Doce

 

 

 

 

—Pero... ¡Qué pequeño es este mundo, hermanita!

¡Por qué para mi mala suerte tuvo que recalcar esa última palabra con tanto énfasis!

—Venir justo a encontrarnos aquí .  ¡Qué suerte!

¡Qué suerte ni que nada!  ¿Qué la muy idiota y cabeza hueca no podía quedarse callada?  Y obtuve mi respuesta cuando decididamente prosiguió, añadiendo:

—Y por lo que veo muy bien acompañada.

¿Podía pedirle peras al Olmo?  No respondan, muchas gracias por su acotación.

—Discúlpame, David.  Con... permiso —manifesté a punto de cocerle la boca a esa mujer del demonio cuando ya me separaba de quién, a regañadientes, terminó soltándome—.  Ya regreso.

Caminé en dirección hacia Piedad preocupándome siempre de fulminarla con la mirada cuando ella, por su parte, sabía que lo mejor estaba por venir.

—¡Te extrañé tanto, Magda!  ¿Por qué no me avisaste que venías hacia acá?

¿Extrañarme?  ¿A mí?  ¡Por Dios!  ¡Vil y asquerosa rata mentirosa!

Me detuve frente a ella con infinitas ganas de darle una buena bofetada para que reaccionara y así dejara de comportarse tan patéticamente y como una idiota.  Pero cuando me digné a responder, ¿qué obtuve de su parte?  Nada menos que un inesperado abrazo seguido de un susurro con su chillona voz en mi oído que decía: “¿Con cuál te vas a quedar?  Elije.  ¿Con el de la derecha o el de la izquierda?”.

Pero... ¿Qué mierda estaba diciendo?

Me aparté al instante de su inesperado gesto afable, porque a esa vil víbora no la quería tener cerca ni un minuto más.

—Dime que mi madre no está aquí contigo —murmuré muy bajito.

—Nuestra madre no está aquí conmigo —repitió, pero asegurándose de, además, otorgarme un coqueto guiño—.  ¿Por qué?  ¿Temes que descubra tu nueva afición?  No tengas miedo, relájate.  Si haces algo por mí te aseguro que ella no se va a enterar de todo esto.

Degollada, desmembrada o quemada a lo bonzo.  Así quería asesinar a mi “hermanita”.  ¿Por cuál opción debía comenzar?  ¿Ya tienen la suya?  ¡Hagan sus apuestas, señoras y señores!

—¿Afición? —Crucé mis brazos por sobre mi pecho.

—Sí, ésta.  La de cazar hombres guapos y con dinero.  Por lo que sé aún estás desocupada, por no decir “desempleada”.  Disculpa.  No quise ser tan obvia y lastimar tu pequeño corazón.  No sé si me comprendes.  ¿Qué más podrías hacer aquí?  Ah, no pude dejar de verlo.  Luces un adorable vestido, aunque la tela parece sacada de una cortina corriente de un salón de los años setenta con tantas flores.  Pero... te ves bonita.

Si no cerraba su condenada boca yo iba a despelucarla frente a todos.  ¡Y pobre del que osara arrancármela de las manos!

Observé como lucía un vestido corto, sugerente y plateado que en su frente poseía un generoso escote que... ¡Vaya!  No dejaba nada a la imaginación.  Perdón, me retracto.  Sí, mostraba y a plenitud las tetas plásticas que se había puesto el verano pasado.

—¿Con qué te las inflaste esta vez? —Ataqué—.  ¿Con helio?  Un poco más y... ¡KBOOM!  Te quedas sin tetas, Piedad.

Me contempló con cara de pocos amigos, no sin antes centrar su vista en su delantera para asegurarse de que todo seguía en su lugar.

—Sabes que te odio, ¿verdad? —Dijo.

—Muchísimo.  Y con todo tu corazón —esbocé en mi semblante una media sonrisa de cinismo—.  Pero ahora necesito que hables.  ¿Qué mierda estás haciendo aquí?

—Eso es obvio, hermanita.  Lo mismo que tú.  Cazando hombres guapos y con dinero.  ¿Qué tal?  Es mi nuevo deporte que, al parecer, también es el tuyo.

«¿El mío?».  Suspiré como si el aire me faltara.  De hecho, si lo meditaba bien, ahora lo necesitaba más que nunca.

—¿No me vas a presentar?

—¡No!

—¡Por qué no!  Si ambos no nos quitan los ojos de encima realmente interesados, pero más en mí que en ti.  Eso es obvio.  Anda, no seas mala conmigo, ¿sí?  Prometo que no te haré ver como una hormiguita así de pequeñísima a mi lado —realizó el gesto de insignificancia con dos de sus dedos.

—No —volví a manifestar, pero clavándole la mirada en la suya para que diera por sentado que yo no hablaba por hablar.

