Siete

 

 

 

 

No cesábamos de observarnos mientras un profundo y agobiante silencio lo invadía todo.  Sus manos temblorosas, todavía aferradas a las mías, me confortaban de una extraña manera cuando su boca tan solo quería hablar, cosa que no hacía.  ¿Por qué?  Porque, al parecer, después de la inesperada visita de Loretta, ya todo estaba dicho.

Tomé aire repetidas veces asumiendo que me encontraba metida en un problema, pero en uno muy grande esta vez al haber aceptado, de principio a fin, todo lo que ella de tan amena manera me había exigido que hiciera.  ¡Maldición!  La reina del chantaje sí que sabía hacer bien sus negocios.  “Mal que mal, a eso se dedicaba, ¿o no?”, pensé detenidamente cuando Silvina se aprestaba a hablar, diciendo:

—Lo siento.  Realmente, no sabes cuanto lo siento.

Exhalé un poco de aire clavando la vista en el piso por algo más que un par de segundos mientras mi mente divagaba buscando las mejores palabras con las cuales responder a las suyas, pero... ¿existían?  ¿Las habían después de todo lo que había oído de parte de la zorra desgraciada mayor?

—¡Todo esto es mi maldita culpa y lo acepto como tal!  Si no te hubiera presionado en asistir a esa cita esto no estaría sucediendo.

—No es tu culpa —balbuceé, pero sin alzar la mirada.

—¿Cómo que no?  Si fui yo la que insistí para que...

—Tú no hiciste un trato con Martín De La Fuente, pero Loretta sí —revelé algo sobre aquella charla, pero sin entrar en detalles, los que por ahora no venían al caso que especificara, pero que en rigor yo conocía bastante bien.

—¡Hijo de la reberenda puta! —Chilló enfurecida, aferrándose con más fuerza a nuestras unidas manos—.  ¿Qué trato, Magda?  ¡Dímelo!  ¿Qué fue lo que pactó?

Abrí la boca para intentar expresar algo que, por obvias razones, mis labios decidieron callar, evocando:

 

“Esto es entre tú y yo, Magdalena, o más bien... entre Martín De La Fuente, tú y yo, que te quede muy claro.  Y con respecto a lo demás, ¿sabes lo que significa “en boca cerrada no entran moscas”?  Espero que sí, querida.  Realmente espero que tengas asimilado el significado real de esa frase en concreto porque... no creo que te gustaría que tu amiguita terminara convirtiéndose en una de ellas, ¿o sí?”.

 

—¡Magda!  ¡Dime qué fue lo que te dijo!

Moví la cabeza en evidente señal de negativa.

—¡Por qué no!

—Porque no es importante, Silvina, y ya está.  Asistiré a esa jodida cita con el tipo ese y... —no pude seguir hablando al separar mis manos de las suyas y cerrar por un instante los ojos.

—Y a unas cuantas más, ¿verdad? —Concluyó por mí regalándome una leve caricia en una de mis ya sonrojadas mejillas—.  Magda...

—Sí —fue lo último que dije al abrirlos y al oír que volvían a tocar a la puerta.

Silvina se levantó del sofá rápidamente dejándome en él al tiempo que balbuceaba un cúmulo de palabrotas de dudosa procedencia y reputación.  No la culpo porque al escucharla deduje de inmediato que se encontraba completamente indignada, pero también evidentemente preocupada porque ella, mejor que yo, conocía de sobra la clase de negocios que solía realizar Loretta.

Me recliné sobre el sofá suspirando como si el aire me faltara tras perder la vista en algún punto de la sala hasta que la presencia de Teo y su inconfundible sonrisa junto a su bella mirada me hizo aterrizar, pero mas bien dándome de bruces contra el piso.

Un solo segundo me bastó para ponerme de pie y correr a sus brazos, los cuales me confortaron enseguida en un abrazo contenedor en el que ansié quedarme para siempre, oliendo su incomparable aroma que hacía estragos en mí al igual que su ya un tanto acelerada respiración que sentía en la curvatura de mi cuello.

