Once

 

 

 

 

Tuve una magnífica noche de perros sin cerrar los ojos.  Me explico.  No es que haya dormido con un perro a mi lado, no señor.  Eso en mi bendito lenguaje significaba nada menos que no había dormido ante las maravillosas preocupaciones que ahora rondaban al interior de mi cabeza.  Y así lo constaté al mirarme al espejo esa mañana y advertir las remarcadas ojeras que poseía en mi lindísimo semblante.

—¡Demonios!  ¡No puede verme así!

—¿Quién?

—David.

—¿Quién es David?

—Eso no importa.

—¿Cómo que no importa?  ¡Claro que importa!  Dime una cosa, ¿te quedaste despierta toda la noche para lucir así? —Formuló Silvina a mi espalda tras observarme detenidamente.

—No conseguí cerrar los ojos.  Gracias por tu comentario.

—Ya lo noté.  ¿Tienes manzanilla?  ¿En bolsitas de té?

—En la alacena, ¿por qué?

Ella ya había echo abandono del cuarto de baño cuando a viva voz manifestó:

—Porque son excelentes para deshinchar los ojos y...  ¿este bicho, Magda?  ¿De dónde salió?

¿Bicho?  Me volteé rápidamente y caminé hacia la sala preguntándome a qué se refería expresamente con esa palabra.

—¿Qué bi...? —No pude terminar de hablar al ver a Midas sentado al borde de la ventana entreabierta de la sala—.  Eso no es un bicho, sino un gato, Silvina.

—Es un bicho para mí —sentenció algo extrañada con el animal que parecía dedicarle una evidente mirada de desagrado—.  Y por lo que veo muy felpudo.  ¿Es tuyo?

—No, de Teo.  Su nombre es Midas.

No pareció importarle lo más mínimo mi acotación, añadiendo:

—¿Dónde me dijiste que tenías las bolsitas de té?

—En la alacena —reiteré, acercándome lentamente hacia el pequeño animal para bajarlo de la corniza—.  ¡Hola, bonito!  ¿Qué haces aquí?  Al parecer tu dueño no ha llegado, ¿cierto? —Extraño, pero real.  Recibí de inmediato un caluroso maullido de su parte, confirmándomelo—.  Turno extra —le respondí como si él lograra entenderme—.  ¿Tienes hambre?

—Magda, el bicho no te va a contestar —expresó Silvina, arrancándome una sonrisa.

—Se llama Midas y deja de llamarlo así, por favor.

Levantó las manos en son de paz mientras abría la caja de manzanilla para sacar desde el interior dos de las bolsitas de té y prepararlas.

—¿Desde cuándo tu pseudo-novio tiene un gato?

Tomé entre mis brazos al animal para luego dejarlo en el piso donde sabía que estaría más seguro.

—Es callejero.  Solo lo adoptó.

—¡Qué tierno! —Dijo con remarcado sarcasmo—.  ¿Así como te adoptó a ti?

—Cierra la boca —le pedí no muy amablemente mientras me dirigía hacia la despensa para sacar desde el interior de ella una lata de atún—.  Y de paso, Teo no es mi novio.

—¿Y qué son?  ¿Amigos folladores de temporada?

—Te has ganado el premio mayor —le di a entender abriendo la lata y colocando el contenido en un plato y oyendo, a la par, como Midas maullaba con más fuerza al percibir el olor—.  Aquí tienes, bonito.  Disfrútalo.

—Magda, deja al bicho en paz y ven aquí —pidió obteniendo de mi parte una fugaz mirada asesina—.  Ya tengo listas tus bolsitas de té para tus lindísimos ojos de zombie.

—Deberías ver a un otorrino para que te analice los oídos.  No se llama bicho.

—Deberías ver a un cardiólogo para que analice tu corazón.

No comprendí muy bien lo que quiso decir con eso del cardiólogo menos al oír mi telefono vibrar desde la mesa de mármol, donde se situaba.

Fui por el aparato encontrándome al instante con un particular nombre inserto en la pantalla que decía: “David Garret llamando”, el cual solo consiguió hacerme suspirar antes de contestar la llamada con una agradable voz en la que no había ni una sola pizca de emoción inserta en ella.

—¿Hola?

—Buenos días, señorita Mustang.  Espero por mi bien que se acuerde de mí.

