Dieciseis

 

 

 

 

—¡Me amenazó con una banana!  ¿Lo puedes creer?

—Porque pensé que eras una amenaza.

—Acaso, ¿tengo cara de amenaza? —Pregunté abiertamente y ya casi hiperventilando debido a la tan sincera respuesta que Fitz me había dado—.  ¡Por favor!  ¡Esto es inconcebible! —Añadí de la misma manera cruzando mis brazos por sobre mi pecho ante la atenta mirada que nos otorgaba Gaspar.

—Inconcebible fue que entraras a mi habitación deslizándote por la ventana como si fueras una delincuente.

—Por tercera vez te lo repito y en español, “no soy una delincuente”.  ¿You understand me?  ¿O te lo dibujo, Gringo?

—Bueno, ¿qué quieres que te diga, Magdalena?  Eso me pareció al verte entrar a hurtadillas.

—Y lanzarme a la cama como si fuera un costal de papas, ¿no? Luego, encargarte de maniatarme por la espalda sin una sola pizca de delicadeza sabiendo que era una mujer y finalmente montarte sobre...

—¿Qué hiciste qué? —Vociferó Garpar interrumpiéndome y sacando a relucir al bendito Australopithecus Histericus que, al parecer, con cada uno de mis detalles había despertado—.  Dime que no oí bien lo que acaba de decir tan explícitamente Magdalena.

Fitz abrió y cerró la boca en tan solo un segundo comprobando que yo había consumado del todo mi venganza en su contra.

—Estoy esperando. ¿Qué hiciste qué? —Enarcó levemente una de sus oscuras cejas dándole a entender con ese simple gesto que el tiempo avanzaba y que a cada minuto su molestia se exacerbaba más y más.

—Eso... fue lo que hice.  ¡Pero la culpa es solo de ella! —Se justificó, advirtiendo la ofuscación en el semblante de su jefe y mejor amigo—.  Se coló por mi ventana en plena noche.  ¿Qué querías que hiciera?

—Discúlpate —le exigió Gaspar contando hasta diez para no explotar debido a la tanda de imágenes que ya creaba en su mente gracias a mis tan específicos detalles—.  Discúlpate por todo lo que sucedió.

Fitz suspiró mientras clavaba la vista en el piso.

—Somos amigos y te quiero como un hermano, pero sabes que jamás debes morder la mano que te da de comer.

«¡Cómo te quedó el ojo, Gringo!», comenté solo para mí en completo silencio y a gusto mientras me otorgaba una flamante victoria, hasta que algo que no esperaba, sucedió.

—Y tú también —añadió, pero ahora volteándose hacia mí.

La sonrisa maquiavélica de Fitz nuevamente se apoderó de su semblante como por arte de magia.  ¡Maldito seas, Gringo!

—Ambos, ahora.  Y, por favor, no me miren como si fuera el más grande de los idiotas al pedirles esto porque no lo soy.  ¿Les quedó claro? 

Sus ojos pardos sobre los míos y esa sonrisita infame, traviesa y burlona que no cesaba de dibujar incrementaban en mí unas temibles ansias de convertirme en una psuedo asesina y destripadora profesional de sujetos bien parecidos a los cuales el síndorme de la imbecilidad les quedaba como anillo al dedo.

—¿Qué no me oyeron?  ¡Ahora! —Replicó con fuerza en la voz y ya cansado de oír tanta tontería sin sentido.

I’m sorry Magdalena.  No fue mi intención hacer todo lo que hice contigo en...

—Ya oí suficiente, —lo detuvo Gaspar, rápidamente—.  Con eso me basta.  Los detalles aquí sobran.

—Si no hay más alternativa... Lo mismo digo, Gringo.

—Magda —Gaspar fijó sus ojos otra vez sobre los míos con decisión—. Discúlpate tal y como él acaba de hacerlo, por favor.

—Pero no fui yo quien...

—No hagas que te lo repita, ¿quieres?  Ustedes dos ya me tienen hastiado como para seguir oyéndolos discutir y discutir como si fueran dos niños llorones salidos desde el jardín de infantes.  Así que, vamos, hazlo.  Estoy esperando.

Y no era el único, porque la cara de idiota de Fitz, con solo verla, me revelaba que él también anhelaba lo mismo.