Nos quedamos en silencio, en absoluto mutismo el uno pegado al otro sin nada que decir, pero tan solo percibiendo los latidos de nuestros corazones que acompasaban el respirar de nuestras cadencias hasta que su boca, rozando el contorno de mi mandíbula, fue a parar hacia donde tanto necesitaba llegar sin que yo opusiera resistencia.  Y así, mis labios junto a los suyos se confundieron en un prolongado y dulce beso que me hizo comprender lo importante y necesario que era ese hombre en mi vida y lo que yo significaba para él, más por la forma en que me abrazaba negándose a soltarme.

Bebí de su boca y él bebió de la mía al tiempo que una de sus manos se introducía por mi oscuro cabello y la otra, con posesión, rodeaba por completo mi cintura.  En cambio, las mías se deslizaron hacia su rostro al cual me aferré y acaricié como si mi vida dependiera de ello mientras nuestras enfurecidas lenguas batallaban airosas la una contra la otra entrelazándose, embistiéndose y danzando a la par en un prodigioso e inigualable baile del cual ninguno deseaba apartarse.

—Esto significa que... ¿me extrañaste? —Mordió con delicadeza mi labio inferior cuando su lengua volvía nuevamente al ataque de la mía.

Le hubiese respondido “Silvina, largo de aquí”, en clara alusión a ella y a lo que necesitaban nuestros cuerpos en este momento, pero me contuve.  ¿Por qué?  Por la sencilla razón que aún no podía apartar de mi mente toda la maldita charla que había mantenido con Loretta.

Me separé de él a regañadientes como si mi cuerpo hubiera recibido una inusual descarga eléctrica que me sacudió de pies a cabeza.

—Magda, ¿qué ocurre?

Y una vez más moví mi cabeza de lado a lado negándome a responder.

—Está abrumada, Teo —contestó Silvina por mí sacándome prontamente de mi poderoso ensimismamiento—.  Hoy...

Alcé mi mirada amenazante para fijarla en la suya dándole a entender con ella que no era el mejor momento para hablar de esto.  En realidad, jamás sería un buen momento para hablar de algo así.

—Silvina... —.  «¡Cierra la boca por amor de Dios!».

—Magda regresó al autódromo, lo siento.

Creo que dos segundos me bastaron para morir en vida y resucitar ante el furtivo vistazo que me dedicó mi amiga el cual, a todas luces, significaba simple y llanamente lo siguiente: “¿Hubieras preferido que le contara sobre la visita de Loretta?  Yo creo que no”.

—¿Es eso verdad? —Continuó Teo endureciendo su semblante.

Tragué saliva un par de veces sin saber qué rayos debía decir.

—Magdalena, te hice una pregunta.  ¿Es eso verdad? —Replicó sin dejar de observarme, pero esta vez con temor, un temor del cual yo también formaba parte.

—Sí —sentí un agobiante dolor en mi pecho que comenzó a hacer añicos mi alma.

—Pero... ¿por qué no me contaste nada sobre ello?

Me mantuve firme, pero a punto de tambalear en cualquier instante gracias a la maravillosa “ensalada” de ideas que abundaba dentro de mi cabeza y de la cual él, obviamente, jamás se podría enterar.

—Porque tenía que hacerlo.

—¿Tenías que hacerlo? —Insistió, incrédulo, sin apartar su fiera mirada de la mía.

Asentí sin nada que agregar notando como él, de un solo vistazo de reojo que le otorgó a Silvina, logró hacerla reaccionar para que prontamente se marchara del departamento.  Y ella así lo hizo, no sin antes tomar sus pertenencias, darme un cariñoso beso en la mejilla y pronunciar en un susurro un débil adiós.

Nos quedamos a solas.  Teo y yo guardamos un debido silencio mientras él no quitaba sus ojos de los míos.  No sé, pero por la forma tan extraña que me observaba sabía que en algo más estaba pensando.

