Veintiuno

 

 

 

 

—Sí, estoy bien.  Solo necesitaba un tiempo a solas, el que obviamente no tendría en el taller con ustedes dos dando vueltas a mi alrededor como moscas.  No, no estoy siendo sarcástica, estoy siendo honesta.  ¿Te podrías calmar, por favor?  Sí, acabo de decírtelo, todo está bien conmigo.  No, no fue uno más de mis arrebatos estúpidos, Gaspar —confesé, admirando lo que llevaba conmigo en el asiento del copiloto de mi Mustang mientras conducía hacia mi destino—.  ¿Tu cliente?  ¿Esta noche?  Pero, ¿para qué me necesitas ahí? —Quise saber realmente interesada en ello—.  No estás hablando en serio —sonreí como una boba—.  ¡Por Dios!  ¿Estás seguro?  Es que... ¡no lo puedo creer!  ¿Que trabaje contigo?  Pero, ¿sabes lo que eso significa? —Reí ante su acotación—.  ¡Vaya!  No sé que decir al respecto —estaba tan asombrada de su repentina propuesta de trabajo que me costaba respirar y comprender que fuera del todo real—.  ¡Sí, claro que sí, Australopithecus! —Por primera vez oí su risa aflorar naturalmente de sus labios debido al apodo tan característico con el cual solía llamarlo—.  ¡Me encantaría!  ¡Qué sí, Gaspar, qué sí! —Reiteré, al tiempo que frenaba bruscamente mi Mustang debido a una inesperada luz roja que no vi hasta que la tuve encima—.  ¡Mierda! —Oí los bocinazos tan cordiales que me regalaron otros automovilistas que tan tempranamente transitaban junto conmigo por la calzada—.  ¡Perdón, perdón! —Rápidamente saqué la cabeza por la ventanilla—.  ¡A cualquiera que está tan feliz le sucede, de acuerdo!  ¡Sí, sí, espero que usted también tenga un buen día! —Grité a todo pulmón interrumpiendo la charla telefónica con mi nuevo jefe—.  Pelotudo de mierda —mascullé entre dientes—.  No, Gaspar, esas tan amenas palabras no iban dedicadas a ti.  Sí, estoy conduciendo.  Tal vez, ¿porque no me lo preguntaste?  No precisamente hacia el taller —retomé la marcha hacia donde tanto ansiaba llegar lo antes posible—.  Iré más tarde para que charlemos sobre ello.  Ahora —después de ese impasse volví a dibujar en mi semblante una radiante sonrisa de auténtica felicidad—, tengo que ocuparme de algo muy importante que no puede esperar.  No, no puedo decírtelo, rey de los curiosos.  ¡Qué no!  Pero... ¿podrías hacer algo por mí?  Cruza tus dedos y todo lo que tengas a la mano, por favor, que me estoy jugando algo más que mi pellejo en esto —suspiré cuando ya se hacía presente ante mis ojos la enorme casa ante la cual finalmente me estacionaría—.  Lo siento, debo colgar.  Sí, estaré bien, no te preocupes, y también estaré ahí para conocer a tu flamante cliente extranjero y cenar con él, con El Gringo y contigo.  Pero antes de colgar, dime como debo lucir, ¿despampanantemente sexy o formalmente aburrida? —Bromeé, obteniendo de él un gruñido como respuesta—.  Sí, yo también te quiero.  Lo haré.  Nos vemos más tarde.  ¡Besos! —Concluí la llamada, deshaceleré mi vehículo y aparqué frente al inmueble que recordaba bastante bien porque ya había estado con anterioridad en ese sitio, pero bajo otras condiciones.  ¿Y qué vino a mi mente en tan solo un segundo?  Pues sí, la bendita pregunta de mi vida.  ¿Y ahora?  Reí como la más boba de las bobas mientras me respondía a viva voz y observaba lo que había comprado para ambos.

—Pues bien, creo que llegó la hora, David Garret.