—De acuerdo —cedí de mala gana ante sus requerimientos para concluír, de una buena vez, con toda esta palabrería barata—.  Disculpa por haberme entrometido en tu cuarto. 

—¡Aleluya! —Vociferó Gaspar, sobresaltándome—.  ¡Creí que nunca lo iban a conseguir, par de tercos!

No sabía si aún seguía molesto por todo lo que había sucedido o si su mal humor se debía específicamente a algo más que El Gringo y yo desconocíamos del todo.

—¡Me la deben!  ¡Los dos! —Nos atacó—.  ¡Y por partida triple!

No comprendimos nada de lo que decía tan airadamente hasta que nos lo hizo saber al dirigir sus pasos hacia su escritorio, en el cual se sentó tras contemplarnos como si tuviera en mente un solo anhelo: desollarnos, pero en vida.

—Mi cita con Chanel se fue al carajo.  Gracias.  Muchísimas gracias.

¿Quién era Chanel?  ¿Y por qué llevaba un nombre tan artístico?

—Y por ende todos mis intentos por follármela también y claro... despertar con ella por la mañana.  ¿Se entiende, par de llorones?  ¿Alguna acotación al respecto?

—Sí —afirmé de inmediato ante las inquietas miradas de mi primo y de Fitz que se dejaron caer instantáneamente sobre mí—, yo tengo dos.  ¿Quién demonios en esta vida se puede llamar “Chanel”?  Y... ¿No puedes salir con alguien más bien normal que se llame Rosita, Juanita o qué se yo y no pretenda llevar el nombre de una marca registrada y conocida?

Oí la risa que El Gringo deseó liberar, pero que por respeto reprimió, tosiendo un par de veces en silencio.

—Ah, y cuando la vuelvas a ver, ¿podrías asegurarte de que le dé mis cordiales saludos a “Dolce & Gabbana”?  Chanel... —me burlé del nombre de la susodicha moviendo la cabeza de lado a lado sin advertir que Gaspar suspiraba al reprimir sus imperiosas ansias de querer estrangularme—.  ¡Quién mierda se puede llamar Chanel!

Sentí un leve roce en una de mis extremidades seguido de un murmullo que El Gringo liberó, diciéndome:

—Su futura novia, Magdalena.

No pude evitar reír ante el comentario.

—No me lo creo.  Te pediría que me pellizcaras, pero no te conozco del todo para brindarte ese honor,  Sorry, Gringo, no es nada contra ti, pero... el Australopithecus Histéricus aquí presente, ¿tendrá novia al fin?  ¡Por Dios!  ¡A qué santo debo prenderle unas cuántas velitas!

Gaspar estallaba de ira.

—¡Oh, el amor, el amor, el amor... da asco!

—Gracias por tu aclaración.  ¿Terminaste?

Una reverencia se ganó de mi parte.

—La que iba dirigida hacia ti con todo mi cariño y el mayor de mis afectos.

—Lo sé —sonrió de medio lado—, conozco al dedillo tu afecto tan considerado.

—¿Terminaste Gaspar?

—Todavía no.  Para tu buena suerte ahora tú y yo vamos a hablar detenidamente.

—¿Hablar? —Las ganas de seguir haciéndome la chistosita se me quitaron al instante—.  Ya es muy tarde y seguro tienes mucho...

Observó su enorme reloj de pulsera y manifestó, interrumpiéndome:

—Para nada.  Tengo toda la noche solo para ti.  Gringo, fuera —le exigió toscamente para que él abandonara su oficina en la cual los tres nos encontrábamos—.  La morena de la boca floja que no para de parlotear incoherencias y yo debemos charlar animadamente, pero a solas.

Of course, man.  Don´t worry.

—Gracias, “Bro”, por todo.

¿Really?  ¿A pesar de que te haya limitado tus ganas de follar?

—¡Fuera ya! —Gritó Gaspar como un demente consiguiendo que riera ante el malintencionado comentario de Fitz advirtiendo, además, que dibujaba en su barbudo semblante una flamante sonrisa antes de voltearse y perderse definitivamente tras la puerta al cerrarla por completo—.  Gracioso El Gringo, ¿no?

—En realidad, es un pelmazo, Gaspar.  ¿De qué cajita de MacDonal’s lo sacaste?