—¡Eres una egoísta, Magdalena!  ¡Siempre lo quieres todo para ti!

Eso no era cierto.  Ella estaba totalmente equivocada para hablar así de mí porque... ¿Piedad cerca de Martín?  ¡Nunca!

—Estás hablando incoherencias.  ¿Por qué no te das la vuelta y te vas a practicar tu deporte por ahí con otros tipos que estén a tu altura?

Se mordió el labio inferior cuando ya advertía como entrecerraba su mirada que, precisamente, no tenía depositada sobre mí, sino sobre las figuras de los dos hombres que yo bien conocía.

—Eso es muy fácil de responder, Magdalena.  ¿Quieres saberlo? Sencillamente, porque ahora me interesan esos dos y... porque no quiero, estúpida —acotó ya comenzando a caminar hacia... ¡No, no y no!  ¡Martín De La Fuente!—.  Buenas tardes, caballeros.  Soy Piedad, la hermana menor de Magdalena.  Disculpen que no me haya presentado debidamente antes con ustedes.

¡Maldita víbora de ocho cabezas!  ¿Que mierda crees que estás haciendo?

—Es un placer, Piedad.  Soy Martín De La Fuente y quien me acompaña es mi gran amigo David Garret.

Cerré los ojos por dos segundos y cuando los volví a abrir admiré como ambos estrechaban sus manos con la de ella al tiempo que la vista de David se perdía nada menos que en la mía, como si no entendiera nada de lo que aquí estaba ocurriendo.  No lo culpo, porque yo tampoco lo comprendía a cabalidad.

—Lo mismo digo —añadió él, pero disculpándose enseguida para caminar directamente hacia mí y preguntarme—: ¿te encuentras bien?

Tragué saliva con dificultad negándome a afirmar lo evidente.

—¿Magdalena? —Emitió mi nombre en un murmullo—. ¿Qué ocurre?

¡Todo ocurría!  ¡Sí, malditamente todo!  Por lo tanto, ansié sonreír para sobrellevarlo de mejor manera.  Juro que lo intenté, más no conseguí hacerlo.

—¡Hey! —Agregó David alzando una de sus manos hasta alojarla en mi mentón.  Creo que con ese delicado movimiento pretendía hacerme entrar en razón o sacarme de mi ensimismamiento—.  Sigo aquí.  ¿También tú o ya estás viajando a otra lejana galaxia?

El suave roce de su mano me hizo estremecer, pero más lo consiguió su ronca cadencia y su sonria que comenzó a delinear lentamente.  ¿Y qué podía decir de su mirada fija sobre la mía?

—Perdona —manifesté como si, de pronto, hubiera despertado de mi letargo—.  Todo... está bien.

—Entonces repítelo, pero haz que suene convincente.

Abrí la boca y la cerré pretendiendo por todos los medios posibles mantenerme serena frente a él, demostrándole así que aquí no estaba sucediendo nada.

—Todo está... ¡Maldición!

David enarcó una de sus castañas cejas en señal de que había dado en el clavo, pero conmigo.

—¿Qué ocurre con tu hermana?

—Media hermana —especifiqué, bajando la vista hacia el piso y dejándola ahí hasta que nuevamente se encargó de que la levantara, pero no por mi propia voluntad.

—¿Qué ocurre con tu media hermana?

¿Realmente quería saberlo?  Yo en sus zapatos sinceramente no.

—¿Puedo confiar en ti? —Contemplé a Piedad de reojo, por sobre su hombro, hablando animadamente con el imbécil de Martín mientras se lo preguntaba.

—Siempre.

—Pues, la odio tanto como ella me odia a mí.  Eso es lo que ocurre.  ¿Fantástico, no?

David sonrió, pero de una bella manera al tiempo que volvía a posicionar una de sus poderosas manos en mi cintura, reteniéndome.

—Es... lamentable desde mi punto de vista.

—¿Qué es lo lamentable desde tu punto de vista? —Ansié saber un tanto alarmada tras fulminarlo con la mirada mientras él, ni tonto ni perezozo, en un un rápido movimiento acercó su boca a mi oído para decir:

—Que tendrá que vérselas conmigo si intenta hacer algo contra ti.  Eso es lo lamentable, pero para ella.

¡Triple Wow!  Y ahora, ¿podía respirar con tranquilidad?  La verdad, no mucho después de lo que había oído.

—Te recuerdo que estás conmigo, por si lo has olvidado —.  Su vista se posicionó otra vez sobre la mía y  su sonrisa se ensanchó más y más logrando hacerme desfallecer con ella—.  ¿Qué te parece? —Prosiguió.

—Me parece que... ¿Porqué no pudo ser ésta una cita normal?

Al oírme liberó unas sonoras carcajadas, relajándome de cierta manera con ellas, cuando volvía a tener sobre mí las miradas furtivas de Piedad y Martín, analizándome.

