frente a esa absoluta verdad que no admitía discusión alguna.

—Y además, no me vengas a echar en cara al bastardo que llevas en tu vientre cuando podría ser de cualquiera, ¿me oíste?  ¡De cualquiera!

—¡No es un bastardo, es tu hijo! —Le corroboró, aniquilando en cuestión de segundos la poca paciencia que a Martín le quedaba—.  ¡Del cual debes hacerte cargo!  ¿O crees que me acosté contigo una infinidad de veces solo por bolitas de dulce y placer?

—¡Cierra la boca! —Vociferó al oírla, exaltadísimo—.  Y piénsalo bien antes de volver a exclamar una imbecilidad como esa.

—¡No es una imbecilidad lo que estoy diciendo y...!

—¡Silencio! —La acalló con un endemoniado grito que consiguió helarle a Monique hasta el más ínfimo sitio de su cuerpo—.  Te vas a callar por las buenas o juro que terminaré callándote la boca yo por las malas.  Y sabes muy bien que cuando hablo no bromeo, corazón.

Se contemplaron por algo más que un instante en completo silencio cuando ambos parecían retarse con sus fieras miradas.

—Entonces, haz algo por mí si tanto anhelas que cierre la boca frente a lo que ahora nos une, corazón —le contestó cambiando de inevitable y rotunda manera el curso de esa charla—.  Dinero —articuló sin siquiera adornar esa palabra con alguna otra—.  Eso es lo que quiero a cambio de mi silencio para largarme de aquí, vivir una vida cómoda y terminar de una buena vez con todo esto.

—Pues, ve y pídele ese dinero a tu maridito, cariño.

—No, cariño, te lo estoy pidiendo a ti —le sonrió con descaro antes de finalmente agregar—: y sé que me lo vas a dar porque eres un hombre demasiado inteligente al que no le conviene que esto se sepa y porque... ¿No deseabas que efectuara cuánto antes una llamada telefónica?

—¡Vaya, Monique! —Comentó realmente sorprendido tras su inesperada sugerencia—.  Eres una mujer de una sola línea —ironizó—, tanto que para ti el sucio, pero necesario y vil dinero puede comprarlo todo —suspiró hondamente—.  Desde tu inmenso y considerado afecto por Garret hasta mis magníficas ansias de voltear todo a mi favor.

—Te lo repito... ¿no deseabas que hiciera cuanto antes una llamada telefónica?

—Aún lo deseo, corazón.  Con toda mi alma ansío que lo hagas en este preciso momento —manifestó teatralmente, acercando su peligrosa boca hacia sus labios para incitarla.

—Entonces dame el puto teléfono mientras yo te doy la cifra de cuánto cuesta mi silencio.  Anda, Martín, ¿qué estás esperando?

***

Gaspar estaba intratable y comportándose como todo un condenado energúmeno encolerizado mientras caminaba de un lado hacia otro sin mantenerse lo bastante quieto, al tiempo que David y yo lo admirábamos sin conseguir que nada coherente saliera de sus labios más que la olímpica frase “el negocio se ha ido a la mierda”.

No sé cuantas veces le pedí que se calmara y me detallara a cabalidad qué rayos le sucedía, pero... ¿qué obtuve todas esas veces de su parte?  Nada más que las mismas vagas palabras que no cesaba de pronunciar, hasta que El Gringo se animó a hablar explicándonos en detalle lo que ocurría.

—Se suponía que mañana ofreceríamos este prototipo, que ambos ven aquí, a un comprador extranjero —comentó sin que le encontráramos algún problema a ello—, en una carrera en la cual otros dos fabricantes también harán lo suyo con sus creaciones.

—Y al hijo de su madre de Rubén se le ocurre irse de joda y conducir en estado de ebriedad, resultando posteriormente detenido por la policía tras la colisión que ocasionó sin ponerse a pensar en nosotros y en el maldito negocio, ¡maldita sea!

Un segundo... ¿Quién mierda era “Rubén” y como pintaba en toda esta historia?

—No te entiendo —demandé, talandrándolo con la mirada.

—No hay mucho que entender, Magdalena —se volteó hacia mí para finalmente detener su andar a unos cuantos pasos de donde David y yo nos encontrábamos—, solo... ¿Por qué mierda llevas puesta tu camiseta de revés?

—¿De que qué? —.  ¡Mierda!  Me di cuenta de como vestía por culpa de mi maravilloso estado de post-calentura con Garret.

—De revés —insistió, cruzando sus fornidos brazos por sobre su pecho mientras Dallas enarcaba una de sus claras cejas en señal de que también ansiaba saber lo mismo.

—Ah sí, de revés... claro... es que yo... bueno... sencillamente porque.... ¡es para la buena suerte! —Respondí estúpidamente sin saber de dónde había salido específicamente eso—.  Es lo que se lleva en Europa, Gaspar.  ¿Sabes algo de moda?  No —respondí por él dejándolo con la palabra en la boca—.  Entonces no lo preguntes más porque no estoy aquí para responderlo.  Ahora... —suspiré desviando el tema de mi camiseta de revés—... explícame, por favor, ¿qué rayos sucede con el prototipo, el famoso Rubén, su estado de ebriedad y el posterior accidente?

—¡Se ha ido todo a la mierda! —Subrayó cada una de esas palabras con muchísimo énfasis.

—Ya.  Eso lo oí al menos unas cuatro o cinco veces.  ¿Conoces la palabra “especificidad”, por ejemplo?  ¿Sabes lo que realmente significa?

—Rubén era nuestro chofer —comentó Fitz por él tras llevarse las manos a la cabeza—.  Él conduciría a “Trueno” en la carrera de mañana frente a los otros dos competidores.  Y ahora, con una fractura en uno de sus brazos, ¿crees que podrá?

Enseguida oí a Gaspar vociferar palabras de imposible y dudosa reputación.  «¡Ay, mijo!  ¿Con esa boca besas a tu madre?»

 

—Estamos fuera —concluyó Fitz, apoyando una de sus manos sobre el plateado capó del vehículo que momentos antes me había dejado, nada menos, que sumida en la gloria cuando lo contemplé a la distancia.

—Mmm... yo creo que no —.  Me acerqué al coche para deslizar uno de mis dedos por sobre uno de los costados de la impecable carrocería—.  ¿Sabían que para todo hay solución?

Gaspar entrecerró la vista, creo que intentando vaticinar a qué me refería con ello mientras El Gringo y David, realmente interesados, no me quitaban los ojos de encima.

—Ábrelo, Dallas.  Quiero ver de qué está hecha esta joyita.

—¡No! —.  ¿Eso había sido un ladrido de parte del Australopithecus Histericus?—.  ¡Ni se te ocurra, Magdalena!

—Pues ya es demasiado tarde, querido primo.  Vamos que no tengo todo el tiempo del mundo disponible solo para ti.  Ábrelo, ¿quieres?

Gaspar volvió a exclamar un sin fin de palabrotas mientras David se acercaba para admirarme detenidamente, creo que también vaticinando lo que aquí iba a acontecer.

—A tus órdenes, jefa —.  Obviando el poderoso y bestial ladrido de Gaspar, Dallas me mostró en detalle el motor del increíble coche de carreras que me dejó realmente impactada y a punto de padecer nada menos que un orgasmo múltiple gracias al modelito.

—¡Por Alá, Buda, Krishna y Jesucrito Superstar!  ¿Pero qué ven mis ojos?

En detalle recibí las especificaciones técnicas del vehículo de competición en el cual Gaspar y su tropa de mecánicos habían trabajado incansablemente durante tantos y tantos años.

—Es una belleza.  Es... ¡Santo Dios!  ¡Increíble!  ¡Fenomenal!  Es...

—Una locura lo que tu mente desquiciada ya está pensando llevar a cabo —volvió a expresar caminando hacia mí—.  Ni lo sueñes, peque.  Ya está.  Este año no competiremos y se acabó.  Historia resuelta.

—Tal vez para ti, pero no para mí, muchachito.  ¡Fitz, las llaves!