Al oírme, rió de buena gana.

—De Dallas —me corrigió sin hacer el más mínimo movimiento al verme ya deambular por el interior de su oficina sin ganas de querer hablar sobre mí y lo que había sucedido esta noche—, y no precisamente llegó a aquí proveniente de una cajita feliz.

—¡Vaya!  ¿Estás seguro?  Por poco y lo confundo con un “Minions” de esos que vienen de regalo en su interior.

Entrecerró la vista y suspiró moviendo su cabeza de lado a lado animándose a preguntar, pero con la risa a flor de piel:

—¿Debido a qué?

—A su “Bananaaaaaaa” —bromeé en clara alusión a esos pequeñitos seres, robándole algo más que un par de sonoras carcajadas que otra vez emitió a viva voz.  Y así, ante la leve mejoría de su humor, unos segundos después caminé en dirección hacia un sofá que se encontraba situado a un costado de la ventana que mostraba el patio trasero de la casa.

—Estás completamente loca, pero aún así te quiero.

Le otorgué un guiño antes de dejarme caer completamente en él como si mi cuerpo pesara una tonelada.

—Ahora, ¿podemos hablar?

Moví la cabeza en evidente señal de negativa.

—Magda, me lo debes.

Inhalé aire recordando sus palabras que tenían directa relación con que esta noche mi querido primo se había quedado con las ganas de follarse a la dichosa marca registrada esa.

—Solo... deseaba salir de casa e ir a otro lugar.  Lo siento.  No debí inmiscuírme de esa manera, menos estresar al Minions de la cajita feliz proveniente de Dallas.

—Deja tu humor negro de lado y, por favor, ten la amabilidad de responder lo que quiero saber.  ¿Por qué? —Gaspar caminó hacia mí, se sentó a mi lado y finalmente alzó su izquierda extremidad con la cual me atrajo hacia su cuerpo para regalarme un confortante abrazo.

—Porque necesitaba hacerlo.

—Entonces, no lo sientas.  Pero explícame de mejor manera lo que sucede para entender cada una de tus palabras: ¿De qué estás huyendo?  ¿A qué le tienes miedo?  Y... ¿a quién debo partirle el rostro esta vez? —Comentó, atrayendo toda mi atención.

Ansié obviar sus preguntas, pero... ¿para qué?  ¿Tenía algún sentido?

—Estoy huyendo de mí, creo.  Le temo a lo que podría llegar a suceder si eventualmente sigo mintiendo más de la cuenta y... a nadie, Gaspar.  Teo ya tiene lo que merece.  En cuanto a David... —suspiré intensamente—... es una arista más en todo el meollo del asunto —dejé que mi cabeza cayera en su pecho tras sentir un cariñoso beso que depositó en mi coronilla.

—¿Y cuál es ese meollo del asunto, Magda? —Con esa interrogante volví a fijar mi mirada sobre la suya.

—Si te lo cuento... ¿prometes que no te irás?  ¿Prometes que no me abandonarás a pesar de todo?

Sonrió de bella manera antes de decir:

—No me iré a ningún otro sitio porque éste es mi hogar, pero no podría decir lo mismo de ti y de tus arrebatos estúpidos.  Ahora habla y deja de evadir lo que quiero saber.

—Gaspar...

—Sea lo que sea, Magda.  Eras la nena de mi padre, ¿lo recuerdas?  Por lo tanto, ahora también lo eres de mí.  Quizás, no sea Tony “La Cobra”, pero aquí estoy, a tu lado y para lo que me necesites.  Somos familia, nos apoyamos, nos queremos y lo seguiremos haciendo a pesar de todas las dificultades que se interpongan en nuestro camino, sean éstas buenas, malas, maduras o podridas. 

—Era su lema —evoqué con algo de tristeza y desazón.

—Y el que tú y yo adoptaremos, ¿de acuerdo?  Ahora, nena, confía en mí y deja de ponerme nervioso.  Ya lo conseguiste una vez con tus doscientos cuarenta y cinco kilómetros en el Corvette.  No pretenderás ponerme paranoico de nuevo, ¿o sí?

—Es algo difícil de asimilar, Gaspar.

—¿Estás embarazada?

Sin que lo advirtiera, besé una de su mejillas con cariño.