—No lo sé.  Pero no te preocupes.  Si no resulta ser ésta una “cita normal” —subrayó—, me ocuparé de que la próxima sí lo sea.

—En Tailandia, Alaska o en la Antártida, ¿tal vez?

Una nueva sonrisa, de esas que te roban el alma, obtuve de vuelta con la estúpida respuesta que le di.

—Donde tú quieras, Magdalena.  ¿Te parece bien?

Asentí al instante, pero ahora como una niña chiquita y embobada por él desde la cabeza hasta la punta de mis pies.  Porque su caballerosidad, su galantería y, por sobre todo, la forma en como me protegía, aún sin conocerme del todo y a sabiendas que a simple vista yo parecía ser una auténtica chiflada, me hicieron ver y comprender lo maravilloso que podía llegar a ser este hombre.  Claro, para la mujer que se enamorara hasta la médula de todo lo que significara su persona y que no iba a ser precisamente yo.  Eso estaba más que claro.  Sí, sumamente claro y como el agua.  Bastante claro.  Extremadamente claro y... mejor cierro la boca ya.

—Y mientras más lejos mejor —acotó, desconcertándome—.  Ahora... ¿volvemos a la acción?

De inmediato me arrancó una sonrisa con aquello que manifestó con tanta naturalidad y entusiasmo.

—Ni yo pude haberlo dicho mejor.  ¡Te felicito!

—Gracias.  Eso significa que...

—Vamos —afirmé, suspirando.

—Así me gusta, señorita Mustang.  Decidida ante todo.

—Pero antes... ¿puedo pedirte un favor?

—El que quieras.

—Sé que va a sonar algo psicópata de mi parte, pero... ¿podrías no apartarte de mí?

¿Por qué, de pronto, advertí que extrañamente se le iluminó el semblante con la pregunta que le había formulado?

—Eso no sonó para nada psicópata, Magdalena.

—¿Ah no?

Movió su cabeza de lado a lado, certificándomelo.

—Suena... hasta muy fácil de llevar a cabo por mí.

Hacía mucho tiempo que una sonrisa bobalicona no se alojaba en mi semblante.  Y ahora estaba ahí la muy... y nada menos que ensanchándose en todo su esplendor.

—Solo... no olvides quien soy —agregó muy seguro de sí mismo.

—Y... ¿quién eres, David?

—Mister egoísmo en pleno y a tus órdenes —finalizó.

 

La tarde transcurrió y el cielo comenzó a ennegrecerse ante unos nubarrones amenazadores que se posicionaron sobre nuestras cabezas, dándonos a entender que en cualquier instante la lluvia finalmente caería.

David me mantuvo lejos de Piedad y de Martín gran parte del tiempo.   ¡Gracias a Dios!  Aunque no fue exactamente eso lo que dije cuando decidí entrar al salón para ir hacia los excusados.

Después de preguntarle a un camarero los encontré y cuando me disponía a entrar en ellos, y a cerrar la puerta de la enorme habitación en la cual se situaban, fui interceptada y detenida inesperadamente por una poderosa extremidad, seguida de un cuerpo imponente y una mirada vengativa que... ¡Demonios!... yo conocía de sobra.

—¡Epa!  ¿Dónde crees que vas? —Me detuvo Martín de golpe y con una furia única en su despectivo tono de voz—.  ¿Me crees imbécil para seguir jugando a las escondidas?

—Además de idiota y enfermo mental —añadí pretendiendo huir, pero sin poder hacerlo gracias a su fornida anatomía.

—¿Y sabes por qué me comporto así?  Debido a ti y a tus continuas evasivas —sonrió tras relamer sus labios y lograr, con una fuerza inusitada, que yo volteara hacia él como si fuera una muñeca de trapo.

—¿Qué crees que estás haciendo?  ¡Suéltame, infeliz!

—Y si no lo hago qué, ¿vas a montar un espectáculo como el que realizaste anoche?  Hazlo, vamos, ¡anímate!  Y te aseguro que David sabrá ahora mismo quien eres en realidad.

—¡Sal de mi camino! —Ansié apartarme de su contextura que ya me tenía acorralada contra la pared.

—Gata fiera... ni siquiera sabes con quien estás jugando.  Osas desafiarme cuando podría destruírte y sacar a relucir tu otro yo llamado “Leonora” y algunos... secretitos más, como que trabajas de prostituta, por ejemplo.

—¡Miserable de mierda, déjame en paz!

—No antes que me des lo que me corresponde —sonrió de una forma enfermiza, con la cual consiguió erizarme hasta el más pequeño y fino vello de mi piel.

—¡Primero muerta!

—Jamás he practicado la necrofilia, corazón, pero no por ello voy a descartarla.

Temblé de la sola impresión que me causó su respuesta.

