10
MÍSTER OPTIMISTA
MR. BRIGHTSIDE
The Killers
Cuando Layla entró en el Lemonade, Tommy la vio enseguida a pesar de que el local estaba lleno a rebosar de gente vestida a la última moda. Estaba convencido casi al cien por cien de que no aparecería y, ahora que estaba allí, sintió un nerviosismo que no lograba explicarse.
Ella colgó el bolso del respaldo de la silla y se sentó frente a él.
—¿Qué es lo que pasa? —dijo con el mismo fastidio que mostraba su cara.
Tommy fijó la mirada en sus ojos y se inclinó hacia ella, una maniobra que en Oklahoma nunca le fallaba. Pero Layla era inmune a sus encantos.
—Como ahora trabajamos juntos, he pensado que podíamos intentar conocernos mejor.
Ella suspiró, agarró su bolso y empezó a levantarse.
—Me estás haciendo perder el tiempo.
—O podríamos saltarnos todo eso y pasar directamente a hablar de estrategia.
—Tommy… —Le miró como si estuviera a punto de decirle la verdad acerca de Papá Noel y el Ratoncito Pérez—. Sé que no eres de aquí, así que voy a hacerte un favor y a…
—¿Cómo sabes que no soy de aquí? —la interrumpió él.
—Primero, porque tienes acento aunque tú creas lo contrario. Y segundo, porque eres demasiado relajado para que te confundan con un lugareño.
—¿Qué? Pero si todo el mundo sabe que los angelinos son muy relajados.
Ella puso los ojos en blanco.
—Todo eso es pura publicidad. Si quieres ver el verdadero espíritu de la ciudad, arriésgate a tomar la autopista 405 en hora punta, a ver cuánto tardas en cambiarte al carril de la izquierda y cuántas veces te mandan al carajo por el camino.
Tommy reprimió una sonrisa. Layla era sarcástica y muy mona, pero eso era mejor callárselo.
—Vale, así que esta es una ciudad dura, escasean los amigos… Todo eso está muy bien, pero ya hablamos de ello en la entrevista. Está claro que me has tomado por un paleto con una boñiga de caballo pegada a la suela del zapato.
Layla se mordió el labio, visiblemente avergonzada, lo cual fue una sorpresa.
—Sé que no te gusta charlar, pero vamos a dejar una cosa clara: sí, soy de Tulsa o, mejor dicho, de un pueblecito de las afueras de Tulsa del que nadie ha oído hablar, así que es más fácil decir que soy de Tulsa. Pero, al contrario de lo que puedas pensar, no me crie bebiendo leche de mi propia vaca. No hacía mis necesidades en una letrina, ni me enrollaba con mis primas. Mi vida ha sido hasta ahora muy normal, aunque quizá ligeramente distinta a la tuya, pero eso es cuestión de simple geografía. No soy un estereotipo. Así que, por favor, no me trates como si lo fuera.
Ella frunció el ceño y se recostó en su asiento.
—Y lo de hablar de estrategia no era una broma. —Tommy se pasó la mano por la barba que asomaba a su barbilla y que él cultivaba cuidadosamente—. Creo que podemos ayudarnos mutuamente.
Layla cruzó los brazos y miró hacia la puerta con expresión anhelante.
—Estamos en distintos equipos. Tengo que reunirme con el mío dentro de una hora.
—Pues yo acabo de salir de mi segunda reunión con el mío y ha sido una pérdida de tiempo total.
—¿Y ahora intentas vengarte de ellos haciéndome perder el mío?
Tommy sacudió la cabeza, negándose a darle la razón.
—Según lo veo yo, este concurso está pensado para beneficiar a Ira, no a nosotros.
—Eh, sí —replicó Layla secamente, lo que era el equivalente verbal a poner los ojos en blanco—. Siempre se trata de Ira. Lo de que alguien gane el concurso es un detalle sin importancia.