—No, pero si lo estuviera serías el segundo en saberlo.

—Después de tu padre —añadió, dándome la razón—.  ¿Entonces?  ¿Qué te trajo esta noche a mi garaje como una vil delincuente, Magdalena Villablanca?

—Una decisión...

—¿Qué decisión es esa?

—La más inesperada y la menos acertada de todas.

***

Cuando Gaspar abrió los ojos, tras haberse quedado dormido, advirtió que Magdalena lo estaba profundamente también entre sus brazos y que, por la oscuridad que se vislumbraba a través de la ventana de su oficina, aún seguía siendo de noche o, tal vez, de madrugada.

Sin querer despertarla, retiró lentamente su brazo para que ella pudiera aprovechar de mejor manera la comodidad y el espacio del sofá en el cual se hallaba y que se negó a abandonar desde un primer momento, insistiéndole que allí se quedaría y que allí dormiría porque deseaba pensar un poco en la soledad de ese lugar.  Y él... finalmente accedió después de haber oído a plenitud todo lo que regresaba a su mente sin que pudiera obviarlo.

Se levantó del sofá y tras quitarle los zapatos fue por una manta a su habitación, con la que minutos después la cubrió tras regalarle un cariñoso “buenas noches” oyendo, a la par, una incesante vibración que se oía desde algún recóndito lugar de esa sala.

Con sigilo y algo de inquietud se dedicó a buscar lo que no cesaba de emitir ese particular sonido hasta que lo consiguió, hallando el móvil de Magdalena unos segundos después al interior de uno de los bolsillos de su chaqueta de cuero negra, en la cual no cesaba de vibrar con el nombre de David Garret inserto en la pantalla.

Con el aparato en sus manos y viéndola dormir en completa tranquilidad evocó cada una de las situaciones acontecidas, desde el momento en que ella aceptó la dichosa cita con el tipo al cual se negó a nombrar, hasta el preciso instante en que el mismo sujeto la acorraló para aprovecharse de ella bajo la semi oscuridad reintante del salón en el cual ambos se encontraban.  ¡Menudo cabrón de mierda!  ¿Y qué podía decir de Teo y de David?  Por el momento, que al primero deseaba romperle con muchas ansias la cara por gilipollas y por haberle roto el corazón a Magdalena mientras que al segundo, intentaría otorgarle un voto de confianza más antes de decidir si también le rompería accidentalmente el rostro.  Pero antes de que ocurriera lo debía encauzar y para eso tenía que brindarle algo de ayuda extra.  Por lo tanto, sin pensarlo dos veces y antes que el móvil de su prima dejara de vibrar, aceptó la llamada emitiendo lo siguiente:

—¿David?  Hola, hablas con Gaspar.  Así es, Gaspar Villablanca.  Sí, sí, Magdalena está bien —la observó con ternura—, pero podría estar mejor.  No sé si comprendes a qué me refiero con ello.  Voy a ser muy honesto contigo.  Sé toda la verdad, ella acaba de contármela, pero al revés de ti no pretendo darle la espalda.  Disculpa mi franqueza, pero la adoro y la acepto como tal, con toda su locura, con sus metidas de pata, con sus arrebatos estúpidos o sus decisiones desacertadas.  Quizás, se equivocó o tal vez no, solo ella lo sabe.  ¿Y quiénes somos nosotros para juzgarla?  Sí, ya te lo dije y te lo vuelvo a repetir, ella está bien y en el lugar correcto.  No lo sé.  Realmente, no me lo dijo.  No podría asegurarlo, David, pero... ¿por qué no vienes tú y lo constatas por ti mismo?  Lo peor que podrías obtener sería un rotundo “No”, ¿no lo crees?  El taller abre a las nueve de la mañana, pero desayunamos a las ocho y quince.  ¿Te unes?  No me des las gracias y... no lo olvides, por favor, yo jamás contesté esta llamada —concluyó, cancelándola y dejando el aparato en el mismo lugar del cual lo obtuvo, para finalmente acercarse a ella y murmurarle en un hilo de voz—: el mundo es redondo, ¿lo sabías?  Y cualquier lugar que hoy pueda parecer el fin tal vez mañana pueda significar tan solo el principio.  No lo olvides nunca.  Buenas noches, nena.  Descansa.  Te quiero.