—¡Oh no!  ¿Qué no me escuchaste?

—¡Fitz! —Repliqué muy segura obviando sus enfebrecidas palabras—.  ¿No quieres conocerme echa una furia, verdad?

Esto parecía un verdadero partido de Wimbledon entre las hermanas Williams, porque las miradas de David y El Gringo iban y venían desde mí hacia Gaspard y viceversa. 

—¡He dicho que no, Magdalena!

—Lamentablemente para ti soy yo quien toma mis propias decisiones y el destino lo ha querido así.  Además, culpa a mi camiseta de revés quien me ha traído a mí tanto como a ti muchísima suerte.

—¿Qué estás sorda o qué?  ¡He dicho que no!  ¡Tú menos que nadie conducirá a “Trueno”! ¡Por sobre mi cadaver, nena!

Sonreí como una loca sin remedio, advirtiendo como me observaba con un cierto dejo de temor que reflejaba su mirada.

—Necesitas un conductor —comenté—.  Y yo soy uno de ellos.  Has trabajado en este diseño desde que tengo uso de razón, no creas que lo he olvidado. 

—Magda...

—Magda nada, Gaspar.  ¿No confías en mí?

Casi se atragantó al escucharme.

—¿No confías en mí? —Repliqué con todas mis fuerzas, desconcertándolo aún más de la cuenta—.  Somos familia y estamos para ayudarnos en las buenas, en las malas, en las maduras y en las podridas, recuérdalo.  ¡Tú me lo dijiste!

—¡Esto no se trata de una simple carrera!

—Lo sé —estuve de acuerdo con él por una vez en la vida—.  Se trata de tu sueño, Gaspar, por el cual has luchado con el sudor de tu frente todos estos años.  ¿Y lo dejarás ir así como así?

No dijo nada al respecto.  Solo se limitó a observarme fijamente al rostro sin siquiera parpadear.

—Tony supo desde siempre que eras un grande y que algún día llegarías muy lejos —evoqué a su padre—.  Ahora es tu oportunidad de demostrarle a todos ellos esa convicción para que constanten, con sus propios ojos, lo grandioso que es Gaspar Villablanca. 

Apartó su furibunda vista de mí y cerró su bendita bocota, ¡gracias a Dios!, por algo más que un largo momento mientras David alcanzaba una de mis manos para, con una de las suyas, entrelazarla brindándome, con ese significativo gesto, todo su apoyo incondicional.

—Tienes esta increíble oportunidad frente a ti.  Por lo tanto, no dejes que nada ni nadie te la arranque de las manos.

Silencio... silencio... silencio.  ¿A dónde había ido a parar su bendito tono de voz?

—Trescientos cincuenta kilómetros por hora a tan solo trece punto sesenta y tres segundos —reveló al fin, ¡cediendo, maldita sea!  ¡Pero qué brutalidad!—.  Los muelles y amortiguadores de la suspensión han sido ablandados para mejorar el comportamiento del vehículo en curvas y baches.

Sonreí al punto de que en mi condenado rostro ya no cabía tanta felicidad.

—Las distintas piezas que componen el motor son excesivamente livianas para asegurar una ligereza en este mismo, consiguiendo que “Trueno” vuele, Magdalena.

¡Santo Dios!

—Asímismo, las marchas de la caja de cambios se han alargado para equilibrar la aceleración y, por ende, la velocidad máxima, mejorando la precisión al tomar una curva abierta.

—Sistema de frenos —ansié saber.

Sonrió, otorgándole con ello la oportunidad al Gringo de que respondiera.

—Que te lo diga nuestro experto.  Fitz...

—Está hecho con discos de diámetro hiperventilados, todo para que exista una mayor circulación de aire dentro de los neumáticos, contribuyendo así al enfriamiento del sistema.  ¿Qué tal?

It’s so perfect, Dallas.  No esperaba menos de ti.

Al instante, me regaló una de sus maravillosas sonrisas en agradecimiento.

—Y a ti, ¿qué te parece, Mister? —Rodé los ojos hacia David.

—Me parece que... —asintió tras tomarme de la mano con más fuerza mientras que con la otra se acariciaba la barbilla, añadiendo—... debes probarlo en su totalidad.  No hay como la práctica para hacer al maestro.  ¿No crees, Gaspar?

Ante aquella frase el Australopithecus terminó exhalando el poco aire que todavía retenía en sus pulmones.

—Y yo que creí que eras mi as bajo la manga, Garret —ironizó—, y mi última posibilidad para que...

—¿Desistiera? —Volví a inquirir—.  Ni que fuera el guapo y sexy modelo inglés David Gandy —bromeé, otorgándole un sorpresivo guiño—.  Pero ya basta de tanta formalidad.  Gringo, quiero en mis manos las llaves de “Trueno” right now.

—Qué dices, boss, ¿se las damos?

Una y otra vez Gaspar suspiró y suspiró, meditándolo concienzudamente hasta que, tras observarme como nunca lo había hecho en toda su vida —con su alma y su corazón—, elevó muy seguro de sí mismo el tono de su cadencia para finalmente decir:

—Sí, dáselas, porque tenemos por delante una carrera que llevar a cabo, la cual estoy seguro que ganaremos gracias a nuestra nueva adquisición.

—Eso significa que...

—Confío en tí —sonrió—.  Bienvenida al equipo, nena.  Bienvenida al Team Cobra.

***

Esa noche, apenas puse un pie al interior del bar del hotel me di cuenta que el lugar se encontraba a tope.  Okay.  Ya estaba aquí y podía lidiar con esto.  Pero aún no estaba del todo segura si podría llevar a cabo tan tranquilamente lo que con Martín y Loretta iba a acontecer. 

Decir que estaba nerviosa era quedarme corta y lo constaté al beber, de un solo sorbo, el corto de licor que pedí el cual, infinitamente, necesitaba tener como un demonio al interior de mi cuerpo.

De acuerdo.  Del miserable no había señas, y de Loretta... tuve que cerrarme la boca de un solo bofetazo al verla entrar enfundada en un hermosísimo y deslumbrante vestido de encaje negro que acentuaba su cuerpo de una increíble manera el cual, al parecer, se había puesto solo para esta ocasión, arrastrando con él muchas miradas libidinosas.  ¡Era que no!  Porque si Loretta quería provocar con ese modelito en particular, ¡vaya que lo estaba consiguiendo! 

Admiré mi vestido entallado de color azul con un corte en el muslo que llegaba hasta el final de la tela y que nada tenía que envidiarle a la transparencia de Loretta que no dejaba nada para la imaginación.  ¿Y qué podía decir de los zapatos a juego que Silvina me había regalado?  Simplemente que eran... ¡wooowww!  Porque, sin duda alguna, mis primeros tacones de infarto color plata muy al estilo “zorra por accidente” me quedaban fabulosos, además de fantásticos.

—Buenas noches —me saludó sonriendo.

—Buenas noches —contesté de la misma manera admirando todo a mi alrededor como si, de pronto, solo deseara ver a Emanuelle en medio de toda esta escena.

—Mi hijo no está aquí, si es a él a quien buscas tan interesadamente con la mirada.

Su respuesta me avergonzó y no solamente por lo que afirmó con respecto a Emanuelle, sino también por lo que hoy yo había vivido al interior de la oficina de Gaspar con David Garret. 

Clavé la vista en el piso negándome a alzarla, preguntándome, ¿por qué mierda me tenía que pasar esto a mí?  ¿Por qué querer a alguien tenía que ser tan complicado?  Y... ¿por qué no podía...?

—Se fue de viaje —prosiguió, entregándome aún más información sin que se la hubiese pedido—, pero regresará.  Lo sé.  Me lo prometió antes de marcharse.

Tragué saliva sintiéndome culpable.  ¡Qué va!  Sintiéndome demasiado culpable hasta que una ronca cadencia me sobresaltó al colarse rápidamente por mis oídos.

