11

 

 

REGIOS

 

 

ROYALS

Lorde

 

Aster Amirpour estaba sentada a la mesa del comedor, revolviendo la comida de su plato y haciendo caso omiso del constante tintineo de su teléfono como una niña buena y obediente, tal y como le había enseñado Mitra, su nanny. Tenía dieciocho años y seguía vigilándola la misma niñera que le había cambiado los pañales de bebé. Era tan ridículo que rozaba lo grotesco, lo escandaloso, lo absurdo, lo risible…

—¿No vas a contestar? —Javen, su hermano pequeño (que parecía una versión de Aster en masculino, solo que con las pestañas aún más largas y espesas) ladeó el tenedor indicando el iPhone de su hermana.

—Claro que no. Estamos comiendo y sería de mala educación.

Aster le devolvió la mirada antes de posar de nuevo los ojos en la mantelería irlandesa, la reluciente cubertería de plata y la vajilla de finísima porcelana que adornaba la mesa: todo un despliegue de lujo. Incluso en ausencia de sus padres la familia Amirpour seguía respetando sus tradiciones más acendradas.

—Entonces, ¿podrías silenciarlo al menos?

Javen mordió la punta de un espárrago y cerró los ojos mientras masticaba. Cuando Mitra decidía cocinar (normalmente, cocinaba el chef personal de la familia), preparaba unos manjares exquisitos.

Aster silenció su teléfono y siguió comiendo, o al menos fingiendo que comía. Tenía el estómago tan cerrado por los nervios y la emoción que no le cabía nada más. Era su primera noche de trabajo y tenía un plan que podía ponerla en cabeza. Si Ira quería que la discoteca se llenara de gente joven y guapa, invitaría a todos sus contactos (que a su vez invitarían a los suyos). Naturalmente no tenía ni una sola posibilidad de conseguir a Madison Brooks, y mucho menos a los demás personajes de la lista de Ira, pero tampoco la tenían sus compañeros. Y tal vez fuese prematuro, pero tenía la sensación de que les llevaba mucha ventaja.

Comparada con los demás concursantes, era lo más parecido a Madison. Tenían ambas tantas cosas en común que casi daba miedo. Las dos eran muy femeninas, lo que significaba que la gente solía pasar por alto su inteligencia y su ambición. Las dos sabían valorar las cosas más exquisitas de la vida (es decir, las prendas y los accesorios de diseño), las dos sabían atraer todas las miradas con solo entrar en una habitación, y las dos tenían que soportar que la gente las subestimara y se negara a verlas como algo más que una cara bonita. Aster no podía evitar preguntarse si Ira también la habría subestimado.

Durante la entrevista la había mirado con expresión descaradamente calculadora, como si fuera una obra de arte que confiaba en vender con amplios beneficios, lo cual estaba muy bien porque le había asegurado el trabajo, pero Aster estaba decidida a demostrar que era algo más que una cara bonita que podía servir como cebo para atraer clientes al Night for Night. No se había presentado al concurso solo para ganar, sino para conocer al tipo de gente que podía lanzar su carrera. Y sí, ya que estaba allí, ¿por qué no borrar del mapa al resto de sus rivales y dejar su huella en aquel mundo?

—Aster, por favor, ¡come!

La voz de Mitra la sacó de sus cavilaciones. La niñera señaló su plato casi lleno, entrecerró los ojos oscuros y sus labios perfectamente perfilados y pintados dibujaron un mohín.

—Estás demasiado delgada —dijo en tono de reproche.

«Ya estamos otra vez». Mitra no se daría por satisfecha hasta que tuviera celulitis en los muslos y una enorme barriga fofa. Según ella, no solo no comía lo suficiente («¡estás demasiado flaca!»), sino que sus clases semanales de tenis y baile no le hacían ningún bien («¡demasiados músculos no le sientan bien a una chica!»). Era una batalla inacabable que Aster no tenía ninguna esperanza de ganar.

Miró a Javen buscando apoyo, pero su sonrisilla solo empeoró las cosas. Así pues, se concentró en picotear sus chuletas de cordero y marear las patatas por el plato, pero no consiguió engañar a Mitra.

—A los chicos persas de buena familia no les gustan las flacuchas. Tienes que engordar un poco, rellenar esas curvas.

