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TODOS QUIEREN GOBERNAR EL MUNDO
EVERYBODY WANTS TO RULE THE WORLD
Tears for fears
De pie junto a la cabina del disk jockey, Aster observaba a la multitud que se dispersaba lentamente, como una reina que contemplara a sus súbditos. Su primera noche de trabajo había sido un éxito rotundo. Era como si todos los alumnos recién graduados en los institutos privados más exclusivos de Los Ángeles se hubieran presentado luciendo calcomanías fluorescentes de estrellas y lunas, transformando así la pista de baile de Night for Night en una constelación bullente y giratoria, repleta de futuros magnates.
—Bonita vista —comentó Taylor poniéndose a su lado.
Aster miró de reojo a aquella chica rubia y guapa. Estaba sorprendentemente elegante y sexy con su minivestido de cuerpo perforado, a pesar de que al principio Aster la había tomado por una palurda.
—¡Gracias! —contestó con una sonrisa—. Ha venido mucha más gente de la que esperaba.
—¿Ah, sí? —Taylor entornó los ojos.
Aster desvió la mirada, negándose a seguirle el juego. Lo único que importaba era que había pasado la hora de cierre y la gente empezaba a dispersarse.
—Creía que éramos un equipo —repuso Taylor.
Aster siguió mirando la pista de baile. Vio a su amiga Safi e intentó distinguir al chico con el que estaba antes de que se perdieran entre la multitud.
—Has acaparado la noche como si esto solo fuera cosa tuya. Si no quieres formar parte del equipo, no hay problema. Nos las arreglaremos muy bien sin ti.
—¿De veras? —Aster le devolvió la mirada y vio que mascullaba algo en voz baja y se alejaba hacia donde la esperaban Diego y Ash.
La primera noche de la competición y su equipo ya le había dado la espalda. Pues muy bien. ¿Qué sentido tenía trabajar en equipo si solo podía ganar uno? Aunque no entendía las normas, daba por sentado que sería más ventajoso para ella romperlas que seguirlas al pie de la letra.
La noche había sido un éxito y nada de lo que dijera Taylor podría cambiar eso. Sus únicos problemas urgentes eran el dolor de pies que tenía por culpa de los tacones de diez centímetros, y el dolor de mejillas que le había causado tener que sonreír y besar al aire constantemente. Gajes del oficio. En fin, más valía que se acostumbrara cuanto antes. Si las cosas seguían así, superaría la primera semana sin ningún contratiempo.
—Aster… —Ira se acercó a ella por detrás—. ¿Tienes un momento?
Le siguió escaleras arriba, hasta un despacho de aspecto tan estrictamente profesional como el propio Ira. No había en él ni un solo toque personal. Le indicó una silla y Aster tomó asiento elegantemente. Sofocando un suspiro de alivio por poder sentarse al fin, se frotó las pantorrillas doloridas mientras Ira revolvía papeles en su mesa.
—La afluencia de público no ha sido mala, para ser jueves. —Él sacó un sobre blanco con el logotipo de Unrivaled Night y se reclinó en su silla.
Aster sonrió tranquilamente mientras en su corazón sonaban campanas de alegría.
—¿Te importa decirme cómo lo has conseguido?
—He creado una fiesta dentro de la fiesta. Les dije a todos mis contactos que, si traían un tatu con una estrella dorada o una luna, podrían entrar. —Levantó el brazo para enseñarle la calcomanía que llevaba en la muñeca. Luego, sintiéndose torpe bajo el brillo de su mirada fija, bajó la mano—. El caso es que tenían que recurrir a mí para conseguir los tatus, e imagino que se ha corrido la voz.
Se encogió de hombros. No quería reconocer que seguramente les había robado posibles clientes a sus compañeros de equipo.
—¿Y?
Aster se removió en su asiento, sin saber muy bien qué quería decir Ira.
—Les prometiste tatus fluorescentes, ¿es eso? ¿No consumiciones gratis ni un descuento en la entrada?
—¿Puedo hacer eso? —repuso ella, y se preguntó por qué no se le habría ocurrido antes.
—Solo si se trata de gente famosa. Pero ninguno de ellos lo era.
Aster se hundió un poco más en la silla. Ya no se sentía tan satisfecha de sí misma como un minuto antes.
—Creo que a la gente le gusta sentirse parte de algo que mola.
Ira le lanzó una mirada pensativa.
—Lo que ha dado resultado un jueves no te servirá un sábado. Tienes que apuntar más alto.
Ella fijó la mirada en su regazo.
—Bien, sé que estás cansada, así que ten. —Ira deslizó el sobre por encima de la mesa y, sin necesidad de mirar dentro, Aster supo que estaba lleno de billetes.
Levantó la vista y se sostuvieron la mirada un momento mientras Aster se preguntaba qué esperaba él a cambio.
—Vaya… Gracias. —Estudió el sobre, deseando creer que se trataba de un premio merecido y no de algo turbio que la haría sentirse sucia y degradada.
—Soy yo quien debe darte las gracias. —Ira la observó con aquellos ojos azules oscuros que veían demasiado y no dejaban traslucir nada—. Vas a descubrir que puedo ser muy generoso con quienes me impresionan. —Señaló el sobre con la cabeza mientras Aster buscaba la respuesta perfecta, sin encontrarla—. Aunque te advierto…
Su mirada se hizo más profunda, como si pudiera ver a través de su vestido y atravesar su carne. Tenía edad para ser su padre y sin embargo Aster no pudo evitar preguntarse cómo sería besarle. Y no porque quisiera hacerlo. No quería. En absoluto. Pero aun así Ira hacía que sus novios anteriores parecieran un vergonzoso desfile de críos subdesarrollados y torpones.
—Rara vez me impresiona lo mismo dos veces.
La voz de Ira la sacó de sus cavilaciones. Frotó los labios uno contra otro y se tiró del vestido hacia las rodillas, confiando en no haber revelado inadvertidamente lo que estaba pensando.
Hizo un gesto afirmativo con la cabeza, consciente de que acababa de anotarse un tanto en un marcador todavía vacío. Al día siguiente, a primera hora, en cuanto hubiera descansado lo suficiente, se pondría a discurrir nuevas ideas. Sofocó un bostezo. Esperó a ver si la conversación continuaba. Pero cuando Ira se levantó ella se apresuró a hacer lo mismo.
Él rodeó la mesa para tenderle la mano, una mano que prácticamente se tragó la suya, capaz de aplastarle los dedos sin ningún esfuerzo.
—Ahora, vete a descansar.
La condujo de vuelta a la discoteca casi vacía y Aster se preguntó si pensaba acompañarla hasta su coche. Y si así era, ¿qué debía pensar? ¿Que era algo violento, erótico, grotesco? Antes de que llegara a una conclusión, él le dijo a James, uno de los porteros, que la acompañara fuera y Aster se guardó el sobre en el bolso y se dirigió a su Mercedes. Esperó a que James se marchara para abrir el sobre y echar un vistazo al fajo de billetes de veinte y cien dólares. No había duda: era un montón de dinero. Pero no era tan tonta como para quedarse sentada dentro del coche en medio de Hollywood Boulevard, contando billetes.
Volvió a guardar el dinero en el bolso y arrancó, satisfecha por haber conseguido que Ira se fijara en ella por algo más que su físico.
Ahora, si conseguía entrar en casa sin que Mitra se enterara, la noche sería perfecta.