Y no sé por qué su característico tono de voz me arrancó enseguida una media sonrisa al oírlo.

—Lo recuerdo muy bien, Mister, pero al parecer usted olvidó que habíamos dejado las formalidades de lado.

—No lo olvidé, Magdalena.  Solo pretendía utilizar una buena táctica para dar inicio a la conversación.

—¿Con que una táctica, eh?

Silvina dejó de hacer lo que hacía para poner más atención en mí y en cada una de mis benditas palabras.

—¿Y de qué trata esa táctica si se puede saber?

—Mmm... —pensó—... lograr que no cambies de opinión frente a lo que habíamos acordado, por ejemplo.

—¿Y qué te hace suponer que cambiaré de opinión? —Exigí saber al apoyar mis extremidades sobre la mesa de mármol.

—No lo sé.  Contigo nunca se sabe.

—Eso es muy cierto, David.  Soy... digamos... algo diferente al común de las mujeres o al menos yo me siento así.

—Pues, me parece perfecto que seas diferente.  Eso te hace aún más especial.

¡Vaya, vaya!  ¡Pero qué halago estaba recibiendo a las diez de la mañana!

—No sé cómo debo tomármelo, pero gracias de todos modos.

—No me des las gracias ante un cumplido que es totalmente real y merecido.

—Ya comprendí —le solté de golpe—.  Halagarme es parte de tu táctica.

Una sonora carcajada emitió con su varonil y grave voz, desconcertándome.

—Me has pillado desprevenido.

—¡Sorpresa! —Exclamé con más ansias que con las que había contestado al dar inicio a la conversación.  Y al parecer Silvina lo notó, viniendo hacia mí para prestar muchísima más antención a cada uno de mis gestos faciales y a cada una de mis palabras.

—Magda, ¿es tu cita? —Susurró.

—¡No es mi cita! —Articulé, pero sin voz para dejárselo muy en claro.

—Entonces, ¿quién rayos es y por qué sonríes tanto?

Cerré los ojos y suspiré queriendo finalizar cuanto antes aquella conversación que ambas estábamos manteniendo por mi bien y, obviamente, por el de David Garret.

—¿Nos veremos allá? —Inquirí fugaz.

—¿No deseas que vaya por ti?  Sería más cómodo y...

—Gracias, pero si no te molesta prefiero encontrarte en ese sitio. No me lo tomes a mal, pero no me gustan los compromisos.

—De ninguna manera, Magdalena.  Te entiendo perfectamente.

—¿De verdad?

—Sí, no te preocupes.  Te esperaré allá, pero por favor, solo llámame cuando hayas salido de casa.  ¿Podrías hacer eso por mí?

—¿Por qué?  ¿Temes que pueda chocar o volcarme en el camino?

Tosió como si le hubiera disgustado de sobremanera mi absurda interrogante que, después de unos segundos, comprendí que había expresado de más.  ¡Sí, fenomenal! ¡Tonta por naturaleza!  ¿Por qué era una maldita genia, pero sin lámpara cuando más la necesitaba?

—No —contestó secamente—.  ¿Estaría mal que me preocupara por ti?

Me lo pensé un par de segundos antes de contestar.

—Disculpa, eso fue una mala broma.

—Lo fue —consiguió con ello hacerme sentir la misma estúpida de anoche—, y de muy mal gusto.

—Lo sé —clavé la mirada en el piso al tiempo que Silvina no entendía cada una de mis reacciones al observarme más y más detenidamente.

—Por lo tanto... —suspiró hondamente—... me obligarás a desarrollar mi paciencia, que debo advertirte no es una de mis mejores virtudes.

Aquello me hizo sonreír a medias porque extrañamente el tono seco de su voz había desaparecido casi por completo.

—Bueno, no todo puede ser tan malo, ¿o sí?

—Procura conducir con precaución, por favor —me pidió de la misma forma que lo había hecho frente a su casa.

—Lo haré.  ¿A las seis de la tarde, Mister?

—A las seis de la tarde, señorita Mustang. 

—De acuerdo.  Entonces... no me queda más por decir que... nos vemos dentro de unas horas.

—Así será. 

Un perturbador mutismo se alojó entre ambos.  Un perturbador silencio que extrañamente me incomodó al no saber qué más decir.

—Debo... prepararme.

—También yo.

