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BANG BANG

 

 

BANG BANG

Nancy Sinatra

 

Parado en la acera tachonada de estrellas rosas y oro, frente al Vesper, Tommy se protegía la cara del sol implacable del verano, que brillaba en lo alto como un cruel ojo censor. Era otro día seco y abrasador y, gracias a la sequía y a los vientos de Santa Ana, toda la ciudad parecía en llamas. Había incendios en Griffith Park, en La Cañada Flintridge, en Los Angeles National Forest y, más recientemente, en Malibú, donde se quemaba el monte bajo. El aire era más acre de lo normal y el cielo se enturbiaba como chamuscado por las llamas y dejaba caer una lluvia de cenizas que cubría la ciudad con un manto de hollín.

De momento, las lujosas casas de primera línea de playa no habían caído víctimas del fuego, pero todo el mundo sabía que, si no se encargaban de ellas los incendios, lo harían los terremotos.

Tal vez fuera la amenaza constante del Armagedón lo que daba a los californianos su fama de ser francos y cordiales. Tal vez vivir al borde de la destrucción y saber que el sueño podía acabarse en cualquier momento daba a su existencia una intensidad que faltaba en otros sitios.

Tommy solo sabía que, pese a las caras serias del canal de noticias local, en Hollywood Boulevard reinaba el ajetreo de siempre. Los autobuses turísticos de dos pisos desfilaban sin descanso por el bulevar mientras actores en paro vestidos de Shrek, R2D2 y Supermán acosaban a los turistas ofreciéndose a fotografiarse con ellos, y Aster se inclinaba hacia Layla tambaleándose, temblorosa y con los ojos enrojecidos, y agitaba el teléfono delante de su cara.

—Has sido tú, ¿verdad?

Layla asintió con la cabeza sin inmutarse al ver a Aster cernerse sobre ella furiosa, ajena al circo de Hollywood Boulevard, que seguía bullendo a su alrededor.

—Me prometiste que no lo harías, y te fuiste derecha a contarle todos mis secretos a Trena Moretti.

Aster temblaba de rabia. Su ira era tan palpable que Tommy estaba seguro de que era cuestión de segundos que se viera forzado a separarlas, y no estaba del todo seguro de poder hacerlo. El calor le dejaba sin energías, le aletargaba, y el aire saturado de humo le dificultaba la respiración. Tal vez el Increíble Hulk quisiera echarle una mano.

—No exactamente. —Layla permanecía impasible, lo que solo aumentaba la rabia de Aster—. No he divulgado ningún dato personal. No le he dicho de quién obtuve esa información.

A oídos de Tommy, aquella aclaración sonaba lo bastante sincera como para zanjar la discusión. Y era una suerte, porque estaba ansioso por escapar del calor abrasador y volver al interior oscuro, hermético y refrigerado del club. Pero a juzgar por cómo apretaba Aster los dientes y por su mirada llena de odio, la explicación de Layla no obró su efecto. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de intervenir, vio con asombro que Aster parecía derretirse ante sus ojos.

—No estoy segura de si debo darte las gracias o maldecirte.

Descruzó los brazos y un asomo de sonrisa iluminó su cara. Tommy se preguntó si no se lo habría imaginado todo. Pero lo que acababa de presenciar había sido el comienzo de una pelea, ¿no?

Una cosa estaba clara: seguía sin entender al género femenino y, sinceramente, dudaba de que llegara a entenderlo alguna vez. Aunque era un pacifista declarado, se alegró sobre todo de haberse ahorrado una escena potencialmente violenta entre dos personas con las que empezaba a encariñarse.

Layla asintió con la cabeza, tomándose con toda calma el cambio repentino de Aster. Su semblante de Teflón no dejaba traslucir nada. Tommy había visto otras veces aquella mirada. Era la máscara que se ponía cuando estaba decidida a poner coto al caos que la rodeaba. Era una pena que las cosas se hubieran torcido entre ellos. Pero ahora que el concurso estaba perdiendo fuelle y que la policía había centrado sus sospechas en Ryan Hawthorne, tal vez pudiera perdonarle por dirigir hacia ella las sospechas de Larsen.

