7
SATISFACCIÓN
SATISFACTION
The Rolling Stones
Tommy siguió a la asistente de Ira a su despacho, procurando no mirar demasiado el contoneo de sus caderas enfundadas en un vestidito negro. Por lo que había podido ver, todas las ayudantes de Ira estaban buenísimas. Estaba claro que su padre se daba la gran vida.
—Señor Redman, está aquí Tommy Phillips —anunció la chica en tono serio y formal, pero la mirada íntima que lanzó a Ira bastó para que Tommy se convenciera de que se la estaba tirando.
Bueno, por lo menos alguien de la familia se divertía. Su madre había renunciado a los hombres hacía mucho tiempo. Decía que era perfectamente feliz compartiendo casa con su loro bilingüe. Y en cuanto a él, en una ciudad como Los Ángeles su físico le servía de muy poco teniendo un coche de mierda, un apartamento minúsculo y una cartera casi vacía.
Al sentarse delante de Ira, se arrepintió de no haberse preparado a conciencia. Sabía que era importante ensayar antes de una actuación y sin embargo, al llegar la hora de la entrevista más importante de su vida, ni siquiera se había molestado en repasar algunas posibles respuestas a las preguntas que inevitablemente le haría su padre. Aun así, nada podría haberle preparado para la impresión que le produjo encontrarse cara a cara con Ira en una habitación cerrada, flanqueado por dos asistentes despampanantes y armadas con portafolios.
Ira se recostó en su silla y se subió las mangas, dejando ver una pulsera de pequeñas cuentas redondas que a Tommy le recordó el rosario que su madre llevaba siempre en la muñeca. Parecía un capricho extraño en un hombre como él. Claro que a la mayoría de los grandes magnates de Hollywood les gustaba aparentar que tenían un lado espiritual, y decían someterse a estrictos ejercicios de yoga y meditación antes de salir al mundo a aniquilar a sus rivales, a cargarse a empresas enteras o a borrar de un plumazo cualquier otra cosa que se les pusiera en medio.
Justo por encima de la pulsera llevaba un carísimo reloj de oro, un Cartier, no el Rolex de la vez anterior. Seguramente tenía una colección entera de relojes de oro (uno para cada día del mes), mientras que Tommy dependía de su móvil para saber la hora. Y si las cosas no mejoraban tendría que venderlo en Internet.
Aquello era un error: uno de los mayores, en una larga lista de errores. Debería haber dejado aquel absurdo folleto en la papelera donde lo tiró en un principio.
—Bueno —dijo Ira—, cuéntame algo de ti que no sepa ya.
Tommy dudó, sin saber a qué se refería. ¿Le había reconocido Ira, de aquel día en la tienda de guitarras?
Se obligó a mirarle a los ojos, preguntándose cómo reaccionaría si le decía «Pues verás, papá, da la casualidad de que soy el hijo al que abandonaste hace muchos años».
¿Perdería su aplomo? ¿Haría que le echaran a patadas del despacho?
No valía la pena averiguarlo. Al menos, de momento.
—Supongo que eso depende de lo que sepa —contestó, prácticamente desafiando a Ira a recordarle que se le habían saltado las lágrimas cuando se había llevado la guitarra de sus sueños.
Seguramente Ira le consideraría un masoquista por hacer algo así.
—Tienes hambre. —Ira juntó las yemas de los dedos y apoyó la barbilla en ellas—. Si no, no estarías aquí. La cuestión es ¿de qué tienes hambre?
«De dinero para pagar el alquiler, de un estante lleno de Grammys, de demostrar mi valía y de superarte algún día y triunfar a lo grande, como tú ni siquiera puedes imaginar».
Tommy se encogió de hombros y paseó la mirada por el despacho. Era elegante, moderno y minimalista, y muy lujoso. Hasta la inevitable pared dedicada al autobombo, cubierta de arriba abajo con fotografías enmarcadas de Ira en la portada de diversas revistas, demostraba buen gusto.
—Me gusta ganar.
Se removió en su asiento y al instante lamentó haberlo hecho. Hacía que pareciera nervioso e inseguro. Y lo era, pero no tenía por qué demostrarlo.
—¿Y a quién no?
Ira arrugó el ceño, bajó las manos y se puso a jugar con las cuentas de ojo de tigre de su pulsera mientras Tommy se preguntaba si se le habría pegado algo de su madre durante su breve idilio amoroso.
La madre de Tommy era una hippie de la nueva era, aunque ella detestaba esa expresión: según decía, sus creencias se remontaban a miles de años atrás. Creía no solo en el poder curativo de los cristales, sino también en que cada persona tenía un ángel que guiaba sus pasos y en que el Amor con A mayúscula lo curaba todo, además en muchas otras cosas con las que Tommy nunca había podido sintonizar por completo. Era ella quien debería haberse mudado a Los Ángeles. Habría encajado mejor. Aunque su madre habría dicho (si no le fallaba la memoria) que el ojo de tigre tenía efectos protectores, que defendía del mal de ojo o algo por el estilo. Lo único que sabía Tommy era que en su primer día de instituto le había metido una piedra de esas en el bolsillo. Al acabar la tercera clase ya la había perdido, y aun así había logrado sobrevivir aquellos cuatro años y salir casi indemne. Aunque por otro lado era lógico que Ira necesitara ese tipo de protección. Un tío como él debía de tener una larga lista de enemigos esperando el momento de atacar.
Tommy se contaba entre ellos.
Pellizcó el agujero que tenía en la rodilla de los vaqueros y esperó a que Ira continuase.