—Y desayunar —¿Por qué a veces lo que mi mente pronunciaba se oía tan coherente, pero al expresarlo a viva voz me sonaba a una reverenda imbecilidad?

—Pues ve a desayunar, Magdalena.  Nos vemos mas tarde.  Un beso.

¿Un beso?  Él había dicho... ¿un beso?  ¿Qué tipo de beso?  ¿A qué se refería expresamente con un beso?  ¿Y dónde se suponía que recaía ese beso?

—Hasta luego, David —y colgué, obviamente negándole uno mío.

Silvina tenía sus ojos depositados sobre mí al punto de querer estrangularme viva si no me animaba a hablar pronto.

—Dime que era el tipo con el que te vas a reunir.

—Sí —suspiré—, era el tipo con el que me voy a reunir.

—¿Es guapo?

Negué con mi cabeza de lado a lado.

—¿No? —Dilató sus ojos abriéndolos como platos.

—No.  Guapísimo al grado de sentir absoluto dolor.

Al escucharme se echó a reír como una maldita condenada.

—¡Suertuda del demonio!  ¿Y vas a salir con un tipo así?  ¡Uyyy!  ¡Qué doloroso! —Se burló muy afectuosamente.

—¡Sorpresa! —Volví a exclamar una vez más, enrojeciéndome.

—¿Y Teo?  ¿Cómo se lo tomó?

Abrí la boca para decir algo que jamás salió de mis labios.

—¿Qué te parece si nos saltamos ese específico interrogatorio?

—Ya nos saltamos el que no quisiste responder con respecto al infeliz y a la cita de anoche —se apartó de mí sin desviar sus ojos de los míos, colocando sus extremidades en cada una de sus caderas y añadiendo severamente—: estoy preocupada y lo sabes de sobra.

Y no era la única.

—No puedes hacer nada, Silvina, ya te lo dije.  Olvídate de ello, por favor.

—¿Cómo quieres que me olvide si yo fui la que te metió en esto?

¡Y ahí iba otra vez con la misma cantaleta de siempre!

—No comiences —me aparté de la mesa de mármol hasta llegar donde Midas que aún se encontraba comiéndo su atún—.  Te lo dije y te lo vuelvo a reiterar, me ocuparé de esto, pero no quiero que te inmiscuyas.  ¿Hablo en español?

—¡Loretta me va a oír! —Vociferó hecha una furia, consiguiendo que Midas alzara fugazmente la mirada mientras se relamía los bigotes.

—Todo está bien, amiguito.  Su paranoia es totalmente normal y de nacimiento.

—No en este momento, Magda, te lo aseguro.

—Basta, Silvina.  No quiero hablar más de la tal Zorreta.

—Pero, Magda, si yo...

—¡Basta! —Ahora fui yo quien vociferó para dejárselo muy en claro—.  Por favor.  Lo que suceda con esa mujer y conmigo ya no es problema tuyo.

—Magdalena...

—Ya no es problema tuyo —repliqué sin dar mi brazo a torcer—.  Ahora haz lo que mejor sabes hacer, ¿quieres?

Cruzó sus brazos por sobre su pecho mientras me admiraba, acechante.

—¿Estás segura? —No se demoró ni dos segundos en levantar sus extremidades como si intentara recrear el estúpido bailecito en adoración a la mismísima Katy Perry.

—Y no me refiero con ello al estúpido bailecito de tu gurú personal.

Una mueca de desilución me brindó al instante, deteniéndose.

—¿Entonces?  ¿Para qué soy buena?

—Para buscarme un lindo atuendo y algo decente con qué presentarme frente a David.

—Mmm... David —repitió quedamente admirándome ahora con lascivia—.  ¿Eso se come?

En cosa de segundos me arrancó una sonora carcajada al mismo tiempo que mi mente me jugaba una mala pasada al imaginármelo vestido, pero no precisamente para esta ocasión.  ¡Vaya!  ¡Qué calor de aquellos!

—No, lamentablemente no se come.

—¿No? —Formuló extrañada—.  ¿Entonces?

—Sencillamente... se devora.

 

Faltaba media hora para que las seis de la tarde se hicieran presentes mientras yo ya conducía hacia el lugar donde se llevaría a cabo la exposición de coches clásicos a la cual David me había invitado tan cordialmente, y en la que con seguridad iba más que a alucinar y a disfrutar al tenerlos tan cerca olvidándome, por un buen momento, de todo lo desagradable que había acontecido y vivido anoche.

