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RAZONES PARA SER BELLA

 

 

REASONS TO BE BEAUTIFUL

Hole

 

Aster Amirpour cerró los ojos, respiró hondo y se deslizó bajo el agua hasta que las burbujas cubrieron su cabeza y el mundo exterior desapareció. Si tuviera que elegir un paraíso, sería aquel. Envuelta en el cálido abrazo de su jacuzzi, libre de la carga de las expectativas de sus padres y del peso de su mirada reprobadora.

Con razón de niña siempre había preferido las sirenas a las princesas.

Solo cuando sus pulmones se contrajeron, doloridos, volvió a la superficie. Parpadeando para quitarse el agua de los ojos, se apartó el pelo de la cara, lo dejó caer en largas y oscuras cintas que quedaron flotando en el agua hasta la altura de su cintura y se ajustó los tirantes de su bikini Burberry. Había tardado un mes en convencer a su madre para que le comprara aquel bikini, y luego un mes más en persuadirla de que le dejara ponérselo, aunque solo fuera en el recinto de su jardín amurallado.

—¡Yo solo veo cuatro triángulos diminutos y unos cuantos tirantes muy finos! —había dicho su madre escandalizada, sujetando el bikini con la punta del dedo índice.

Aster puso cara de fastidio. ¿No era ese el propósito de un bikini: enseñar toda la carne bella y joven que se pudiera mientras todavía tenía una carne bella y joven que enseñar?

Pero Dios no quisiera que se pusiera algo que pudiera considerarse impúdico dentro de los límites de su barrio de Teherángeles.

—¡Pero si es de Burberry! —había replicado Aster, apelando a la adicción de su madre a las marcas exclusivas. Como no sirvió de nada, añadió—: ¿Y si te prometo que solo me lo pondré en casa? —La miró intentando leerle el pensamiento, pero el rostro de su madre permaneció tan inmutable como siempre—. ¿Y si te prometo que solo me lo pondré en casa cuando no haya nadie?

Su madre había permanecido en silencio ante ella, sopesando una promesa que Aster no tenía intención de cumplir. Todo aquello era absurdo. ¡Aster tenía dieciocho años! Ya debería poder comprarse su propia ropa, pero sus padres preferían controlar sus gastos con mano férrea, igual que controlaban sus idas y venidas.

En cuanto a la posibilidad de buscarse un empleo para pagarse los bikinis… Aster sabía que carecía de sentido proponerlo siquiera. Aparte de alguna rara excepción (una abogada aquí, una afamada pediatra allá), las mujeres de la familia Aster no trabajaban fuera de casa. Hacían lo que se esperaba de ellas: se casaban, criaban a sus hijos, iban de compras, salían a comer y presidían alguna que otra gala benéfica y, entre tanto, fingían sentirse satisfechas. Pero Aster no se lo tragaba.

¿Qué sentido tenía ir a aquellas imponentes universidades de la Liga de la Hiedra si no se daba ningún uso a aquella formación tan costosa?

Era una pregunta que Aster había formulado una sola vez. Y la mirada acerada que había recibido en respuesta la había convencido de que no debía volver a formularla.

Aunque quería a su familia con todo su corazón y haría cualquier cosa por ellos (hasta morir, si hacía falta), no pensaba vivir a su manera.

Era demasiado pedirle.

Respiró hondo y estaba a punto de sumergirse otra vez cuando sonó su móvil y salió tan bruscamente del jacuzzi que tuvo que tirarse de la braguita del bikini para que no se le bajara.

Al ver el nombre de su agente en la pantalla, cruzó los dedos, tocó la mano de Fátima de oro y diamantes que llevaba colgada al cuello (regalo de su abuela) y contestó intentando transmitir en un simple «hola» toda su hondura emocional.

—¡Aster! —La voz de su agente resonó a través del altavoz—. Tengo una oferta interesante que hacerte. ¿Te pillo en buen momento?

La llamaba por la prueba. Aster había puesto todo su corazón y su alma en ella, y estaba claro que había funcionado.

