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COMO UNA VIRGEN

 

 

LIKE A VIRGIN

Madonna

 

Después de la espantosa escena entre Ryan, Madison y ella, Aster estaba segura de que se suspendería la fiesta. Pero Ira, que siempre intentaba sacar tajada de los escándalos, acompañó a Aster y a Ryan de vuelta al Riad sin perder un segundo e hizo caso omiso de Ryan cuando le dijo que seguramente deberían marcharse.

—No seas ridículo —contestó en un tono que no admitía discusión—. Hasta que se calmen las cosas, estáis mejor aquí que fuera. Cuando queráis iros, podéis usar la puerta lateral. Le diré a James que os acompañe. Si está con vosotros, nadie se atreverá a molestaros, os lo aseguro.

Aster se quedó callada, aliviada porque ellos se encargaran de la logística. Necesitaba ordenar sus sentimientos. Teniendo en cuenta lo que había ocurrido, debería estar hundida en la vergüenza, o al menos sentirse mal por haber causado aquel revuelo. Había hecho lo impensable: traumatizar a una famosa de primera fila robándole a su novio. O al menos así lo mostraría la prensa, a pesar de que no era cierto, ni mucho menos.

¿Era ella la única que notaba que toda aquella escena parecía ensayada? Cuando Madison había aparecido de repente y se había puesto a gritar, había tenido la clara impresión de que se había pasado una semana ensayando aquel momento delante del espejo. Era como si les hubiera tendido a propósito una trampa en la que ella, ingenua como era, había caído a ciegas.

Solo que en realidad no era tan ingenua. O al menos no del todo.

—Una cosa está clara…

La voz de Ryan la sacó de sus cavilaciones y la devolvió al presente. En algún momento Ira se había ido, dejándolos con dos copas de champán.

—Acabas de dar el primer paso para labrarte un nombre. —Ryan la miró con admiración mientras ella se tiraba del bajo del vestido—. No te escandalices tanto —añadió—. No se me ocurre un camino más rápido para alcanzar la fama, aparte de un vídeo sexual.

Aster se apartó bruscamente, haciendo caso omiso de la copa que le tendía.

—Te comportas como si tuviera que alegrarme. Como si tú te alegraras.

Ryan levantó su copa y observó las burbujas del champán.

—¿De haber recuperado mi vida? Sí, claro. ¿De que me haya gritado en medio de una discoteca llena de gente mientras ella lloraba adorablemente para su público? De eso no, en absoluto. —Se encogió de hombros, bebió un sorbo y luego, casi de inmediato, otro—. Pero ya ha salido a la luz, Aster. Para bien o para mal. Lo que significa que no me queda más remedio que encontrar un modo de sacarle partido a la situación. Y te aconsejo que, si quieres triunfar en este negocio, encuentres una forma que te beneficie de enfocar esta historia.

Dejó su copa y se inclinó hacia ella, posando la mano sobre el lugar de su muslo que había provocado aquel lío. Aunque en realidad no era eso lo que lo había causado. Aquel embrollo había empezado el día en que, estando en la sección de zapatería de Neiman Marcus, ella decidió coquetear con el novio de otra con la esperanza de hacerse famosa.

Tragó saliva con dificultad y se obligó a mirarle a los ojos. Los dedos de Ryan se deslizaban lentamente por su pierna, y cuanto más ascendían más se aceleraba el pulso de Aster.

—Te garantizo que mañana tu agente te llamará para ofrecerte toda clase de entrevistas. —Ryan se humedeció los labios como si se dispusiera a besarla.

Y, pese a todo lo ocurrido, Aster todavía deseaba que la besara.

—Pues no pienso aceptar ninguna —replicó ella indignada y furiosa.

La lógica de su cerebro pugnaba con la de su corazón. Por una parte, las caricias de Ryan la estaban volviendo loca. Por otra, le resultaba imposible aceptar que se estuviera comportando con aquella indiferencia después de todo lo ocurrido.

—Haces bien. No hables con la prensa. No hables con nadie, ni siquiera con tus amigos. Te asombraría lo rápidamente que serían capaces de venderte por un puñado de dinero y unos segundos de fama. Sigue haciendo tu vida de siempre y, cuando te acorralen, di «Sin comentarios» y no te detengas.

—¿Cuando me acorralen?

Haciendo un supremo esfuerzo de voluntad, cerró las piernas para atajar el avance de sus dedos.

—Es posible que lo hagan. Pero no te preocupes, nena. Yo estaré contigo todo el tiempo.

Se deslizó hacia ella y apretó el muslo contra el suyo. Aster quería creerle, pero necesitaba oírlo otra vez, necesitaba que se lo confirmara, que no le dejara ninguna duda de lo que le había prometido.

—¿Lo harás? —Le miró—. ¿De veras?

—Solo si tú quieres.

Clavó la mirada en ella para no dejarle duda de que podía confiar en él. Ryan le ofrecía todo cuanto había deseado siempre: fama, riqueza, atención mediática constante. Estaría en boca de todo el mundo y todas las cámaras enfocarían su rostro. Aunque nunca había soñado que sucediera de aquel modo.

Él puso un dedo bajo su barbilla y le levantó los labios para besarla. Le separó suavemente las piernas, recordándole dónde lo habían dejado y los sitios que aún tenían que visitar.

—No pasa nada, Aster. —Besó su nariz, su mejilla, su frente y su cuello antes de buscar de nuevo sus labios—. No te imaginas todo lo bueno que está a punto de suceder. ¿Confías en mí?

Estaba sola en el Riad con Ryan Hawthorne.

A la mañana siguiente sería famosa, si no lo era ya.

Iba a conseguir de un plumazo todo cuanto había soñado.

Y no cabía duda de que Ryan era el único responsable de que así fuera.

Era rico, famoso, tenía contactos y, lo que era más importante, ya no era el novio de Madison.

No tenía por qué sentirse culpable.

Además, se había apartado tanto del ideal de la Perfecta Princesa Persa que, ya que estaba, muy bien podía llegar hasta el final.

Agarró su copa de champán, se la bebió de un trago y besó a Ryan.

Rozándole la oreja con los dedos, dijo:

—Tengo que ir al aseo. ¿Nos vemos en la puerta?

Le besó de lleno, plenamente. Luego se apartó y cruzó la sala.