—Y sin embargo cada semana van a eliminar a uno de nosotros por no hacer bien su trabajo o por cualquier otra excusa que se le ocurra a Ira.
Layla se permitió asentir cautelosamente con la cabeza. Seguía estando allí: Tommy no podía pedirle más.
—Pues, no sé tú, pero yo no confío mucho en mi equipo. Y no pienso compartir mis mejores ideas con ellos para que las utilicen en mi contra.
Layla entornó los ojos, desconcertada, lo que hizo que estuviera aún más guapa.
—Entonces… ¿quieres contármelas a mí para que pueda usarlas en tu contra?
—Sí. —Tommy sonrió—. Aunque no del todo… —Se giró en su asiento, observó la fila del mostrador y, sin decir palabra, se levantó y se puso a la cola.
Era un truco que empleaba a veces, cuando necesitaba un momento para ordenar sus pensamientos. Y además le permitía desconcertar a su interlocutor, obligándole a preguntarse qué ocurría y a olvidarse de los argumentos que podía acumular en su contra.
Cuando regresó unos minutos después, llevando un vaso de limonada en cada mano, dejó elegir a Layla.
—¿Menta o naranja?
Layla hizo un ademán, como si le diera igual uno que otro.
—Si quieres apelar a mi lado bueno, elige siempre café, por defecto. Pero vale, naranja mismo. ¿Todo esto tiene algún sentido?
—El caso es… —Tommy rodeó con las manos la base de su vaso y se inclinó hacia ella—. Ira nos necesita más a nosotros que nosotros a él. Después de vender sus discotecas de Sunset Boulevard, el año pasado, está empeñado en conquistar Hollywood Boulevard. Lo de Sunset fue pan comido. Es desde siempre una zona de marcha. —Miró a Layla con énfasis—. Puede que no sea de aquí, pero estoy bien informado. El caso es que Ira ha invertido un montón de dinero en revitalizar la zona para convertirla en un nuevo Sunset Boulevard, un montón de dinero que seguramente puede permitirse perder si le sale mal la jugada, dado que todos sabemos que está forrado. Pero Ira siempre juega a ganar. No contempla el fracaso. Si se mete en algo, es para ganar. Siempre. Y hará cualquier cosa por conseguirlo.
—Parece que sabes mucho sobre Ira. ¿Se puede saber por qué? —Layla arrugó la frente al mismo tiempo que hacía un mohín adorable con la boca, en el que Tommy procuró no fijarse.
Respondió encogiéndose de hombros. No tenía sentido darle a entender hasta qué punto estaba obsesionado.
—Me gusta saber para quién trabajo. Además, por lo que he podido averiguar, las discotecas no acaban de despegar. Se han pasado por allí algunos peces gordos de la industria, claro, pero Hollywood Boulevard es más difícil de vender que Sunset, así que no han tomado impulso. Ahí es donde entramos nosotros. Estamos aquí para realzar su marca, para hacerla atractiva, exclusiva y, lo que es aún más importante en Hollywood, juvenil. Al final, solo quedaremos tres. Bueno, en última instancia solo uno, pero antes quedaremos tres, porque es imposible que Ira elimine a todo un club de la competición si puede seguir ganando dinero. Irá eligiéndonos uno por uno, como dijo, pero lo hará con mucha más táctica de la que dio a entender. Y luego nos hará luchar a muerte, seguramente para divertirse, porque así funciona él.
Layla se tomó un momento para reflexionar.
—Muy bien —dijo—. Pero ¿por qué yo? Entre todos los demás concursantes, ¿por qué precisamente yo? ¿Por qué no, no sé, El Gamer, El Gótico, La Vaquera, o incluso Aster la Puta Reina? —Al ver la cara que ponía Tommy, explicó—: Prefiero los motes a los nombres verdaderos, y el de Aster es de una vieja canción de David Bowie.
—Queen Bitch, del álbum Hunky Dory. —Asintió con la cabeza complacido, y se alegró al ver la cara de sorpresa de Layla—. ¿Qué pasa? ¿Es que me habías tomado por un fan de One Direction o de Justin Bieber?