—Así que... ve haciéndote a la idea de lo que tú y yo vamos a hacer porque hoy a tu guardaespaldas personal no lo tienes cerca.

Me removí inquieta del poderío de su cuerpo y, por sobre todo, de su aliento que me quemaba la piel al percibirlo de lleno en mi rostro.  Porque cada vez este infeliz se acercaba más y más a mí pretendiendo llevar a cabo lo que, supuestamente, manteníamos pendiente.

—Voy a gritar, ¡lo juro!

—Hazlo, zorra.  Hazlo para que todos sepan quien es Leonora o debería decir, ¿Magdalena Villablanca?

—¡Suéltame, por favor!

—No hasta que seas mía, ¿me oíste? —Rápidamente alzó una de sus manos para, con ella, jalarme con fuerza el cabello—.  ¿Me oíste, puta?

Fuerte, claro y con toda sus letras.

—David te va a aborrecer tanto cuando lo sepa.  Pobre imbécil...

—¡Púdrete, infeliz!

Gracias a un par de mujeres que vimos aparecer de la nada Martín finalmente me soltó, pero verdaderamente ofuscado.  Porque al parecer todo el plan que había trazado en su mente, en cuestión de segundos, se había venido abajo.  Eso me dio a entender su mirada de furia con la que siguió de cerca cada uno de mis pasos que me alejaron de él nada más que a toda prisa.

 

David bebía un corto de wishkey en la entrada del salón cuando unas pequeñas gotas comenzaron a caer desde el ennegrecido cielo.  Y tranquilamente lo siguió haciendo hasta que fue interrumpido por Piedad quien, sin desaprovechar la oportunidad que tenía en ese momento, se acercó para abordarlo ahora que él estaba completamente solo y a su merced.

Con un movimiento de caderas un tanto sensual caminó hasta situarse a su lado para chocar la copa de vino blanco que sostenía en una de sus manos junto a la de él, sobresaltándolo ante ese repentino acto.

—Salud, David.  ¿Y mi hermana?

—Salud y... ya regresa —le comunicó sonriéndole a medias y solo como cortesía.

—Esto es demasiado extraño, ¿lo sabías?

—¿Qué le parece tan extraño? —Prefirió no tutearla, lo que no pasó inadvertido para ella, quien al segundo le corrigió:

—Trátame de usted con suma confianza —bebió un sorbo de su vino guiñándole, a la par, uno de sus coquetos ojos—.  Lo extraño es ver a un hombre como tú con una mujer como mi hermana.  ¿Cómo fue que la conociste?

David entrecerró la mirada al oír como ella le hablaba con tanta familiaridad.

—Discúlpame, Piedad, pero eso es un hermoso recuerdo entre Magdalena y yo. 

—¡Qué caballero! ¿Siempre eres así o solo te comportas de esta manera conmigo?

Movió su cabeza de lado a lado evidenciando como intentaba incitarlo a que mantuvieran una charla que, necesariamente, él no deseaba entablar y menos con ella.

—Siempre me comporto como un caballero —contestó, pero esta vez centrando la vista en la entrada del salón por la que en cualquier momento yo saldría para liberarlo de esta situación para nada favorable.

—Pero cuéntame... ¿qué viste en ella, por favor?

—Vi belleza, dulzura, espontaneidad y autenticidad —comentó como si me conociera de toda la vida.

—¡Pero si estás hablando de mí, David! —Agregó ella sonriendo de oreja a oreja y chocando una vez más su copa con la suya—.  ¡Salud por eso!

En un intento desesperado por salir de esa incómoda situación terminó dejando su corto de whiskey a medio tomar sobre una mesa, pero solo alcanzó a dar un par de pasos cuando vio venir hacia él a un vendaval de emociones de cabello negro y mirada atemorizante que era precisamente yo.

—¿Magdalena? —Me llamó sin obtener respuesta alguna—.  ¡Magdalena! —Siguió pronunciando mi nombre para intentar detenerme, más no lo consiguió.

Sabía de sobra que David seguía de cerca mi andar porque su grave voz a mi espalda me lo decía, pero gracias a lo que había sucedido con el infeliz, hace unos segundos atrás, no pensaba detenerme, menos voltear la vista hacia atrás.

—¡Magdalena!  ¡Magdalena, por favor! —Oí una vez más que exclamó mi nombre, pero con un cierto timbre de notoria preocupación que consiguió frenarme—.  ¿Qué sucede?  ¿Por qué huyes de mí?

Porque era lo mejor para él y más, cuando estar cerca de una zorra como yo le traería tantos y gratuitos problemas.

—Debo marcharme —mentí.

—¿Marcharte?  ¿Por qué?

—Porque... es complicado, David.

—Pero no comprendo.  ¿Hice o dije algo que te molestara?

Nada.  Tú no has hecho nada, pero tu amiguito “el enfermo y sádico mental”, sí.