—Buenas noches —expresó Martín deteniendo su andar frente a nosotras—.  Es un magnífico placer tenerlas a ambas hoy aquí.

Levanté la vista, la fijé en los ojos de quien no cesaba de contemplarme y la entrecerré, al tiempo que Loretta me sonreía en clara señal de que mantuviera la calma.

—¡Martín, que guapo estás esta noche! —Exclamó, saludándolo.

—Lo mismo digo, Loretta.  Tú... estás deslumbrante.

—Muchísimas gracias, querido, pero no olvidemos a...

—Magdalena —intervine, sonriendo dramáticamente sin nada más que decir mientras escuchaba de su parte todo tipo de halagos que iban dirigidos hacia mi persona.  «¡Miserable petulante y desgraciado!»

—Bueno, ya que estas aquí, creo que no debemos dilatar más nuestro valioso tiempo.  ¿Subimos? —Prosiguió Loretta, otorgándole un descarado y sexy guiño.

Me estremecí al recrear en mi mente... lo único que por ahora tenía cabida al interior de mi mente.  ¿Subimos?  Perdón, pero... ¿de qué me perdí?

—Claro que sí —pronunció él tras observar de reojo su carísimo reloj de pulsera—.  El tiempo apremia, bellas damas, pero antes...

Tragué saliva con dificultad, cerciorándome de que aquí algo no estaba del todo claro.  Al menos, no para mí.

—Dejaré un mensaje en recepción, si no les parece mal.  Por de pronto, pueden adelantarse y esperarme en la suite un tanto más... cómodas.

¿Cómodas? Rápidamente taladreé la vista de Loretta con mi desconcertada e inquieta mirada, ansiando que me diera una pronta respuesta que me calmara los nervios, satisifiera todas mis grandísimas ansias de no matarla con mis propias manos y respondiera sensatamente y con creces cada una de las malditas interrogantes que yacían bulliciosas al interior de mi cabeza porque... ¿De qué iba todo esto?  ¿Así debía finalizar?  ¿Con un ménage à troi como despedida?  ¿Con una maldita orgía sexual?  «¡Qué me parta un rayo por la mismísima mierda!»

—Claro que no, querido.  Haz lo que tengas que hacer mientras Magdalena y yo bebemos antes unos tragos.  Debemos prepararnos. Tú comprendes, ¿verdad?

Esto no tenía buena pinta.  Esto estaba tomando otro color.  Y uno que yo, claramente, no lograba diferenciar y apreciar del todo.

—Me parece excelente, porque donde juegan tres —sonrió perversamente tras relamer sus labios al tiempo que no pretendía apartar su indescifrable mirada de la mía—, perfectamente pueden hacerlo cuatro.

«¡Maldita sea!  ¿Qué?  ¿Cuatro?»

—Mi amigo muy pronto estará aquí —concluyó, volviendo a observar la hora en su lujoso reloj de pulsera.

—Pues, que te aproveche tanto a ti como a él —le solté de golpe, sonriéndole a más no poder, consiguiendo con ello que centrara sus ojos en mi mirada.

—Creo que no me has entendido lo que quise decir...

—No.  Creo que tú no has entendido lo que realmente yo quise decir.  ¿Verdad, Loretta?

Martín rodó su indescifrable vista hacia la de quien no cesaba de observarlo —con una media sonrisita burlona alojaba en sus carnosos labios—, al parecer, para pedirle con ella algo más que unas prontas justificaciones.

—Bueno, ¡qué remedio! —Suspiró Loretta con ansias—.  Ya que te adelantaste a lo que se suponía que íbamos a tratar en la suite como tres personas civilizadas, no me queda más por decir que... me temo que Magdalena está fuera de todo esto —le informó con suma tranquilidad—. Ya no es parte del negocio, lo quieras o no aceptar.

—¿Y por qué se encuentra aquí, maldita sea? —Formuló encolerizado.

—Porque yo se lo pedí —ensanchó todavía más su sonrisa  despiadada.

—Tú y yo teníamos un trato —le recordó, acentuando cada una de esas fieras palabras—.  ¡Tú y yo teníamos un trato, maldita zorra!

—Pues lamento decirte que ella y yo también —le contestó sin siquiera sentirse amedrentada por el despectivo apelativo con el cual la había llamado—.  Y lamentablemente para ti este sigue siendo mi negocio, con mis reglas y aquí la única que pone las condiciones de quien se queda y quien se va soy yo.

—¿Estás segura? —La desafió, asesinándola con la mirada.

—¿Qué parte de todo lo que dije no te quedó claro?  ¿Qué parte de todo lo que dije te debo repetir?

El aire que todos respirábamos poco a poco se fue tensando, al igual que lo hizo el bravío rostro de Martín.

—Ahora tú —Loretta fijó su poderosa vista en mí—, sal de aquí cuanto antes.

No tuvo que repetírmelo dos veces.  

—No hasta que yo lo decida —intervino el miserable, fríamente, obstaculizando mi andar—.  Lo siento por ti y también por ti, pero tu participación en esta historia aún no ha terminado.

Tan solo reí al escuchar su preponderante voz de mando colándose por mis oídos.

—¿Recuerdas lo que te dije una vez? —Lo perturbé con aquella inusual y para nada premeditada interrogante—.  Pues creo que no porque tu pervertida mente sigue siendo bastante limitada.  Pero no te preocupes, de igual forma te lo repetiré.  ¡Púdrete, desgraciado! —Le escupí al rostro pretendiendo con ello darle fin a todo lo que aquí estaba sucediendo, sin advertir o adivinar como esta situación se voltearía de cabeza, nada menos que en un dos por tres, al dar mis primeros pasos, demostrándome así cuán equivocada estaba.

—Limitada o no, tú aquí te quedas —exigió soberanamente cabreado jalándome inesperadamente con fuerza por una de mis extremidades—.  Limitada o no, aún tengo planes para ti y para mí.

—¿Ah sí? —Quise zafarme de inmediato de su poderoso agarre, más no conseguí hacerlo al sentir en mí su desmesurada opresión—.  ¿Qué tipo de planes tienes en mente, por ejemplo?

—Unos bastante excitantes en los cuales participaremos David y yo —subrayó en tan solo un susurro que emitió, asombrándome—, y nada menos que contigo. 

***

David Garret aparcó su Jaguar en los estacionamientos del hotel, preguntándose una y otra vez lo que no cesaba de rodar al interior de su mente con suma insistencia: ¿qué tenía que ver Magdalena con Monique?  ¿Y por qué ambas habían decidido venir esta noche al mismo sitio? ¿Mera casualidad?  ¿Azar, quizás?  No.  Nada de eso le daba la razón cuando ya sacaba sus propias conclusiones al respecto.  Unas que, por lo demás, no tenían el mayor de los sentidos, pero que en definitiva se encargaría de averiguar y esclarecer sin que nada quedara en las manos del destino.

Entró al hotel con prisa y de la misma forma caminó por el hall con destino hacia la entrada del bar, donde su ex esposa lo había citado, pensando únicamente en Magdalena porque... ¿ella ya estaría allí?  ¿Tal vez a solas o...?  No tuvo que formularse otra pregunta más al ver, lo que en resumidas cuentas, respondió con creces cada una de sus inquietas y fastidiosas interrogantes. 

“Martín De La Fuente.  No me preguntés el por qué”, evocó fugazmente, comprendiendo a la perfección que querían decir esas palabras y el trasfondo al que tanto ella le temía y callaba.  Porque la respuesta la tenía ahí, tan nítida, tan clara y solo a unos cuantos pasos de su cuerpo de la mano de un solo nombre y esperando finalmente ser pronunciada.

***

—¡Suéltala, Martín! ¡Estás montando un espectáculo! —Le pedía Loretta intentando interponerse entre nosotros dos, pero él no le respondía.  Al contrario, ni siquiera le prestaba atención o se daba por aludido, cuando más parecía obnubilado por su propia cólera que le corroía la piel, cegándole por completo algo más que su insano juicio.