***

Cerca de las ocho y diez de la mañana Silvina conducía su descapotable hacia las afueras de la ciudad con el ceño un tanto fruncido y una patente preocupación a cuestas ante lo que llevaría a cabo cuando, de repente, su móvil sonó al interior de su cartera.  Sin perder el tiempo lo extrajo, advirtiendo que el pitido le señalaba que un mensaje de texto había caído en la bandeja de entrada.  Segundos después, lo leyó hasta gritar “¡Al fin!” con efusividad certificando que Magdalena se encontraba bien y no metida en problemas como paranoicamente en un primer momento lo pensó, devanándose los sesos al elucubrar las peores teorías conspirativas al respecto.  Pero después de leerlo en su totalidad supo en donde se hallaba y por qué razón había elegido precisamente ese lugar para refugiarse.   “Okay. Al menos está tranquila”, pensó respirando con total normalidad cuando ya deshaceleraba la marcha de su vehículo al vislumbrar la enorme y lujosa propiedad que se mostraba ante sus ojos y en la cual alguien la esperaba con algo más que impacientes ansias.

Unos minutos después, aparcó su coche de color rojo frente a la refinada y pulcra entrada de la mansión de la cual Loretta Santoro era la dueña y señora demostrando, en todo su esplendor, lo bien que sabía hacer sus negocios dentro y fuera de la cama. O en donde se le antojara, en realidad, porque no había que ser muy inteligente para dilucidar que para poseer algo así ella debió haber hecho muy bien su carrera de “Escort” revolcándose, trepando, utilizando y enamorando a destajo a más de algún cliente millonario influyente, pero por sobretodo enormemente poderoso, sin importar si éste estuviera o no casado. 

Silvina sonrió con descaro tras caminar hacia la puerta luciendo su vestido primaveral de vivos colores y fina seda que dejaba al descubierto sus infartantes piernas y zapatos de tacón Louis Vuitton a juego que, según su propia convicción, la hacían sentir más segura de sí misma.  ¡Y vaya que así se sentía!  Al caminar con prestancia, determinación y contoneando sus caderas, hacia el mayordomo que la esperaba y quien, finalmente, la guió por uno de los pasillos de la ostentosa casa directamente hacia el área de la piscina donde se encontraba la zorra mayor, al parecer, ya desayunando junto a una de sus asistentes de la bendita Corporación para la que actualmente ella también trabajaba.

Sí, la verdad se había preparado para lo que eventualmente ocurriría estudiando, de principio a fin, todo el discurso que iba a vomitarle en el rostro.  Porque se lo merecía, porque estaba cansada y, más aún, porque su mejor amiga no tenía por qué estar pagando y con creces lo que solo le correspondía a ella.  Por lo tanto, sin dilatar más la situación, caminó hacia quien ya había advertido su presencia, recibiéndola con una flamante y perversa sonrisa estampada en el rostro, pero de incondicional fascinación.

—Buenos días —manifestó Silvina plantándose  delante de ambas mujeres, pero fijando la mirada en quien más le interesaba observar—.  Me pediste que viniera pues, aquí me tienes.

—Buenos días —le contestó Loretta, quitandose las gafas de sol para examinar detenidamente cómo vestía, cómo se afrontaba a la vida y cómo había cambiado desde que se había ocupado en forma preferencial de su persona—Te ves... Divina —añadió sonriéndole—.  Y todo gracias a mí.

Silvina se tensó porque eso era del todo cierto.

—Sin preámbulos, por favor —le exigió mientras se preparaba para expresarle su discurso—.  ¿Para qué me quieres aquí?

—Para charlar animadamente contigo.  Para saber de ti y para recordarte que tengo ojos y oídos en todos lados.  ¿Qué hay de tu amiguita?  ¿Ya se esfumó?  Se suponía que ambas tendríamos una amena charla que todavía no se ha concretado.  ¿Por qué?  No lo sé.  ¿Tú sabes algo al respecto?  Espero que sí, cielo, porque sabes de sobra que se me agota la paciencia.

Silvina sonrió, pretendiendo relajarse ante lo que oía.

—¿Te puedo pedir un favor, Loretta?