Desde que salí de casa me preocupé de llamar a Teo a su móvil obteniendo de vuelta su repetitivo buzón de voz que me invitaba, una y otra vez, a dejarle un bendito mensaje.  Pero cuando advertí que no tenía otra opción así lo hice, expresando lo siguiente con mi incomparable dulzura que demostraba mi tono de voz.

 

“Hola.  No quiero molestarte, pero estoy preocupada por ti.  ¿Estás bien?  Espero que así sea y si no lo estás solo llámame, ¿quieres?  No es tan difícil marcar mi número y hablar.  Sabes muy bien que estaré para ti cuando me necesites.  Así que... cuando tengas algo de tiempo o ganas de escuchar mi voz ya sabes por donde empezar.  Yo ya lo hice, pero no corrí con tanta suerte.

Te extraño, Teo.  Muchísimo.

Cuídate, por favor.

Un beso.”

 

Y luego de ello la llamada llegó a su fin mientras un profundo suspiro se me arrancaba del pecho.

***

A esa misma hora, pero en los pasillos de maternidad, específicamente frente al cristal de la sala de neonatología, Laura se encontraba admirando a su pequeña sobrina Rafaela como dormía, sin dejar de sonreír y manifestar unas palabras que, en absoluto silencio, acalló cuando percibió que alguien más la observaba situado a unos cuantos pasos de donde ella se hallaba.

Volteó el rostro dedicándole la misma sonrisa que segundos antes había esbozado con mucha naturalidad al tiempo que sus ojos se depositaban sobre la nerviosa figura de quien se animaba a dar un par de pasos más dispuesto, quizás, a entablar una amena e inusitada charla.

—¿Hace cuánto estás espiándome? —Le preguntó la muchacha, robándole enseguida una media sonrisa de auténtica felicidad que Teo no demoró en dibujar en sus labios.

—No te estaba espiando —le dio a entender, bajando la vista hacia el piso.

—No me molesta que lo hagas.  De hecho, siempre me gustó que me observaras así —aseveró orgullosa, logrando que él alzara la mirada en un santiamén para nuevamente dejarla caer sobre la suya—.  Ven, acompáñame, por favor.

Así lo hizo, pero percibiendo una leve corriente eléctrica que emanaba de ella, la que cuando estaban juntos también le erizaba la piel, tal y como le sucedía ahora.

—Rafaela es hermosa y tan pequeñita.  Es un milagro que esté aquí.

Teo tragó saliva sin entender a cabalidad lo que le comentaba.

—Consuelo tuvo un embarazo complicado.  No fue fácil para ella... proseguir.

—¿Proseguir?

Laura suspiró cerrando por algo más que un segundo sus verdes ojos.

—Su esposo la abandonó —le comunicó casi en un hilo de voz abriendo de par en par su mirada—.  El muy miserable la dejó por su secretaria.

Teo percibió de inmediato como Laura se estremecía mientras colocaba una de sus manos sobre el cristal de la ventana para volver a manifestar:

—Ambas fueron muy valientes, ¿sabes?  Ojalá algún día yo... pueda ser igual.

—Tienes esa valentía —le dijo, susurrándoselo—, solo que no te has dado cuenta que forma parte de ti.

—Si la tuviera... todo habría sido tan diferente entre tú y yo.  Lamento...

—No lamentes lo que ya está hecho —le pidió, silenciándola.  Porque en ese instante en que la volvía a tener tan cerca lo que menos deseaba era recordar y reabrir las heridas del pasado.

—Aún así lo sigo haciendo.  Yo... no debí marcharme así de tu lado.

—Pero lo hiciste.  Para bien o para mal... sucedió.

Ahora fue ella quien conectó su vista con el piso, muy avergonzada.

—Lo lamento muchísimo. 

—También yo, porque por una vez en mi vida creí que estaba haciendo las cosas bien.

—No solo te sucedió a ti.  Créeme.  No solo te sucedió a ti.

Después de un extenso e incómodo momento en que todo lo que pudieron oír fueron sus recurrentes inspiraciones y expiraciones, Teo al fin sacó la voz y preguntó con algo de angustia:

—¿Dónde estuviste todo este tiempo?

