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LAS CADERAS NO MIENTEN

 

 

HIPS DON’T LIE

Shakira

 

Foco

 

Ryan Hawthorne, el ídolo adolescente de los ojos verdes, se ha ausentado últimamente del circuito de los clubes nocturnos, pero ¿a quién puede extrañarle? Con la racha de mala suerte que está teniendo (acaban de cancelar su serie de televisión), la embarazosa ruptura con su expareja, Madison Brooks, en la discoteca Night for Night y el aluvión de rumores que ha generado la desaparición de la famosa actriz, es comprensible que se haya tomado un respiro. Ha llegado el momento de reflexionar seriamente, y a eso parece haberse dedicado Ryan últimamente. En Foco, estamos encantados de que se haya tomado un momento para responder a nuestras preguntas.

Foco: Sin duda eres consciente de la alarma que ha generado la desaparición de Madison pero, teniendo en cuenta tu anterior relación con ella, nos gustaría saber cuál es tu teoría al respecto.

Ryan: No tengo ninguna teoría. Y desde luego no me trago las teorías conspirativas que flotan en el ambiente. Mira, lo he dicho antes y lo mantengo: lamento profundamente cómo acabaron las cosas entre Mad y yo. Haría cualquier cosa por recuperarla. Y haré lo que sea si está dispuesta a aceptarme. Pero de momento respeto su derecho a mantenerse apartada de la escena pública, y pido a todo el mundo que también lo respete. Lo ha pasado muy mal, sobre todo por culpa mía. Y aunque no puedo reescribir el pasado, puedo esforzarme por ser la clase de novio que merece Madison.

Foco: ¿Y qué puedes decirnos de Aster Amirpour?

Ryan: ¿Qué pasa con ella? Me arrepiento profundamente de haberme liado con Aster. Mi comportamiento, mi forma de traicionar a Madison, no tienen excusa. Estoy deseando dejar eso atrás como una lección bien aprendida y hacer lo que sea necesario para intentar redimirme.

Foco: Bien, a todo el mundo le encantan las historias de redención, así que esperaremos la tuya con ansia, Ryan. Pero, a diferencia de ciertos periodistas, pareces convencido de que Madison Brooks está viva y se encuentra bien.

Ryan: Porque así es. Es irresponsable publicar informaciones que dan a entender lo contrario cuando no hay ninguna prueba que respalde esa teoría. Pero entiendo que el sensacionalismo vende.

Foco: ¿Qué te gustaría decirle a Madison en caso de que esté leyendo esto?

Ryan: Me gustaría decirle que la quiero, que siento mucho lo que hice y que, cuando esté preparada para reaparecer, espero que quiera darme otra oportunidad.

 

 

Aster puso los ojos en blanco y lanzó la revista de cotilleos al otro lado de la habitación. «La quiere y lo siente mucho». No eran más que mentiras. Claro que Ryan era un mentiroso consumado. Solo había que ver la cantidad de mentiras que le había dicho a ella, y que ella había creído como una tonta.

Pero eso se acabó.

Intentó olvidarse de aquel asunto y entró en su vestidor. Sus dedos se hundieron en la mullida moqueta de color marfil mientras intentaba decidir cuál de sus dos nuevos vestidos debía ponerse para ir a la discoteca. Tenía gracia que hubiera empezado la semana sollozando en el aparcamiento de la comisaría, sin casa y con la cartera vacía, y que hubiera acabado instalada en un lujoso apartamento del ático del hotel W gracias a su propietario, Ira Redman. Y que, para colmo, siguiera en la competición.

Ira tenía razón: lo que en un principio había considerado su perdición era, en realidad, lo mejor que le había pasado en la vida. Sus padres seguían sin hablarle, sí, pero hablaba con Javen casi todos los días, así que al menos tenía eso. Y aunque no podía decir que fuera del todo independiente, puesto que debía su lujoso tren de vida a la generosidad de Ira Redman, y aunque no estaba precisamente orgullosa de los acontecimientos que habían provocado aquel cambio de fortuna, era innegable que el brusco aumento de público en todos los locales de Ira Redman podía atribuirse directamente a la desaparición de Madison y a su propia notoriedad. Eso por no hablar de los muchos agentes que se habían interesado por representarla, y por la cantidad de entrevistas y sesiones de fotos que había concertado ya.

Tenía la impresión de que habían pasado siglos desde el día en que, tras abandonar la comisaría, Ira la llevó a aquel apartamento maravilloso, donde la había hecho acomodarse en un elegante sofá de cuero gris, con una taza de té verde, mientras una de sus muchas asistentes se encargaba de que trasladaran sus pertenencias a su nuevo alojamiento.

—No es necesario que hagas todo esto —le había dicho a Ira, sintiéndose apocada y tímida en medio de tanto lujo.

Los ventanales que ocupaban por completo la pared ofrecían una vista espectacular de la ciudad. Los muebles eran modernos, elegantes y de la mejor calidad. Jamás podría saldar aquella deuda con Ira.

—Claro que no. —Él se había sentado en el sillón de enfrente—. Pero no he llegado donde estoy haciendo caso omiso de las oportunidades que me salían al paso, y tú eres lo bastante lista y ambiciosa para darte cuenta de lo que quiero decir.

Aster había bebido un sorbo de té y había esperado a que prosiguiera.

—Corrígeme si me equivoco, pero fue principalmente tu ambición lo que te empujó en brazos de Ryan Hawthorne.

