Quince

 

 

 

 

Esa noche, al igual que otras, el bar que usualmente David frecuentaba se encontraba a tope.  Así lo vislumbraba mientras no cesaba de beber del corto de whiskey que sostenía con fuerza en una de sus manos.

En completo silencio e impaciente, apesadumbrado y molesto, aún meditaba todo lo que había oído desde los labios de Magdalena y que le era tan difícil de comprender y asimilar.  «Su historia», se repetía frunciendo el ceño y entrecerrando la mirada.  «Su historia», la que él alentó a que le relatara de principio a fin y la que ahora, de una extraña forma, le hacía hervir la sangre al no conseguir olvidarla.

Suspiró, tal y como si liberara un gruñido gutural desde la profundidad de su garganta al tiempo que recordaba los dos besos que le había robado y le habían hecho creer, a ciencia cierta, que ella podía ser diferente, especial.  Pero ahora, lamentablemente, ya no estaba tan seguro de ello.

Mientras seguía pensando en ella y en cada una de las palabras que le había proferido situó una de sus manos en su castaño cabello cuando alguien, inesperadamente, le palmeó el hombro haciéndose notar con su sola presencia junto al grave sonido de su voz.

—Vine en cuanto pude.  Por lo que veo... ¿no pretenderás beber todo lo que hay en este bar sin mí o sí?

David volteó el rostro hacia quien lo observaba expectante y con una media sonrisa dibujada en su semblante.

—Gracias por estar aquí —le respondió a su gran amigo Martín De La Fuente quien, rápidamente, se sentó a su lado tras desabotonar un par de botones de la chaqueta del carísimo traje que vestía.

—No me des las gracias, hombre, y solo cuéntame qué ocurrió.  Sabes que no me gusta verte tan abtido y más, si se debe a tu flamante ex esposa.  Ahora explícame, por favor, ¿qué fue lo que hizo Monique para que estés así?

«No se trata de ella sino de Magdalena» se dijo a sí mismo, pronunciando cada una de esas palabras con verdadera irritabilidad, la misma que ahora salía expedida por cada uno de los poros de su cuerpo.

—No se trata de Monique —articuló como si arrastrara aquella frase notando como su amigo le hacía un ademán al cantinero para que notara su presencia.

—¿No?  ¿Entonces? —Ahora fue el turno de Martín de entrecerrar la mirada—.  ¿Qué es lo que te tiene así tan a mal traer?

Ciertamente eso tenía una sola respuesta y era nada menos que: la mujer que hace varias horas atrás había confiado en él ciegamente relatándole su verdad.  Una por la cual la había abandonado pidiéndole tiempo para pensar y que ahora lo tenía sumido en una verdadera encrucijada al no saber qué rayos hacer con ella y con su propia existencia.

—David... —insistió Martín—... te escucho.

—Magdalena —expresó él, tajantemente, golpeando el vaso contra la barra—.  ¿La recuerdas?

Martín se sobresaltó preguntándose, de buenas a primeras, “¿qué pretendía David con eso de “la recuerdas”?”.  Y luego, mantuvo la serenidad sin hacer alarde de lo que aún ocasionaba esa mujer en su piel de tan solo evocarla.

—Tu amiga, ¿no?  La chica... ¿del club de campo? —Comentó con desinterés.

David al oírlo sonrió de mala manera a la vez que volvía a beber, pero ahora con verdaderas ansias.

—Sí, ella, Magdalena Villablanca—le recordó al tiempo que el cantinero se acercaba a ambos para preguntar qué iba a beber su acompañante.

—¿Señor?

—Un escocés, por favor.  Y asegúrese de traernos la botella completa —.  Volvió a centrar la conversación en el fascinante tema en discusión que su amigo empezaba a desarrollar—.  ¿Por qué lo preguntas?

David se negó a responder golpeando otra vez con fuerza el vaso ya vacío contra la barra.

—Déjame adivinar... Por lo que advierto y te conozco es ella quien te tiene así, ¿verdad?