—Por qué —articuló de manera neutral—.  ¿Por qué tenías que exponer tu vida así?

—Te equivocas, no estaba exponiendo mi vida...

—No estabas exponiendo tu vida... ¡Vaya! —Situó una de sus manos en su castaño cabello mientras la otra la alojaba en su cadera cuando sus extremidades inferiores lo hacían deambular por la sala de estar.  Sí, pude advertirlo... Teo comenzaba a desarrollar el síndrome de la intolerancia y todo gracias a mí y a las tan cordiales respuestas que le daba.

—Porque sabía perfectamente lo que estaba haciendo —agregué—.  Si no era ahora habría sido después o...

—¿O qué? —Estalló, consiguiendo hacerme saltar de la impresión que me otorgó su inusitado y molesto grito—.  ¿Qué no te das cuenta que te podrías haber matado en esa pista?  ¿Qué no asimilas que es peligroso para ti?  ¿Que no asumes por un minuto que te pude haber perdido para siempre, maldita sea?

Una fugaz lágrima rodó por mis mejillas al tiempo que se aprestaba a continuar, añadiendo:

—¿A cuánto fue esta vez?

—Teo...

—¿A cuánto fue esta vez, Magda?  Y sé sincera, por favor.

Sincera...  ¿Podía serlo después de todo lo que estaba ocurriendo conmigo?  Esa pregunta tenía una rotunda respuesta y era nada menos que un tajante “No”.

—No hagas preguntas, no esperes respuestas.  ¿Ya olvidaste lo que te pedí?

Su penetrante vista se congeló en la mía al evocar aquello.

—No, claro que no.  Pero por un segundo creí como un imbécil que después de todo lo que había sucedido entre nosotros dos eso ya estaba por descontado.

—Pues, no lo está —recordé una vez más a la desgraciada de Loretta.

 

“Sé todo sobre ti, no lo olvides.  No me interesa tu pasado, pero sí me interesa muchísimo tu presente y por ende, también tu futuro.  Por lo tanto, si llevas a cabo todo lo que acabamos de acordar dejaré tu doble vida completamente en paz.  De lo contrario,muchas cosas podrían salir a la luz y de la peor manera hiriendo a personas que... no merecen sufrir por ti.  ¿Comprendes?  

Las mejores decisiones son las que se toman en silencio, créeme... las mejores decisiones son las que siempre tomarás tan solo tú, apartando de tu vida a quien pretenda inmiscuírse en ella.”

 

—Doscientos cuarenta y cinco kilómetros por hora —manifesté, sabiendo muy bien que conseguiría con aquello.  Y lo obtuve, cuando el rostro de Teo junto a su doloroso silencio me lo confirmó—.  Lo siento, pero era por mí y lo que necesitaba obtener de ello.

—¿A qué costo, Magda?  ¡A qué maldito costo!

—Al que pagué hace muchísimo tiempo atrás y al que no pude quitarme de la cabeza día tras día.  No estuviste ahí, Teo...

—Pero ahora estoy aquí y...

—¿No confías en mí? —.  ¡Dios Santo!  ¡Qué miserable me sentí al preguntarle algo semejante!

—La vida puede cambiar en un solo instante, Magda.  Sé de eso, no olvides que a cada hora veo gente morir sin que nada pueda hacer por ayudarlos.

Tragué saliva con dificultad percibiendo como mi garganta se obstruía segundo a segundo.

—Entonces, si no confías en mí puedes...

Sonrió con descaro, creo que anteponiéndose a los hechos.

—¿Marcharme de tu vida?  ¿Crees que podrás quitarme de ella así como así?

 

“... las mejores decisiones son las que siempre tomarás tan solo tú, apartando de tu vida a quien pretenda inmiscuírse en ella.”

 

Se acercó acechante, tal y como si yo fuera la presa que se aprestaba a cazar con ferocidad y desespero.