—¡Suéltame, maldito demente! —Exigí luchando cada vez más contra la opresión de su mano que se negaba a soltarme—.  ¡Suéltame, por favor!  ¡Me estás haciendo daño! —Pero Martín solo sonreía sin preocuparse de las curiosas miradas que se dejaban caer sobre él y, por supuesto sobre mí, en ese exacto momento.

—Camina —pronunció con todas sus letras erizándome con esa única palabra hasta el más fino vello de mi piel.

—Ni lo sueñes.

—¡He dicho que camines! —Alzó deliberadamente su voz al mismo tiempo que otra ronca y agresiva cadencia se unía a la suya a su espalda, sorprendiéndolo.

—¡Suelta a Magdalena ahora mismo!  ¿Qué no la oíste?

¡Ay por Dios!  ¿David?  ¿Pero qué rayos hacía él aquí?

—¿Qué no me escuchaste, Martín? —Prosiguió, endureciendo los rasgos de su serio semblante—.  He dicho que...

—¡Pero qué sorpresa, David!  Veo que Monique te dio mi mensaje, —lo interrumpió, dejándolo con la palabra en la boca—.  ¿Sabes que tu linda y fogoza mujercita por dinero es capaz de hacer “cualquier cosa”? —Enfatizó, volteándose hacia él, pero sin apartar su mano de mi antebrazo.

¡Mierda!  Advertí la grandísima ofuscación en el rostro de David que se evidenciaba en la forma en como abría y cerraba las manos, empuñándolas y desempuñándolas. 

—No lo escuches —supliqué, sin saber si lo que decía el miserable era del todo cierto.  Porque no lo hacía por la perra afgana, claro está, pero sí por él y la enorme frustración con la que sabía que estaba luchando en este preciso momento.

—Sabes que todo lo que digo es cierto —afirmó Martín, sonriendo con descaro—.  No sé tú, “amigo mío”, pero sinceramente creo que las putas no te van, aunque las atraes como las moscas a la miel.  O debería decir, ¿al dinero?  Por un lado, tuviste a la sexy Monique que te puso los cuernos cada vez que se le dio la gana hasta que se cansó de ti y se largó con una buena tajada bajo el brazo y por este otro... —su mirada rodó hacia la mía en tan solo un segundo—, tienes a la puta de colección que trabaja para ésta otra —eso lo dijo con sorna en clara alusión a Loretta, quien todavía se mantenía entre nosotros dos, forcejeando, para que el imbécil me soltara—, y de la cual te voy a liberar, porque un hombre como tú no merece algo como esto.

—¡Eres un maldito hijo de puta! —Exclamé sin que me temblara la voz al mismo tiempo que David acotaba:

—Me dijiste que no la conocías —se desaflojó el nudo de la corbata—.  Me dijiste, si mal no lo recuerdo, que no sabías quien era ella, y ahora te encuentro aquí intentando llevártela a la fuerza.

—Estás en un error, no me la llevo a la fuerza.  Solo estoy cobrando todo el dinero que pagué por ella.

—¿Cobrando? —David rió a carcajada limpia, sobresaltándome con el sonido grave y profundo de cada una de ellas—.  ¡Vaya, vaya, Martín!  Hablas de Monique tan despectivamente cuando te comportas igual o, quizás, hasta peor que ella —.  Movió su cabeza de lado a lado descolocándolo con una deslumbrante y demoledora sonrisa que terminó esbozando de oreja a oreja—.  Ustedes dos son tal para cual, unas completas aves carroñeras.  ¿Cómo no me di cuenta de ello antes y de lo bajo que has caído, “viejo amigo”?  Dime, ¿qué aspiras conseguir?

—Sudar, gozar y pasármela de maravillas con la puta de tu amiguita.

—¡A la cual, y por tu propio bien, soltarás ahora mismo! —Le exigió con rudeza alzando debidamente el soberano sonido de su voz, cuando le golpeaba el pecho con fuerza una, dos, tres veces, mientras éste retrocedía un par de pasos ante la fuerza desmedida que David utilizaba para amedrentarlo.

—¿Para qué?  ¿Te quieres unir?  ¿Qué tienes en mente, mi buen amigo?

—Por de pronto, nada menos que... ¡esto! —Lo sorprendió echándosele encima como un fiero animal desbocado, desestabilizándolo con un fuerte puñetazo que le propinó y que recayó de lleno en su mandíbula, consiguiendo que el miserable me soltara en el acto cuando todos mis pronósticos se hacían nada menos que patentes.  ¡Porque la batalla campal entre estos dos colosos, señoras y señores, había comenzado!

—¡David, David! —Grité con todas mis fuerzas mientras Loretta se encargaba de alejarme rápidamente de los dos fieros titanes que en el piso luchaban de una manera brutal dejándonos en claro, a todos los que allí nos encontrábamos y presenciábamos aquella inusitada situación, que esto no iba a parar hasta que alguno de los dos pidiera clemencia.

—¡Vamos, Magdalena!  ¡Aléjate!

—¿Estás loca?  ¡No puedo dejarlo aquí!

—¿Y qué pretendes hacer?  ¿Separar a esas dos bestias cuando ya nadie puede conseguirlo?  ¡He dicho que vamos! —Pero ante sus enormes ansias de sacarme lo más pronto de allí opuse mayor resistencia, negándome a abandonarlo.

—¡No! ¿Estás loca?  ¡No me iré sin él!

—¡Vamos, carajo! —Eso ciertamente no fue una cordial súplica de su parte sino un claro requerimiento con el cual me arrastró hacia afuera del bar y del hotel mientras dentro el caos y los golpes, segundo a segundo, se intensificaban—.  Te vas a largar ahora mismo —demandó una vez que ambas estuvimos fuera—.  Yo  me encargo de todo lo demás.

¿Qué significaba eso de “todo lo demás”?  Iba a abrir la boca, pero no me dejó siquiera balbucear palabra alguna.

—¡He dicho que te largas ahora mismo!  ¡Sal de aquí!  ¡Ya! —Respiró profundamente—.  Y, por favor, al montarte en tu coche olvidate que algún día tú y yo nos conocimos o siquiera cruzamos la mirada, ¿de acuerdo?

Y eso fue lo que hice asintiendo, pero a regañadientes, sin saber a ciencia cierta el por qué le obedecía con tanta prontitud, cuando todo de mí solo ansiaba estar con David Garret.

Conduje por la carretera sin ningún tipo de precaución, con la mente bloqueada, suspirando a rabiar, preocupadísima al grado de la desesperación y fuera de mí pensando, únicamente, en todo lo que había sucedido y más, en las palabras que el desgraciado le dedicó, sin una sola pizca de sutileza, a David sobre su ex esposa.  ¿Sería todo aquello verdad?  No es que me importara, la verdad, pero... ¡Qué va!  ¡A quién rayos iba a engañar si yo anhelaba saberlo!

—¡Maldito miserable hijo de puta! —Grité a todo pulmón y totalmente enfurecida pisando cada vez más el acelerador de mi Mustang, cuando éste ya marcaba en el velocímetro los ciento cincuenta kilómetros por hora—.  ¡Eres y seguirás siendo por toda tu jodida y puta existencia un maldito y degenerado hijo de...! —Pero no pude seguir hablando cuando, a toda marcha, un Jaguar que yo conocía bien apareció de la nada, adelantándome como una bala de cañón, con su conductor tocando la bocina una, dos y hasta tres veces con efusividad e insistencia.  ¡Santo cielo!  Mi primera reacción fue disminuír gradualmente la velocidad de mi vehículo y no frenar de improviso o, de seguro, terminaría volcándome espectacularmente como lo hacían los coches en las películas hollywoodenses de acción arrastrando, de paso, al Jaguar y a su conductor que no dejaba de tocar su claxon como un soberano loco endemoniado.  Mi segunda reacción fue mantener a mi desbocado corazón en su sitio que solo anhelaba salir, en cualquier momento, disparado por mi boca.  Y mi tercera reacción fue nada menos que vociferar como toda una condenada ¡frena, maldita sea!  ¡Frena!