—Intentando olvidarte.

—¿Y lo conseguiste? —Exigió saber como si toda su vida dependiera de lo que ella pudiera manifestarle en ese crucial momento.

—No.  Eres casi imposible de olvidar —afirmó, pero esta vez asegurándose de alzar la mirada.

—¿Casi? —Se tensó ante lo que había escuchado y asimilado.

—Sí, casi.  Porque lo bueno jamás se olvida y tú fuiste y serás... lo mejor que he tenido en mi vida.

—Suena convincente, Laura.  Muy convincente.  ¿Debo creerlo?

—Lo es.  Jamás tuve el coraje de mentirte y lo sabes.

Teo cerró los ojos ante esa gran verdad que no admitía discusión alguna.

—¿Y qué te hizo volver? —Formuló, abriéndolos.

—Consuelo y Rafaela por una parte y...

—¿Por otra?

La joven sonrió con nerviosismo, tal y como lo hacía cuando él la descolocaba al finalizar sus frases con sus preguntas de rigor.

—¿Tienes tiempo para un café?  Me gustaría... robarte para comentártela.

—¿Robarme? —Sonrió, deliberadamente—.  ¿Qué te hace pensar que diré que sí?

Dudó antes de contestarle en la forma que se aprestaba a hacerlo, pero aún así se animó, añadiendo:

—El estar aquí conmigo cuando podrías perfectamente estar evitándome en otro sitio.

Teo se mordió el labio inferior a propósito para no acotar algo más porque Laura, su Laura, a pesar de su inminente lejanía... seguía siendo la misma mujer con la que él, un día, había soñado un futuro lleno de auténtica y dichosa felicidad.

—¿Aún crees que me conoces lo suficiente?

—Y más que a la palma de mi mano —rió con esa suave y adorable cadencia que a él le encantaba escuchar—.  ¿Qué me dices?  ¿Tienes algo de tiempo para mí?

—Tal vez, más tarde.

Ella asintió, comprendiéndolo.

—Pues, cuando así lo creas pertinente... todavía estaré deambulando por aquí.

—¿Cuánto tiempo? —Volteó su rostro hacia ella para que se dignara a mirarlo una vez más con la profundidad de sus ojos claros.

—¿Cuánto tiempo? —Replicó Laura sin dejar de parpadear perdiéndose en su incomparable mirada—.  Bueno, por de pronto, el que sea necesario, Teo Sotomayor —finalizó.

***

El club de campo donde se realizaría el evento al aire libre lucía realmente fenomenal con un verde y envidiable prado que ya lo quisiera tener yo, claro, si viviera en una casa y tuviera un hermoso jardín con un inmenso patio trasero.

Coches entraban y salían de él.  Perdón, reitero: coches lujosos entraban y salían de este sitio porque a simple vista podía deducir que a este evento solo estaba invitada “la creme de la creme” de la socialité de la ciudad.  Y bueno, alguien como yo que conducía un Shelby Mustang de 1967 totalmente refaccionado al que admiraron con absoluta adoración cuando crucé la entrada y conduje lentamente hacia los estacionamientos.

De acuerdo.  Siempre me desagradó de sobremanera tantos ojos puestos en mí, pero... ¿qué más podía hacer si sabía muy bien que mi joyita valía más que unos cuantos miles de dólares?

Con toda mi preocupación patente por Teo y lo que supuestamente le sucedía me olvidé de llamar a David.  ¡Rayos!  Por lo cual, antes de bajar del coche, tomé mi móvil dispuesta a realizar la llamada que no efectué al advertir el mensaje de texto que tenía inserto en ella y que me devolvió el alma al cuerpo al saber y constatar que finalmente se trataba de Teo dando señales de vida.

 

“Hola, preciosa.  Discúlpame, por favor.  No fue mi intención responder así, pero algo no anda bien conmigo y prefiero trabajar antes que estar en casa pensando necesades sin sentido. 

Quiero, como favor personal, que disfrutes tu día y no pienses más de lo debido en mí.  Seguramente me sentiré mejor después que duerma un poco.  No te preocupes, me cubrirán las espaldas.

Luego me cuentas que tal te fue, ¿de acuerdo?  Y, por favor, no te quiero muy cerca del sujeto ese.

Cuidate.  Un beso.”