—Confío en ti —me estampó en el rostro logrando hacerme sentir del todo culpable—, porque te conozco, porque te quiero y porque me importas cada día más como para dejarte ir.

—No soy buena para ti, Teo.

—Deja que eso lo decida yo.

—Estoy hablando en serio...

Su peligrosa boca ya rozaba la mía mientras una de sus manos ascendía lentamente por mi estómago, llevándose consigo la tela de la camiseta que yo vestía hasta, finalmente, detenerse en uno de mis senos al cual masajeó por sobre mi sujetador.

Se me cortó la respiración al percibir su abrazador aliento sobre mi boca, tentándome, provocándome, incitándome a caer en un abismo sin fondo del cual sabía que no podría salir tan fácilmente, porque Teo era mi adicción, el hombre que amaba y al que cuidaría de Leonora y de Loretta aunque tuviera que pagar un alto precio por él.

—También estoy hablando muy en serio, tanto que... necesito volver a sentir que eres mía y estar dentro de ti ahora mismo.

—¿No me escuchaste?  No... soy... buena... para... ti —subrayé, pero fue tarde para ello cuando su boca se apoderó de la mía en un violento y urgente beso que me incineró la piel, dándome a conocer así que para él ya no había retorno. 

—Sí, te escuché perfectamente, pero quiero que sepas que ese ahora es mi problema y no el tuyo —acotó entre beso y beso que me robaba, arrancándome la camiseta de un solo tirón al igual que lo hizo con mi prenda íntima para hacer de mí lo que se le antojara mientras hacía lo mismo con mi pantalón y mis bragas siempre retrocediendo en dirección hacia el sofá, en el cual terminó de quitarse la ropa para tenderse sobre mí apresándome con sus feroces besos, sus descontrolados impulsos, sus animalezcos deseos y un fuerte ímpetu de arrancarme algo más que la piel a mordiscos hasta hacerme desfallecer en sus brazos, poseyéndome, estremeciéndome, vibrando de absoluto goce y placer desenfrenado junto a mí en movimientos delirantes, ardorosos, sublimes, pero bajo un oscuro manto que nos envolvía donde un par de dolorosos secretos permanecían ocultos en completo silencio, los que por ahora... me negaba a confesar.

 

A la mañana siguiente y después de observar a Teo, como plácidamente dormía envuelto entre las sábanas de mi cama, me levanté delicadamente para no despertarlo.  Aún se notaba extenuado gracias a nuestra increíble noche de sexo al por mayor en la que ninguno de mis problemas se había resuelto, al contrario, me parecía que cada vez se intensificaban más, todo y gracias a mi condenado silencio.

Después de tomar una ducha rápida y colocarme mis bragas junto a una larga camiseta que me cubría por completo el trasero me dirigí hasta la cocina a preparar un poco de café y algo con qué alimentar a mi bestia salvaje pensando qué rayos iba a hacer con mi vida.  Punto 1: tenía por delante la famosa cita con Martín De La Fuente y el maldito trato de Loretta alias “Zorreta” del cual ya no podía zafar.  Punto 2: por mí su condenado trato del demonio se lo podía meter por donde mejor le cupiera y punto 3: estaban muy equivocados los dos con respecto a Magdalena Villablanca, porque ninguno sabía a ciencia cierta con qué tipo de mujer iban a tratar.

Suspiré profundamente situando mis manos en mi rostro al tiempo que sentía una protuberancia atacándome por detrás que me desconcertó, entre otras cosas.  Bueno, esa protuberancia la conocía bastante bien porque pertenecía, ni más ni menos, que a mi deliciosa y semental bestia salvaje.

—Buenos días, preciosa.  Hueles increíble.  ¿Te sientes bien? —Hundió su nariz en mi húmedo cabello mientras sus extremidades me envolvían para aferrarme posesivamente a él en un abrazo.

—Buenos días, señor erección matutina.  ¿Ya tiene ganas de volver a follar?