—No —solo esa única palabra obtuvo de mi parte.

—Entonces... ¡explícame, por favor, que no estoy entendiendo nada!

—No puedo quedarme, eso es todo lo que debes entender.  Adiós y muchas gracias —.  Seguí caminando hasta que, en un fugaz movimiento, su cuerpo detuvo abruptamente mi caminar casi estampándose de frente con el mío.

—No tan rápido, señorita Mustang, y no así.

Nos observamos algo jadeantes, algo expectantes y, por sobre todo, desconcertados al tener nuestras vistas una perdida en la inmensidad de la otra.

—Me estás preocupando, Magdalena.

—Pues no lo hagas y ahórrate esa preocupación.

—Lo siento, ya no puedo hacerlo.

Suspiré, pero extrañamente sin poder ni querer apartar mis ojos de los suyos.

—Por favor —supliqué casi al borde de la desesperación—.  ¡Por favor...!

—Ya no puedo hacerlo —replicó, cuando lentamente conseguía alzar sus manos hasta situarlas en mi rostro—.  Y el por qué es bastante sencillo de comprender.

—Pues no quiero comprender ese por qué.  Así que gracias y con tu permiso —retrocedí, pero no lo suficiente cuando las gotitas de lluvia caían y caían sobre nosotros y una de sus extremidades lograba llegar hasta mi cintura, reteniéndome con ella.

—No sé qué te sucedió, pero lo voy a averiguar —sentenció con un claro afán de querer saberlo todo.

—David, por favor...

—Basta de expresar un “por favor” a cada segundo que transcurre y dame una respuesta convincente, por Dios.  ¡Por qué te marchas así!

Porque el imbecil de tu amigo me acaba de chantajear contigo.  ¿Te parece esa una buena razón?

Lo observé y él me observó, como si pudiera ver en mis ojos algo más que un incierto temor alojado en ellos.

—¿Por qué? —Repitió.

—Porque... —algo debía decir.  Algo con lo cual mantenerlo alejado y eso era... —... no soy libre, David.  Lo siento.

Muy extrañado enarcó una de sus oscuras cejas, pero negándose todavía a soltarme del todo.

—¡Vaya!  ¿Estás casada?

Como una idiota moví mi cabeza de lado a lado, negándoselo.

—Entonces, ¿tienes novio?

De acuerdo.  Técnicamente estaba saliendo con Teo, pero para mi mala suerte él y yo no éramos novios y... ¡Por qué no le podía mentir como a los demás, maldita sea!

Tapé mi rostro con mis manos murmurando a la par un “No” que aunque no lo quise pronunciar de igual forma salió disparado por mis labios.

—Comprendo.  Entonces... ¿eres lesbiana? —Inquirió ya casi al punto de echarse a reír—.  ¿O formas parte de alguna secta satánica?

—¡Ay por favor, David!  No seas exagerado, ¿quieres?

—¡Al fin! —Proclamó.

—¡Al fin qué! —Proclamé yo.

—Sacaste la voz.  Eso es un buen signo. 

¡Qué buen signo ni que nada!

—Okay.  ¡Me tengo que ir!  Buenas noches.  ¿Qué no lo comprendes?

Repentinamente admiró, para mi asombro, su reloj de pulsera que ya marcaba las nueve de la noche.

—No, no lo comprendo porque aún no es medianoche y eso me asegura que no puedes ser “La Cenicienta.”

—No soy la maldita Cenicienta, ni Blancanieves o la jodida Sirenita, ¿de acuerdo?

Rió como nunca tras lo que le había dado a entender con tanta efusividad.

—Se agradece de sobremanera la aclaración.  Eso significa, también, que no huyes porque tu coche se vaya a convertir en calabaza.  Tampoco lo haces porque te acabas de comer una manzana envenenada y menos porque... —bajó la mirada hacia mis piernas—... vayas a cambiar esas preciosas y largas piernas por una cola de pez.  ¿Me equivoco?

—Vaya, vaya, Mister.  ¿Ls magia de Diney vive en ti?

—No sé si vive en mí, Magdalena, pero tengo una sobrina de cuatro años que adora a las princesas Disney, pero por sobretodo le encanta que su tío favorito, o sea yo, le lea cuentos sobre ellas.  ¿Eso responde a tu pregunta?  Además, no me luce para nada el color rosado.

Ahora fui yo quien rió al grado de no poder detenerme.

—¡Por Dios!  ¡Eres un tonto!

—Eso dice Lucy también.

¿La perra afgana?

—Mi sobrina de cuatro años —especificó, regalándome otro de sus sexys guiños.  ¡Ay por Dios!  Uno más y yo iba a... iba a... ¡Diablos!

—¡Qué hermoso nombre el de tu sobrina!  Seguro debe ser una niña adorable.  Ahora, ¿me puedes soltar?  Por si no te has dado cuenta nos estamos mojando.