Finalmente aparqué y bajé a toda prisa de mi coche al mismo tiempo que David detenía el suyo unos metros más adelante para, posteriormente, descender también de su vehículo con su rostro... ¡Por Dios santo!  ¡Hecho añicos!... logrando que mis pies interrumpieran su andar y que mi pequeño corazón se encogiera de dolor frente a lo que no conseguía despegar de mi mirada.  Porque al verlo, al admirarlo, al tenerlo nuevamente frente a mí comprendí tantas y tantas cosas con respecto a lo que había dicho mi padre sobre los dos hombres importantes que aparecen siempre en la vida de toda mujer.

—¿Por qué? —Fue todo lo que logré formular cuando se plantó solo a unos cuantos centímetros de mi cuerpo, robándome un par de sollozos que emití automáticamente.

—Por ti —respondió, dedicándome un gesto de dolor—, y evidentemente también por mí —confesó—.  El muy imbécil se lo merecía por varias razones que ya no me interesa mencionar y menos recordar, porque —pero no dejé que concluyera al depositar, inesperadamente, mis labios sobre los suyos en un delicado beso que le regalé y del cual ambos terminamos disfrutando.

—No tenías que hacerlo —susurré junto a su boca al mismo tiempo que sus manos me envolvían para acercarme más y más hacia él, y las mías ascendían hasta delinear la total curvatura de su golpeado semblante.

—Significas tanto para mí.  Creo que ya te lo he demostrado muchas veces, Magdalena.  ¿O qué?  No me digas, por favor, que ya lo olvidaste.

¿Olvidar todas esas increíbles veces con las cuales consiguió que perdiera algo más que la razón frente a sus deliciosos besos que me robó y sus enfebrecidas caricias que solo me hacían desearlo con locura?  No señor, jamás podría olvidar algo semejante, aunque así lo deseara.  Y así se lo confirmé, pero sonriendo como una boba, tal y como él un día me había conocido.

—Gracias, David.

—No me des las gracias porque este hombre haría lo que fuera por su chica.

¡Qué increíble había sonado eso! 

—¡Ja!  ¿Ahora resulta que soy “tu chica”? —Repliqué, mordiéndome el labio inferior.

—Sí, mi deslumbrante, sexy y hermosa chica con la cual quiero comenzar esta carrera.

Tragué saliva una, dos, y hasta tres veces intentando no asaltar su boca, pero esta vez como una reverenda y calentona desquiciada.

—¿Esta carrera?  Pero eso quiere decir que tú... o sea, ¿estás... seguro?  Porque...

—Es lo único que ansío, mi amor —me interrumpió alzándome, en tan solo un segundo, del piso con sus fornidos brazos a la vez que me llamaba de esa singular y maravillosa manera—.  ¿Te animas a participar?  Es totalmente gratis y solo te costará quedarte conmigo y... —mordió mi labio inferior de una sensual forma, logrando que todo de mí vibrara y lo deseara todavía más ante su inminente cercanía.

—¿Y? —Recordé esas precisas palabras que le había manifestado hace algún tiempo atrás, pero bajo otro contexto.

—Traer la comida, Magdalena.

—Ya.  ¿Y qué tipo de comida sería esa, Mister? —Pregunté un tanto coqueta colmándole el rostro de suaves y cortos besos.

—Tú.  Mi irresistible menú favorito de día, de tarde, de noche, de madrugada y al cual tengo unas insaciables ansias de devorar.

—Mmm... devorar... ¿sin cubiertos, Mister? —Ronroneé junto a su oído cuando mi lengua ya se encargaba de lamer el lóbulo de su oreja.

—Sin cubiertos, mi amor.  Solo con mis propias manos y mi boca —volvió a gruñir, pero esta vez como un cachorro hambriento, erizándome por completo la piel y cierta parte de mi cuerpo que, al parecer, y después de algo de tiempo de vivir en la completa oscuridad, volvía en gloria y majestad a la vida—.  ¿Desea venir, señorita Mustang?

Al instante entrecerré la mirada antes de animarme a responder:

—¿Dónde se supone que quiere llevarme, Mister?

—A casa, mi amor.  Y a mi vida, conmigo.

Eso sonaba muy bien para mí.  No, me retracto.  Eso, ciertamente, sonaba estupendo para mí.

***

 

07:30 A.M.

—¡Maldición! —Fue lo primero que chillé entre dientes al ver la hora en el móvil de David que yacía sobre la mesita de noche que se situaba al lado de la cama en la que él y yo lo habíamos pasado ¡la bomba!

Sí, sí, ya sé que quieren que les entregue detalles escabrosos y candentes sobre nuestro para nada furtivo revolcón o, debería decir, ¿revolcones?  ¡Ja!  Era que no. Después de todo lo que había acontecido y después de todos los líos, las metidas de pata, las decisiones erradas, las experiencias desafortunadas y... creo que ya saben a que me refiero, ¿verdad? Pues sí, él y yo terminamos liberando la tensión que acumulamos por tanto tiempo y, además, por algún lado esa “tensión” debía fluir, ¿o no? 

Y bueno, después de lo de anoche y esta madrugada debía salir corriendo de aquí y nada menos que... (léase en modo histeria las siguientes dos palabras, por favor, y procure alzar debidamente la voz mientras, por mi parte, corro como una loca desesperada de un lado hacia otro por la habitación, pero en puntillas, eso sí, porque David duerme.  Y también lo hago completamente desnuda buscando mi maldita ropa interior que no sé donde mierda fue a parar anoche.  Olviden lo último.  Eso estuvo de más.) ¡¡ahora mismo!!  Porque en una hora más se llevaría a cabo la carrera en la cual yo iba a participar.  ¿Recuerdan a “Trueno”?  No, no me refiero específicamente a mi frase favorita “Rayos, truenos, relámpagos y centellas”, ¿o debía considerarla? Ahora que lo medito mejor, me venía como anillo al dedo tras ponerme las bragas y el sujetador que encontré a los pies de la cama y luego, mi vestido azul junto a mis zapatos plateados con los cuales recordé a Silvina.  ¡Rayos!

En un abrir y cerrar de ojos, tomé prestado el móvil de David para enviarle un escueto mensaje a mi amiga.

—Gracias, “bello durmiente” —susurré junto a su boca regalándole, segundos después, un suave beso en sus labios que ansié profundizar al instante porque ese hombre, ¡Mi Dios!, era una verdadera y brutal máquina a la hora de follar y... ¡Basta, Magda!  ¡Qué tienes una carrera que correr y recalentada al punto de padecer una combustión espontánea no llegarás ni siquiera a dar la primera vuelta!

Eso era muy cierto.  Sí, muy, muy cierto.  Por lo tanto, adopté mi modo zen y salí echa una bala del dormitorio en dirección hacia el pasillo para, posteriormente, volar por las escaleras y, de la misma manera, correr por la sala hasta cruzar el umbral de la puerta y llegar a mi Mustang todo y en un tiempo récord.  ¡Sí!  Y la pregunta que ahora me hice con mucha naturalidad y tranquilidad fue... ¿Dónde mierda había dejado las llaves de mi coche?

¡Mierda!  De la misma forma en la que salí volví a entrar en la casa, crucé la sala de estar, subí las jodidas escaleras, corrí a través del pasillo y entré finalmente en la habitación al tiempo que de ellas no había señas hasta que... ¡Alabado seas, Jesucristo Superstar!... las hallé, pero no eran precisamente las mías las que se encontraban sobre uno de los tantos muebles del dormitorio. 

¿Y ahora?  Me pregunté, notando como David se acomodaba de mejor manera sobre la cama mostrándome, en todo su esplendor, su prominente erección matutina que me hizo agua la boca al verla y... ¿Te puedes concentrar, por amor de Dios?  ¡Esto sí es importante?

—Y eso también lo es —susurré muy despacio y solo para mí tras morder mi labio inferior pidiendo, a la par, un poco de bendita clemencia.