Teo rió mientras se aprestaba a responder alojando su boca en mi oído para expresar en un claro y estremecedor susurro:

—Una erección mañanera en un hombre no necesariamente significa que ansíe tener sexo, sino más bien que se encuentra en óptimas condiciones de salud para...

—Volver a follar —lo interrumpí volteándome hacia él para regalarle, además, un coqueto guiño.

—Bueno, si lo ves desde ese punto de vista, tengo que confesarte que vestida así se incrementan mis ansias de tomarte y disfrutarte ahora mismo como mi suculento desayuno.  ¿Te ha quedado claro?

Reí, cruzando a la par mis manos por sobre mi pecho.

—Muy claro, pero no es lo que me ibas a explicar, ¿verdad?

—No, hasta que me interrumpiste.

—De acuerdo, lo siento —abrí mis piernas alojándolas en sus caderas para atraerlo más hacia mí, añadiendo—:  ¿qué me quieres explicar?  Soy toda oídos.

Teo cerró sus ojos por un extenso momento antes de volver a hablar.

—Te decía que... —abrió sus párpados muy lentamente—... la erección matutina es una respuesta saludable y psicológica normal que casi todos los hombres experimentamos a lo largo de nuestra vida.

—Como la que siento en este preciso momento.

Un fugaz, pero apasionado beso que me regaló fue la confirmación de ello.

—Ahora tú, no me has respondido. 

Entrecerré la vista al no comprender a qué se refería con ello.

—Te noto preocupada, demasiado para mi gusto y no me agrada verte así.  ¿Sucede algo?

Sí, me sucedía, pero por obvias razones él no debía estar al tanto de ello.

—No te preocupes por mí.  Es algo que debo solucionar. 

Una de sus manos acarició mi mandíbula para luego ascender hasta mi cabello en el cual se alojó, más específicamente, detrás de mi cuello.

—Eso es imposible para alguien como yo.  ¿Qué ocurre, Magda?

Piensa, piensa, piensa... ¡pero hazlo ya!  Y por favor, sé coherente, ¿quieres?

—Yo... bueno... quería que supiras que... me invitaron a una exposición.

—¿De arte?

—No.  De coches... clásicos.

Teo enarcó una de sus cejas.

—¿Puedo saber quién fue?  Porque no me huele a una de las asiduas salidas de Silvina.

—No es nadie importante.  Solo se trata de un cliente de mi madre al que le encantó mi Mustang.

—¿Solo tu Mustang? —Fijó su mirada en la mía de una manera muy poco usual.  Oh, oh... eso tenía pinta de... ¿celos?

—Creo que desvirtué el tema de fondo de nuestra conversación.  Tú y yo hablábamos de tu erección matutina.  Me estabas explicando todo lo concerniente a ella y...

En un rápido movimiento me tomó entre sus brazos en la misma posición en la que me encontraba para conducirme hasta el sofá donde finalmente se sentó conmigo sobre él o, debería decir sobre su bendita y desconcertante erección mañanera.

—¡Vaya!  ¿Ya nos toca otra vez?

—Lo sabrás después que me respondas sensatamente.  ¿Debo peocuparme por él?

—¿Por quién?

—Por el cliente de tu madre al que le encantó tu Mustang —detalló, recalcándolo.

—¿David Garret?  ¡Por favor!  Para nada.  Ya te lo dije, no es nadie importante.

—Pero te invitó a una exposición de coches clásicos y por lo que sé esa es una de tus debilidades que jamás terminaré de comprender.  Podría gustarte la moda, no sé, algo más acorde a tu femeneidad. 

—Pues no intentes comprenderme, menos pretendas meterte con mi femeneidad y solo quiéreme así, un poco bruta, un poco chiflada, un poco disfuncional...

—Un poco mía, ¿te parece?

Entrecerré la vista asimilando lo que había expresado tras advertir la hermosa sonrisa juguetona que Teo ya dibujaba en sus labios.