—El que quieras, cariño.  El que quieras —apartó la taza de café hacia un costado para prestarle la debida atención a lo que iba a decir centrando su vista en su nítida y reluciente mirada.

—El “cielo” y el “cariño” te los puedes meter donde mejor te quepan.  Y con respecto al favor, éste consta de una sola cosa: deja a Magdalena en paz —subrayó cada una de esas palabras—.  Al fin y al cabo siempre fue mi problema, ¿no?  Por lo tanto, quiero que me concertes una cita con Martín De La Fuente y asunto arreglado.  Me haré cargo de todo y...

Al escucharla, Loretta rió como si le hubieran contado el mejor de los chistes.

—¡Por favor! ¿Qué estás diciendo?  Es una broma, ¿verdad?

—¿Te parece que tengo infinitas ganas de bromear?

—Perdóname, Silvina, pero oírte es... absurdo.  ¿Y sabes el por qué?  No, no creo que lo sepas.  Bueno, te lo diré... porque Martín De La Fuente no te quiere a ti sino a tu amiguita con la cual... para qué voy a entrar en detalles si ya sabes a lo que me refiero.

En un arranque de ira Silvina terminó situando sus manos con fuerza sobre la mesa para luego repetir:

—He dicho... deja a Magdalena en paz.  ¿Qué no me oíste?  Me importa una mierda si ese hombre no me quiere a mí, pero a ella no la tendrá, eso te lo aseguro.

Loretta movió su cabeza de lado a lado mientras tomaba la servilleta que tenía sobre sus piernas, con la cual se limpió los labios para arrojarla sobre la mesa, levantarse y decir:

—Creo que la que no me ha escuchado y entendido muy bien has sido tú.  Martín pagó por ella y no descanzará hasta tenerla en sus manos.  Sí, es cierto, podría tenerte a ti y a unas cuantas más a cambio de la mojigata de tu amiga, pero ya no hay nada que yo pueda hacer.  Lo siento.

—¡Eso es mentira! —Le contestó con furia golpeando nuevamente sus manos contra la mesa—.  Y tú lo sabes perfectamente, ¿o no?  Mal que mal, has vivido de tu cuerpo toda tu vida —la fulminó con la mirada tal y como Loretta la fulminaba a ella—.  Es tu negocio, son tus condiciones... ¿y me refriegas en mi cara que ya no puedes hacer nada?  ¡De qué mierda me estás hablando! —Vociferó descontrolada—.  No eras nadie cuando comenzaste en esto.  No eras nadie cuando te entregaste a este negocio sin condición y... ¿sigues siendo nadie Loretta Santoro a pesar de tener todo lo que deseas y a cada maldito hombre a tus pies?  ¡No me jodas!

Con la vista entrecerrada y observándola de manera implacable y acechante apretó los puños comiéndose toda la rabia que le producían sus palabras mientras la oía sin nada que acotar.

—Recuerda de dónde vienes.  Recuerda lo que sufriste y lo que tuviste que sacrificar para llegar hasta aquí y recuerda, especialmente, todas las humillaciones que tuviste que...

—¡Cállate! —Le gritó totalmente exasperada—.  ¡Por lo que más quieras, cállate! —Exigió tal y como si esas palabras hubieran sido una súplica—.  ¿Quién te crees que eres para hablarme y gritarme así?

—Silvina Montt, la mujer que tú creaste.  La mujer que transformaste a tu antojo y la que se dejó llevar por algo más que el puto y fácil dinero.  Lo asumo como tal y no me averguenza evocarlo, menos decírtelo en tu cara porque así lo decidí en un momento, pero al evidenciar en lo que te has convertido no sabes cuánto me arrepiento de ello y que en algún punto de mi vida... terminaras decidiendo por mí.

—¡Cierra la boca!  ¡Yo no decidí por ti! —Vociferó encolerizada y a punto de estallar.

—¿No?  ¡Qué mala memoria tienes! —Silvina parecía decepcionada frente a su acotación—.  ¿Y si no la quiero cerrar qué?  ¿Me vas a amenazar a mí también?  ¿Vas a quitármelo todo?  Hazlo, Loretta —se apartó un tanto de la mesa—.  Me da igual si me quedo en la calle y sin un solo maldito centavo.