Alzó sus ojos hacia el cielo para que las gotitas de lluvia le dieran directo en el rostro.

—David, hablo en serio —no parecía escucharme—.  David... ¡David!

—No me has respondido aún.  Hazlo y te suelto —su vista empapada volvió a encontrarse con la mía—. Pero asegúrate de hacerlo con sinceridad esta vez. 

Sinceridad... ¿Sinceridad?  ¿Alguien sabe dónde podría encontrar un poco de eso?

—David...

—Sinceridad, Magdalena.

Sinceridad, sinceridad, sinceridad... ¡Cómo odiaba a esa condenada palabra!

—¡Está bien!  ¡Está bien!  Soy lesbiana, ¿de acuerdo?

Me soltó, pero tras mover su cabeza y sonreír.

—Claro... por eso dijiste en un comienzo que no estabas libre.

—¡Sí, por eso! —Reafirmé como la más estúpida de las estúpidas a la que claramente no le quedaba una sola neurona en su mente para pensar.  ¿Lesbiana?  ¿Yo?  ¿Desde cuándo?—.  ¿Ahora que ya lo sabes me puedes dejar marchar?

—Sí, te puedes marchar, pero con una gran incertidumbre alojada en tu cabeza —me desafió al verme caminar hacia mi coche—, que no te dejará dormir, menos pensar y me atrevería a afirmar que tampoco te dejará en paz.

Abrí la puerta de mi auto y entré en él sin voltearme.

—¿No me vas a preguntar el por qué, Magdalena? —Prosiguió, acercándose hacia mí.

—¡No! —Vociferé ya aprestándome a cerrar la puerta.

—Entonces, te lo diré yo.  No se vale mentir.  Sé de sobra que no eres lesbiana.

¡Por qué mierda lo tenía que afirmar con tanta seguridad!  Encendí el motor y bajé del todo la ventanilla percibiendo como mi corazón latía desbocado.

—Así que... si pretendes convencerme de ello te propongo que planees una mejor excusa para la próxima vez y no una tan... pátetica.

¿Qué había dicho el muy...? Rápidamente y hecha una furia saqué la cabeza hacia fuera para gritarle a viva voz:

—¡Patética tu abue...! —Pero no terminé de decir precisamente aquello al sentir como él, tras un inesperado movimiento que realizó, consiguió llegar hasta mí para robarme el aliento en un beso devastador que me plantó y que yo correspondí al instante como si su boca fuera algún tipo de imán electrizante del cual ya no podía desprenderme.

¡Santo Dios!  En cuestión de segundos un fuego muy ardiente y descontrolado me quemó la piel al sentir la presión que ejercían sus cálidos labios al hacer y deshacer con los míos besándolos, acariciándolos, saciándose de ellos mientras se aseguraba de sostenerme la cabeza de delicada forma con sus manos para que no intentara huír despavorida de lo que sucedía en ese minuto con nosotros dos.  

¡Rayos!  No podía pensar con claridad, no podía moverme o respirar siquiera porque su dulzura, el deseo y la furiosa pasión que nos envolvía en ese momento, unida a un cierto grado de dolor tolerable y placer, me hacía desvariar al añorar más y más cada uno de sus movimientos hasta que... me soltó, abruptamente, para morder mi labio inferior con un evidente dejo de ansias y decir:

—¿Lo ves?  Sabía que no eras lesbiana.

Morí.  Juro que morí en esos escasos segundos en que sonrió plenamente satisfecho con lo acontecido.

—Ahora ya puede marcharse con su conciencia en paz, señorita Mustang.  Buenas noches y... —con uno de sus dedos delineó suavemente el contorno de mi boca antes de apartarse definitivamente de mí y añadir—: ... hasta la próxima.  Conduzca con cuidado.

Tras sus palabras, una inusitada excitación me erizó la piel y se alojó bajo ella y creo que hasta consiguió humedecer mi entrepierna también y eso... no era nada bueno.  No, señor, ¡nada bueno!

Conduje con un sola idea inserta al interior de mi cabeza, ver a Teo lo antes posible para así desaparecer de mí todo lo que con David había sucedido hace solo un instante.  Y me maldije, una y otra vez, por haber correspondido a ese beso que, aunque no lo quisiera admitir, había estado impresionante.  Pero no... ¡No, no y no!  No debía confundir las cosas si yo las tenía bastante claras.  Porque eso solo había sido un desliz y un aprovechamiento de su parte que no tenía la más mínima importancia para mí, aún cuando sabía de sobra que no era así, porque como una vil zorra desgraciada y culpable desde mi cabeza hasta la punta de mis pies todavía podía sentir el incomparable sabor de su boca haciendo lo que se le antojara y nada menos que con la mía.  ¡Qué bonito!  ¿No?  ¡Qué bonito... y fatal!