—No, yo… —Meneó la cabeza y miró su bebida. Estaba completamente desconcertada, como quería Tommy.
—Escucha —dijo él bajando la voz en tono conspirativo—. Da la impresión de que tienes tolerancia cero a las gilipolleces, y no pareces completamente fascinada por Ira.
Ella hizo un gesto afirmativo. De momento, estaban de acuerdo.
—Pero ese también es tu principal problema.
Layla entornó los párpados, visiblemente molesta por aquel repentino giro de la conversación, que había pasado de los cumplidos a ciertos problemas que ignoraba tener.
—Por lo que he podido observar, la gente de aquí suele ser un poco ansiosa. Trabajan duro y dedican tanto esfuerzo a hacer ejercicio y a estar guapos como a ganar dinero. Viven para el halago, para los cumplidos y para sentirse importantes. Todos quieren ser el centro de atención y estar en lo más alto de la lista VIP.
—Y tú hablas de estereotipos. —Layla frunció el ceño—. En esta ciudad viven más de cuatro millones de personas. Evidentemente, no todo el mundo responde a esa descripción…
—Puede que no, pero los que sí responden a ella son los que suelen frecuentar las discotecas de Ira.
Layla esperó un momento antes de responder.
—Sí, de acuerdo, tienes razón.
—Y, corrígeme si me equivoco, pero no me pareces de las que se abrazan en grupo y gritan «¡Vamos, chicos, a por ellos!».
Ella se mordisqueó el labio y enseguida se obligó a detenerse.
—Así que me estoy ofreciendo a ayudarte a mejorar tus habilidades sociales y, a cambio, tú vas a ayudarme planteando ideas. Así todos salimos ganando.
Ni siquiera había terminado cuando Layla se apartó bruscamente de la mesa como si considerara seriamente la idea de tirarle la limonada a la cabeza, pero se conformó con recoger su bolso.
—¿Estás loco? —preguntó sin molestarse en bajar la voz.
Los demás clientes del local se volvieron a mirarlos un momento y luego siguieron con sus conversaciones.
Tommy bebió un sorbo de su bebida y siguió observándola.
—Siento que te hayas sentido ofendida. Solo quería decir que puedo ayudarte a limar algunas… asperezas, y a cambio…
—Y a cambio yo te doy todas mis ideas. Sí, me parece un trato muy justo, una oferta verdaderamente fantástica, y en absoluto ofensiva. No, para nada. —Se colgó el bolso del hombro y se dirigió a la puerta.
—¡Layla! —Tommy se levantó bruscamente y corrió tras ella—. Me gusta tu actitud, y sé que no te andas con tonterías. Dime en qué situación estoy, aunque ahora mismo está claro que estoy más cerca de ti de lo que te gustaría.
Ella ya estaba en la calle. Había entornado los ojos para defenderse del sol y buscaba sus gafas a tientas.
—Mira, lo siento…
Con las gafas ya puestas, Layla giró sobre sus talones, esquivó por los pelos a una mamá que empujaba un carrito de gemelos (uno de ellos chillaba y el otro observaba el mundo plácidamente) y bajó por Abbot Kinney. Tommy corrió tras ella.
—Layla…
Se giró hacia él y estuvo a punto de chocar con una chica en bikini que llevaba un gato en brazos.
—¿Qué, Tommy? ¿Qué es lo que intentas decirme?
—Imagino que has recibido la lista de Ira. —Intentó ver más allá de los cristales de sus gafas de sol, pero eran demasiado oscuras—. Pareces la última persona capaz de hacerle la pelota a un famoso, y eso es una parte fundamental de este trabajo.
Ella tragó saliva, pero no se movió.
—Así que te va a costar mucho trabajo ganarte a Madison Brooks y a Ryan Hawthorne, y no digamos ya a Heather Rollins y Sugar Mills.