La miró con expresión esperanzada y ella reaccionó poniendo los ojos en blanco y torciendo los labios en una mueca que le recordó exactamente con quién estaba tratando. Sus posibilidades de obtener el perdón eran ínfimas. Pero no por ello pensaba darse por vencido. La encontraba atractiva hasta cuando estaba acalorada, irritada, oliendo a humo y envuelta en sudor. Era un sentimiento que no lograba sacudirse de encima.

—Por otro lado —Aster se inclinó hacia ellos y bajó la voz hasta el punto de que tuvieron que esforzarse por oírla—, la implicación de Ryan sin duda va a hacer que vuelvan a interrogarme. Puede que incluso me consideren cómplice por no haberles informado de que se marchó. Pero si Ryan de veras le hizo algo a Madison, merece estar entre rejas. En todo caso, ahora que el misterio se ha resuelto, tengo otro que es potencialmente peor. O al menos peor para mí. —Bajó aún más la voz, hasta hacerla apenas audible—. ¿Recordáis ese DVD del que os hablé?

Tommy se puso tenso y las miró a ambas, pero antes de que Aster pudiera continuar se abrió la puerta del Vesper e Ira les pidió que pasaran.

—Cambio de planes.

La expresión de su cara era tan hosca como su tono de voz, lo contrario de lo que Tommy esperaba. Normalmente, Ira se tomaba las reuniones de los domingos como una actuación: le encantaba divagar, sermonearlos y hacerles perder su precioso tiempo hasta que por fin iba al grano y eliminaba al concursante peor calificado. Esta vez, sin embargo, tras lanzar una mirada de desconfianza a su alrededor, escudriñando los cubos de basura como si temiera que alguien apareciera de pronto detrás de uno de ellos, los hizo entrar y les indicó que se sentaran a una de las mesas. Cuando cerró la puerta, fue como si cerrara el mundo, dejándolos a su merced.

—Estoy seguro de que habéis visto los titulares.

La voz de Ira sacó a Tommy de sus cavilaciones y le devolvió al presente. Esta vez no había podio, ni equipo de hermosas y jovencísimas asistentes, ni ceremonias, ni jerarquía de ninguna clase. El espectáculo habitual se había reducido a Ira vestido de manera informal, con la camisa arremangada hasta los codos y los antebrazos musculosos apoyados sobre la superficie rayada de la mesa. Aquella era una faceta suya que Tommy no había visto aún y que le ponía nervioso.

—Night for Night está cerrado. —Se le tensó la mandíbula, sus dedos tamborilearon sobre la madera gastada de la mesa—. El club está lleno de policías. Hasta nueva orden es oficialmente la escena de un crimen, y no hay forma de saber cuánto durarán los procedimientos. La policía de Los Ángeles no está de humor para cooperar.

Se le oscureció el semblante, su mirada se volvió distante y sombría. Era imposible adivinar qué estaba pensando.

—Dicho esto… —Desplegó las manos sobre la mesa y se detuvo un momento a observarlas. Después, fijó de nuevo la mirada en ellos—. Creo que es justo que pongamos fin al concurso.

A su lado, Aster sofocó un gemido y Tommy sintió que el miedo empezaba a apoderarse de él. Necesitaba más tiempo para asegurarse el primer puesto. Por culpa de lo sucedido en torno a Madison, había estado descentrado. Y aunque las cifras combinadas de los tres eran mejores que nunca, después de todo lo que les había pasado el final se estaba haciendo agónico. Quizás el menos maltrecho de los tres fuera el ganador.

—¿Qué hay de Zion, Sydney y Diego? —preguntó Aster, recorriendo la sala con la mirada como si sospechara que tal vez no los había visto.