Aster se dijo que debía callarse, complacer a Mitra y comer un par de bocados. ¿Qué mal podía hacerle? Pero harta de que le dijeran continuamente que debía cambiar para resultar más atractiva a los chicos persas, algo dentro de ella se revolvió de pronto.

—Entonces, a ver si me aclaro… ¿Me estás pidiendo que coma aunque no tenga hambre para que algún chico al que ni siquiera conozco me encuentre convenientemente rellenita? ¿Y luego qué? ¿El chico me pide que me case con él, yo le digo que sí inmediatamente y renuncio a todos mis sueños para procrear una camada de bebés y mantenerme bien gordita para él? —Miró a su niñera a los ojos. Quería mucho a Mitra, tanto como a su propia madre, pero a veces sus ideas le resultaban incomprensibles y sentía el impulso irrefrenable de cuestionarlas—. Por favor, Mitra… —Intentó dulcificar su voz y refrenar su enfado—. Ya no estamos en Irán. En Los Ángeles, la gente prefiere tener otro aspecto, ansía otro tipo de vida. Las chicas no se atiborran para resultar más atractivas a los chicos.

—Aunque a veces se niegan a comer para conseguir ese mismo fin —puntualizó Javen.

Aster se rio a regañadientes y Mitra comenzó a juguetear con el colgante de oro que llevaba al cuello y que contenía una fotografía de su difunto marido, y a mascullar en farsi.

—Tan flacas, y siempre enseñando toda esa carne…

Dominaba impecablemente el inglés, pero cada vez que se enfrentaba a un mundo que se movía demasiado deprisa para su gusto, recurría a su lengua materna.

Aster se levantó de su asiento.

—Vamos a dejarlo así, porque te quiero mucho a pesar de que tengas esas ideas tan anticuadas y absurdas.

Se acercó a ella y se inclinó para darle un beso en la coronilla.

—¿Adónde vas? —Mitra la agarró de la mano.

—Ya te lo he dicho —contestó Aster, sabiendo que no se lo había dicho—. Voy a casa de Safi, a ayudarla a prepararse para la fiesta.

Dibujó una sonrisa radiante y se obligó a pestañear. ¿No había leído en algún sitio que los mentirosos parpadeaban menos de lo normal y que así se delataban? ¿O era al revés? Mierda, no se acordaba. Aunque de todos modos no estaba mintiendo del todo: iba a pasarse por casa de Safi, y era verdad que Safi se estaba preparando para una fiesta. Solo que la fiesta era la de la luna llena Night for Night y la había organizado la propia Aster. Era una idea genial. Un golpe de inspiración. Ahora, si conseguía librarse de Mitra, podría ponerla en funcionamiento.

—Y ha prometido dejarme en el centro comercial de camino. —Javen le lanzó su sonrisa más deslumbrante—. He quedado con unos amigos.

Aster le miró con enfado. Llevarle al centro comercial no entraba en sus planes, pero no tendría más remedio que seguirle la corriente.

—Eh, sí, claro, guay —dijo Aster—. Digo sí, claro —se corrigió atropelladamente. Mitra no soportaba el lenguaje informal, y Aster no podía correr ningún riesgo—. Voy a dejar a Javen en el centro comercial, pero tendrá que volver a casa por sus propios medios, ¿verdad, Javen?

Se miraron el uno al otro (Javen con aire triunfal, Aster con expresión de incredulidad), pero, para asombro de Aster, su nanny no se dio cuenta.

—Crecéis demasiado deprisa. —Mitra apartó la servilleta de hilo de su regazo y se incorporó con esfuerzo. Aster corrió a ayudarla y Javen avisó a la doncella de que empezara a recoger los platos—. Eso es justamente lo que voy a decirles a vuestros padres cuando llamen esta noche y no estéis aquí para hablar con ellos.

Aster se alarmó. Había temido que Mitra dijera eso mismo, y en aquel mismo tono de reproche. Pero aquel instante pasó y la niñera recuperó su buen humor.

—Vamos, marchaos de una vez. Vivid la vida. Divertíos. Pero os quiero a los dos en casa a las once en punto.

Ahora se alarmaron los dos.

—Mitra, Safi tiene muchísimas cosas que hacer. A lo mejor me retraso un poco…

—Pero no mucho —repuso la niñera en tono tajante.

Su mirada no admitía discusión, y Aster no tuvo más remedio que asentir.

Luego, en cuanto Mitra ya no pudo oírla, agarró a Javen de la manga y dijo:

—Tenemos que hablar.