Layla estaba temblando. Temblaba de rabia, una reacción que a Tommy le pareció absolutamente desproporcionada dadas las circunstancias. Claro que él no tenía ni idea de por qué se había presentado al concurso. Estaba claro que Layla se jugaba algo importante. Todos se jugaban algo importante, seguramente. Pero él solo intentaba ayudar. Y ayudarse a sí mismo, al ayudarla a ella.
—Tommy… —dijo con voz tensa.
Él metió las manos en los bolsillos y adoptó una pose relajada, listo para encajar lo que le lanzara.
—Hazte un favor y borra mi número de tu agenda. —Sus labios se adelgazaron, irguió la espalda y cerró los puños. Hasta su pelo pareció crisparse.
Era la chica más irascible que Tommy había conocido nunca.
—Imagino que este no es buen momento para preguntarte qué mote me has puesto a mí —preguntó él cuando ya se alejaba, y la vio mascullar un insulto en voz baja y cruzar la calle a toda prisa.
Estaba tan ansiosa por alejarse de él que se arriesgó a que la atropellara el anciano conductor de un Bentley al cambiar de sentido en zona prohibida.
Su encuentro había salido aún peor de lo que temía Tommy, y sin embargo no pudo evitar sonreír al recordar la conversación.
Layla no era su tipo. No se podía decir que tuviera mucho pecho, y aun así las camisetas de tirantes le quedaban tan bien que habría sido la envidia de cualquier chica. Era rubia, lo cual era un aliciente. Pero no era el tipo de rubia que solía gustarle. No era como esas rubias californianas a las que las chicas de su pueblo se esforzaban por emular. Tenía gracia que hubiera ido hasta Los Ángeles para interesarse por una chica cuyo cabello era del color de los campos de trigo de Oklahoma.
A pesar de que estaba claro que Layla le odiaba, aquel encuentro le produjo una excitación que hacía tiempo que no sentía.
«Borra mi número», había dicho ella. Ni en sueños. Se retiraría de momento. Le daría espacio. Pero había dicho en serio que podían ayudarse mutuamente. Solo confiaba en que Layla superara la primera semana.
Pensó en ponerse en contacto con Aster. En la entrevista solo había hablado con Layla y con ella, pero dudaba de que la conversación llegara muy lejos. Aster se parecía demasiado a Madison Brooks, tenía ese mismo aire de niña bien caprichosa y mimada. Seguramente se reiría en su cara. Además, él no tenía nada que ofrecerle a una chica como Aster, y dudaba de que ella tuviera algo que ofrecerle a él, aparte de una abultada lista de contactos llena de pijos forrados de dinero que no se dignarían poner un pie en el Vesper.
¿O quizá sí?
Tommy vio salir al protagonista de una famosa serie de la televisión por cable de un Porsche negro descapotable y entrar en una cafetería ecológica sin que nadie se fijara en él. En Oklahoma, un actor de ese calibre habría causado un tumulto. En Venice, en cambio, la gente era tan cool que ni siquiera se daba por enterada de su presencia.
Los Ángeles funcionaba en otra frecuencia y, si Tommy tenía alguna esperanza de triunfar allí, tendría que encontrar el modo de sintonizar con ella.
¿Y si, en lugar de intentar atraer a Madison desde fuera (una tarea imposible), se concentraba en convertir el Vesper en un club tan de actualidad, tan enigmático y afamado que despertara la curiosidad de los pijos (incluida Madison) hasta el punto de impulsarles a darse una vuelta por los bajos fondos, igual que esos ricachones que iban de visita al barrio de Los Feliz y entraban en Farrington’s?
Podía funcionar.
Sí, podía funcionar al cien por cien.
Por primera vez desde que había conseguido el trabajo, tenía un plan, y muy bueno además.
Naturalmente, no podía llevarlo a cabo solo. Necesitaría el permiso de Ira. Pero ¿qué mejor modo de impresionar al viejo que proponerle una idea que podía salvarlos a los dos del fracaso?