—No seas estúpida.  Sabes muy bien que no te da igual.  Mírate como vas vestida.  Contempla el coche que ahora conduces.  Observa quien eres y quien un día fuiste y repítelo, pero ahora autoconvenciéndote de ello.

—Me da igual si me quedo en la calle y sin un solo maldito centavo —replicó con fuerza en la voz y sin que ésta le temblara—.  ¿Sabes el por qué?  Porque no quiero llegar a ser como tú, menos deseo convertirme en una trepadora, egoísta, egocéntrica, cínica, mentirosa y tirana mujer que todo lo consigue mediante amenazas.

—No me provoques, Silvina Montt, no sabes de lo que soy capaz.

—Lo mismo va para ti, Loretta.  Tú tampoco sabes de lo que soy capaz.  Por lo tanto, haz lo que te digo y olvídate de Magdalena y de que una vez existió para ti.

—¿A cambio de qué? —Enarcó una de sus oscuras cejas tras cruzar sus extremidades a la altura de su generosa delantera y sonreír sin una sola pizca de condescendencia.

—A cambio de lo que tú quieras, pero con respecto a mí —le soltó realmente convencida de ello, pero con un singular pavor que percibía a la altura de su estómago, quemándola por dentro.

—Es una oferta muy tentadora.  ¿Te das cuenta de ello?  Realmente, me propones una oferta muy tentadora.  Dorothy, escríbela en la nómina, por favor —le comunicó a su asistente que no podía dar crédito a lo que sus ojos veían.

—Sí, “Zorroty” —agregó Silvina—.  Escríbela en la jodida nómina de tu jefa y luego dámela para firmarla, por favor.  Ah, y procura hacer una copia para mí, ¿quieres?  No seré tan imbécil para irme de aquí sin ella.

Loretta no podía creer todo lo que le escupía al rostro después de que ambas habían compartido...

—¿Así me pagas todo lo que hice por tí? —La encaró, reanudando la charla—.  ¿Así te pones en mi contra después de todo lo que yo...?

—Te di... —se detuvo, obviando por un momento su furiosa mirada—... algo más que mi vida, Loretta.  ¿Qué hiciste con ella? —Sus ojos se enguajaron en lágrimas y su boca, por algo más que un minuto, se silenció al percibir como su barbilla temblaba—.  ¿Aceptas o no? —La increpó duramente al evocar muchísimas situaciones de su pasado que tenían directa relación con la mujer a la que ahora odiaba con toda su alma.

—No es tan fácil.

—Lo es.  ¡Tú sabes que lo es, maldita sea!  ¡Puedo tener sexo con él y con cuántos se me antoje!  ¡Solo tienes que decidirlo, pactarlo y dejar a Magdalena fuera de esto!

Pero Loretta no quería dar su brazo a torcer y Silvina —por una razón muy obvia mientras ambas nuevamente se fulminaban con la mirada—, se estaba dando cuenta de ello.

—Es mi vida y puedo hacer con ella lo que se me plazca. Que no te extrañe que te lo repita.  Que no te extrañe que ahora yo pueda decidir... —acalló de pronto su voz al notar como Loretta se colocaba otra vez sus gafas de sol y se volteaba repentinamente para darle la espalda.

—¿Terminaste?  Si es así ya te puedes marchar.

—No me iré de aquí sin una respuesta concreta de tu parte.

—Sabrás de mí muy pronto.

Silvina suspiró como si estuviera reuniendo más entereza para encararla.

—No me iré de aquí sin una respuesta concreta que...

—¡He dicho que sabrás de mí muy pronto! —Vociferó ya fuera de sus cabales oyendo, a la par, el sonido de una particular voz que ella bien conocía, que amaba y que, en ese instante se hacía presente llamándola a la distancia, diciéndole:

—¿Mamá?

Silvina se volteó al reconocer la inconfundible voz masculina que, en cosa de segundos, se coló fugazmente por sus oídos erizándole la piel.  Porque esa varonil cadencia tenía un solo nombre.  Porque ese sonido obedecía a una sola y clara señal.  Porque esa voz... ciertamente... buscaba alcanzar un solo objetivo que ella logró descifrar cuando articuló, completamente desconcertada y con los ojos abiertos como platos:

—¿Tu madre, Emanuelle?  Loretta es... ¿tu madre?