Bajé de mi coche recordando nuestra conversación de la madrugada y todo lo que en ella nos habíamos dicho, como su tono de voz que me encendía por completo, su maravillosa y contagiosa risa que me hacía estremecer, cada una de sus palabras que, ¡rayos!, me hacían pensar en él a cada minuto, y más de la cuenta, sintiéndome verdaderamente afortunada de que un hombre como él deseara estar conmigo y, por primera vez en mi vida, presentí que estaba haciendo las cosas bien por alguien que también se estaba jugando algo más que su propio pellejo por esta humilde servidora.

Cargando lo que ambos disfrutaríamos en el desayuno, con el cual lo iba a sorprender, caminé hacia la propiedad evitando sentirme del todo nerviosa, pero... ¡a quién rayos iba yo a engañar, si a cada paso que conseguía dar intuía que mi corazón, en cualquier minuto, por mi boca saldría disparado!

—¡Ay, Magda, te estás convirtiendo en la reina de las bobas!  ¿Lo sabías? —Por ahora no, pero cuando tuviera a David frente a mi rostro seguro podría dar fe de ello.

Sonreí al tiempo que ingresaba al jardín de su casa oyendo como alguien abría la puerta en ese exacto momento.  Y ¡válgame Dios! Me detuve como si hubiera pisado el freno de mi vehículo y el de mano también mientras conducía a más de ciento ochenta kilómetros por hora al ver lo que me dejó, simplemente, impactada y que no me gustó para nada.

—Gracias, David.  Sinceramente, no sé lo que haría sin ti.

¿Qué diablos sucedía aquí?  ¿Y por qué la perra afgana salía de su casa manifestándole esas palabras y nada menos que a las ocho de la mañana?

Quise retroceder, quise huir, quise responderme de una buena vez todas las malditas interrogantes que con respecto a ella ya deambulaban al interior de mi cabeza.  Pero no lo conseguí al ver la monumental escena que me tenía al borde de caer a un abismo sin fondo porque ella, vestida con suma elegancia con un finísimo vestido que no era el adecuado para salir a trabajar —si es que en su vida lo había hecho—, se volteó hacia mí observándome como si yo fuera absolutamente... nada.

—David... —pronunció en voz alta, rodando los ojos hacia la puerta entreabierta—... creo que tienes una entrega.  Hay una muchachita en el jardín sosteniendo algo en sus manos.

¿Una muchachita?  Se había referido a mí como... ¿una muchachita?  Bueno, la verdad, al verme vestida con mi atuendo para nada sofisticado y sexy como lo era el suyo, con mis jeans oscuros, una de mis blusas de encaje, mi chaqueta de cuero, mis botas de estilo equitador, yo ni siquiera conseguía llegarle a los talones.

—¿Una muchachita? —Formuló él desde dentro con fuerza, dejando que su cadencia se colara inmediatamente por mis oídos—.  ¿A qué muchachita te refieres, Monique? —Atravesó el umbral colocándose su chaqueta azul de vestir y se detuvo a unos cuantos pasos de ella como si hubiera visto a un fantasma—.  ¿Magdalena?

Nos observamos como si ninguno de los dos supiera qué hacer o cómo reaccionar en ese extraño momento de nuestras vidas.

—¿Quién es Magdalena, David? —Prosiguió ella, analizándome en detalle como si quisiera ver más de lo que ya lograba admirar con sus ojos escaneradores—.  ¿La conoces?

—Claro que la conozco —afirmó enseguida, apresurando el paso hacía mí con su rostro totalmente preocupado, pero... ¿de qué?  Y yo... pues... ni siquiera supe a ciencia cierta si seguía respirando después de todo lo que no cesaba de contemplar.

David intentó sonreír, gesto que no logró realizar del todo, al tenerme frente a sus ojos azul acero con mi rostro sin ningún atisbo de emoción inserta en él.

—Magdalena... —pronunció por segunda vez, pero ahora tras un susurro—.  ¡Qué sorpresa tenerte aquí!

Tragué saliva arrepintiéndome en el acto de todo lo que había pensando y hecho desde que abrí mis ojos esta mañana.  Y luego, clavé la mirada en el verde y envidiable césped recortado que toda persona desearía tener en su jardín percibiendo, también en el acto, que este no era mi lugar y que, por más que así lo había meditado como una idiota, jamás lo sería.