—No —añadió con la voz tan fría como el hielo—.  ¿Qué te hace suponerlo?  ¿Por qué quieres saberlo?

Martín tensó sus músculos evidentemente extrañado ante sus toscas reacciones.

—Simple curiosidad.

—Simple curiosidad —replicó David con sorna—.  ¿Estás seguro?

Sin responderle y ya recibiendo la botella de whiskey se tomó su tiempo observando su corto de licor antes de volver a expresar:

—Completamente convencido de ello. Salud, amigo —bebió de él vaciando todo el contenido—.  Solo lo decía por ti, porque ese día me pareció que estabas muy alegre junto a su compañía hasta que desapareció de tu lado como por arte de magia.

—¿Y eso es importante para ti, Martín?  ¿Te interesa? —Lo atacó, soberbiamente, desviando la mirada y posicionándola debidamente con ira sobre la suya.

—¡De qué estás hablando, hombre por Dios!  ¡Ni siquiera sé quién es!  ¡Solo te hice una simple pregunta! —Comentó nervioso—.  ¿Qué no la puedes responder como una persona sensata?

Podía.  ¡Claro que podía hacerlo! Pero en ese momento sentía tanta frustración, además de impotencia consigo mismo que, de alguna forma, solo quería olvidar lo acontecido para ya no sentirse tan miserable por haberla abandonado así sin más.

—David, somos amigos.  Por favor, ¿qué te ocurre?

—Nada —volvió a responder con su cadencia tan gelida como un glaciar—.  Solo creí que ella... podía ser diferente.

Al instante, Martín volvió a vaciar un poco de whiskey sobre su copa sin ocultar su intranquilidad por lo que él tan escuetamente le relataba.  Porque sus palabras le confirmaban a cabalidad que ella pretendía alejarlo de su vida, tal y como se lo había exigido aquella tarde de tan cordial manera.

—Bueno, todos nos equivocamos —añadió cínicamente, procurando verter en su copa más whisky—, o definitivamente nunca fue para ti.

David bebió al instante.

—Necesitas una verdadera mujer, no una simple chica como lo era ella.

—No la conoces —fiéramente le contestó como si le hubiera molestado de sobremanera su opinión que, de paso, no pidió oír y era muy desacertada.

—En eso tienes toda la razón.  No la conozco, pero junto a Monique, me vas a disculpar, no hay comparación.

David bebió el último sorbo de su corto antes de maldecir entre dientes palabras de peligrosa e ininteligible procedencia y reputación.

—Tu ex esposa lo tenía todo y esta chica... bueno... deja mucho que desear.

—Me dijiste que no la conocías —formuló categóricamente logrando que al instante Martín sonriera a sus anchas—.  Por lo tanto, abstente de hablar de ella.  Te lo repito, tú no la conoces.

—De acuerdo, hombre, no te exhaltes, por favor.  Y ante todo recuerda, en esta histora soy tu amigo y no tu enemigo. 

—Lo sé.

—Y me preocupas.

—Pues, no lo hagas. 

—Mala respuesta, David —bebió una vez más antes de pronunciar lo siguiente—: ya es tarde para que me lo pidas de tan amable manera.  Te conozco hace mucho tiempo para dejar que te embarques en una aventura con una cualquiera, sea ésta o no pasajera.

David movió la cabeza hacia ambos lados en señal de ofuscación.

—Lo siento, pero es la verdad y alguien debe decírtela.  Todo este proceso que estás viviendo por tu divorcio te tiene así, desconcertado, abatido y expuesto.  No puedes pretender ir por la vida mezclándote con semejantes mujeres cuando con tu ex esposa lo tenías todo.  ¡Todo David!

Volteó la vista levemente hacia la de él, sosteniéndola con fijeza.

—No sé quien es esa Magdalena y no me interesa llegar a saberlo, pero una cosa no me cansaré de repetirte: vuelve con Monique y deja de lado tu papel de víctima.  Todos, David, todos nos equivocamos en esta vida, unos más y otros menos, pero para eso existen las segundas oportunidades, ¿no crees?