—Les he dicho que no se molestaran en venir —contestó Ira sin dar más explicaciones—. En principio tenía pensado montar una celebración espectacular para poner fin a la competición, pero eso lo dejaremos para otro momento. —Su pesar parecía sincero, pero le encantaba actuar, de modo que era difícil saber qué había de verdad en lo que decía—. Todos habéis logrado sobrepasar mis expectativas. Las molestias que os habéis tomado son impresionantes. Sabía que teníais ese ímpetu, por eso os contraté. Y sin embargo uno nunca sabe de lo que es verdaderamente capaz otra persona hasta que la pone a prueba. Los tres habéis superado obstáculos que no podíais prever y habéis conseguido manteneros centrados y seguir adelante sin descanso, quebrantando algunas normas por el camino.

Tommy se encogió bajo su mirada reconcentrada. ¿Así que había sabido desde el principio lo de las pulseritas negras y no había hecho nada por impedirlo? Muy arriesgado, teniendo en cuenta los problemas que podía haberle causado. Claro que Ira no era de los que se arrugaban ante una apuesta, ni él tampoco. Al parecer tenían más en común de lo que había creído en un principio.

—En algunos ámbitos, esas cualidades no se consideran recomendables —prosiguió—. Pero en mi mundo son algunos de los rasgos que más admiro. —Juntó las cejas y tocó su pulsera de ojo de tigre—. No me cabe duda de que estáis ansiosos por saber el nombre del ganador, así que, sin más demora, Layla Harrison…

Clavó la mirada en ella y Tommy los miró a ambos. Era imposible que la ganadora fuera ella. Había tenido suerte de llegar hasta allí.

—Estos dos te han vencido sin paliativos. —Ira meneó un dedo, señalando a Tommy y Aster—. Estabas fuera de tu elemento y debería haberte despedido la primera semana. Pero después del bache del principio conseguiste encontrar tu ritmo y al final te has mantenido muy dignamente en la competición.

Layla asintió con la cabeza, preparada para encajar cualquier cosa que le lanzara Ira.

—Dicho esto, hoy iba a eliminarte.

Ella se apresuró a reconocer su derrota.

—Me lo imaginaba. —Miró de reojo primero a Aster y luego a Tommy.

—Aster Amirpour…

Al oír el nombre de Aster, Tommy se sentó más derecho y los miró alternativamente. Ella parecía agobiada, vulnerable, pero eso solo conseguía realzar su belleza. Ira, como de costumbre, permanecía impasible.

—Tus cifras han sido buenas en todo momento, y has conseguido anotarte a algunos de los principales nombres de la lista. Además, te has mostrado dispuesta a hacer lo que fuera necesario para ganar…

«Espera…». El miedo que había sentido Tommy al inicio de la reunión se había convertido en un zumbido constante. ¿Iba a despedir a Aster? Porque aquello no parecía lo que se le solía decir a alguien antes de sacar el hacha y cortarle la cabeza.

El concurso no podía terminar así. Necesitaba ganar más que nunca. No tenía ningún otro proyecto, y no había viajado desde Oklahoma para preparar cafés personalizados a la exigente clientela de Starbucks. Ira se lo debía. Si había algún momento propicio para el nepotismo, era aquel. El problema era que Tommy nunca le había confesado cuál era su vínculo, así que ¿cómo iba a saber Ira que debía dar por vencedor a su único hijo?

Tal vez hubiera llegado el momento de hacer una revelación…

—… y por eso la victoria del Concurso Unrivaled Nighlife es indiscutiblemente tuya.

Espera… ¿Quién era el ganador? Tommy miró a Ira y a Aster, maldiciéndose por haberse despistado. Pero una mirada a la cara sonriente de Aster bastó para confirmar sus temores.

Sacudió la cabeza y clavó la mirada en la mesa. Después de todas las normas que había incumplido, de todo el dinero que había ganado para Ira… No había conseguido atraer a Ryan Hawthorne al Vesper, pero ¿y qué? Tal y como habían resultado las cosas, Ira debería alegrarse de ello, no quejarse… ¿Y qué demonios había entre Aster y él, de todos modos? Debería haberlo imaginado. Era muy propio de Ira joderle la vida, aunque claramente merecía vencer. Se había ganado la victoria a pulso. Y que le ahorcaran si iba a dejar que Ira le…

—Tommy Phillips…

Tommy soltó un profundo suspiro. Se obligó a mirar a Ira a los ojos. Le dieron ganas de responder con sarcasmo «¿Sí, papá?», pero no lo hizo.