—Perdón por... presentarme así —murmuré sin ánimos de levantar la vista—.  Yo... —cerré mis ojos por unos largos segundos hasta que sentí sus cálidas manos depositarse sobre cada una de mis cubiertas extremidades—... lo lamento.

—Y yo lamento haberte hecho caso esta madrugada cuando me impediste que fuera por ti para tenerte entre mis brazos.

Como si sus palabras hubieran sido un bálsamo para mí alcé la mirada, instantáneamente, para dejarla caer en la suya.

—¿Qué? —Pregunté como si me hubiera hablado en alemán.

Al instante sonrió cuando una de sus manos ya ascendía hasta detenerse en la curvatura mi cuello.

—Lo quería... lo deseaba muchísimo, Magdalena, pero me lo impediste.

Mis ojos, no exactamente por inercia, rodaron hacia la figura de su ex esposa que no se encontraba para nada contenta y saltando de la emoción con la dichosa escenita.

—¿Ah sí?

Notó que no le prestaba la debida atención por causa de quien no nos quitaba la vista de encima.

—Puedo explicarlo —añadió, pero esta vez no en un hilo de voz—.  No es lo que parece.

Sonreí con descilución porque esa frase, lamentablemente, ya la conocía de sobra.

—Ella y yo...

Mal comienzo, Mister, muy mal comienzo.

—Teníamos una conversación pendiente.  Anoche...

Un agrio sabor de boca sentí tras ello.  Un agrio sabor que sospechaba que no me concedería buenas noticias porque... ¿quería oír y saber más sobre su famosa conversación de anoche que, al parecer, había terminado esta mañana?  Claro, con justa razón la perra afgana llevaba ese sexy y coqueto vestido rojo acentuado, esos tacones de infarto, el abrigo de piel en sus manos y el cabello... ¡Ya no más, Magda! ¡Ya no pienses más, por favor!

—¿Ella estuvo contigo? —Me atreví a formular cortándole la inspiración y, por ende, sus ansias de seguir hablando—.  ¿Antes y después del llamado que realicé?

David no apartó sus ojos de los míos mientras me taladraba con ellos.

—Por favor... —murmuré suplicante—... es importante para...

—Sí —me interrumpió—, pero no de la forma...

—¿No nos vas a presentar, David?

Oí a su espalda la chillona voz que antes ya había escuchado en el elevador cuando él y yo, de casual manera, nos habíamos conocido.  Y asimismo, observé caminar a la dueña de esa horrenda cadencia hacia nosotros, totalmente sorprendida ante la familiariadad que él y yo le demostrábamos en ese particular momento.

David cerró los ojos y sé que maldijo entre dientes aún cuando no articuló palabra alguna.  ¿Cómo me di cuenta de ello?  Por la tensión que generaba su cuerpo, por la forma en que fruncíó el ceño y por la manera un tanto posesiva en que su mano se aferró a mí, negándose a soltarme.

—Tú y yo, ¿no nos conocemos? —Preguntó Monique deteniéndose frente a nosotros—.  No sé, pero creo que te he visto en otro sitio —sonrió a medias mientras seguía mirándome como si intentara minimizarme más de lo que ya lo estaba consiguiendo.

—No —respondí al segundo—.  La verdad, no lo creo.

—Bueno, ya que David no se anima a presentarnos lo haré yo.  Soy su esposa, Monique.  Mucho gusto —enarcó una de sus blondas cejas al tiempo que alzaba una de sus manos hacia mí mientras yo... ansiaba deshacerme y convertirme en una nebulosa o, tal vez, en una maldita estrella fugaz que viajaba a la velocidad de la luz por el universo.

—Magdalena —centré la vista en su interesada mirada—.  Es... un placer conocerla —reaccioné al movimiento de su mano, la cual estreché con una de las mías.

—El placer es totalmente mío —comentó sonriendo.

