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CORRIENDO EN POS DE UN SUEÑO

 

 

RUNNIN’ DOWN A DREAM

Tom Petty and The Heartbreakers

 

Tenemos que hablar, a ser posible en un sitio discreto.

 

Trena Moretti miró su móvil y frunció el ceño. Dentro de una hora estaría demasiado oscuro para salir a correr, y jamás usaba la cinta corredora. Tiró a un lado el teléfono y siguió atándose los cordones de las zapatillas.

El teléfono volvió a sonar.

 

Te aseguro que no querrás perderte esto. Escríbeme para contestar.

 

Maldición.

Trena miró por la ventana y se levantó un salto. Correr era su religión. Era sagrado, necesario y a menudo iluminador. Algunas de sus ideas más brillantes se le ocurrían mientras se esforzaba por sobrepasar sus límites físicos, jadeando y chorreando sudor.

Y le vendría bien un poco de claridad mental. Su artículo había cumplido lo que pretendía: no solo había zarandeado a la policía de Los Ángeles hasta sacarla de su letargo, sino que había dado notoriedad a su nombre. Pero últimamente no tenía nada jugoso de lo que informar. Aunque todo eso podía cambiar gracias al mensaje de Layla.

Con todo, le parecía impensable renunciar a salir a correr.

¿Tú corres?, escribió, y empezó a hacer estiramientos mientras aguardaba la respuesta.

Es broma, ¿no?

No, no es broma. Ponte las zapatillas y reúnete conmigo en el muelle de Santa Mónica lo antes posible.

No era su ruta preferida, pero tenía fácil acceso y con eso bastaba.

Aunque no esperaba que apareciera (Layla le parecía una de esas chicas que se pasaban los años de instituto absortas en cínicas cavilaciones y fumando cigarrillos mentolados), le sorprendió que se presentara vestida con unos pantalones de gimnasia viejos y ajados, una camiseta de tirantes gris cortada a la altura de la cintura y un par de zapatillas que parecían recién estrenadas.

—¿Te las acabas de comprar? —Trena señaló las zapatillas fosforescentes.

—Me las regaló mi padre el verano pasado, cuando soñaba con que madrugáramos y saliéramos los dos juntos a correr todos los días.

—¿Y qué tal fue la experiencia?

—La primera mañana llegamos hasta el café Intelligentsia, en Abbot Kinney. La segunda, nos quedamos dormidos. No me las he puesto desde entonces.

—Bueno, intenta mantener mi ritmo. La hora de correr es sagrada. Normalmente no dejo que nadie me acompañe. Y desde luego no permito que me retrasen.

—Entonces intentaré acabar de contártelo antes de desmayarme —repuso Layla al echar a correr a su lado por el carril de jogging.

—Que conste que voy a este ritmo solo cuando empiezo. —Trena la miró de reojo. Acababan de empezar y la chica ya parecía a punto de echar el bofe—. Acepta un consejo de alguien que antes también rehuía el ejercicio. Todo esto… —Señaló con el pulgar las piernas delgadas y el vientre plano de Layla—… es un regalo. Disfrútalo mientras puedas, pero sin perder de vista que, de los veinticinco en adelante, hay que esforzarse por mantenerlo.

Layla asintió con la cabeza.

—¿Has terminado de sermonearme?

—No, todavía hay más. —Trena se rio—. Pero te ahorraré la cruda verdad acerca de los estragos de la ley de la gravedad, principalmente porque estoy deseando saber lo que tienes que contarme antes de que te desplomes.

Layla entornó los ojos y miró a su alrededor.

—Tengo una pista importante relativa a la desaparición de Madison.

A pesar de que iba contra las normas que acababa de establecer, Trena aflojó el ritmo.

—Te escucho.

—Muy bien, dos cosas. Una… —Layla hizo una pausa—. Soy una fuente anónima. Tienes que prometerme que no revelarás de dónde procede esta información.

—Te doy mi palabra de scout. —La voz de Trena denotaba un matiz de sarcasmo del que enseguida se arrepintió.

Estaba ansiosa por llegar al meollo de la cuestión, pero sabía que no debía demostrarlo. Sobre todo ahora que estaba a punto de descubrir algo grande.

Layla asintió con un gesto, aparentemente conforme, y añadió:

—Recientemente han llegado a mis oídos algunos datos sorprendentes de los que la policía no tiene noticia. O al menos no tal y como voy a exponerlos…

—Layla, en serio, confía en mí, ¿vale? —Trena sacudió la cabeza y notó que Layla luchaba por llenarse los pulmones de aire antes de continuar.

—Es muy posible que Ryan Hawthorne sepa más acerca de la desaparición de Madison de lo que da a entender. Puede incluso que sea el responsable.

Trena asintió y procuró no parecer excesivamente interesada.

—Soy toda oídos.

—Por lo visto hubo unas horas esa madrugada para las que no tiene coartada, probablemente en torno a la hora en que se vio por última vez a Madison.

—En que la vio Tommy.

Layla estaba exhausta, pero de momento había conseguido seguirle el ritmo.

—Nadie reconoce haberla visto desde el momento en que Madison salió del Vesper hasta el instante en que se informó de su desaparición. Pero según mis fuentes Ryan no estaba donde dijo estar.

—Ryan asegura que estaba en casa. Y su portero lo ha confirmado.

Layla arrugó el ceño y miró fijamente adelante.

—A un portero se le puede sobornar. Alguien debería echar un vistazo a las grabaciones de seguridad, si es que las hay.

Sacudió la cabeza. Estaba perdiendo fuelle. ¿Era la carrera, que le estaba pasando factura, o era que se estaba replegando sobre sí misma y empezaba a arrepentirse de lo que acababa de contar? No era la primera vez que Trena veía a alguien arrepentirse de su decisión de contarle algo confidencial. Tendría que dar un paso atrás, tener cuidado de no presionarla en exceso y quizá aflojar un poco el ritmo si era necesario. Se concentró en la carrera, mirando entre las coloridas casas en forma de caja, a la derecha, y la ancha franja de arena dorada y mar azul, a la izquierda. Tenía que dejar a Layla el espacio que necesitaba para decidirse a continuar.

—Digamos que demostró ser el capullo que siempre he sospechado que era —reconoció Layla por fin.

Bingo. Trena exhaló aliviada.

Miró a la chica. Estaba empapada en sudor y tenía las mejillas coloradas, pero se negaba a bajar el ritmo. Era como si estuviera castigándose. Haciendo una especie de penitencia. Pero ¿por qué?

—La otra cosa que no sabe la policía es que, cuando Madison salió del Vesper, fue a Night for Night.

Trena no se inmutó.

—Night for Night ya había cerrado.

—Madison conocía el código de la puerta de acceso. Tal vez convenga que hagas averiguaciones, ¿no?

«Sí, desde luego. En cuanto haya corrido mis ocho kilómetros». Pero lo que dijo fue:

—¿Eso es todo?

Layla asintió, jadeante y con expresión de sufrimiento.

—Y aquí es donde te dejo.

Giró sobre sus talones y echó a correr en dirección contraria antes de que Trena pudiera darle las gracias.