—Me recuerdas a mí a tu edad.

Bueno, era lógico…

—Eres tenaz, ambicioso, un poco indomable y estás dispuesto a probarlo casi todo. Y aunque no has ganado la competición, me vendría muy bien contar con alguien como tú en mi equipo.

Tommy pestañeó sin saber qué decir. Ira era muy astuto. A menos que hablara en términos claros y concisos, no había forma de saber adónde quería ir a parar.

—Por eso te ofrezco un puesto en Unrivaled Nightlife. De hecho, es una oferta que hago extensiva a los dos, a Layla y a ti. Consideradlo un premio de consolación por un trabajo bien hecho.

Tommy miró a Layla: parecía tan desconcertada como él.

—Tommy, si estás interesado, te ofrezco la posibilidad de dirigir esa sala privada que me sugeriste. Es una buena idea. Estoy dispuesto a probar. Y Layla… —Se volvió hacia ella—, hay un hueco en el departamento de marketing de Jewel. Creo que encajarías bien allí. Aster, te invito, naturalmente, a seguir trabajando como relaciones públicas. Recibirás un porcentaje semanal de los beneficios según el público al que atraigas, solo que esta vez se basará en el gasto que hagan en la discoteca. Ay, y por si acaso pensáis que lo he olvidado…

Desapareció detrás de la barra y regresó un momento después con un ordenador portátil nuevo para Layla y, para Tommy, la guitarra que había comprado aquel fatídico día en Farrington’s.

—He pensado que tú le darías mejor uso —dijo al entregársela.

Tommy tomó la guitarra y tocó algunas cuerdas. Había que afinarla. Era evidente que las clases de Ira, si es que había tomado alguna, no habían llegado muy lejos. Pero estaba tan emocionado por tener al fin la guitarra en su poder, que no supo qué responder.

—Y Aster… de ti tampoco me he olvidado.

Ira se metió dos dedos en el bolsillo de la camisa y sacó un cheque que deslizó hacia ella.

Tommy se inclinó, esforzándose por ver la cantidad. Contó un montón de ceros, Aster sofocó un grito de sorpresa y se tapó la boca con la mano.

—Gracias —farfulló—. ¡Dios mío, gracias! —dijo desde detrás de sus dedos temblorosos.

—Ah, y Layla, esto no está relacionado con el concurso, pero ya que estás aquí… —Ira se metió de nuevo los dedos en el bolsillo y le entregó otro cheque—. ¿Puedes darle esto a tu padre? Estoy deseando ver qué se le ocurre para ese mural.

Layla miró el cheque con los ojos como platos y expresión indecisa mientras Ira se frotaba las manos y decía:

—¿Qué os parece si lo celebramos con champán? Tommy, ¿haces tú los honores?

Tommy dudó. Sin duda Ira sabía que en el Vesper no se servía champán. Su público bebía licores más fuertes.

Ira se rio, soltando una carcajada aparentemente espontánea, no ensayada ni forzada, lo cual hizo que sonara aún más extraña.

—He conseguido sacar a escondidas una botella de Night for Night cuando los polis no miraban. Por lo visto, todo podría ser una prueba material.

La naturalidad con que se refirió al crimen escandalizó a Tommy, sobre todo después de todo lo que les había sucedido a raíz de la desaparición de Madison. Claro que Ira no era un sentimental, y convenía que Tommy se fuera acostumbrando si iba a seguir trabajando para él.

Buscó en las estanterías, pero no había copas de champán, así que tendrían que conformarse con jarras de cerveza. Las agarró y había echado a andar hacia la mesa cuando Ira se acercó a él y añadió:

—Solo quiero que sepas que no tienes de qué preocuparte.

Tommy se detuvo, desconcertado.