 

 

Aster miró por el retrovisor de su coche mientras sacaba su Mercedes del garaje subterráneo con espacio para doce coches.

—Esto no me gusta. —Miró a su hermano.

—Has mentido a Mitra. —Javen la apuntó burlonamente, meneando un dedo—. Además, lo sé todo sobre esa fiesta que estás montando en Night for Night —añadió muy satisfecho de sí mismo.

Aster frunció el ceño. Debería haber imaginado que su hermano se enteraría. La mayoría de sus amigas tenían hermanos pequeños más o menos de la misma edad que él.

—Estoy deseando ir. Ya sabes, como recompensa por no contárselo a Mitra.

—Eres menor de edad.

Aster se detuvo ante la gran verja de hierro del final de la avenida, pulsó el mando a distancia y observó cómo se abría la puerta.

—Tenemos carnés falsos.

—¿Ah, sí? —Aster le lanzó una mirada—. ¿De dieciocho años o de veintiuno?

—¿Tú qué crees?

Ella salió a la calle y avanzó ante una fila de mansiones resguardadas detrás de grandes verjas y altísimos setos, en dirección a Santa Monica Boulevard.

—Creo que hay una gran diferencia entre tener quince años y tener dieciocho. Y no digamos ya veintiuno.

—Entonces iré sin más. De todos modos, no puedes impedírmelo.

—¿Y cómo piensas entrar?

—Tengo amigos, Aster.

—Lo sé todo sobre tus amigos, te lo aseguro.

Miró por el parabrisas las calles perfectamente cuidadas, consciente de que su hermano acababa de tensarse a su lado.

—¿Qué quieres decir?

—Sé lo de tus amiguitos. Sé que te gustan más los chicos que las chicas. Y estoy segura de que prefieres que no se haga público.

No tenía ninguna prueba de lo que estaba diciendo, pero al ver que los ojos de Javen se dilataban llenos de temor y que su cara palidecía se sintió la peor hermana del mundo por servirse de sus tendencias sexuales para presionarle.

—Lo siento, Javen —se apresuró a decir, intentando reparar el daño que había hecho.

Le importaba muy poco que Javen fuera gay. Pero, por desgracia, sus padres y Mitra no lo verían del mismo modo.

—Tú sabes que quiero que vivas como tú quieras y que estoy dispuesta a ayudarte para que lo consigas, pero no puedes chantajearme delante de Mitra. Deberíamos colaborar, en vez de chantajearnos el uno al otro.

El color volvió lentamente a las mejillas de Javen.

—¿Significa eso que vas a colarme en la discoteca?

—No. —Arrugó el ceño—. Soy nueva en esto y no puedo correr ese riesgo.

—¿Y más adelante?

—Todo es negociable —respondió ella, a pesar de que sabía que en aquel caso no lo sería.

Hicieron el resto del camino en silencio, hasta que llegaron al aparcamiento del centro comercial, donde Javen había quedado con un amigo.

—Me cubrirás las espaldas esta noche, ¿verdad? —Aster necesitaba que se lo confirmara verbalmente para tener una cosa menos de la que preocuparse.

Javen asintió distraídamente, con la mirada fija en el chico que le esperaba.

—¿Sabes?, cuando papá y mamá nos dijeron que iban a pasar el verano en Dubái, supe que este iba a ser el mejor verano de mi vida. Pero cuando dijeron que Mitra iba a quedarse con nosotros, pensé que mi vida había tocado a su fin.

Aster se rio. A ella le había pasado lo mismo.

—Pero ahora que sé que nos respaldamos mutuamente, estoy seguro de que va a ser un verano mítico.

Javen esbozó una sonrisa tan bella, tan juvenil y llena de ilusiones que a Aster se le encogió el corazón. Su hermano estaba a punto de empezar su vida adulta, a punto de experimentar el gozo indecible y el dolor que podía ofrecerle el mundo. No había nada que ella pudiera hacer para ahorrarle los momentos de abatimiento que sin duda le deparaba el futuro, pero haría todo cuanto estuviera en su mano para defenderle de Mitra y de sus padres.

Javen se levantó y echó a andar con paso alegre hacia su amigo mientras ella, sobrecogida por una oleada de amor y afán de protegerle, tocaba la mano de Fátima de oro y diamantes que colgaba de su cuello y entonaba en silencio una plegaria por su hermano. Después, se dirigió a casa de Safi.