—Me parece que... por ahora y para no complicarme con tu singular interrogante quiero seguir oyendo tus explicaciones sobre tu fascinante empalme matutino que me tiene gratamente complacida.  Cuando gustes puedes continuar.

Un par de carcajadas dejó escapar antes de volver a retomar ese específico tema en discusión.

—De acuerdo, reina de las evasivas.  La erección matutina se describe como el fin de una serie de erecciones nocturnas.  Es decir, como la última de esa serie que es con la que te encuentras en la mañana al despertar.

—Tal y como el claro ejemplo que tengo y siento entre mis piernas.

—Así es, preciosa, y la cual vas a sentir todavía más, te lo aseguro —sus peligrosas manos ascendieron y descendieron por mis desnudos muslos con una suavidad única mientras preparaba su boca para decir algo más—.  En promedio, un hombre sano puede tener entre tres y cinco erecciones en una noche de sueño, durando cada una de éstas entre veinticinco a treinta y cinco minutos.

—Eso suena realmente interesante además de excitante.  ¿Te quedas a dormir hoy también conmigo para certificarlo?  Ya sabes... prefiero ante todo la práctica a la teoría y como dijo alguien por ahí, “ver para creer, muchachote” —comencé a rozar su duro miembro con mis bragas en un irresistible movimiento que nos hipnotizó a los dos—.  Y para constatar que eres un hombre totalmente sano y saludable y que todo en tu condenado cuerpo de infarto está funcionando correctamente.

—Lo mismo digo —acotó, deshaciéndose de inmediato de la camiseta que yo llevaba puesta—.  Gracias por tu evidente preocupaciòn hacia mi persona, pero antes de eso necesito asegurarme que todo en ti también esté funcionando correctamente —dictaminó, apoderándose de mis propias palabras al mismo tiempo que se lanzaba de lleno a disfrutar de mis senos a los cuales lamió, chupó y mordisqueó sugerentemente con cierta maestría y devoción.  ¡Aleluya!

—Y... ¿te parece que lo está?  Porque desde hace algunos días tengo un pequeño “malestar” en la zona de mi bajo vientre.

—Mmm... —gimió al oírme, sonriéndome con absoluto descaro—.  ¿Que tipo de “malestar” es ese? —Quiso saber sin dejar de brindarles con su afanosa lengua todo lo que mis “airbags” ansiaban que él hiciera—.  Detállamelo.  ¿Qué percibes, preciosa?

Ufff... lo que yo sentía entre mis humedecidos pliegues no se podía definir ni siquiera con palabras. 

—Percibo... percibo... —mordí mi labio inferior alejando a la par mis senos por unos cuantos segundos de su boca—.  ¿No sería mejor que lo constataras por ti mismo?  Digo... a falta de un doctor en esta especialidad buenos son los enfermeros —.  Y este enfermero en especial estaba más que buenísimo.

Tras relamer sus labios de exquisita manera y brindarme una incomparable mirada de perversión, Teo se levantó conmigo a cuestas para finalmente depositarme a lo largo del sofá, arrancándome las bragas de encaje y quitándose, segundos después, el boxer que vestía y que tensaba a su monumental instrumento o a estas alturas arma infalible de seducción.

—¿Desde cuándo analizas a tus pacientes completamente desnudo? —Formulé con algo más que ansias de ponerme a cantar una melodiosa canción con todo y micrófono incluído.  ¡Llégó la hora del karaoke!

—Bueno, es sencillo de explicar.  Todo esto es parte de mi trabajo.  Así como voy a analizar en profundidad la parte baja de tu cadera también debo ocuparme de tu temperatura corporal y para eso... ya tengo mi termómetro a la mano.  ¿Qué no lo ves?

¡Ay por Alá, Buda, Krisna y Jesucristo Superstar!  Ejem... pensar en todas esas divinidades al mismo tiempo que observaba con mis ojos desencajados y lujuriosos su instrumental médico a unos cuantos centímetros de mis manos, boca o por donde se le diera gusto “insertármelo”, no parecía ser la mejor de las ideas.