Tragó saliva oyendo de mala gana cada una de sus incoherencias. 

—Hazme caso, hombre, vuelve con tu esposa, retoma tu vida y el tiempo perdido.  Aún es tiempo de ser feliz y lo demás... asúmelo, ya es parte del pasado.

Suspiró anhelando que cerrara su maldita boca.

—Eres de ligas mucho más altas, amigo mío.  Y sinceramente, a esa mujer jamás la vi para ti.  Perdóname por ser tan franco —volvió a palmearle el hombro con “cariño”—.  Ahora sal de aquí y medita muy bien lo que acabo de decirte.

Para su sorpresa, David se levantó con prisa del taburete en el cual se encontraba sentado y ya con una sola idea inserta al interior de su mente.

—Ve por ella, hombre, hazme caso.  Ve por Monique, y procura conseguir una noche que realmente valga la pena —agregó, sonriendo finalmente de oreja a oreja y limitándolo a que no cancelara la cuenta de la que él más tarde se haría cargo cuando terminara de beber lo que aún le restaba al interior de su copa.  Y así, tras un abrazo a medias que David le otorgó, lo vio salir del recinto mientras él, ya elucubraba en detalle cuál sería su próximo paso a realizar.

Al cabo de un par de minutos y después de tender sobre la barra un par de billetes que cancelaban con creces lo que ambos habían ingerido Martín se levantó, pero al mismo tiempo sacó desde el interior de uno de los bolsillos de su pantalón su móvil, en el cual digitó un número que, al parecer, conocía a las mil maravillas.

—Buenas noches.  ¿Cómo estás? —Saludó muy cortésmente a la femenina voz que contestó del otro lado—.  No pareces extrañada con la llamada que te he hecho.  ¿Estás bien o follando como tanto te gusta? —Rió con suma ironía—.  ¿Qué para qué te llamo?  Bueno, eso es muy fácil de responder porque... no sé como le vas a hacer, Monique, pero por tu bien no vas a firmar un solo puto documento de tu divorcio con mi querido amigo David Garret.

De inmediato, oyó su estallido emitiendo con su sonora voz un preponderante chillido.

—Cálmate, no vale la pena desesperarse.  ¿Y sabes el por qué?  Es más simple todavía de entender.  Porque me lo debes y porque te lo estoy exigiendo.  Así que cambia tu táctica, tus planes y todo lo que hayas pensado hacer con respecto a David, porque de él no te divorcias, ¿me oíste? —Se lo dio a entender con su soberbia y demandante voz—.  Tú de él no te divorcias hasta que yo lo decida.  Sí, cariño... también tengo planes para él y obviamente para ti.  Ah, y también para mí, por supuesto —se carcajeó a viva voz, concluyendo abruptamente aquella inesperada llamada.

***

Frente a la ventana de mi sala observaba el cielo estrellado así como también los coches que transitaban a esa hora por la avenida esperando, quizás, que en uno de ellos regresara David.  Pero después de la forma en la que se había marchado pretendiendo asimilar todo lo que le había relatado —obviando ante todo en esa historia el nombre del infeliz de Martín De La Fuente—, no me quería imaginar lo que él ahora estaría pensando acerca de mí.  No lo culpo, porque si yo hubiera sido él... habría actuado de la misma manera.

Me aparté un momento de la ventana para dirigir mis pasos hacia la cocina cuando, inesperadamente, la puerta sonó.  «¿Y ahora?», me pregunté algo sorprendida mientras tragaba un poco de saliva, suspiraba y caminaba sin afán para cerciorarme de quien era “él o la” que tocaba y nada menos que a estas horas de la noche.  Pero ¡oh bendito y cruel destino!, exclamé con sumo fervor al abrirla, encontrándome con quien jamás esperé que allí estuviera.  ¿Mi primera reacción?  La más coherente de todas: darle con la puerta en toda su maldita cara.

—¿Qué haces tú aquí? —Formulé exasperada y contrariada teniendo a Laura frente a mí, tal y como si fuera una gata angora a la que iba a despelucar si intentaba pasarse de lista conmigo.