 

Sí, inevitablemente con su mensaje mi alma había regresado a mi cuerpo, pero se liberó al percibir la asesina mirada que David me otorgó mientras caminaba hacia mí un tanto... ¡Santo Cielo!  ¿Molesto?  De paso debo decir y admitir que se veía increíblemente devastador y adorable con ese ceño suyo fruncido.

—Antes que digas algo de lo cual te puedas arrepentir... —saqué mi cabeza por la ventanilla—... debo decir algo en mi defensa.  Así que procura contar hasta diez, calmarte y guardar silencio.

Quiso hablar, pero no pudo hacerlo abriendo y cerrando la boca en un dos por tres.  ¡Perfecto!

Volví a meter la cabeza hacia dentro del vehículo; metí de igual forma mi móvil en mi bolso de mano y suspiré como si lo necesitara al mismo tiempo que mi cabeza ya trabajaba sin descanso para expresar lo que sea que iba a expresar y que fuera totalmente convincente, no para mí, claro estaba, sino para el titán sexy maduro que se había detenido frente a mi coche y que hoy vestía de una manera muy casual luciendo una camisa blanca, una cazadora de cuero oscura, jeans, su cabello algo revuelto y natural y como era de suponer, zapatos de diseñador que completaban su vestuario.  ¡Wow y más wow!  Si pudiera puntuarlo de seguro el Mister se llevaría un triple 10.  ¡Aplausos para el pobre desgraciado, por favor!

—Lo olvidé porque salí apurada —bajé de mi coche rápidamente pretendiendo lucir mi cómodo, corto y coqueto vestido primaveral que Silvina elegió para mí, porque estaba confeccionado en una liviana tela de fondo azul y estampado floral, sin mangas, escote cerrado y con un corte en la cintura que la entallaba dejando también gran parte de mis piernas al descubierto, y que causó expectación, y me atrevería a afirmar que también entusiasmo, en David, pero más en su rostro que terminó dibujando un sus labios una linda sonrisa que me relajó del todo.

—Saliste... apurada —articuló entrecortadamente como si le costara pronunciarlo.

—Sí, eso fue lo que dije.  ¿Tiene problemas de sordera a su edad, Mister?

¡Ja!  Ese hombre no podía molestarse con una chiflada como yo que se atrevió a robarle una sonora carcajada en cosa de segundos.

—Solo tengo treinta y cinco años, Magdalena.  ¿Por qué siempre me haces sentir como si tuviera cincuenta?

—Bueno, por la sencilla razón que a veces te comportas como si los tuvieras.  ¡Si hasta me miraste como si fueras mi padre! 

—¿Y me puedes especificar con qué cara te miré?

—Con esa siniestra mirada asesina de desaprobación.

David cerró sus ojos moviendo su cabeza de lado a lado, pero aún sonriendo.

—Así que...  ¿estás enojado?

—Lo estoy o creo que lo estuve.  ¡Ya no sé qué pensar o decir!

—¡Maravilloso!

—¿Maravilloso? —Preguntó algo desencajado por mi inesperada acotación—.  ¿Qué es tan maravilloso?

—Que ya no lo estés.  Así que relaja tu ceño que  todavía tienes fruncido, por favor, que ya estoy aquí y no me iré a ninguna parte.

Caminó hacia mí entrecerrado su vista azul acero con la cual me hizo sentir mínima e insignificante.

—Me agradó oír eso de que no irás a ninguna parte.

¿Perdón?  ¿En qué lapsus mental de mi propio síndrome de la estupidez yo había dicho eso?

Enrojecí al tenerlo tan cerca de mí y más lo hice cuando finalmente pronunció:

—Te ves hermosa, además de encantadora.  Dime, ¿cómo lo logras?

—¿Lograr... qué? —Me sentí todavía más pequeñita frente a su intimidante presencia, como si yo fuera David y el Goliat.

—Deshacer mi molestia.

—Ah, eso... bueno, ¿con mucho esfuerzo, imaginación y siendo realmente coherente con lo que estoy diciendo?  Lo siento, de verdad.  Salí algo apurada y también algo preocupada por... —recordé las palabras de Teo con respecto a no pensar en él más de lo debido—... ciertas cosas que no vienen al caso.