Okay. Okay. Prosigo.  Tomé las llaves del Jaguar porque el tiempo no cesaba de transcurrir y si no salía en dos segundos de aquí no me quería llegar a imaginar la que se iba a armar a mi llegada a la pista cuando me encontrara, frente a frente, con el Australopithecus Histéricus a punto de echar vapor por las orejas y el cerebro.  Por lo tanto, con ellas en mis manos salí de allí realizando todo el ritual que antes les describí para, finalmente, montarme en el coche y conducir a toda velocidad hacia la pista de carreras.

***

Al cabo de unos minutos, David Garret comenzó a palpar el costado de su cama que, para su mala suerte, encontró vacío; situación que lo llevó a abrir rápidamente los ojos constatando que, en definitiva, en ese sitio no había nadie más que él.

—Magda —pronunció el nombre de la mujer a la que le había hecho el amor con locura por tantas horas sin escuchar de su parte una sola respuesta—.  ¡Magdalena! —Replicó, obteniendo como resultado solo el eco de su propia voz, hasta que recordó donde había ido a parar quien ahora formaba parte importante de sus sueños y también de sus pesadillas—.  ¡Demonios!  ¡La carrera! —Exclamó frenéticamente, levantándose de la cama como un resorte para ir en busca de ropa con la cual vestirse rápidamente y tomar lo que jamás encontró y que buscó con desesperación—.  ¿Dónde están las llaves del Jaguar? —Se preguntó, observando incansablemente, de un lado hacia otro, lo que no encontró hasta que, al acercarse a mirar por la ventana de su habitación, vio al Mustang que aún seguía estacionado junto al jardín.  Lástima que de su vehículo no pudo decir lo mismo, al comprobar que se había evaporado por arte de magia y nada menos que con ella al volante—.  ¡Demonios, Magdalena! —Se quejó entre dientes vislumbrando la última posibilidad que le quedaba cuando ya, a medio vestir, salía de la habitación cargando sus zapatillas de deporte para, a toda prisa, correr por el pasillo y volar posteriormente por las escaleras.

***

—¿Pensabas conducir así? —Me insinuó Fitz sin dejar de observar mi hermoso y sugerente modelito de color azul con el corte en el muslo, cuando ambos nos encontrábamos al interior de los “Pits” a tan solo diez minutos de que se llevara a cabo la carrera.

—Solo dame la ropa de competición y voltéate, ¿quieres?  Esto no es precisamente un espectáculo.

—Yo no lo afirmaría como tal —sonrió de manera socarrona, entregándome las botas y la vestimenta sin que yo comprendiera una sola palabra de lo que decía.

—¿Dónde está Gaspar y mi padre? —Era lo único que me interesaba conocer.

—Gaspar charlando de negocios y tu padre... bueno... —se volteó para darme la espalda antes de proseguir—... con tu hermana y tu madre en la línea de salida.

Abrí mis ojos como platos al mismo tiempo que se me desencajaba la mandíbula al oírlo.

—¿Qué con quién?

Relax, baby —se metió las manos en los bolsillos de su pantalón—.  Anoche ambas estuvieron en el taller.  Al parecer, venían por ti para llevarte a cenar.  Eso fue lo que escuché.  A propósito, tienes una hermana muy linda, Magdalena.

—Cuidado, Dallas —le advertí, quitándome rápidamente el vestido y los zapatos de tacón para enfundarme la ropa de competición que llevaba, tanto en la parte delantera como en la espalda, simbólicamente bordado el Corvette de Tony enredado en una cobra.

—¿Lo dices por tu hermanita pequeña?

—No, bobo, lo digo por ti —le corregí en tan solo un segundo—.  Es mi hermana y siempre lo será, pero lamento decirte que es una víbora.

Oí la risa de Fitz al instante.

—Ya puedes voltearte —pedí, a lo cual él se giró de inmediato quedándose pasmado ante lo que tenía frente a sus ojos y que no cesó de contemplar en completo silencio—.  Allá tú a quien encuentres linda.  ¿Y?  ¿Qué tal luzco?

¡You look absolutely sexy! —Exclamó, analizándome en detalle—. ¡Wow!  ¿Tienes tiempo esta noche para mí?  Creo que, de pronto, me he enamorado —afirmó con sumo convencimiento, logrando hacerme reír y pensar en la mala fortuna que esta vez estaba de su lado.

I’m so sorry, Gringo.  Y un consejo, nunca dejes para mañana lo que, ciertamente, pudiste haber hecho ayer o antes de ayer.

—¿Ciertamente?  ¿Qué quisiste decir con “ayer” y “antes de ayer”? —Preguntó realmente confundido con mi frase, recibiendo sorprendido mi vestido azul, el cual le planté de lleno en el pecho junto a mis tacones de infarto.

—Cuídamelos con tu vida, ¿okay? —Enarqué una de mis oscuras cejas mientras suspiraba—.  Y deja de hacer tantas preguntas, por favor, que tenemos una carrera por delante.  ¿La quieres ganar por el bien de Gaspar, el taller y, por ende, por tu propio trasero?

Of couse, sweetie.

Me too, Gringo —dejé caer una de mis manos sobre una de las suyas—.  Me too —concluí.

 

La carrera estaba por empezar y mientras caminaba con Fitz a mi lado observé a mi padre, a mi madre y a Piedad como alzaban sus manos a la distancia, saludándome, sin entender —y vaya que me costaba asimilarlo—, como “La Doña” había decidido venir hasta aquí después de mi accidente y nada menos que trayendo consigo a la víbora de mi hermana.

Bueno, si lo meditaba con serenidad y sin partirme la cabeza en el intento, podía responderme de la siguiente manera y citando las palabras de Gaspar: “hay muchas cosas que jamás vamos a comprender y otras que son, y serán siempre, un completo misterio.

¡Lotería!  ¿Algo más en qué pensar? No.  Creo que por ahora ya lo había hecho más que suficiente.

Unos minutos después y ya montada sobre “Trueno” escuchaba con muchísima atención las últimas indicaciones que Gaspar y El Gringo me daban sobre cada detalle técnico, tanto del coche como sobre los otros dos competidores con los cuales tendría que lidiar en la pista.  ¿Estaba asustada?  Lo normal.  ¿Nerviosa? Sí, lo estaba, pero no por quienes me amedrentaban con sus fieras miradas y sus coches bestiales, sino por mí y lo que significaba este gran momento en mi vida que, hasta hace unos años, solo había sido un sueño y ahora era una completa realidad.

—Deshacelera cuando la tengas enfrente.

—Lo siento, coach, pero no me pidas lo que evidentemente no haré.

—Debes hacerlo —acentuó, taladrándome una y otra vez con su impaciente y preocupada mirada.

—Ya.  ¿Y dejar que esos dos bólidos me rebasen como si yo fuera una tortuga?  No me detendré si eso es lo que quieres, Gaspar.

—Dije “deshacelera” no “detente”.   No puedes dejar que las ansias hablen por ti.  Sé inteligente, ¿quieres?  Esos tipos que ves allí —en clara alusión a los competidores—, son dos expertos al volante.  Créeme cuando te lo digo.  ¿Pero que buscan esos dos de allá? —Ahora en clara alusión al cliente extranjero y a quien lo acompañaba—.  Un híbrido que reuna todas las especificaciones técnicas con las que sueña cualquiera, desde potencia, elegancia, dinamismo, modernidad y seguridad.  ¿Entiendes lo que quiero decir?  Si te lanzas en picada a tomar cada curva como el pajarraco ese del correcaminos solo lograras desestabilizarte.

Entrecerré la vista analizando en detalle cada cosa que decía.

—Solo evita tomar cada curva con mucha potencia y cuando estés a un paso de rebasarla y ya con un pie en la recta, hazlos añicos y acelera.

—Vibrará —le di a entender, recordando por sobretodas las cosas a Tony y a todo lo que me había enseñado sobre el increíble y fascinante arte de la conducción.

—No si lo haces de la manera correcta.