—No irán a por ti. Me he encargado de las pruebas.

Tommy miró a Layla y Aster, que parecían ensimismadas, y volvió a fijar la mirada en su padre.

—¿Qué pruebas?

—El vídeo de seguridad que te muestra parado justo enfrente de Night for Night segundos después de que entrara Madison.

Ira agarró la botella fría por el cuello y la sostuvo entre ellos.

—Está todo arreglado. Por suerte me dio tiempo a borrar esa parte antes de que llegara la policía. Ahora nunca sabrán que estuviste allí.

—¡Pero yo soy inocente! —A Tommy se le quebró la voz. Parecía perplejo y frenético—. No tengo nada que ver con eso.

—Claro que no. —Ira le lanzó una mirada poco convincente—. Mira, yo estoy de tu parte. Creo que mis actos lo demuestran. El caso es que ya no tendrás que defenderte ante nadie.

Así pues, finalmente se estaba mostrando paternal y cuidando de su hijo sin siquiera saberlo. Tommy sintió la tentación de decírselo para dejarle tan petrificado como le había dejado él. A fin de cuentas, Ira había destruido las pruebas en su beneficio. Estaban juntos en el mismo barco.

—Ira —comenzó a decir, pero él ya había vuelto a la mesa y Tommy no tuvo más remedio que seguirle.

—Bueno, ¿qué me decís? —Los miró a los tres—. ¿Estáis dispuestos a uniros oficialmente al equipo de Unrivaled Nightlife?

Layla fue la primera en aceptar, lo que sorprendió a Tommy. Creía que iba a decirle que se quedara con su oferta, o algo peor. Tal vez tuviera algo que ver con el cheque.

Ira le miró enfáticamente y, al igual que Layla, Tommy aceptó de mala gana. Se alegraba de no haberle confesado que era su hijo. Pronto llegaría el momento de hacerlo.

Aster fue la última en responder. Tommy contempló las emociones que desfilaban por su rostro mientras miraba fijamente el cheque que tenía entre las manos. Tal vez le preocupaba que la consideraran cómplice del crimen de Ryan, o quizá su reticencia estuviera relacionada con el DVD y con lo que había estado a punto de revelarles cuando Ira los había interrumpido para hacerles pasar. Tommy solo sabía que dudó demasiado tiempo y que Ira tuvo que insistir para que le diera una respuesta.

Aster curvó el cheque hasta que le cupo cómodamente en la palma de la mano y cerró los dedos a su alrededor.

—Claro. —Compuso una sonrisa deslumbrante—. Creo que estoy un poco aturdida. No estaba segura de que fuera a ganar. Ha sido difícil vencer a Tommy.

Su sonrisa se hizo más amplia, todo un anuncio de pasta dentífrica, pero Tommy notó que su mirada se apagaba y sus labios se tensaban cuando miró a Ira.

¿Había sucedido algo entre ellos? Antes de que Tommy pudiera reflexionar sobre ello, oyeron un estruendo. Alguien estaba golpeando con los puños una superficie metálica.

—¡Abran! ¡Departamento de Policía de Los Ángeles! —gritó una voz desde el otro lado de la puerta.

Tommy se quedó paralizado sin saber qué hacer, pero Ira permaneció tan sereno e impasible como de costumbre.

—¿Qué os parece si tiramos el champán mientras me acerco lentamente a la puerta?

Les lanzó una mirada que les hizo correr hacia la barra y verter el carísimo champán en el fregadero. Después metieron apresuradamente las copas en el lavavajillas y corrieron a sentarse de nuevo a la mesa, como si no hubiera pasado nada.

—¿Qué puedo hacer por ustedes? —preguntó Ira al entornar la puerta.

El detective Larsen miró más allá de su hombro guiñando los ojos.

—Buscamos a Aster Amirpour.

Tommy alargó instintivamente el brazo hacia ella. Se había quedado fría y tiritaba, paralizada por la impresión de escuchar su nombre en labios del policía.