—Técnicamente —profirió David, irrumpiendo en la charla, abriendo los ojos de golpe y sacando la voz con una fuerza impresionante con la cual me estremeció.  Acaso, ¿querría dejarlo más que en claro con aquello?—. Estamos divorciándonos —especificó sin que diera lugar a dudas.

—Pero todavía falta un gran detalle —bromeó Monique aún sonriendo como una estupenda idiota—, todavía no estampamos nuestras firmas, así que ese técnicamente “técnicamente” no existe.

¡Ja, ja!  Estoy que me meo de la risa.  ¡Perra afgana y la puta que te...!

Le solté la mano de golpe y dibujé en mi semblante una fina línea de descilución con la cual le di a conocer a David toda mi grandísima incomodidad debido a este, para nada, favorable encuentro.

—Sí existe —certificó—.  No olvides que mi abogada se está encargando de ello y el tuyo también.  Cada uno hace bastante tiempo tiene una vida por separado y...

¡Ya basta!  Me harté de los detalles.  Me harté de la risita graciosa del demonio de su esposa en conjunto con sus incisivas miradas y me harté de estar ahí cuando, la verdad, sabía que sobraba.

—Bueno, creo que eso solo les compete a ustedes dos.  Me olvidaba, aquí está lo que me pediste para desayunar —les otorgué a ambos un guiño—.  Espero que sean de tu total agrado —le hice entrega de lo que había comprado para los dos, desencajándolo con aquello—.  Anoche... creo que eso da igual.  ¡Que los disfrutes!—.  David sostuvo la caja completamente atónito ante lo que no comprendía.

—¿Ustedes dos son amigos? —Quiso saber Monique observándonos de reojo.

—No —me adelanté.  ¡Para qué íbamos a entrar en detalles!—.  Solo soy la muchachita de las entregas.  Bueno, ya está.  Con permiso y espero, sinceramente, que ambos tengan un muy buen resto del día —me despedí antes de voltearme y por fin desaparecer de sus vistas, pero con una sola convicción inserta en mi cabeza: jamás, pero jamás de los jamases hagas caso a la vocecita estúpida de tu interior que cobra vida a las dos con treinta minutos de la madrugada para animarte a que vomites tonterías sobre el puto y condenado amor y nada menos que por teléfono.  ¡Y ojo, que me encontraba totalmente lúcida y en mis cabales!

—David, ¡David! —Oí a mi espalda la horrenda voz de esa mujer chillando como loca rematada, preguntándome... ¿qué estaría ocurriendo entre los dos para que ella pronunciara su nombre de esa forma?  Y lo supe, cuando una poderosa mano detuvo mi apresurado andar consiguiendo, además, girarme del todo hacia el encuentro de unos labios que yo bien conocía y que terminaron apoderándose de los míos en un santiamén para regalarme el beso de mi vida con el cual creí desfallecer, pero en sus brazos.  Porque mientras David me besaba con frenesí, sus manos rápidamente me estrecharon contra su firme cuerpo y las mías... ¡Maldición!  Se perdieron en la sedosidad de su cabello, en la tibieza de su piel, a lo largo de su ancha espalda para, definitivamente, dejarse caer en cada una de sus mejillas y así conseguir separarlo de mi boca y decir:

—¿Qué crees que estás haciendo? —Reaccioné ante aquel sublime y pasional beso que me había plantado.

—¿Dónde crees que vas, muchachita de las entregas? —Atacó, cercenándome la mirada con la excitación que brotaba de la suya.

—Yo pregunté primero —le devolví.

—Sin ofender, la pregunta que acabas de hacerme es algo estúpida, ¿no crees?

—Estúpida o no de igual forma la vas a responder.

Sonrió al tiempo que su boca desesperada asaltaba nuevamente la mía.  ¡Dios!  ¡Qué manera la suya de hacerme perder la razón!

—¡Epa!  ¡Que tu mujer...!

—Ex mujer —especificó, divertido—.  Y por mí que se joda.  Ya hice bastante por ella recibiéndola en  mi casa y dejando que se quedara a dormir.

Tragué saliva abriendo mis ojos como platos.

