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CONOCE A TU ENEMIGO

 

 

KNOW YOUR ENEMY

Green Day

 

Madison agarró su bolso, salió del coche y se dirigió a Night for Night, donde saludó a James, el portero, con uno de esos raros abrazos sinceros que reservaba para un número muy reducido de personas. James le caía realmente bien. Era un poco tosco, sí, pero qué demonios… En otro tiempo, también podría haberse dicho lo mismo de ella. Era espabilado, un luchador que no le temía al trabajo y que aceptaba de buen grado algún que otro encargo extra. Y además era ferozmente leal con quienes lo eran con él, cualidades todas ellas que Madison admiraba.

Se puso de puntillas y le susurró al oído:

—¿Está aquí?

James dijo que sí con la cabeza.

—Pero de momento Ryan no ha aparecido.

—Bueno, ya aparecerá. —Madison entornó los párpados y miró por encima de su hombro, hacia el interior de la discoteca—. ¿Me avisarás cuando llegue?

—Ya sabes que sí.

—Y no digas que ha sido ella quien me ha traído aquí.

—¿Tienes alguna preferencia?

—Puedes decir que ha sido cualquiera, menos Aster.

Le besó en la mejilla, le deslizó discretamente un fajo de billetes en el bolsillo y entró. No solía salir sola, pero no quería distraerse yendo con su pandilla habitual de amigos y, además, no pensaba pasar mucho tiempo allí.

Atravesó el local. Era uno de sus preferidos, aunque solo fuese por la decoración. Había visitado Marrakesh una vez y, aunque había sido una visita breve, opinaba que Ira había hecho un buen trabajo a la hora de recrear la atmósfera exótica y suntuosa de la ciudad, con las lámparas de cobre, las puertas rematadas en arco y la abundancia de azulejos pintados a mano. Incluso la música que ponían era más lánguida y dulce que en la mayoría de las discotecas, y su pulso lento y sensual sonaba lo bastante bajo como para no tener que gritar para mantener una conversación.

Miró a su alrededor confiando en que Ira no estuviera allí. Sin duda intentaría impresionarla con cubos llenos de champán y un lugar en la mejor mesa VIP. Era siempre muy generoso, rozando casi lo servil, y aunque eso no solía molestarle, esa noche prefería pasar desapercibida. Le habría dicho a James que no le dijera a Ira que estaba allí, pero dudaba de que le hiciera caso. Ella no era la única persona a la que James le era ferozmente leal.

A pesar de que el local estaba abarrotado, localizó enseguida a Aster. Estaba justo allí, en el Riad, como había supuesto. Aunque había visto fotografías suyas, le sorprendió descubrir que era extremadamente guapa. Y aunque en Los Ángeles no escaseaban las actrices bellísimas, estaba convencida de que ese algo intangible que hacía a unas más irresistibles que otras no tenía nada que ver con la curvatura de una nariz o con la estructura de unos pómulos. Era la capacidad de encarnar un papel de manera tan absoluta que la propia carne parecía disolverse en el yo del personaje.

En su caso, esa capacidad para desaparecer era lo que la había atraído en un principio de aquel oficio. Irónicamente, había llegado la hora de que se esfumara de verdad. Paul haría lo que pudiera, pero ya no confiaba en que pudiera mantenerla a salvo por sí solo, y no tenía intención de quedarse de brazos cruzados, aguardando a que el peligro se abalanzara sobre ella. Por suerte había pospuesto su ruptura con Ryan. Daba la casualidad de que ahora le necesitaba más que nunca.

Se preciaba de poseer una sabiduría poco frecuente en una persona de su edad. Su habilidad para leer entre líneas en un guion y para encontrar el estímulo que se escondía detrás de cada palabra, de cada acción, era su mayor don. Y en ese momento, mientras veía a Aster tontear con un productor que debería estar en casa con su esposa y su hijo recién nacido, percibió la avidez de aquella chica, su necesidad insaciable de ser la estrella de cada escena. Lo cual no era raro tratándose de una actriz: todas ellas eran neuróticas, inseguras y necesitadas de atenciones, pero a diferencia de Aster ella había aprendido a librarse de sus emociones más bajas (o al menos a aparentar que así era), y de la primera de la que se había librado era de aquella avidez.

Una tenue sonrisa se dibujó en su rostro. Si lo que aquella chica quería era que le prestaran atención, Madison cumpliría su deseo encantada. Aunque a un precio que Aster no esperaba.

Observó divertida cómo pasaba su cara de una expresión de anfitriona coqueta y encantadora a otra de pasmo absoluto cuando descubrió a Madison Brooks parada frente a ella.

—¡Madison! ¡Hola! —exclamó en tono cordial y efusivo.