—Tengo entendido que te causé ciertos inconvenientes en Farrington’s. —Ira hizo una pausa y aguardó a que Tommy lo confirmara o lo negase.
Era una prueba. Cada segundo con Ira era como un examen final.
—Me puso en la calle.
Tommy se encogió de hombros como si no importara, aunque los dos sabían que no era así.
—Tal vez creas que eso va a hacer que me sienta en deuda contigo. —Ira se miró las uñas, que no llevaba pintadas con brillo, sino solo limadas y bruñidas: una manicura muy viril—. Pero si es así cometes un error. —Fijó la mirada en Tommy—. Suelo adoptar una postura mucho más nihilista. Al menos, en las cuestiones de moralidad social más corrientes.
¿De veras hablaba en serio? ¿Todas las entrevistas eran así: se ponía Ira a pontificar sin ton ni son, como si los dos tuvieran todo el tiempo del mundo?
¿Y cómo se suponía que tenía que responder a una afirmación como aquella?
Ira era un charlatán de cuidado al que le encantaba oír su propia voz.
Tommy, en cambio, era de pocas palabras.
Estaba claro que salía a su madre.
—Ese día tomaste una decisión. Elegiste actuar por tu cuenta y arriesgarte a sufrir las consecuencias. Todos nuestros actos tienen consecuencias. Que te despidieran fue culpa tuya.
Tommy se pasó la lengua por las encías, apoyó la bota sobre la rodilla y toqueteó la raja que tenía por encima de la suela. Ya no le importaba que Ira viera el estado lamentable de sus zapatos, de su economía, de su vida en general. Tenía la impresión de que aquella entrevista estaba condenada al fracaso desde mucho antes de empezar. Era de nuevo como en Farrington’s. Ira carecía por completo del gen de la empatía. Menuda figura paterna estaba resultando ser.
Era hora de regresar a Oklahoma, donde al menos la gente decía lo que pensaba y no se burlaba de las desgracias ajenas. En Oklahoma no conocía a nadie que se comportara como Ira. Sus paisanos eran buena gente, decente y de fiar. No podía creer que hubiera usado la palabra «paisanos», pero así era, sus paisanos jamás harían…
—Por eso no encajas.
El despacho quedó en silencio. Tommy no tenía ni idea de qué acababa de pasar.
—Entonces… ¿no encajo porque usted prefiere adoptar una postura nihilista o porque le fue muy fácil conseguir que me despidieran? —preguntó, intentando retomar el hilo de la conversación.
—¿Tú qué crees?
Tommy meneó la cabeza. Aquello era increíble, joder.
—Dices que te encanta ganar, pero no has dicho ni una sola cosa para convencerme.
—Usted ni siquiera me conoce.
Tommy se levantó y procuró mantener la calma. No valía para aquel trabajo, no valía para ser el hijo de Ira. Nunca se había sentido tan impotente como en ese momento.
—¿No?
Ira ladeó la cabeza y le observó como si pudiera ver su interior.
—No tiene ni idea de lo que soy capaz.
Ira se encogió de hombros y echó mano de su teléfono, lo que enfureció más aún a Tommy. Tal vez estuviera sin blanca y tuviera mala suerte, pero no tenía por qué aguantar que le trataran así, y no se marcharía sin decírselo a Ira.
—Solo para que conste… —Apartó la silla, casi volcándola—. La consecuencia de su decisión será que usted saldrá perdiendo, no yo.
Se dirigió a la puerta pasando entre las asistentes, que se apartaron rápidamente.
—Empiezo a preguntarme si tienes razón —dijo Ira de pronto.
Tommy abrió la puerta de un tirón, dispuesto a marcharse mientras aún pudiera salvar su dignidad.
—Eres, de lejos, el candidato más débil.
Tommy arrugó el ceño. Ira era un gilipollas. Un gilipollas que no sabía cuándo parar.
—Pero si consigues aprender a dominar ese mal genio y a servirte de él para alcanzar tus metas en vez de usarlo como excusa para seguir siendo una víctima, tal vez acabes sorprendiéndonos a los dos.
Tommy se volvió.
—Así que ahora va a citar a Oprah.
Ira se rio. Fue una risa breve, casi inaudible, pero Tommy la oyó.
—Normalmente, llegados a este punto, el entrevistado se arrastra y al mismo tiempo suelta un torrente de expresiones de gratitud casi imposible de contener.
—No recuerdo haberme arrastrado —replicó Tommy, preguntándose si no sería él quien no sabía cuándo parar.
—Lo cual dice mucho de ti. —Ira asintió con la cabeza. Dividiendo su atención entre su teléfono y Tommy, añadió—: Jennifer te acompañará a la sala donde esperan los demás candidatos. Tendrás que quedarte allí hasta que terminen las entrevistas. Entonces se te asignará un destino.
Tommy meneó la cabeza mientras intentaba comprender lo que había sucedido. Tal vez Ira no fuera tan malo como pensaba. Tal vez solo hiciera falta acostumbrarse a él. Además, todo eso sobre Oklahoma era una idiotez. La gente era gente en todas partes. Y hacía lo que tenía tendencia a hacer. La geografía no tenía nada que ver con eso.
—Ah, y Tommy… —En los ojos de Ira brilló una emoción que Tommy no alcanzó a comprender—. Entiendo que te gustara tanto esa guitarra. Mi profesor dice que, para un principiante, es un instrumento tan bueno como el que más.
Otra prueba. Ira intentaba hacerle perder los nervios dando a entender que su guitarra soñada no era para tanto. Pero él se limitó a sonreír. Al salir detrás de Jennifer respondió:
—Me alegro de que le esté dando buen resultado.