Sujeté con fuerza el volante deduciendo que, tal vez, y solo por hoy, él podría tener razón frente a lo que con tanta seguridad manifestaba.

—De acuerdo, Gaspar —oí el primer llamado por los altoparlantes.

—¡Conductores a la línea de salida!

—Así lo haré.  Será... —encendí el motor del vehículo para luego acelerarlo un par de veces, añadiendo—... como el ataque de la cobra.  ¿Te parece?

Asintió, esbozando en su rostro y bajo su barba una estupenda sonrisa con la cual me relajó.

—Me parece perfecto —se acercó a mí para depositar en mi mejilla un tierno, pero a la vez caluroso beso—.  Haz lo que mejor sabes hacer, peque.

—¿Meter la pata? —Comenté divertida, logrando que riera a carcajadas tras mi acotación.

—Corrijo.  Haz lo segundo mejor que sabes hacer.

—¿Y eso es? —Percibí al interior de mi estómago todo tipo de bicharracos revoloteadores.

—Confiar en ti y en quien eres.  ¿De acuerdo, nena?

—De acuerdo, Gaspar.

—Te quiero.  Nunca lo olvides.

—También yo.

—Y ahora... ¡ve por ellos, maldita sea, que te quiero ver volar!

No tuvo que repetírmelo dos veces.

***

David llegaba a la pista al mismo tiempo que lo hacía Silvina cuando la carrera estaba a un par de minutos de comenzar.

Ambos descendieron de sus respectivos coches, se observaron preocupadísimos y con la tensión a flor de piel desviando sus vistas hacia la línea de salida y oyendo, a la distancia, las voces de Renato y Amanda pronunciando sus nombres, cerciorándose de que ambos estaban ahí por la misma persona.

—No tengo el placer, pero soy Silvina Montt.

—Lo mismo digo.  Soy David Garret.

«¿David Garret?». Pensó ella en silencio tras estrechar sus grandes manos y decir solo para sí: “y tú que te quejabas de tu suerte, Magdalena.”

Ambos caminaron hacia donde se situaban los demás, siendo Amanda la primera en saludar a David y preguntar extrañada:

—¿Qué haces exactamente tú aquí?

—¿Lo conoces? —Intervino Renato uniéndose a la charla.

—Claro que lo conozco.  Es uno de mis clientes del bufete.

—Y el futuro novio de Magdalena, señor —se presentó muy seguro de lo que decía, dejándolos a todos boquiabiertos con sus palabras—.  Es un placer y todo un honor conocerlo, señor, soy David Garret.  Tiene usted una maravillosa y hermosa hija.

—¡Un segundo! —Lo detuvo Amanda con su áspera y enérgica voz—.  ¿Cómo que futuro novio de Magdalena?  Qué yo sepa aún no te has divorciado, Garret, y sobre eso estoy bastante informada.  Lo sabes, ¿verdad?

—Claro que lo sé —sonrió de bella manera—.  Pero después de lo que aconteció anoche me da exactamente igual lo que mi ex esposa haga con su vida.  ¿El por qué?  Te lo comunicaré todo a su debido tiempo.  No te preocupes por ello.  Sinceramente, Monique ya no es un problema para mí.  Y soy muy sincero al afirmarlo, lo que más me importa ahora es mi presente y que Magdalena forme parte de él.  Asimismo, de todos los planes que, juntos, el futuro nos depare. 

Amanda enarcó una de sus cejas al mismo tiempo que Renato la admiraba gratamente complacido con todo lo que oía.

—Podría decir muchas cosas más, pero para qué hacerlo cuando puedo perfectamente demostrárselo a cada uno de ustedes, a mí mismo y, por sobretodo, a Magdalena, a quien quiero y deseo hacer feliz.

  —¿Qué opinas? —Le preguntó Renato a su ex esposa—.  ¿Le otorgamos el beneficio de la duda?

Ella suspiró y suspiró mientras Piedad algo le expresaba al oído.

—Tú te callas porque es tu hermana, sangre de tu sangre.  Y demás está decir que a ti nadie te pidió la opinión.  Y con respecto a ti, Garret —avanzó hacia él muy decidida a confrontarlo—, beneficio de la duda o no, si le haces daño a mi hija, ya sabes lo que conmigo te espera.  ¿Está claro?

Renato intercedió al ver a su ex esposa ya echando chispas por sus ojos.

—Creo que le ha quedado bastante claro, Amanda, ¿no es cierto David?

—Lo he entendido todo de principio a fin —asintió un par de veces cuando que la voz de Silvina se hacía patente, diciendo:

—Me van a disculpar y sé también que me van a odiar por interrumpir este hermoso momento familiar en el cual yo tampoco debo dar mi opinión, pero la carrera está a punto de comenzar.  ¿Se la van a perder?  Porque yo, ¡ni muerta! —Finalizó, cuando por los altoparlantes estaban a punto de dar la largada.

***

Montada en “Trueno”, y a punto de pisar el acelerador a fondo, las palabras de Gaspar no cesaban de rodar al interior de mi cabeza.  “Confía en ti”, oía su voz. 

—Solo confía en ti —repetí tranquilamente, cuando la largada se hizo patente ante mis ojos y todo lo que conseguí hacer fue actuar, saliendo disparada desde la segunda posición en la que me encontraba situada.

Mi adrenalina se disparó a mil rápidamente mientras transitaba la recta a punto de entrar de lleno en la primera curva, la cual fue mi prueba de fuego para llevar a cabo las indicaciones de Gaspar, consiguiendo mantenerme en mi ubicación al tiempo que volvía a pisar el acelerador para retomar la velocidad perdida.

—Eso es, Magda.  Vas bien, muy bien —expresé sin dejar de admirar por el parabrisas al primer contendor que me sacaba, más o menos, cien metros de ventaja y al segundo contrincante, a quien contemplé a través del espejo retrovisor, pisándome los talones—.  No por mucho tiempo —fue mi clara reacción al abrirme en la recta y tomar la pista derecha por la cual transité a más de doscientos treinta kilómetros por hora en dirección hacia la segunda curva más pronunciada y larga que la anterior—.  De acuerdo, chicos, necesito espacio.  ¿Me lo van a dar?  Por lo que veo y presiento no.  Entonces, a joderse, guapos —reclamé en mi defensa tras volver a posicionarme en la otra vía para tomar de lleno la segunda curva que se abría ante mis ojos—.  Deshacelera, Magda. Así.  Optimiza, nena.  ¡Vamos! —Pero esta vez no todo resultó de la mejor manera cuando, inesperadamente, el segundo corredor se abrió por mi costado, adelantándome, y dejándome en tercera posición—.  ¡Mierda! —Vociferé a todo pulmón realmente fastidiada al perder la precisión y, por ende, también la concentración en lo que hacía.

«Cálmate.  Todavía queda una de ellas», pensé en mi fuero interno, acelerando y ascendiendo fácilmente hasta situar la aguja del velocímetro en los doscientos cincuenta y ocho kilómetros por hora, dejando atrás con creces mi marca personal.

—Y es toda mía —acoté, serenándome, muy segura de que esta vez sí conseguiría hacerla trizas al igual que lo había hecho con el Corvette de Tony “La Cobra”.  Y al evocarlo precisamente a él, tras mi momento de furia, y como si mi mente me hubiera jugado la más irreal, pero a la vez más prodigiosa, increíble y maravillosa invención volví mi rostro hacia un costado y me pareció verlo ahí, a mi lado, en el asiento del copiloto sonriéndome encantado, tal y como lo recordaba, tal y como se había quedado grabado en mí su semblante al expresarme aquellas palabras de las cuales jamás me iba a olvidar.

 

“Entonces ve por ella, y haz que todo lo que anhelas con tu corazón se vuelva realidad.  Sé que puedes hacerlo, Magda.  Sé de sobra que puedes conseguirlo.  Después de todo, eres una Villablanca, nena, y siempre lo serás.”