Aster se había acercado las rodillas al pecho, se había abrazado las piernas y había bajado la cabeza, dejando que el pelo le cayera sobre la cara. Deseaba más que nada en el mundo aferrarse a la idea de que de verdad le importaba Ryan. No quería pensar que había renunciado voluntariamente a su virginidad por alguien que la quería tan poco como ella a él. Pero, si no podía engañar a Ira, ¿cuánto tiempo más podría seguir engañándose a sí misma?

—Estaba en la lista —había agregado Ira con voz neutra, describiendo lo sucedido tal y como lo veía. Era la primera vez desde el inicio de aquel embrollo que Aster no sentía el áspero aguijón de sus críticas—. Así que estabas empeñada en conseguirlo, pensando seguramente que donde iba Ryan iría también Madison, ¿no es así?

Aster se había encogido de hombros y había descruzado los brazos. Se sentía desnuda, expuesta, incapaz de ocultar la verdad. Por primera vez desde hacía días, estaba dispuesta a hablar.

—Al principio… —Miró a Ira de soslayo, buscando fuerzas para continuar—. Me gustó que me hiciera caso. Y viceversa, o eso parecía. Pero luego… —Había agarrado su té, sosteniendo la taza entre su pecho y su barbilla, mientras intentaba recordar qué era lo que había sentido por Ryan—. Creía que yo le gustaba. Me creí de verdad todo lo que me dijo.

—Ese fue tu primer error —había replicado Ira con evidente falta de compasión—. Nunca creas a un actor. Jamás. Siempre están actuando. No pueden desconectar. Tú deberías saberlo mejor que nadie.

Ella había arrugado el ceño, mirando el interior de su taza.

—Por favor, yo soy una actriz fracasada.

—¿Ah, sí?

Le miró a los ojos.

—¿O solo te estás fallando a ti misma?

Aster había bajado los hombros. Le pesaba tanto la cabeza que su cuello no podía sostenerla. Era como si la energía que la había sustentado hasta entonces se hubiera disipado de pronto, dejándola floja, inerme y necesitada de guía y protección. ¿Y quién mejor que Ira para guiarla?

—Después de que te tomes el té y te recuperes un poco, vas a ir a la comisaría. Si no cumples tu palabra, se molestarán, y eso no te conviene. Pero no vas a ir desquiciada y al borde de las lágrimas. Vas a ir con un guion cuidadosamente preparado del que no debes desviarte ni un milímetro. En cuanto eso esté zanjado, dejarás de sentirte como una víctima, dejarás de esconderte y te darás cuenta por fin de que el apuro en el que estás es en realidad lo que siempre has deseado. Y ni siquiera intentes aparentar que no sabes de qué estoy hablando, porque los dos sabemos que llevas toda la vida soñando con salir en las portadas de los tabloides y con estar en boca de todos. Puede que no haya sucedido como esperabas, pero ha sucedido, y es tu deber sacarle el mayor partido posible. Lo que te ha cubierto de vergüenza es justamente lo que puede convertirte en una estrella. Night for Night sigue creciendo, y no gracias a la labor de tus compañeros de equipo sino a la notoriedad que le ha dado todo este asunto. A la gente le chiflan los escándalos. Y da la casualidad de que tú eres la principal protagonista de esta historia concreta. Conviene que le saques el mayor partido posible antes de que surja otra cosa y caigas en el olvido.

Aster había escondido la cara entre las manos y se había masajeado las sienes mientras se tomaba un momento para asimilar sus palabras.

—Ira, ¿tú tienes hijos? —Le había mirado a los ojos.

Él se había limitado a negar con la cabeza, divertido.

—Es una lástima. Creo que serías un padre estupendo.

Antes de que pudiera acabar, él había soltado una sonora carcajada. Al calmarse por fin había dicho:

—Estoy seguro de que es la primera vez que me dicen algo así. Y de que será la última. Así que… —Volvió a centrarse en el asunto más urgente—. ¿Estás conmigo? ¿Lista para tomar el control de tu vida?

Aster había recorrido el apartamento con la mirada. No le costaría acostumbrarse a vivir así.

—Sí —había contestado firmemente—. Estoy contigo.

Él había asentido, visiblemente satisfecho.

—Bien, pues esto es lo que vamos a hacer…

Se había inclinado hacia ella y le había expuesto su plan.

Aun así, Aster no estaba preparada para la humillación de sentarse delante de aquel odioso detective Larsen, luchando por no mirar su cara rijosa mientras le hacía una serie de preguntas a las que, por suerte, el abogado que le había asignado Ira no le permitió contestar. Básicamente, se había acogido a la Quinta Enmienda hasta que Larsen se dio por vencido y le dijo que se fuera. Todavía se estremecía al pensar en lo que podría haber pasado si Ira no la hubiera disuadido de presentarse sola en comisaría.

Se sacudió aquel recuerdo y se puso el minivestido de encaje negro. Se estaba calzando cuando oyó que llamaban a la puerta. Apoyada en equilibrio sobre un manolo, abrió la puerta y vio que era un empleado del hotel, que le llevaba un pequeño paquete.

—Lamento molestarla, pero según dice aquí es urgente.

Aster observó el sobre. Le extrañó ver que no llevaba remite. Aunque ya llegaba tarde, introdujo el dedo debajo de la solapa y extrajo el contenido del sobre.

Era un DVD casero, metido en un estuche de plástico transparente, con su nombre escrito en negro.

Se le encogió el estómago y una oleada de angustia se apoderó de ella mientras en su cabeza se agolpaban mil posibilidades distintas, ninguna de ellas buena. Se acercó al televisor tambaleándose, incapaz de respirar, y cuando la gran pantalla plana se encendió, se dejó caer en el sofá.

Su mayor miedo se había hecho realidad.