Y con su cutis moreno e impecable, su lustrosa melena oscura, sus enormes ojos castaños con pestañas tan espesas que no parecían auténticas aunque con toda probabilidad lo eran, y el cuerpo esbelto y sinuoso de una bailarina, era aún más belleza de cerca y en persona.

—Me gustan tus Sophia Webster. —Madison indicó sus recargados zapatos de tacón.

No había mejor forma de iniciar una amistad que la afición compartida por los zapatos caros. Y aunque nunca serían amigas, sus destinos estaban ahora unidos de un modo que Aster era incapaz de predecir.

—¿Puedo conseguirte una mesa? —Aster sonrió como si apenas pudiera refrenar su emoción.

Madison miró la jaima que solía ocupar.

—Veo que mi favorita está ocupada…

Aster pestañeó una, dos veces, seguramente calculando qué consecuencias tendría que afrontar si echaba a los ocupantes de la tienda para cederle su sitio a ella. Decidió prudentemente en contra y dijo:

—Lo siento muchísimo. Si hubiera sabido que ibas a venir…

Madison hizo un ademán quitándole importancia al asunto y le dedicó una sonrisa, como si fueran viejas amigas.

—¿Cómo ibas a saberlo?

Su sonrisa se desvaneció mientras dejaba que la pregunta quedara suspendida entre ellas.

Por unos instantes, Aster pareció el proverbial ciervo paralizado por los faros de un coche. Luego, con la misma rapidez, el pánico abandonó su rostro y respondió:

—Tengo otra mesa estupenda que creo que te va a encantar. Y puedo pedir que te traigan tu champán favorito. Dom Pérignon rosado, ¿verdad?

Madison asintió. La chica se había informado bien. Aunque cualquiera que se hubiera tomado la molestia de observar con un poco de atención habría notado que rara vez bebía de las copas de champán que los locales que visitaba ponían constantemente a su disposición. Ahí era donde entraba su séquito, procurando la distracción perfecta para que nadie notara que Madison no era la juerguista que aparentaba ser.

Siguió a Aster a una mesa situada al borde de la terraza, sin dejar de observarla como si fuera un personaje al que tal vez algún día tendría que encarnar. Ya había visto todos su datos esenciales sobre el papel (dirección, posición económica de la familia, colegios privados y clubes de campo a los que pertenecía), pero para entenderla de verdad necesitaba observarla en carne y hueso. Era imprescindible saber exactamente con quién estaba tratando si iba a permitir que Aster desempeñara un papel tan importante en su vida.

En Hollywood las rupturas eran asuntos de suma importancia, solo superados por la vigilancia constante de los tabloides sobre posibles embarazos y bodas de famosos. Una ruptura entre actores tenía el poder de lanzar una carrera o destruirla: todo dependía de cómo se contara la noticia.

Normalmente, los escándalos por adulterio dejaban muy malparado al adúltero. Pero había sin duda algunos casos en que los tabloides arremetían contra la víctima, pintándola de manera tan espantosa que al adúltero se le perdonaba de inmediato su desliz. Fuera como fuese, una cosa estaba clara: si la otra persona era de fuera de la industria, procuraba descollar vendiendo su versión de la historia, en un intento de salir del anonimato para ocupar un lugar permanente bajo el foco de la fama. Naturalmente caían en el olvido en cuanto surgía un nuevo escándalo, pero eso no les impedía intentarlo.

Cuando se hiciera público que Ryan y ella habían roto, serían muchas las revistas dispuestas a ofrecer dinero a cualquiera que tuviera información de primera mano sobre la ruptura. Y tras verla en persona, Madison comprendió que Aster no vacilaría en aprovechar cualquier oportunidad que se le presentase para alcanzar la fama.

Por todo lo que había podido deducir hasta ese instante, Aster había sido educada para ser una buena chica, y un escándalo como ese podía hacer tambalearse a toda su familia.

Claro que su deseo de fama y fortuna era al parecer tan intenso que estaba dispuesta a aceptar un trabajo que sin duda sus padres despreciarían.

¿Quién sabía de qué más era capaz o hasta dónde estaría dispuesta a llegar para conseguir lo que quería?

Era en esa ansia sin límite en la que confiaba Madison más que en ninguna otra cosa.

La vio descorchar hábilmente una botella y llenar una copa que luego le puso delante.

—¿Quieres que te traiga alguna otra cosa? —Sonrió expectante.

Madison estaba a punto de contestar, pensando que quizá fuera divertido mandarla a alguna misión imposible, cuando zumbó su teléfono. Era un mensaje de James, avisándola de que Ryan acababa de entrar.

Meneó la mano distraídamente y esperó a que Aster se alejara para contestar rápidamente a James dándole las gracias. Luego se escabulló sin ser vista.