—¿Estás segura? —Lentamente me tendió una de sus manos para que la tomara.  Y así lo hice, percibiendo enseguida un asombroso “click” entre su tibia piel y la mía que no pude pasarlo por alto, menos cuando la elevó hasta su boca para depositar en ella un tierno y a la vez delicado beso.  ¡Ay por Dios!

—Sí.  Segura.

—Me parece muy bien porque voy a presumirte.

Abrí los ojos como platos al oírlo.

—¿Qué tú vas a hacer qué?

—Presumirte —repitió, sentenciándolo con su preponderante y grave voz—.  Y eso tiene una razón.

—Si yo logro enfadarte déjame decirte que tú logras asustarme y mucho.

Me dedicó una exquisita sonrisa seductora con la cual consiguió hacerme tambalear en mis tacones de infarto, pero que su fuerte y vigorosa mano reprimió al deslizarla con suavidad por mi cintura.

—Para mi bendita fortuna eres la mujer más hermosa de este lugar y la que me acompaña en esta tarde.  ¿Cómo no voy a presumirte?

Mi estómago se contrajo en evidentes nudos de nerviosismo, angustia y qué se yo que otros sentimientos contradictorios más al oír cada una de sus palabras.

—Estás loco, David.

—Sí, lo estoy —me susurró al oído—, pero se suponía que era un secreto que ahora tendré que compartir contigo.

Reí.  No pude evitarlo, pero no sabía si lo hacía por cada cosa que decía o por cada una de las gratas sensaciones que este hombre lograba ocasionar en mí consiguiendo que me olvidara de todo.  Y cuando me refiero a todo es “todo.”

—Ya veo... ¿No le gusta compartir, Mister? —Ataqué con descaro.

—Depende de lo que tenga que compartir.  Y tú, Magdalena, ¿compartes?

—Claro que sí.  Para su sorpresa, tiene a la señorita generosidad en pleno y frente a su rostro.

El significativo apretón que recibí en mi cintura me lo dijo todo.

—Entonces, creo que tenemos un problema.

—¿Ah sí?  ¿Y es grave?

—Muy, muy grave —siguió mi juego tras volver a posicionar su felina mirada sobre la mía.

—¿Qué... tan... grave? —.  «¡Oh Dios!  ¿Por que solo me permites balbucear como una tarada?».

—Que esta tarde no me siento capaz de compartirte con nadie más que conmigo.  Ahí radica mi problema.

¡Y me lo tenía que soltar así como así y sin tomarse un solo respiro!

—¿Qué opinas?  Tienes frente a ti al Mister egoísmo en pleno.

Tuve que suspirar como si lo necesitara porque... ¡Madre mía!  ¡Vaya que lo estaba necesitando!  Y por un instante me pregunté, ¿tendrían en este sitio un resucitador?  Porque así como se estaban dando las cosas yo iba a sufrir en cualquier segundo un infarto.

—Opino que...

—¡David! —Oí a mi espalda una particular voz masculina que me robó el aliento y que consiguió hacerme estremecer y estremecer de la impresión de haberla oído, porque... ¡No podía ser real!  ¡No podía ser cierto!  ¡Tenía que ser parte de alguna de mis macabras pesadillas!—.  ¡Qué grato es verte aquí, amigo mío! —Prosiguió esa cadencia que para mí poseía un solo y maldito nombre. 

—¡Martín! —Exclamó David, sepultándome en vida—.  ¡Lo mismo digo!

Por favor no... por favor... ¡Esto no puede estar pasando!

No quería voltearme y no pretendí hacerlo hasta que ese temible sonido se situó más y más cerca de mí apoderándose también de todo lo que me rodeaba e incluso, de cada uno de mis sentidos al evocar lo que había acontecido anoche.

¡Demonios!  Los vi abrazarse con suma alegría.  Advertí la familiaridad que emanaba de ambos como si se conocieran de toda la vida y creí morir cuando la vista asombrada, pero gratamente complacida de Martín De La Fuente penetró la mía de una incomparable manera.

—Pero, hombre... ¡Qué bien acompañado estás esta tarde!  Siempre supe que eras un afortunado, David.

—Deja que te presente a una amiga.  Su nombre es...

¡No lo digas!  ¡Por lo que más quieras no expreses mi...!

—Magdalena Villablanca.

«¡Maldición!».

Martín sonrió como si se hubiera ganado la lotería y yo... terminé cerrando los ojos y empuñando mis manos como si hubiera perdido todas y cada una de mis batallas.