—Pues, de que lo veo, lo veo.  Eso... está más que claro para mí.

—Muy bien.  Significa que tu vista está fenomenal.  Primer análisis positivo.

¡Vaya, pero qué trabajador más eficiente y lúdico!  Y ahora seguimos con... ¿gusto o tacto?

—Pero sin duda alguna, lo mejor vendrá después cuando lo comiences a sentir.

¡Pero que buen inicio tendría este día!  ¿Podía ser mejor?

—Ahora, señorita... vamos a revisar su presión.

Por mí podía revisármela por donde se le antojara porque sabía muy bien que iba a ser lo bastante brutal para “analizarme” de principio a fin sumiéndome en una vorágine de sensaciones que me harían una completa dependiente de su boca y que, entre variados movimientos, conseguirían que mi cuerpo reaccionara y se estremeciera, percibiendo una oleada de intensos y descomunales orgasmos que me arrastrarían a un increíble placer del cual yo ansiaba formar parte. 

Y no me equivoqué al evidenciar como la excitación en mí crecía y crecía junto a la velocidad, ritmo y presión que ejercía su boca entre mis pliegues, de arriba hacia abajo, en forma circular, dibujando lo que sea que estuviera dibujando ahí abajo con su adictiva y maravillosa lengua en mi clítoris porque... ¡Dios mío!  Este enfermero sí que hacía un estupendo trabajo y lo mejor de todo, lo constaté satisfecha certificando con justa razón que gracias a él me encontraba sumida en mi propio y bendito paraíso.

 

Por la tarde y luego de despedir a Teo en la entrada de mi edificio salí a correr para liberar un poco de estrés y tensión acumulada.  Lo necesitaba urgentemente y más para dejar de pensar en ciertas cosas que aún deambulaban sin descanso al interior de mi mente y herían, de alguna manera, también a mi corazón.

Dirigí mis pasos hacia la costanera con destino hacia el muelle y con los auriculares puestos en mis oídos, y oyendo algo de música Celta que relajaba mi bestia interior, corrí y corrí sin detenerme, marcando mi propio y acelerado ritmo hasta que divisé a lo lejos el destino al cual ansiaba llegar lo mas pronto posible. 

A toda velocidad, y sin poner la debida atención con lo que ocurría a mi alrededor, enfoqué cada uno de mis pensamientos solo en el claro objetivo que vislumbraba a la distancia hasta que, de la nada, una enorme bandada de gaviotas que volaba por el cielo azul llamó poderosamente mi atención.  Sin detenerme las seguí con la vista por unos escasos segundos y sin advertir que, además, en contra un ciclista venía directo hacia mí.  ¡Dios Santo! Para cuando aparté la vista de las aves ya era muy tade para reaccionar, frenar, evadir, menos quitar de mi camino al dichoso sujeto con el cual terminé chocando estúpidamente.

«¡Maldición!». Caí de espaldas al piso gracias al fuerte impacto  que nos dimos, oyéndole decir en remarcado tono burlón:

—Lo lamento mucho, señorita.  Parece que no me vio o tiene serios problemas de visión.  ¿Se encuentra usted bien? —Enseguida se apartó de la cabeza la capucha gris de su ropa de deporte que llevaba puesta intentando recuperarse también de nuestra particular colisión.

“¡Yo te voy a dar problemas de visión, soberano imbécil!”, pensé enfurecida y adolorida al tiempo que mi vista junto a la suya se volvían a encontrar precisamente en ese muelle al igual que... ¡Mierda, pero mierda, mierda!... aquella noche en que él había venido por mí para llevarme a la cita con Martín De La Fuente.  Porque el desconocido que me había regalado el choque de mi vida y al que había hecho saltar de su bicicleta de una forma magistral era nada menos que... ¿Emanuelle?