—Quiero la carta, Magdalena —atacó soberbiamente sin que le temblara la voz.

¿Perdón?  ¿De qué me perdí en tan poco tiempo?

Crucé mis brazos por sobre mi pecho admirándola con mi super hiper mega vista de rayos láser atómicos, deseando hacerla añicos con ella.

—En español, por favor —pedí sutilmente y con ganas de cabrearla un poco para devolverle la mano.  Ojo por ojo, Laura, y diente por diente, ¿sabes lo que significa, verdad?

—¡Qué me devuelvas la carta! —Chilló cual niña caprichosa desea que le entreguen su paleta de dulce y nada menos que ahora mismo.

Reí clavando la mirada en el piso.

—¿Qué no me oíste, maldita sea? —Alzó aún más la voz encarándome a sus anchas. 

¿Y ésta qué ansiaba conseguir?  Claro, claro... que la despelucara viva.

—Sí, te oí —fijé mi vista otra vez en la suya preocupándome de fulminarla con ella—, pero no te la puedo dar.  “I`m sorry”.

Al segundo entrecerró la mirada como si ansiara hacerme polvo con ella.  ¡Qué mieeeeedoooo!

—¡No estoy jugando, estúpida! —Atacó evidentemente descontrolada acercándose más a mí para... ¿intimidarme?—.  ¡Sé que nunca se la diste a Teo!  ¡Por lo tanto, te exijo que me la devuelvas ya!

—¿Eres sorda o qué? —La encaré sin dejar que con su voz de loca neurótica me hiciera sentir inferior a ella—.  Ya no la tengo en mi poder.  Así de simple.  Y ahora, ¿quién es la estúpida?

En cosa de segundos alzó una de sus manos como sin con ella pretendiera golpearme.

—Cuidado, cuidado —la detuve rápidamente, interceptándola, mientras la sostenía con fuerza con una de las mías—.  Yo si fuera tú no haría eso.

—¡Me las vas a pagar, Magdalena!  ¡Juro que me las vas a pagar mojigata de mierda! —Vociferó con la voz colmada de absoluta rabia en el mismo instante en que advertí una figura masculina que se detenía en completo silencio al pie de las escaleras suplicándome, solo con el brillo de sus ojos, que no delatara su presencia.

—Primero que todo comienza por cerrar la boca y deja de ofenderme.  Si quieres hablar hazlo, pero como una mujer sensata o te largas de aquí.

—¡No me voy a largar hasta que me des la carta!  ¡Es mía!  ¡Mía!

—Si era tuya como declaras, ¿para qué me la diste?

—¡Porque sabía que jamás se la ibas a entregar a Teo!

¡Lotería!

—¡Te utilicé!  ¡Lo hice a sabiendas que si llegaba a arrepetirme por mi huída me devolverías lo que había escrito para él porque jamás serías capaz de hacerle daño!

Le solté enseguida la mano ya moviendo mi cabeza de lado a lado al oír y asimilar todo lo que parecía vomitarme al rostro.

—Me... ¿utilizaste?

—Lo hice —se jactó muy segura de cada cosa que decía sin notar que Teo la oía con sumo interés al igual que lo hacía yo—.  Siempre fuiste tan poca cosa para él...

—¡Cállate! —Le grité, aguantándome las ganas de darle una buena bofetada.

—¿Duele saber que jamás estará contigo?  ¿Te hiere la sola idea de saber que siempre me querrá solo a mí?  ¿A la única mujer a la que verdaderamente ha amado con su vida y de la que nunca se pudo olvidar? 

—Te pedí que te callaras —volví a manifestar, pero ahora a punto de estallar en cólera, rabia y ofuscación.  ¡Y todo eso en el mismo paquete!  Maravilloso, ¿no?  Aunque la verdad, mi subconsiente estaba feliz de que la neurótica siguiera parloteando a sus anchas con Teo a su espalda.

