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SEXO Y GOLOSINAS

 

 

SEX AND CANDY

Marcy Playground

 

Tommy volvió al Vesper, consciente de que la chica (Serena, Savannah, Scarlet… No estaba seguro de su nombre) le seguía.

¿Cuánto tiempo hacía que no estaba con una chica? Resultaba demasiado deprimente calcularlo, pero lo hizo de todos modos. Desde Amy, su exnovia de Oklahoma. Justo antes de decirle que se marchaba. Después, solo había habido lágrimas, reproches y… Era mejor no pensar en ello. El hecho era que su estancia en Los Ángeles había sido una larga y brutal sequía amorosa. A la gente de allí le encantaba quejarse de lo poco que llovía. Pues él estaba pasando por un periodo de hambruna, y si aquella chica cuyo nombre no recordaba le ofrecía algún alivio, ¿quién era él para rechazarlo?

No tenía por qué sentirse culpable. No tenía que rendir cuentas a nadie. Además, uno no podía pasar tanto tiempo sin sustento. Posó los ojos en el festín que se le ofrecía (los pechos perfectos, seguramente falsos, pero ¿qué más daba eso?, la cintura estrecha que se ensanchaba en unas caderas rotundas con la curvatura de un reloj de arena), la miró a los ojos y dijo:

—Seguramente deberías irte.

Ella pestañeó y se inclinó un poco sobre sus tacones vertiginosos.

—¿Hablas en serio?

Daba la impresión de no poder creer que estuviera rechazando un bocado tan exquisito. También a Tommy le costaba creerlo.

Aun así, y por tentadora que fuese, no quería conformarse con pasar una noche con una tía buena con la que no tenía nada en común. Sabía algo de música, como una groupie cualquiera, pero eso podía perdonárselo. Lo que le resultaba insoportablemente aburrido era que le diera la razón en todo.

—Lo siento —dijo—. La discoteca ya ha cerrado.

—No me lo puedo creer. —Hizo un mohín adorable, pero no se movió.

—Si eso hace que te sientas mejor, yo tampoco. —Tommy se encogió de hombros.

—¿Es por tu novia?

Él entornó los ojos, desconcertado.

—La chica de la moto. —Ella señaló hacia la puerta que llevaba a la calle.

Le estaba ofreciendo una salida que salvaría la cara de ambos, pero como no quería mentirle contestó:

—Es complicado.

—Siempre lo es, ¿no? —Le dedicó una sonrisa de soslayo y le dio un beso en la mejilla, dejándole en la piel un aroma a ternura, a promesas y a mujer.

Tommy tuvo que hacer un esfuerzo para no echar a correr tras ella.

Los camareros aún estaban recogiendo. El gerente estaba en la parte de atrás, en algún sitio. Y como estaba demasiado alterado para regresar a su cuchitril, Tommy agarró una guitarra que había por allí, ocupó su lugar en el escenario y empezó a tocar. Estaba tan absorto en su música que hasta que terminó de tocar el segundo tema no se dio cuenta de que Ira Redman le estaba observando.

Se descolgó la guitarra y la apoyó en el taburete, acobardado por la intensa y áspera mirada de Ira.

—Necesitaba desahogarme un poco —dijo Tommy sintiendo el impulso de explicarse, pero deseó no haberlo hecho tan torpemente.

—Es curioso que hayas elegido la música y no a la chica.

Tommy se quedó mirándole. ¿Cuánto tiempo llevaba observando?

—¿Qué tal ha ido la primera noche?

Se encogió de hombros.

—Dímelo tú.

—Me interesa más tu opinión.

A diferencia del resto de su equipo, Tommy no tenía un gran grupo de amigos a los que invitar al local. Así que había hecho imprimir unas tarjetas, las había repartido en su tienda de discos favorita y se había asegurado de dejar algunas en el centro de yoga que había calle abajo. No era una estrategia genial, pero habían acudido bastantes clientes anónimos y unas cuantas chicas impresionantes aficionadas al yoga.

