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DESPIÉRTAME CUANDO ACABE SEPTIEMBRE
WAKE ME UP WHEN SEPTEMBER ENDS
Green Day
El taxista arrancó con un estruendo de gravilla aplastada y una mirada de desprecio (aunque puede que eso solo fueran imaginaciones suyas) mientras Aster marcaba el código de la puerta electrónica y echaba a andar por el largo camino de entrada.
Su casa parecía enorme a lo lejos, seguramente porque era enorme, una de las más grandes de la calle, y eso era mucho decir teniendo en cuenta el nivel de riqueza del barrio. Pero esa mañana en concreto la mansión de estilo mediterráneo parecía casi demasiado grande, amenazadora y siniestra, como si sus tejados rojos y sus arcadas fueran a volverse contra ella en cualquier momento y a dejar de ser un suntuoso refugio para convertirse en una prisión.
Sus tacones resbalaban sobre las piedras desiguales, y se tambaleaba, insegura. Por fin se quitó los zapatos e hizo el resto del camino descalza. Sus ojos se movían frenéticamente de acá para allá, buscando indicios de Mitra, de las doncellas y jardineros que iban a trabajar todos los días, de cualquiera que pudiera verla acechar en su propio jardín con aquel aspecto de sentirse culpable.
Normalmente entraba por la puerta del garaje, que llevaba directamente a la entrada de atrás, pero el mando del garaje estaba en su coche, y su coche ya no estaba en el aparcamiento de Night for Night. O se lo habían robado o se lo había llevado la grúa. En cualquiera de los dos casos, la había cagado.
A veces, sin embargo, Javen dejaba abiertas las puertas cristaleras que comunicaban el salón con el jardín de atrás, sobre todo las noches en que salía a escondidas. Confiaba en que hubiera vuelto a hacerlo. Era curioso que su campaña para engañar a Mitra los hubiera unido más que nunca.
Se acercó a la parte de atrás con sigilo, giró el pomo y exhaló un suspiro de alivio cuando la puerta se abrió y entró en el salón en penumbra, con las cortinas todavía echadas. Era buena señal que las doncellas no hubieran llegado todavía, lo que significaba que posiblemente Mitra estaba aún en su cuarto, tal vez incluso dormida. Subió las escaleras sin hacer ruido, sin atreverse a respirar hasta que llegó sin contratiempos a su habitación y cerró la puerta.
Lanzó sus zapatos y su bolso hacia el mullido sillón del rincón, se recostó en la cama y miró su reflejo en el espejo de cuerpo entero. Se sentía fatal. Y tenía un aspecto aún peor. La reunión de los domingos estaba prevista para primera hora de la tarde, pero no creía que pudiera llegar, dudaba de que pudiera haberse recompuesto para entonces, y tampoco tenía planes de hacerlo. A pesar de lo ocurrido (o quizá precisamente por eso), seguía yendo en cabeza y estaba segura de que Ira no prescindiría de ella solo porque no se presentara a una reunión cuyo resultado era muy previsible.
Lo que quería (no, lo que necesitaba) más que nada en el mundo era una larga ducha caliente, aunque solo fuera para quitarse de la piel cualquier rastro de Ryan Hawthorne.
Borrarlo de su memoria era otra cuestión, un problema que de momento no tenía remedio.
Se quitó la goma del pelo y sacudió la melena. Tras lanzar una última ojeada a su patética imagen en el espejo, se levantó de la cama y se encaminó al cuarto de baño, pero en ese momento se abrió bruscamente la puerta de la habitación y aparecieron sus padres.