—Un chasquido de mis dedos, Magdalena... —realizó el gesto con ellos—... solo un chasquido de mis dedos y tengo a Teo otra vez a mis pies.

—No estaría tan segura de eso, Laura.  ¿Conoces ese dicho que dice “por la boca muere el pez”?

Al instante me observó con cara de no comprender nada de lo que le había expresado.

—¿De qué me estás hablando, zorra estúpida?

Suspiré siempre con la mirada fija y quieta de Teo sobre mí.

—Un descalificativo más con respecto a mi persona y no respondo.  Estás advertida.

—¿Me estás amenazando “poca cosa”?

—Si lo quieres ver así, es tu problema.  Ahora sal de aquí.

—No sin la carta.  ¡Deja de mentir sobre quién la tiene y devuélvemela ahora!

Cerré los ojos, apreté los párpados y tras varios segundos de suspirar y suspirar y claro, meditar si debía o no meter la pata hasta el fondo, una vez más lo hice.  ¡Qué va!  Si ya en varias oportunidades había hecho lo mismo, ¿de qué me tenía que preocupar?

—De acuerdo, me hartaste.  ¿Por qué, de pronto, tienes tanto interés en ella?  ¿Le temes a lo que podría llegar a suceder si cae en manos equivocadas, quizás?

—¡Dame la carta, infeliz!  ¡Ahora!

—Te lo advertí —extendí en mi semblante una pérfida sonrisa que se ensanchó de oreja a oreja—.  ¿Por qué no se la pides a quién se encuentra detrás de ti? 

Laura abrió sus ojos como platos al tiempo que lentamente se volvía hacia quien la observaba con el rostro inescrutable.

—Teo —balbuceó como si, de pronto, hubiera silenciado todos y cada uno de los deciveles de su voz.

—Sí, Teo Sotomayor en persona.  ¿Lo conoces?  ¿Te acuerdas de él?  Si no es así yo te refresco la memoria.  Él es el único dueño de esa carta.  ¿Ahora sabes a qué me refiero con ello?  ¡Qué te aproveche, estúpida! —Fue lo último que pronuncié al tomar la puerta y cerrarla con fuerza de un solo golpe ante la insistente y desilucionada mirada de quien no deseaba apartar sus ojos de mí.

Cuando ya no oí gritos, súplicas, ni nada que se le asemejara salí de mi departamento cargando en uno de mis hombros un pequeño bolso que había preparado.  ¿Para qué?  ¿Por qué?  Porque estaba harta de mentir, de dar explicaciones, de sentirme podrida por dentro y conmigo misma y lo peor de todo, que aunque me había animado a contarle mi verdad a David la mochila que aún llevaba sobre mis espalda no parecía ser más ligera.

—¡Demonios! —Exclamé entre dientes ansiosa de desaparecer de la faz de la Tierra, pero sabiendo que mis problemas no se iban a solucionar de esa manera.  «¿Y entonces?», me pregunté en completo silencio ya fuera de mi edificio cuando mi móvil volvía a sonar con un único nombre inserto en la pantalla.

—¿Y ahora? —Formulé, pero esta vez en un hilo de voz que solo consiguió estremecerme al cavilar la única respuesta que, por ahora, podía ser la más indicada para esa pregunta—.  Lo siento, pero créeme... es mejor así.

Guardé mi móvil en mi bolso negándome a contestar esa llamada mientras caminaba a paso veloz hacia los estacionamientos donde se encontraba mi Mustang, en el cual me monté y conduje con unas infinitas ganas de perderme... donde fuera que iba a perderme.  Porque lo necesitaba, lo ansiaba y lo llevaría a cabo sin dudar.  ¿Con qué fin?  Con el más imprescindible de todos: reunir fuerzas para encontrarme con Loretta, sì o sí.

 

El garage de Gaspar se encontraba completamente a oscuras.  Sí, sí, para mi bendita suerte.  ¿Y qué podía decir de su móvil?  Muerto o fuera de servicio.  ¡Genial!

—No importa —guardé el aparato dentro de uno de los bolsillos de mi chaqueta de cuero—.  De todas formas estés o no estés aquí igual pienso entrar.