Ira le miró fijamente mientras esperaba una respuesta, pero Tommy sabía que no debía jactarse. Sobre todo, porque no tenía nada de qué presumir. Ira sin duda le pondría en evidencia. Le haría sentirse aún más trémulo de lo que ya se sentía. Era implacable. Prueba de ello era cómo había abandonado a su madre al enterarse de que estaba embarazada. Le había dejado algún dinero, claro: lo justo para pagar el aborto. Pero no se había quedado el tiempo suficiente para acompañarla a la clínica. Ira daba siempre por sentado, como hacía ahora, que todo el mundo cumplía su voluntad. Seguramente ni siquiera se le había pasado por la cabeza que la madre de Tommy hubiera invertido aquel dinero en comprar pañales y una cuna.

—Podría haber ido mejor —reconoció Tommy finalmente—. Y así será. Tengo una idea de la que me gustaría hablarte si tienes un minuto. —Bajó del escenario. Prefería estar a la misma altura que él—. Me gustaría convertir la sala de dentro en una zona privada.

Ira arrugó el ceño.

—Ya es una zona privada.

—No, me refiero a una zona VIP con acceso restringido.

—Es donde descansan los grupos entre actuaciones.

—Exacto —dijo Tommy—. Tenemos un buen programa de actuaciones para el verano y, si abrimos esa sala a un grupo selecto de gente y le damos una atmósfera más acogedora, podríamos aumentar la recaudación y elevar nuestro prestigio.

Ira le miró de arriba abajo, pero no dijo nada.

—Y quiero llevarla yo y conseguir tantos por los clientes famosos a los que atraiga, dado que la idea ha sido mía.

—¿Qué hay de tu equipo?

—¿Qué pasa con ellos? —Tommy se encogió de hombros desdeñosamente.

—¿A qué famosos vas a traer?

—De momento, a ninguno. —No tenía sentido mentir—. Pero pronto traeré a muchos. A más de los que caben en esa sala.

Ira se levantó sin decir palabra y se dirigió a su despacho. Volviendo la cabeza, dijo:

—De momento, ¿por qué no buscas un plan que no dependa de mi ayuda?

Tommy miró con furia su espalda, preguntándose a quién odiaba más en ese momento: si a Ira o a sí mismo. Era una buena idea, casi genial, pero su manera de plantearla había sido un desastre, al mismo tiempo engreída y chapucera. No era de extrañar que Ira no le hubiera tomado en serio. Aun así, confiaba en que no le robara la idea y le negara a él todo el mérito.

Agarró su cazadora de cuero, salió dando un portazo y se dirigió a su destartalado coche. A la mierda. Encontraría otro modo de aumentar la recaudación e impresionar al viejo, hasta obligarle a reconocer su mérito. Tenía otra idea a la que había estado dándole vueltas, pero confiaba en poder dejarla para más adelante, por si acaso se encontraba en situación desesperada. Era muy arriesgada y podía meter en un problema serio a la discoteca, pero no veía razón para esperar. Ir a lo seguro nunca daba buen resultado. Como mínimo, Ira admiraría su ímpetu y su ambición. Y si la cosa salía bien, sería el ganador. Pondría a prueba su idea al día siguiente, el sábado lo tendría todo listo y el domingo Ira le estaría felicitando por lo bien que había hecho su trabajo.

Se preguntó si Layla conseguiría superar aquellos tres días.

Sonrió al recordar su cara: esa dulce cara de duende, con sus labios fruncidos, sus ojos claros y separados y un cutis tan fino como la porcelana.

Tratándose de la red de contactos que necesitaba para triunfar en aquel trabajo, Layla se saboteaba a sí misma. Los Ángeles era una ciudad de actores y narradores, poblada por personas que se sentían más a gusto encarnando un papel que mostrándose tal y como eran, y quien se llevaba la palma era siempre quien mejor fingía.

Layla, sin embargo, solo sabía ser ella misma. No tardaría en darse cuenta de que él tenía razón desde el principio.

Todas las Scarlets, Savannahs y Serenas del mundo no tenían nada que hacer a su lado. Tommy había esperado mucho tiempo para estar con una chica. Podía aguantar un poco más, hasta conseguir a la que de verdad le interesaba.