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OTRA FORMA DE MORIR

 

 

ANOTHER WAY TO DIE

Alicia Keys & Jack White

 

—¡Mamá! ¡Papá! ¡Habéis vuelto!

Su boca se movía y articulaba palabras, pero el cuerpo de Aster se había cerrado sobre sí mismo por completo. Estaba atónita, estupefacta, horrorizada: no había una sola palaba que pudiera describir cómo se sintió al ver a sus padres en la puerta de su habitación.

—Creía que aún estabais en Dubái.

Su madre avanzó con la boca contraída por la furia y los ojos entornados, escrutándola con la mirada, mientras su padre se quedaba en la puerta paralizado por la pena, y Mitra revoloteaba al fondo, tocando su colgante y mascullando plegarias en voz baja.

—¿Dónde has estado? —La voz de su madre casaba a la perfección con su expresión severa.

—¡En ningún sitio!

Aster cerró los ojos. ¿Por qué había dicho aquello? Era el mantra de los culpables: en ningún sitio, nadie, nada. Pero sus padres eran las últimas personas a las que esperaba ver. Su regreso estaba previsto para varias semanas después. Y sin embargo allí estaban, acorralándola en su propio cuarto.

—Quiero decir que estaba con una amiga. Con Safi. En casa de Safi.

Se estremeció al decir aquello. Había estado tan obsesionada con su nuevo trabajo y su coqueteo con Ryan que casi había prescindido por completo de sus amigas, y sin embargo allí estaba, utilizándolas como coartada.

—Hemos hablado con Safi. —Su madre cruzó los brazos sobre la clásica chaqueta de Chanel que Aster confiaba en heredar—. ¿Te importaría volver a intentarlo?

Tragó saliva y clavó la mirada en el suelo. No tenía dónde ir, dónde esconderse. Tenía un aspecto lamentable, olía a chico y su madre la había descubierto.

—¿Y qué es esa ropa que llevas puesta?

Aster movió los labios y miró su ropa (o, mejor dicho, la ropa de Ryan Hawthorne).

—Es el look… Ya sabes, el look «esto me lo ha prestado mi novio», nada más.

Su padre dejó escapar un gemido de desesperación y echó a correr por el pasillo como si su hija acabara de morir y no soportara ver su cadáver. Mitra, en cambio, se quedó donde estaba. No le importaba lo más mínimo contemplar la escena del crimen.

—¿Y quién es ese novio al que le has pedido prestada su ropa? —Su madre se acercó un poco más. Tanto, que percibió el olor a vergüenza y desesperación que envolvía a su hija.

—Es mía. —Javen entró en la habitación y se plantó delante de su madre—. Bueno, está claro que yo no soy su novio, porque… ¡qué asco! Pero la ropa es mía.

Su madre meneó una mano, incrédula.

—Javen, vete a tu cuarto. Tú no tienes nada que ver con esto —ordenó, pero su hijo no se movió.

—Te equivocas. Tengo mucho que ver. ¡Mi hermana ha saqueado mi armario sin mi permiso! Quiero que la castiguéis por eso. —Cruzó los brazos con actitud desafiante y compuso una expresión airada, rara en él.

Fue un buen intento, y Aster le quiso más que nunca en ese momento, pero no estaba dispuesta a arrastrarle en su caída. Además, su madre no se lo estaba creyendo. Hizo una seña con la cabeza a Mitra y la niñera sacó a Javen de la habitación agarrándole del brazo. El chico no paró de protestar mientras se alejaba.

Demasiado avergonzada para mirar a su madre, Aster se miró los pies y observó su pedicura, pero se puso enferma al ver la laca roja oscura que había elegido para pintarse las uñas con la sola esperanza de conseguir la aprobación de Ryan. Si confesaba la verdad, si le decía que no tenía novio pero que durante unos instantes se había permitido el lujo de creer que sí lo tenía, solo para descubrir que la habían desvirgado y abandonado sin contemplaciones, tendría que reconocer que todas las advertencias de su madre se habían hecho realidad de la manera más espantosa, dramática y pública posible.

—No tengo novio —musitó con los ojos llenos de lágrimas.

—Entonces, ¿de dónde has sacado esa ropa, si no tienes un novio que te la preste?

—Eso no importa. —Sacudió la cabeza y se preguntó cómo era posible que una noche que había empezado de manera tan perfecta hubiera acabado convertida en pesadilla.

—Al contrario. —La voz de su madre sonó rotunda como un veredicto—. Sales de casa a escondidas y vuelves por la mañana llevando ropa de un chico que no es tu novio. Yo diría que sí importa, y mucho.

Aster se obligó a seguir de pie, a continuar respirando, pero no intentó refrenar las lágrimas que corrían por su cara. Se había deshonrado, había avergonzado a su familia. Lo único que le quedaba era esperar el castigo que su madre considerara adecuado para aquella ofensa.

—Todo lo cual plantea una pregunta. Si tú llevas la ropa de un chico, ¿dónde está la tuya?

Pensó en el vestido y la ropa interior que había dejado en la papelera. Prendas que su madre nunca había visto y que con un poco de suerte no vería nunca. Su único acierto en una larga lista de errores.

—¿Importa eso? —Levantó la barbilla con los ojos enturbiados por las lágrimas mientras su madre se erguía muy derecha ante ella—. ¿De verdad te importa una mierda dónde esté mi ropa?

La mirada de su madre se endureció mientras Aster aguardaba su sentencia. Entre sus muchas faltas se contaba el haber utilizado una palabra malsonante y el haber pasado la noche con un chico que no era su novio (un chico con el que nunca se casaría). La pena sería sin duda implacable.

—Estás castigada hasta nueva orden.

Aster dejó escapar un suspiro. Creía sinceramente que iban a enviarla a un internado para chicas descarriadas o a expulsarla de la familia. Estar castigada no era para tanto, después de todo.

—No saldrás de esta casa bajo ningún concepto, a menos que se trate de una emergencia.

Asintió con la cabeza. Eso significaba que quedaba fuera de la competición, pero el concurso de Ira Redman ya no figuraba en la lista de sus principales preocupaciones. Además, no quería salir de casa. Quizá nunca más.

—De acuerdo.

Bajó los hombros, derrotada, y se dirigió a la ducha, pero oyó que su madre la llamaba.

—Te has degradado y has deshonrado profundamente a esta familia. Tu padre tardará mucho tiempo en recuperarse de este golpe.

Aster se detuvo. Sabía que no debía decirlo, pero ya había llegado tan lejos que no tenía nada que perder.

—¿Y tú? —Se volvió para mirar a su madre—. ¿Cuánto vas a tardar en recuperarte?

Le sostuvo la mirada. Fueron pasando los segundos, hasta que su madre sacudió por fin su regia cabeza, señaló el cuarto de baño con un dedo y dijo:

—Ve a asearte, Aster. Tu padre y yo hemos hecho un viaje muy largo. Estamos agotados y necesitamos descansar.

Sin decir más, giró sobre tus tacones Ferragamo y salió. Aster se quedó mirando la puerta cerrada, consciente de que había decepcionado a sus padres y de que quizá fuera ella quien no se recuperaría de aquel golpe.