No quise hablar.  En realidad, evité hacerlo por el bien de la humanidad mientras me preocupaba solo de conducir hacia las afueras del recinto realmente nerviosa, descolocada y pretendiendo calmar lo que sea que estuviera sucediendo conmigo, cuando la lluvia caía sobre mi coche y se dejaba sentir cada vez y con más fuerza.

***

A esa hora, pero en la clínica, Teo se disponía a beber un café tras arduas e intensas horas de trabajo.  Sí, lo necesitaba.  Por lo tanto, decidió bajar hacia la cafetería encontrando de buenas a primeras a quien, por razones obvias, no deseaba ver cuando su corazón le dictaba totalmente lo contrario.

Se detuvo en la entrada notando que en una de las mesas se encontraba Laura leyendo concentradamente un libro y también bebiendo un café.  ¿Insólito cuando el destino a toda costa intentaba juntarlos?

Movió su cabeza pretendiendo pensar con claridad al tiempo que dejaba escapar un profundo suspiro que se le arrancó desde lo más profundo de su garganta, cuando ya sus piernas habían tomado la decisión de dirigir cada uno de sus pasos hacia donde ella se hallaba.

—¿Sigue en pie lo del café? —Fue lo primero que le preguntó ya situándose a su lado.

Laura alzó la vista, sobresaltada, clavándole en igual medida la profundidad de sus ojos verdes antes de responder “claro que sí”, y brindándole, además, una auténtica sonrisa de fascinación que le iluminó el semblante.

Charlaron animadamente de muchas cosas mientras el tiempo transcurría, pero sin tocar ni hacer incapié en sus pasados hasta que una pregunta de la muchacha dejó a Teo algo descolocado y pensando qué debía decir, para no herirse, herirla y, por sobretodo, no mentir.

—Y... ¿estás saliendo con alguien?

Tragó saliva con intranquilidad preocupándose de mantenerse sereno y responder lo más natural y sensatamente posible un “Sí” que ahogó con su propia saliva, evitando ante todo alzar los ojos suponiendo que... hablar de Magdalena en ese momento no venía al caso.

—Pues, qué bien —la oyó decir, incrédula—.  Te... felicito y... me alegra que hayas podido rehacer tu vida con alguien más.

—Nos estamos conociendo —se odió a sí mismo por ser un maldito cobarde y por no hablarle con la verdad, asumiendo que antes de su llegada parecía plenamente satisfecho al lado de quien había estado siempre a su lado y preocupándose por él en todo momento—, pero no es nada... concreto aún.

Laura asintió algo incómoda con la respuesta que no esperó oír de sus labios, pero que de igual manera caló en sus huesos, congelándole la piel.

—Bueno, siempre fuiste un hombre guapo, Teo —se levantó intespestivamente de la mesa como si lo único que deseara fuera salir de allí, prontamente—.  Lo siento, pero se me hace tarde.  Tengo que ir a casa de mi hermana a buscar algunas cosas que me ha pedido —con algo de torpeza terminó sacando un par de billetes desde el interior de su cartera, los que dejó sobre la mesa todo y ante la inescrutable mirada de Teo que no comprendió por qué reaccionaba así—.  Ha sido genial hablar contigo, pero ya me tengo que ir.

—Te acompaño —dijo él levantándose de igual forma—.  ¿Has venido en coche?  Afuera está lloviendo.

—No te preocupes.  Pediré un taxi —buscó su móvil al interior de uno de los bolsillos de su abrigo.

—Entonces deja que te acompañe a esperarlo —le sonrió de medio lado—, por favor —suplicó.

—Está bien —finalizó, preguntándose en silencio... ¿Quién sería la mujer que ahora ocupaba un lugar en su corazón que claramente le pertenecía solo a ella?

***

“Un par de calles más y ya estaría en la clínica”.  Era en lo único que podía y quería pensar mientras admiraba por el parabrisas como la lluvia caía y caía.  Y al cabo de unos minutos lo conseguí aparcando, finalmente, a un costado de ella y asegurándome de tomar mi abrigo del asiento posterior, el cual me calcé antes de bajar del coche, apresuradamente.

—¡Brrrr!  ¡Qué frío hace! —Me quejé al sentir el aire helado penetrar mi cuerpo mientras le daba al cierre centralizado de mi Mustang para voltearme, caminar un par de pasos y... detenerme en plena calle sin siquiera avanzar dejando que la lluvia me empapara por completo.  Porque lo que vi me hizo estremecer al constatar como una pareja sonreía felizmente a un costado de la entrada mientras se refugiaba de la lluvia—.  Laura —intenté moverme—.  ¿Laura?  —Inquirí presa ya de una incontenible intranquilidad—.  Laura —afirmé solo para mí realmente convencida al cerciorarme de quien era ella.  Y así, con el cabello ya pegado a mi rostro y el corazón en mi boca, avancé hacia quienes aún no advertían mi presencia mientras no dejaban de sonreír como si en ese momento alguien más estuviera sobrando.