—Es un placer... conocerla, señorita “Magdalena Villablanca” —enfatizó decididamente haciéndome temblar.

—Para mí... —no podía hablar, no ahora, no en este momento en que solo deseaba salir de allí a toda prisa—... también es... un... placer, señor...

—Martín, querida.  Mi nombre es Martín De La Fuente —subrayó, acercándose a mí y evitando a toda costa las formalidades para regalarme un asqueroso beso que me plantó en una de mis mejillas, añadiendo—: no lo olvides.  Y tampoco que las amigas de mi buen amigo David también son amigas mías.

Mi estómago en cualquier instante iba a voltear el poco contenido que tenía en su interior.

Asentí retrocediendo como si su beso me hubiera provocado algún tipo de urticaria que rápidamente brotó en mi piel y hasta en la más mínima parte de mi cuerpo, cuando me atreví a posicionar mi resplandeciente mirada en la de David, quien volvió a tomarme por la cintura como si hubiera percibido, de pronto, mi grandísima necesidad y ansiedad de tenerlo cerca.

—¿Y qué te trae por aquí, Martín?  Por lo que sé, los autos clásicos no son una de tus prioridades —comentó conmigo ya entre sus brazos.

—Ahora que lo pienso... sí lo son, amigo mío.

«¡Maldito seas, infeliz!».

—La verdad... los negocios son los negocios después de todo y más si se trata de autos, ya sean de lujo, clásicos, deportivos y hasta de marcas desconocidas... todos me interesan por igual y siempre estarán a mi alcance.  Eso te lo puedo asegurar porque... no hay nada que el dinero no pueda comprar en esta vida, David.

Me estremecí al oír lo que afirmó con tanto convencimiento notando, además, que todo lo que se hallaba a mi alrededor empezaba a desmoronarse a mis pies gracias al terremoto grado diez que me estaba sacudiendo.  Porque, en primer lugar, eso significaba Martín para mí aunque no deseara admitirlo.  Y en segundo... si él había vuelto era solo para recordarme que de su presencia yo jamás me iba a librar tan fácilmente.  ¿Por qué?  Sencillamente, porque el vil destino estaba, nada menos que, de su parte.

—Así que se llama, Magdalena...  ¡Qué interesante!

—¿Qué es lo tan interesante? —Ataqué, a sabiendas de que en cualquier momento abriría la boca de más para intentar chantajearme.

—Que su rostro se me haga totalmente familiar. 

—Pues eso es imposible.

—¿Por qué tan imposible, señorita Villablanca?  Déjeme decirle que un hombre como yo jamás olvidaría un rostro como el suyo.  ¿Está segura que usted y yo no nos conocemos de antemano?

¡Piensa, Magda, piensa!  ¿Qué mierda vas a hacer ahora?

—Estoy realmente segura porque...

—¡Magda! —Oí nuevamente a mi espalda una cadencia femenina pronunciando el diminutivo de mi nombre que... ¡Santo Dios!... me atemorizó todavía más, consiguió estremecerme en mi totalidad, sacarme de mis casillas y, por sobre todo, logró hacerme tragar saliva con suma intranquilidad porque...  ¿Qué rayos sucedía aquí y ahora?  ¿Era real y nefasto todo lo que estaba ocurriendo al mismo tiempo?

—¡Pero qué casualidad!  ¡Quién lo hubiese dicho!

«¡Esto es para jalarme de los pelos!», pensé bastante aturdida y conmocionada, además de desconcertada, porque de algo estaba segura: esto no era precisamente una casualidad, sino formaba parte de una película de horror mezclada con suspenso que estaba dirigida al más puro estilo de Alfred Hitchcock con un guión absolutamente escrito por Stephen King.  ¡Mierda, mierda, pero mierda!  ¿Podría ser peor?  ¡Lo dudo!

Con algo de temor giré quedamente mi rostro hacia la mujer que me observaba realmente asombrada y que, a la vez, esbozaba en su semblante una sonrisa de oreja a oreja, al mismo tiempo que jugueteaba con su largo cabello liso y rubio que la suave brisa hacía bailar a su compás y que para mi desgracia poseía un solo nombre, el que no me atreví a pronunciar por razones obvias, pero que de igual forma articulé en silencio, manifestando... «¡Piedad!».