—En el cuarto de invitados —detalló tras morder uno de mis labios.

—¿Por qué? —Me sumergí en el delirio que me provocaba con cada beso y mordisco que me daba.

—Porque... no podía abandonarla en su estado.

—¿Qué estado?

David alzó sus manos y con ellas se apoderó de mi rostro para que no intentara, “creo”, moverme de mi sitio ante lo que iba a expresar.

—Me vas a escuchar, por favor, y por nada del mundo saldrás corriendo como lo acabas de hacer haciéndote pasar por la “muchachita de las entregas”.

—¿Qué estado? —Repetí cuando ya comenzaba a sacar mis propias conclusiones al respecto.

—Magdalena, por favor...

—¿Qué estado, David? —Inquirí una vez más preparándome física, psicológica y moralmente para lo que iba a conocer de su propia boca.

—Está embarazada —confesó con todas sus letras sin dejar que mis ojos abandoran los suyos.

Abrí la boca para decir algo que jamás salio de mis labios.  ¿Por qué?  No lo sé, ¿impresión, quizás?  ¿Miedo?  ¿Pavor a perder lo que “técnicamente” aun no era mío?  Gracias por eso, Monique.

—Lo siento, no podía abandonarla.  Y más, debido a la situación que la atormenta y que tiene que ver directamente con...

—Basta, David —desvié la vista de sus ojos azul acero—.  No quiero saber más de lo que no me incumbe.

—¿Cómo que no te incumbe? —Estalló—.  ¿Qué no recuerdas todo lo que nos dijimos anoche? ¿O ya olvidaste lo que siento por ti?

—No, no lo he olvidado —pretendí apartarme de su firme agarre, pero cada vez que ansié hacerlo me estrechó más y más contra él.  ¡Rayos!

—Entonces, ¿por qué siento que quieres marcharte?  ¿Y por qué sospecho también que solo deseas alejarte de mí ahora que ya conoces la repuesta a la pregunta que hace unos segundos me formulaste?

No podía mirarlos a los ojos porque, de un momento a otro, me sentí aterrada de contestar.

—¿Por qué, Magdalena, por qué?

¡Responde, maldita sea!  ¡Responde de una buena vez lo que creas que es más sensato! 

Y después de un par de minutos así lo hice.

—Porque anoche cerré mi círculo con Teo y me decidí por ti creyendo que ya tenías el tuyo concluído con ella.

David guardó silencio por algo más que un instante.

—¿Y qué conseguí? 

—Ese bebé no es mío, Magdalena.

Cerré los ojos obviando su contestación.

—Te lo juro.  Ella y yo no hemos estado juntos.

—No tienes que jurarme nada, solo debes hacer lo que creas que es correcto con tu esposa y su estado.  Mal que mal, te buscó a ti pudiendo buscar a...

Temblamos al unísono ante mi acotación y después de ello abrí los ojos dispuesta a terminar de una vez con la fantasía y la falsa ilusión que me había creado inútilmente esta madrugada.

—Y técnicamente, David, aún lo es —le corroboré—.  Lo siento.

—No.  No lo es —dictaminó—.  ¿Y por qué lo sientes?

Fugazmente me apoderé de su boca, a la cual volví a besar con desespero, con pasión y también con algo de miedo de no volver a disfrutar de ella con libertad y como verdaderamente lo anhelaba.

—Por irme así.

—No quiero que te vayas.  Quiero que te quedes conmigo, por favor.

—Lo siento —repetí, pero ya luchando contra sus manos y el poderío de su cuerpo—.  No puedo quedarme. 

—¿No puedes quedarte o no quieres quedarte?  ¡Explícamelo!

—No puedo quedarme cuando ese capítulo de tu vida llamado Monique aún no ha sido concluído del todo.

—Mi vida con ella hace mucho tiempo que se acabó.

Rodé los ojos hacia quien no cesaba de contemplarnos, logrando con ello que comprendiera que eso no era real.  Porque su esposa seguía ahí y podía verla con mis propios ojos sin que resultara una alucinación de mi mente.