—¿Tienes frío? —Escuché que Teo le decía.

—Solo un poco —ella le respondió—.  ¿Te importaría... abrazarme como si fuéramos dos buenos amigos?

Pedí, rogué que no lo hiciera, pero mi súplica falló al evidenciar como Teo la rodeaba rápidamente con el poderío de sus brazos.

—¿Así está mejor? —Le preguntó nuevamente tras aferrarla a su cuerpo.

—No —expresó ella alzando debidamente el rostro hacia él hasta alojar su boca a la altura de la suya—, así está mejor —le corrigió, inclinándose para definitivamente besarlo en los labios sin que él opusiera resistencia, creciendo esa cercanía y ese beso cada vez más en intensidad.

“No pienses más de lo debido en mí y disfruta tu día”... “No pienses más de lo debido en mí...”  Como dolía esa frase ahora que ya le había encontrado su real significado.

—No sabes mentir —manifesté en un hilo de voz mientras un par de lágrimas ya caían raudas por las comisuras de mis ojos—. ¡No sabes mentir! —Le grité a todo pulmón y a la distancia para que me oyera contemplando, además, como Teo detenía el beso y alzaba la mirada expectante hacia mí sin dar crédito a lo que veía.

—¿Magda?

—Sí, Magda, la idiota.  ¿Te acuerdas de mí?  Realmente después de eso... no lo creo.  Buenas noches a los dos, lamento haberlos interrumpido —retrocedí tras mis pasos sin importarme siquiera los continuos llamados que él realizaba a mi espalda pronunciando mi nombre una y otra vez, cuando lo único que yo deseaba era salir prontamente de allí y desaparecer, tal y como si desde siempre hubiese sido para él un completo fantasma.

 

Me detuve frente a mi edificio comiéndome en absoluto silencio los sollozos que no dejaba de emitir, así como también toda mi rabia y mis ganas de mandar todo al demonio gracias a mi maldito karma que me había regalado la sorpresa de mi vida.  Y de la misma manera, y empapada de la cabeza hasta la punta de mis pies, entré en el inmueble y subí las escaleras tratando de sostener, por sobretodas las cosas, a un corazón roto que se paralizó de golpe al ver a Emanuelle con la vista fija en el piso, las manos entrelazadas y sentado al pie de las escaleras, esperándome.

Pero, ¿qué rayos hacía él aquí?  Pensé sin dejar de notar como mis ojos me traicionaban derramando cada vez más y más lágrimas, hasta que alzó la vista hacia mí y se levantó, para mi gusto, demasiado sobresaltado expresando en tan solo un murmullo lo siguiente:

—¿Magdalena?

—Sí, esa soy yo —repliqué de la misma manera que lo había hecho con anterioridad—, la idiota que creyó por un momento que podría llegar a ser feliz con alguien que ya no vale la pena.

—Siempre podrás ser feliz.

—¿Para qué?  Si la felicidad es una mierda, Emanuelle.

—Y la tristeza es opcional, Magdalena —se acercó para contemplarme de mejor manera negándose a apartar sus ojos de los míos—.  Tienes esta vida, ¿y así la quieres malgastar?  ¿Llorando por lo que no pudo haber sido?  ¿Enfadándote contigo misma? ¿Lamentándote?  ¿Cuestionándote por lo que sea que sucedió?  ¿Preocupándote por gente que no ve por ti? —Movió su cabeza hacia ambos lados tras reprimir un leve movimiento que realizó al querer alzar una de sus extremidades—.  Sé valiente, cree en ti y haz aquello que te haga sentir bien y viva. Corre riesgos, avanza, deja ya de sufrir y no pretendas construir castillos en el aire cuando sabes muy bien que puedes llegar a edificar una gran mansión, pero de concreto.

—Emanuelle...

—Tienes esta vida.  Por lo tanto, vívela y siéntete orgullosa de ella —.  Una media sonrisa me dedicó al tiempo que daba un par de pasos, al parecer, para macharse de mi lado, no consiguiéndolo, porque lo detuve intencionalmente posicionando una de mis manos en su extremidad derecha, acotando:

—Él... no sabe mentir.

Al oírme se volteó hacia mí, expresando:

—Tú tampoco.

Y así, movida por un sentimiento irracional, avancé para dejarme caer definitivamente sobre su pecho y llorar, tal y como decía el dicho “como una magdalena”, percibiendo como quedamente y con absoluto temor él lograba posicionar sus brazos finalmente sobre mi cuerpo para intentar acallar mis dolorosos sollozos que en ese momento me carcomían algo más que la piel... pedazo a pedazo.