—Es por el anuncio, ¿no? ¿Cuándo quieren que empiece?

Antes de que contestara Jerry, empezó a imaginarse cómo les daría la noticia a sus padres.

Estaban pasando el verano en Dubái, pero aun así tenía que decírselo, y les iba a dar un ataque de pánico. Soñaba con ser una actriz de fama mundial desde que era una cría, le suplicaba continuamente a su madre que la llevara a castings, pero sus padres tenían otros planes para ella. Desde el momento en que la primera ecografía reveló que era una niña, le impusieron una serie de expectativas bastante simples: ser guapa, portarse bien, sacar buenas notas, mantener las piernas firmemente cruzadas hasta que se casara con el perfecto chico iraní elegido por sus padres al día siguiente de graduarse en la universidad y, diez respetables meses después, empezar a producir perfectos bebés iraníes.

Aunque Aster no tenía nada en contra del matrimonio ni de los bebés, pensaba posponer ambas cosas todo lo posible. Y ahora que había llegado su primera gran oportunidad, estaba decidida a lanzarse de cabeza a la piscina.

—No, no se trata del anuncio.

Aster pestañeó y agarró el teléfono con más fuerza, convencida de que había oído mal.

—Han optado por otra persona.

Aster se retrotrajo velozmente a aquel día. ¿No había convencido al director de que aquellos asquerosos cereales eran la cosa más deliciosa que había probado nunca?

—Buscaban algo más étnico.

—¡Pero yo soy étnica!

—A alguien de otra etnia. Escucha, Aster, lo siento, son cosas que pasan.

—¿Sí? ¿O solo me pasan a mí? O soy demasiado étnica, o de la etnia equivocada o… ¿Te acuerdas de aquella vez que dijeron que era demasiado guapa? Como si una pudiera ser demasiado guapa.

—Ya habrá otras pruebas —contestó Jerry—. ¿Recuerdas lo que te dije sobre Sugar Mills?

Aster puso los ojos en blanco. Sugar Mills era la clienta con más éxito de Jerry. Una seudofamosilla sin ningún talento descubierta en Instagram gracias a la enorme cantidad de gente que no tenía nada mejor que hacer que seguir las peripecias diarias de su anatomía, debidamente photoshopeada. Debido a ello, había conseguido protagonizar un anuncio en el que salía comiendo una enorme y grasienta hamburguesa vestida con un bikini minúsculo, lo que inexplicablemente le había granjeado un papel en una película en la que hacía de novia de un hombre mucho mayor que ella. Solo de pensar en ello, le daban náuseas y al mismo tiempo se moría de envidia.

—Supongo que habrás oído hablar de Ira Redman —dijo Jerry rompiendo el silencio.

Aster arrugó el ceño y volvió a meterse en el agua hasta que las burbujas le llegaron a los hombros.

—¿Quién no ha oído hablar de él? —replicó, enfadada con un sistema que encumbraba a chicas como Sugar Mills y no le daba una oportunidad a ella, que tenía mucha más clase—. Pero a no ser que haya decidido meterse en el negocio del cine…

—No, Ira no va a hacer cine. Por lo menos, de momento. —Jerry hablaba como si le conociera personalmente, pero Aster estaba segura de que no era así—. Pero necesita relaciones públicas para sus discotecas, ha montado una especie de concurso y está haciendo casting.

Aster cerró los ojos. Aquello era un horror. Un horror. Se preparó para lo que vendría a continuación.

—Si te seleccionan, pasarás el verano promocionando alguno de los locales de Ira. Que, como seguramente sabes, frecuentan algunos de los grandes peces gordos de Hollywood. Publicitariamente es una gran oportunidad, y el ganador de la competición se llevará un buen pellizco. —Hizo una pausa para que Aster asimilara la noticia.

Ella, entre tanto, procuró refrenar su sentimiento de decepción.