—No te mientas a ti mismo, ¿quieres?  Y de paso, no intentes mentirme a mí —tras manifestarle esa determinante oración conseguí desprenderme quedamente de sus manos—.  Haz lo que tengas que hacer, David.  Termina de escribir tu historia y cuando eso ocurra y logres colocar la palabra “Fin” en ella, tal y como yo lo hice con Teo, ya sabes donde puedes encontrarme.

—Magdalena, no estás comprendiendo lo que quiero decir.

—Tal vez sí o tal vez no.  Pero así, sin que estés del todo seguro y con ella todavía formando parte importante de tu vida yo... lamentablemente no puedo tener nada contigo.  Lo siento —.  Retrocedí un par de pasos con el siguiéndome de cerca.

—¡Esto no es justo para ti ni para mí, y tú lo sabes! —Afirmó muy molesto, pero más que conmigo creo que lo estaba consigo mismo por toda esta estupenda situación.

—Lo sé de sobra.  Pero en la vida a veces se gana y otras se pierde.  Y en lo que respecta a mí, no suelo tener mucha suerte.

—Magdalena...

—Que tenga un buen resto del día, Mister.  Nos vemos... por ahí.

—Magdalena... ¡Magdalena!

Fue lo último que escuché a mi espalda sin saber si estaba haciendo lo correcto con él, conmigo y con mis sueños que parecían desvanecerse cada vez que intentaban cobrar vida.  Porque había metido la pata una vez más al querer arriesgarme y demostrar todos mis sentimientos y... ¿qué obtuve de ello?  Bueno, quitarle el titanio a mi corazón que nuevamente yacía al interior de mi pecho partido en unos cuantos pedacitos por culpa del condenado y puto amor.  Maravilloso, ¿no?  Simplemente, fantástico.

***

Mi teléfono no cesó de sonar gran parte del día entre llamados, mensajes de texto y de voz que se fueron acumulando y acumulando gracias a una única persona con la cual no deseaba hablar por ahora.  ¿Para qué?  Si por mi parte todo estaba dicho.  (Quiero dejar muy en claro que no le había cerrado la puerta a mis sentimientos por David, pero tampoco estaba dispuesta a desarrollar mis ahelos con quien aún no estaba seguro de los suyos, por más que así lo reafirmara teniendo a su ex mujer todavía bajo su alero.)

Sonreí mientras terminaba de arreglarme el vestido negro que me había puesto para la ocasión en la cual recibiríamos al cliente extranjero de Gaspar y al cual él había ido a buscar al aeropuerto mientras El Gringo se ocupaba de preparar la cena.  Por lo tanto, para despejar mi mente y dejar de pensar en David, lo mejor que pude hacer fue guiar mis pasos hacia la cocina donde encontré a quien, por ahora, se movía en ese sitio con cierta elegancia, destreza y precisión al tiempo que cocinaba y escuchaba una sexy canción en inglés que bailaba y cantaba con cierto ahínco.

Me quedé en el umbral admirando y disfrutando de aquella escena en particular hasta que Fitz notó mi presencia, se volteó hacia mí, sonrió de increíble manera, dejó el paño de cocina y un par de utensilios que sostenía en una de sus manos sobre uno de los muebles, caminó a paso veloz hasta donde yo me situaba, me tendió para mi enorme pasmo una de sus manos y finalmente exclamó:

—¡Por Zeus y los Dioses del Olimpo!  ¡Pero qué ven mis ojos!  ¿Qué no es Afrodita a quién tengo frente a mí?

«¡Andaaaaaa, Gringo!».  Puse los ojos en blanco al escucharlo.

—Soy solo un simple mortal postrado a sus pies, Diosa de la belleza, en cambio usted... ¡Wooow!  Se ve realmente deslumbrante colmando este sitio con su sola presencia.

Consiguió que riera a carcajadas con su tan rimbombante acotación, porque cuando El Gringo quería exagerar sí que lo hacía con creces.

—¿Qué pretendes?

—¿Que te parece... conseguir que bailes al ritmo de esta canción con el simple mortal que tienes en frente? 