 

—Sí, Tony —me estremecí ante aquel imprescindible recuerdo que lo mantenía vivo en mi memoria—, y una Villablanca nunca se deja vencer.  Eso fue lo que aprendí de ti y de mi padre —dibujé en mis labios una enorme sonrisa de absoluta satisfacción mientras aceleraba y aceleraba para retomar mi posición en la carrera—.  Jamás subestimen a una mujer, guapos, porque no saben de lo que es capaz.  Menos a una desquiciada como yo.  Y ahora,  “Trueno”, haz lo tuyo, nene.

La tercera curva se mostró ante mí poderosa, aún más larga que la anterior, relativamente cerrada, demasiado rápida y para nada fácil de manejar cuando ya alcanzaba los doscientos ochenta kilómetros por hora y al segundo híbrido, el de los alerones, específicamente, consiguiendo que en tan solo tres segundos estuvieramos, los dos, par a par, luchando incansablemente por mantenernos en ese sitio.

Sujeté el volante con fuerza —tal y como lo había hecho la última vez—, y utilicé la misma fiereza y valentía para pisar el pedal del acelerador más a fondo, centrando todas mis ideas y firmes convicciones en obtener la primera posición mientras notaba como mi respiración se agitaba y se disparaba hacia las nubes repitiendo, una y otra vez, “Vamos, Magda.  ¡Vamos, maldita sea!”.  Porque podía oír la potencia del motor y sus caballos de fuerza, podía sentir la perfecta sincronización de todo mi cuerpo uniéndose a la estabilidad del vehículo.  Podía imaginar la resistencia del chasis y la carrocería a la predominante presión a la que estaba siendo sometido y, por sobre todo, volvía a sentirme sumamente dichosa disputando esta ardua batalla y totalmente enfocada en este nuevo salto de fe que estaba dando cuando me abrí hacia un costado para pelear con el primer contendor la punta de la carrera.

—Deshacelera solo un poco.  Eso es.  Solo una milésima antes que la presión termine volcándote.  ¡Sí, sí! ¡Vamos, nene, no me falles ahora!

Mi cuerpo estaba a mil, mi corazón latía desbocado y yo sudaba como una condenada al mirar el velocímetro como se mantenía en los doscientos noventa y nueve kilómetros por hora al tomar de lleno la tercera curva.

—Estabiliza el punto más cerrado.  No te dejes amedrentar.  Sigue así por la mierda y procura hacerla polvo nada menos que... ¡Ahora! —Grité con euforia pisando el acelerador a tope con la aguja ascendiendo y ascendiendo a los trescientos diez kilómetros por hora.  Luego a los trescientos veintitrés, seguido de los trescientos treinta y cinco cuando “Trueno”, prácticamente, era una máquina en potencia y volaba sobre la pista dejando atrás al primer contrincante al que rebasé, tal y como si nunca, para mí, hubiera existido—.  ¡Sí!  —Chillé con todas mis fuerzas al ver la línea de meta frente a mí—.  ¡Sí!  Una y mil veces ¡Sí!, ansié vociferar como una desequilibrada al recorrer la recta a esa extrema velocidad a la cual había llegado por primera vez en toda mi jodida existencia—.  ¡Sí!  ¡Y nada más que sí! —Proclamé con lágrimas en los ojos al voltear, por un segundo, la mirada al sitio vacío del copiloto, sonriendo como la más boba de las bobas cuando rebasaba la línea de meta y nada menos que en la primera posición, desatando la algarabía de todos quienes en ese sitio me acompañaban—.  Esto fue gracias a ti —pronuncié al evocar con creces a mi querido Tony “La Cobra”—.  Y donde quiera que te encuentres corriendo una más de tus carreras, sabes de sobra que te adoro y que te amo con mi alma.

  Y finalmente reí como una idiota, pero como la idiota más feliz que poseía unos cojones del demonio que hoy había vuelto a utilizar para enfrentar esta adversidad con la cual el destino había intentado frenarme, sin saber éste que a una suicida en potencia como yo ya nada ni nadie podrían jamás detenerla.

Después que aparqué y bajé del coche entre vítores, apalusos y gritos de efusividad, tanto de Gaspar como del Gringo, corrí a los brazos de mi padre, los cuales me recibieron, contuvieron y refugiaron mientras no cesaba de llorar —sí, sí, bien pensado—, como una magdalena, uniéndose también mi madre a ese momento, tal y como si los tres no nos hubiésemos separado nunca.  Luego, le tocó el turno a Piedad, pero con la diferencia que solo nos estrechamos nuestras manos dejando de lado, con ese simple gesto, todo tipo de absurdas discusiones y peleas para, quizás, algún día, sobrellevar nuestras vidas nada menos que en paz y en calma.

Silvina era la mujer más feliz del planeta y la más hiperventilada también, al no cesar de expresar todo tipo de halagos hacia mi persona, como si su divina boca estuviera articulando cada una de esas palabras nada menos que a la velocidad de la luz.  ¡Bendita loca!

Y para finalizar, o mejor dicho para colocarle la guinda al pastel, allí estaba David esperándome con una inmensa sonrisa estampada en sus adictivos labios junto a sus brazos abiertos de par en par a los cuales me dirigí sin perder más mi tiempo.  ¿Por qué?  Porque solo con él quería estar.  Porque solo con él quería disfrutar de una nueva vida y porque en él había encontrado realmente eso que todos llaman “amor” y que a veces puede resultar demasiado esquivo.  Y porque...

“Después de un tiempo aprendí que el sol quema si te expones demasiado.  Acepté también que las personas buenas pueden herirte más de una vez, pero que siempre llegará un momento determinado en que lograrás perdonarlas. 

Aprendí, incluso, que hablar puede aliviar los dolores del alma y que la mentira jamás será la solución a los problemas, aunque estos sean nada menos que titánicos.

Descubrí que lleva años construír eso que llaman “confianza” y apenas unos segundos destruirla.  Y que yo también podría hacer cosas de las que me arrepentiría el resto de mi vida.”

Pero lo más importante de todo lo aprendí hoy al creer y confiar en mí, como me había dicho Gaspar que lo hiciera, no precisamente ganando la carrera sino ganándole a mis miedos, a mis temores y por sobre todo ganándome a mí misma, a la Magda melodramática que, libre de todos sus líos y metidas de pata, hoy volvía a brillar.

—Me siento orgulloso de ti.  ¡Ganaste! —Oí de los labios de David mientras me separaba unos escasos centímetros de su pecho para admirarlo.

—No —lo confundí con mi negativa—.  Tú ganaste —le corroboré, acercándome a su deliciosa boca—, porque después de todo el amor de tu vida es el que siempre gana.  Y anoche lo descubrí.

—¿Ah sí? —Formuló coqueto, incitándome a besarlo con locura—.  ¿Descubriste al amor de tu vida, Magdalena?

—Sí. Y nada menos que al amor de mi vida lo descubrí en ti.

—¡Vaya!  ¿Eso significa que me estás brindando una oportunidad para amarte?

—Más que una oportunidad, David.  Eso significa que estoy arriesgándome a correr esta carrera a tu lado, en la cual quiero y estoy dispuesta a entregarte lo mejor de mí.

—¿Y lo mejor de ti que vas a entregarme es, señorita Mustang?

—Todo mi amor, Mister, y mi vida entera.

Y después de manifestar esa frase para el oro deducirán que fue lo que ocurrió, ¿verdad?  Ya lo creo que sí.  Son bastante inteligentes para dilucidarlo.  Por lo tanto, querida lectora o lector, no me queda más que ahorrarme las palabras y decirte con todo mi corazón, gracias por vivir junto conmigo esta aventura denominada “Zorra por accidente”, y añadir también aquello que dice... “y vivimos felices, pero no precisamente para comer perdices.”  ¡Qué bruta, Magda, sigues siendo la misma de siempre!  Pues, la verdad, sí.

¿Y ahora?  Solo me queda despedirme de ti, tal y como lo haría Silvina “La Divina” tan poéticamente, diciendo: ¡Mueve tu cola, zorra! Hasta la próxima.

FIN