—¿De qué se trata? —Ira se mantuvo en sus trece, haciendo lo posible por retrasar la entrada de Larsen.

Aster tuvo el tiempo justo para meter la mano en su bolso, sacar un sobre y pasárselo a Tommy.

—Pase lo que pase, no dejes que vean esto. —Parecía angustiada. El olor del humo se pegaba a su piel—. Por lo menos hasta que tengas noticias mías. —Le temblaron los labios y le costó articular las palabras, pero su significado estaba claro.

Tommy asintió con un gesto y empezó a esconder el sobre debajo de su camiseta, pero se lo pensó mejor y se lo pasó a Layla, que lo guardó atropelladamente al fondo de su bolso mientras Larsen intentaba abrir la puerta a empujones.

—Conmigo no juegue, Redman —bramó el policía—. Si está aquí, le conviene entregárnosla. Me da igual quién sea usted. Si intenta ocultarla, le acusaremos de obstrucción a la justicia.

Sin decir nada más, Ira abrió la puerta de par en par, dejando entrar una oleada de luz y calor. Con el semblante afilado y la mirada sombría, casi pareció disolverse en las sombras mientras un enjambre de agentes de policía rodeaba a Aster.

—¿A qué viene esto? —Ella miró frenéticamente de Ira a Larsen—. ¿Por qué me ponen las esposas? ¡Yo no he hecho nada!

—Aster Amirpour —Larsen se sonrió, regodeándose en cada palabra—, queda detenida por el asesinato de Madison Brooks.

Aster palideció mientras intentaba desasirse violentamente, sin conseguirlo.

—¡Eso es una locura! Yo…

—Tiene derecho a guardar silencio —prosiguió Larsen—. Cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en su contra…

—¿Con qué base? ¡Yo no tengo nada que ver con esto! ¿Qué les ha dicho ese cerdo de Ryan Hawthorne?

—Ryan tiene una coartada sólida.

—¡Pero eso no es posible! Estuve con él esa noche… ¡Pero se marchó y no volvió!

—Tiene derecho a un abogado. Si no puede pagar uno, el tribunal le asignará uno de oficio…

—¡Estuve con él! ¡Salí de la discoteca con Ryan Hawthorne!

—Ryan Hawthorne salió de la discoteca con unos amigos y regresó a su casa con esos mismos amigos. El portero y las cámaras de seguridad así lo confirman. Usted no aparece en ellas.

¡Pero Ryan no tiene portero! —gritó Aster, y retrocedió asustada cuando Larsen acercó su cara a la suya y sus ojillos brillaron de expectación, ansioso por oír lo que estaba a punto de revelar.

—Hay testigos que la vieron salir de Night for Night, pero no con Ryan Hawthorne. Hemos descubierto la ropa que llevaba puesta esa noche, y está cubierta de sangre de Madison Brooks.

Layla sofocó un gemido de sorpresa y Tommy la agarró instintivamente de la mano. Vieron ambos cómo Aster se derrumbaba ante sus ojos. Su cuerpo se desplomó, doblándose sobre sí mismo. Parecía tan perdida y derrotada que no guardaba ya ningún parecido con la chica fuerte, sensual y rebosante de seguridad a la que Tommy había conocido.

—Eso es imposible —sollozó con voz ronca, reducida a un susurro—. ¡Yo no tengo nada que ver con eso! —Levantó la barbilla y miró a su alrededor frenéticamente hasta que encontró a Ira—. Por favor —gimió—. ¡Díselo! ¡Llama a mi abogado y sácame de esto!

Su cara se iluminó, llena de esperanza, cuando le vio acercarse, pero volvió a hundirse en la desesperación al ver que Ira estiraba el brazo y le quitaba el cheque de los dedos.

—Yo te lo guardo —dijo con mirada impenetrable mientras volvía a guardárselo en el bolsillo.

Los policías sacaron a Aster a empujones de la sala y la condujeron a través del gentío de turistas y de los paparazzi que se habían congregado como buitres, entre el fogonazo de los flashes y el suave resplandor de una lluvia de cenizas.