—La comida, Fitz —le señalé.

—Puede esperar.  Esto es más importante, créeme.

Volví a reír.

—Adulador.

—Sí, sí, entre otras cosas más, pero no olvides que también soy un romántico por esencia.

Ahora terminamos riendo los dos mientras me regalaba uno de sus coquetos guiños.

¿Do you dance with me, beautiful woman?

Sure, Dallas.  Pero tenlo presente, el baile no es lo mío —me animé a tomar su mano justo cuando jaló de mí hasta conseguir que chocara de inevitable forma con su cuerpo. 

—No te preocupes.  Tranquilízate y deja que yo te guíe.  Desde ahora, todo corre por mi cuenta —sentí su mano caer de lleno en mi cadera mientras la libre sostenía una de las mías y comenzábamos a movernos suavemente al ritmo de B.B. King.

—De acuerdo, pero... ¿puedo confiar en tí?  ¿Cómo sé que no terminarás pisándome?

—Honestamente, Magdalena... tendrás que arriesgarte a bailar este blue con este cautivador gringo texano para saberlo.

—¿B.B. King? —Formulé entrecerrando la mirada.

¡Oh yeah, baby!

Y después de ello comenzamos a bailar al ritmo de la música que nos envolvió, riendo y bromeando mientras Fitz cantaba en su idioma materno y gestualizaba cada palabra consiguiendo que yo olvidara, por ese único momento, la situación acontecida esta mañana con David Garret.

—Lo haces bien para ser todo un “Minions” —alardeé.

—Y tú para ser toda una hermosa, boca floja y vil delincuente —añadió, ganándose de inmediato de mi parte un pisotón con el taco de mi zapato.

—¡Ouch!  ¡Perdón, me retracto! —Alzó la voz.

—¿Cómo fue que me llamaste?

—Hermosa, salvaje, boca floja, y vil delincuente —corroboró al tiempo que me hacía girar inesperadamente hacia la puerta que no había sentido abrirse de par en par y en la cual ahora se encontraba un hombre que yo... conocía de sobra.

—¡Por Dios! —Creí morir.  Y también creí que me desmayaría en ese minuto de mi existencia al sentir como mi corazón latía desbocado, como todo de mí temblaba como si me estuviera congelando, como mis ojos se enguajaban en lágrimas y éstas empezaban a derramarse por mis mejillas sin querer detenerse al admirar a quien me contemplaba de la misma manera con un ramo de flores amarillas en sus manos.

—¿No merezco un gran abrazo, “palomita” mía? —Pregutó mi padre a viva voz con su ronca cadencia dando un par de pasos hacia donde me encontraba paralizada, imposibilitada de pronunciar su nombre, hasta que lo conseguí, pero tras un largo sollozo que colmó el silencio reinante de la habitación que nos cobijaba.

—¡Pa... pá! —Balbuceé sin creer que su figura estuviera finalmente frente a la mía después de tanto tiempo de ausencia, con su largo cabello castaño claro que le caía sobre los hombros, su prominente barba que ocultaba gran parte de su semblante y su cálida sonrisa; sus ojos oscuros muy parecidos a los míos junto a su incomparable mirada con la cual siempre me decía que todo iba a estar bien—.  ¡Estás... aquí!

—Sí, al fin en casa y contigo.  ¿No vienes aquí?

No tuvo que preguntármelo dos veces cuando mis extremidades inferiores respondieron por mí corriendo hacia él, tal y como lo hacía cuando era una niña y terminaba acuclillado en el piso para recibir un abrazo colmado de afecto y amor con el cual solía esperarlo cada vez que volvía del trabajo, y que otra vez le otorgaba, pero ahora sin la necesidad de que se agachara para estrecharme de la misma manera.  Porque “su palomita”, como solía llamarme, había crecido convirtiéndose en toda una mujer.  Una mujer que ahora se refugiaba en su pecho al igual que si fuera una pequeña indefensa que disfrutaba de esta maravillosa e inigualable sensación de tenerlo nuevamente aquí, ahora y algo me decía que también lo tendría a mi lado... para siempre.