Salió del jacuzzi. El calor del agua, unido al ardor de su vergüenza, era insoportable. Prefirió poner fin a la llamada descalza, mojada y tiritando y dijo:

—Suena sórdido. Y asqueroso. Y cutre. Y desesperado. No pienso rebajarme a eso.

Miró hacia su casa: un ostentoso y enorme monumento a la riqueza de su familia construido en estilo mediterráneo, con pistas de tenis, galerías cubiertas, fuentes adornadas con querubines y grandes praderas de césped inmaculado. Una riqueza que algún día sería suya y de su hermano Javen, siempre y cuando siguieran el estricto y aburrido plan de vida que sus padres habían trazado para ellos.

Estaba harta de que intentaran chantajearla con su herencia. Harta de que la sumieran en un tumulto de emociones con su insistencia en que eligiera entre complacerlos y cumplir sus propios sueños. Pues a la mierda. Estaba harta de fingir. Quería lo que quería y sus padres tendrían que asumirlo. Y si Jerry pensaba que aquella era una buena oportunidad profesional, era hora de cortar amarras y prescindir de él. Tenía que haber otra manera. Alguien que orientara mejor su carrera. El problema era que Jerry era el único agente de una lista muy larga que había estado dispuesto a recibirla.

—Te equivocas respecto a Ira —le dijo él—. Tiene mucha clase, y sus clubes atraen a lo mejor de lo mejor. ¿Has ido a alguno?

—Acabo de cumplir dieciocho años. —Le irritó tener que recordárselo. Era su agente: debería saberlo.

—Sí, ya. —Se rio—. Ni que eso fuera un obstáculo. Venga, Aster, sé que no eres tan ingenua como quieres aparentar.

Ella frunció el ceño, incapaz de deducir si acababa de decir una impertinencia o si solo estaba hablando con franqueza. Estaba acostumbrada a cómo reaccionaban los hombres ante ella. Incluso los hombres mucho mayores, que debían ser más prudentes. Pero por lo visto haría falta algo más que una piel tersa, unas piernas largas y una estructura facial privilegiada y superfotogénica para conseguirle un billete a la fama.

—Entonces, ¿intentas convencerme en serio de que trabajar como camarera en una discoteca va a ayudarme en mi carrera como actriz?

—Como relaciones públicas de una discoteca. Y de Ira Redman, nada menos.

—¿Y por qué no hacer fotos de mi culo y colgarlas en Instagram? A Sugar le dio buen resultado.

—Aster… —A Jerry comenzó a agotársele la paciencia por primera vez desde que había comenzado la conversación.

No era el único al que se le había agotado. Aster, sin embargo, era lo bastante lista (y estaba lo bastante desesperada) como para saber cuándo dar su brazo a torcer.

—Bueno, ¿y cómo funciona? ¿Vas a quedarte con el diez por ciento?

—¿Qué? ¡No! —exclamó él como si hubiera dicho un disparate. Y como si ese no fuera el principal objetivo de un agente—. Sé lo difícil que es conseguir una oportunidad, y estoy convencido de que tienes algo especial. Por eso precisamente acepté representarte. Si trabajas para Ira, verás a más gente influyente en una noche que en veinte pruebas juntas. Si de verdad crees que vas a rebajarte por emprender el camino hacia la fama, tal vez es que no la deseas tanto como dices.

Aster deseaba alcanzar la fama. Agarró una toalla de una tumbona cercana y se envolvió en ella. Y aunque estaba claro que aquello no era como conseguir el papel protagonista (o cualquier papel) en una película, por algún sitio tenía que empezar.

Además, Jerry tenía razón: todo el mundo sabía que los locales de Ira atraían a montones de estrellas de Hollywood y, en una ciudad llena de chicas preciosas, todas ellas obsesionadas con conseguir fama y dinero, aquello podía ser justo lo que necesitaba para que alguien se fijara en ella y la descubriera.

Intentando aparentar un mínimo de entusiasmo, se dirigió a la caseta de la piscina y dijo:

—Voy a buscar un boli para anotar los datos.