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LA POLÍTICA DEL BAILE

 

 

THE POLITICS OF DANCING

Re-Flex

 

Faltaban menos de dos horas para que acabara oficialmente la primera semana de competición. En menos de doce horas, Layla sería la primera eliminada. No le costaba imaginarse la cara que pondría Aster, la Puta Reina, cuando Ira dijera, inevitablemente, su nombre. Agitaría su lustrosa melena por encima del hombro y, sentada en el mullido cojín de su trono, arquearía altivamente una ceja con expresión desdeñosa y vería a Layla marchar derrotada, con el rabo metafóricamente entre las piernas.

Aquello que la convertía en una bloguera de éxito la hundía como relaciones públicas. Podía ser mordaz e ingeniosa, pero en el fondo era también una solitaria que derrochaba sarcasmo, más acostumbrada a burlarse del mundillo de los famosos que a hacerle la corte. Sus lamentables intentos de atraer gente a Jewel (mediante ineficaces invitaciones y llamamientos a través de las redes sociales) la habían hecho sentirse como la mayor farsante del mundo.

Recurrir a su blog le parecía cutre y poco profesional. A la larga, le perjudicaría. Pero si por casualidad conseguía superar aquella semana, no perdería ni un instante: menos sobornar a sus lectores, haría cualquier cosa por atraerlos a Jewel. De lo contrario, no tenía sentido continuar. El estrés de intentar mantener su trabajo en la discoteca y su relación con Mateo la estaba dejando agotada. Aunque no era rencoroso, Mateo no la apoyaba, y tenía la sensación de que su mundo se había partido en dos mitades desiguales, incapaces de adaptarse la una a la otra.

Karly y Brandon pasaron por allí y le lanzaron una mirada de fastidio. Seguramente se la merecía, pero no era culpa suya carecer de amigos adecuados para triunfar en aquella empresa. Era como si estuvieran otra vez en el instituto. Se sentía fuera de su elemento, no encajaba. Solo que en sus tiempos en el instituto se le daba mucho mejor fingir que no le importaba.

«A la mierda. Que les den por saco a todos. A Ira también. A la mierda con todo». Se dirigió al bar, se metió detrás de la barra y se sirvió un chupito de tequila. Había fracasado estrepitosamente. Lo menos que podía hacer era embotar un poco el dolor.

—La última vez que me tomé uno de esos, me lo bebí directamente de un ombligo, con una pizca de limón y de sal, pero tengo entendido que en un vaso es igual de efectivo.

Tommy apareció ante ella. Sus ojos de color azul marino la observaban con un destello divertido.

Layla arrugó el entrecejo, echó la cabeza hacia atrás y apuró el tequila de un trago.

—No deberías estar aquí.

Dejó el vaso en la barra con más violencia de la que pretendía. El alcohol comenzó a difundirse al instante por su torrente sanguíneo, calentándola desde dentro y obrando su efecto mágico. Era tan agradable que agarró la botella y se sirvió otro.

—¿Alguna vez vas a dejar de ser tan borde conmigo? —Tommy apoyó las palmas en la barra y se inclinó hacia ella con expresión esperanzada.

—Claro. —Layla deslizó un dedo por el borde del vaso—. Aguanta la respiración y espera a que suceda. —Apuró su copa y volvió a llenarla.

—Me gusta que seas tan sincera. —Señaló la botella—. Pero por si no te has enterado, hay que compartir. Y yo también tengo problemas, ¿sabes?

Layla le miró un momento, intensamente. Contempló el mechón de pelo castaño claro que se empeñaba en caerle sobre los ojos, la ajada camiseta de los Black Keys que se ceñía a la perfección a su cuerpo delgado y musculoso, los vaqueros descoloridos que llevaba muy bajos, el cinturón de cuero marrón, tan gastado que no pudo evitar preguntarse cuántas chicas lo habrían desabrochado a toda prisa…

Se bebió el tequila, se sirvió otro y llenó un vaso para él. Si Tommy creía que estaba siendo sincera, era evidente que no tenía ni idea de lo que era la verdadera sinceridad. Pero su enfado con él no se debía a los motivos que él creía. Estaba enfadada porque tuviera razón, por presentarse en su discoteca justo a tiempo de pillarla en un momento patético, chapoteando en el fracaso y la inseguridad. Y por aquellos dichosos ojos azules.

Vació su vaso, se sirvió otro chupito, se lo bebió y apartó el vaso. Era hora de dejar de andarse por las ramas e ir al grano.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí? ¿Te ha mandado Ira?

Tommy negó con la cabeza, agarró la botella, se echó unas gotas más de licor en el vaso y se lo bebió de un trago.

—He venido a verte.

Ella puso los ojos en blanco e intentó no decir nada ofensivo, pero el tequila estaba ahogando sus neuronas y no se le ocurrió qué responder.

—Venga, baila conmigo. —Estiró el brazo y la agarró de la muñeca.

—Yo no bailo. —Layla se desasió de un tirón, y detestó sentir cómo se enfriaba su muñeca en el instante en que Tommy la soltó.

—¿Lo dices en serio? —Su cara se contrajo como si estuviera a punto de echarse a reír a carcajadas.

—Sí, ya sé. —Layla se rio a su pesar—. No podría estar peor preparada para este trabajo.

La mirada de Tommy se volvió seria.

—Una canción. Luego me volveré tan deprisa al Vesper que te olvidarás de que he estado aquí.

Ella lo observó atentamente. La última vez que se habían visto, estaba tonteando con una de esas rubias voluptuosas con las que ella jamás podría competir. Se preguntó si se habría ido a casa con ella. Imaginaba que sí.

—Vamos —insistió él con voz suave y una mirada sincera, o al menos tan sincera como podía esperarse de un chico en el que Layla había decidido no confiar.

Ella se esforzó por encontrar una razón de peso para negarse, pero su instinto estaba tan embotado por el alcohol que un segundo después se descubrió siguiéndole hacia la pista de baile.

Tommy la llevó hacia el centro de la pista, manteniendo una distancia prudencial hasta que estuvieron completamente rodeados por el gentío, que se agitaba a su alrededor y los empujaba el uno hacia el otro. Entonces deslizó una mano por la curva de su cadera y la besó en los labios.

«Tengo que apartarle. Tengo que parar esto. Tengo que ir al baño y obligarme a vomitar para sacarme el tequila del cuerpo y dejar de hacer cosas de las que voy a arrepentirme…».

Haciendo caso omiso de la vocecilla que sonaba en su cabeza, se puso de puntillas y besó a Tommy.

Llevaba dos años con Mateo, y besar a otro chico le pareció extraño, ilícito y sensual como solo pueden serlo las cosas malas.

—Tommy… —murmuró sin darse cuenta de que lo había dicho en voz alta hasta que él también susurró su nombre.

A pesar de los esfuerzos de él por continuar y del deseo de ella por permitírselo, oír su nombre en labios de Tommy la hizo volver bruscamente a la realidad.

Se desasió de él y se abrió paso con esfuerzo entre el gentío, dividida entre el alivio y la frustración porque él no intentara seguirla. Porque se quedara allí, en medio del corro de cuerpos en movimiento, observándola marchar en silencio.