Aparqué mi coche a un costado de la casa que se situaba contigua al taller, apagué el motor y tomé mi bolso con el cual bajé del vehículo recordando dónde rayos mi querido primo mantenía una de sus llaves de repuesto la que, después de buscar y buscar hasta por el más recóndito lugar del inmueble, recovecos de puertas, ventanas, arbustos, no encontré.  Por lo tanto, no me quedó más remedio que darle unas cuantas vueltas a la propiedad que no se hallaba cercada por ninguna reja ya que, desde una ruta aledaña a la carretera podías hacer ingreso a ella encontrándola, finalmente, al término del camino.

Probé con todas las puertas que estaban lo bastante aseguradas.  ¡Rayos, truenos y relámpagos!  Seguí haciéndolo ahora con cada ventana sin obtener un solo indicio de que podría hacer ingreso al garage hasta que... Dios se apiadó de mi existencia.

Una de las ventanas se mantenía a medio cerrar, la cual deslicé hacia arriba colándome enseguida por ella solo suplicando que ninguna maldita alarma estuviera conectada, ningún perro de fieros colmillos estuviera esperandome del otro lado ni recibir, tal vez, una descarga eléctrica de algún desconocido por haber irrumpido de esta manera en esta morada que, en definitivas cuentas, yo conocía muy bien porque desde que tenía uso de razón había sido parte de ella.

Suspiré como si el aire me faltara al encontrarme dentro de lo que parecía ser una habitación en penumbras sin saber si estaba lo bastante segura de ello.

—Bueno... aquí voy —susurré entre dientes dando, a la par, mis primeros pasos dentro de ese cuarto sin saber dónde pisaba y creyendo que nadie me oía cuando la verdad... me equivoqué—. ¡Pero qué mier...! —Ni siquiera tuve tiempo de reaccionar, menos de hablar ante el impulsivo e inusitado movimiento que realizó quien me lanzó como si yo fuera un costal de papas contra lo que me pareció que era una cama, apoderándose de inmediato de la fragilidad de mis manos que se vieron presas del poderío de una de las suyas mientras me amenazaba con... ¡Maldita sea!  ¡Maldita sea!  ¡Maldita sea!

—Quieta. Te mueves, respiras o emites un solo sonido y no sales viva de aquí.  ¿You understand me?

¿What?

Se me cortó la respiración de solo oír la dureza y frialdad de la voz que me advertía tan toscamente de lo que pretendía hacer conmigo, como si yo fuera una vil delincuente.

—¡Un segundo!  ¡Yo...!

¡Shut up!

«¡Por Alá, Buda, Krishna, y Jesucristo Superstar!  ¡En qué lío me había metido ahora!», vociferé fuera de mis cabales, perpleja y presa de un pánico irracional al sentir la fuerza de unas manos maniatar las mías en mi espalda junto a la presión que ejercía el cuerpo del hombre que me tenía a su merced introduciendo más y más en mis costillas el frío cañón de lo que parecía ser... ¡Santo Dios!  ¿Un arma?  Cuando replicaba con imperante y preponderante autoridad:

—Te he pescado “infraganti”.  Solo unos minutos más y la policía no tarda en llegar.  Gaspar estará completamente satisfecho cuando sepa que arruiné tu atraco.

¡Gaspar, Gaspar, Gaspar!  ¡Yo era la prima de Gaspar!

—¡Conozco a Gaspar! —Chillé con mi boca pegada a las sábanas de la cama percibiendo en mí unas potentes ansias por saber quien era el sujeto que me mantenía inmovilizada sin que lograra moverme—.  ¡Y esto no es precisamente un atraco!

—¿Qué has dicho? —Ahora sí pude identificar su voz colarse por mis oídos con un claro acento americano en ella.

—¡Maldita sea!  ¡Qué conozco a Gaspar! —Volví a gritar como si se me fuera la vida en ello y ya con lágrimas en los ojos—.  ¡Por favor, seas quién seas, no soy una vil delincuente como crees sino la prima de Gaspar!  ¡Mi nombre es Magdalena Villablanca! —Mi voz se rompía pedazo a pedazo producto del irrefrenable temor que crecía raudo en mi cuerpo y se extendía por sobre y bajo mi piel.

¿Really?  ¿O intentas engañarme?

¡Por qué mierda hablaba como si fuera norteamericano!

—¡Lo juro y lo volvería a jurar muchas veces si fuera necesario!  ¡Por favor, te lo pido!  ¡Mi nombre es Magadalena Villablanca! —Repetí—.  ¡Y ya he tenido suficiente por hoy para pretender morir así!  Estuvo mal, lo sé.  No debí haber entrado de esta manera, pero necesitaba un lugar donde quedarme y Gaspar no contestó su maldito aparato del demonio en todo el camino y yo...!

Quedamente, noté como el peso que me mantenía quieta contra la cama cedía su presión para liberarme de él haciendo lo mismo con mis manos en mi espalda.

—Pensé que lo encontraría aquí —respiré violentamente como si el aire me faltara—.  ¡Por favor, tienes que creerme!  ¡Tengo miles de cosas con las cuales aún debo lidiar para que vengas tú y me metas una bala por la espalda!

—¿Una bala? —Preguntó el desconocido sin rostro levantándose por completo de la cama mientras oía como dirigía sus pasos rápidamente hacia donde sea que lo estuviera haciendo. 

¿Y ahora?

—¿Con una banana? —Prosiguió, mostrándomela en todo su esplendor cuando finalmente encendió la luz dejándome boquiabierta ante tamaña visión y con mi corazón posicionado a la altura de mi boca—.  No lo creo —la examinó detenidamente con el cautivante color de sus ojos pardos mientras se deshacía de la cáscara—.  Con esta fruta no podría hacer ni siquiera “Bom Bom”.

¿Se estaba burlando de mí quien me había regalado el susto de mi vida y del cual todavía no lograba recuperarme?

—Pero puedo comerla —sonrió maquiavélicamente—, y compartirla mientras esperamos a Gaspar y así arreglamos de una  buena vez todo este embrollo.  ¿Quieres de mi banana?

«¡Su condenada banana se la podía meter por su soberano culo!».

Preferí callar y guardarme todas mis furiosas palabras pretendiendo retomar el ritmo normal de mi respiración cuando, la verdad, todo de mí ansiaba gritarle unas cuantas cosas.

—¿No quieres? 

Silencio.  Solo un sepulcral silencio obtuvo de mí.

—Ya veo que no —comentó, mordiéndola, saboreándola y disfrutándola sin querer apartar sus ojos de los míos—.  Disculpa por arruinar tu atraco —bromeó, tras volver a sonreír—, pero eres algo predecible y ruidosa.  ¿Por qué entraste así?  ¿A hurtadillas?  ¿Qué nunca te enseñaron a tocar?

Me levanté de la cama tras brindarle una memorable mueca de sarcasmo a quien jamás había visto en toda mi jodida existencia hasta este momento, claro está, y con el cual no deseaba entablar ningún tipo de amena charla.  ¿Qué no lo notaba?

—¿Cómo me dijiste que te llamabas?

—Magdalena —articulé con desgana, desviando la vista hacia otro punto del dormitorio.

Nice to meet you, Magdalena.  Mi nombre es Owen.  Owen Fitz, pero puedes llamarme “El Gringo” —alzó la mano libre y tatuada que no sostenía su apetecible “banana”—.  ¿Te parece?

De inmediato, clavé mi mirada en su rayada extremidad, que a todas luces pretendía que yo la tomara, cuando más me parecía que esta noche iba a ser realmente larga para él y para mí.  Porque sin ser vidente podía vislumbrar que hasta la llegada de Gaspar yo no podría zafar tan fácilmente de quien aún mantenía su extremidad levantada esperando con suma tranquilidad que en cualquier minuto mi boca consiguiera manifestar... ¡Choca esos cinco, colega!