LA CORONA QUE GANO PÍNDARO
Los participantes en el certamen lírico fueron convocados por riguroso orden para ensayar sus respectivos himnos con los aulétridas y el Coro que los acompañaría. A Clío le tocaron los ensayos a fines de la primavera. Hizo llamar a su maestro Prónomo Ático, para que fuera a buscarla a Corinto. En casa de Mileto la joven dio un recital privado del himno. Prónomo no hizo la menor objeción. Cuando Clío terminó, el viejo apenas pudo contener las lágrimas. Al fin, aunque en la ancianidad, se cumplía la ambición de sus años mozos, de su anhelo de toda la vida: dar al mundo un olimpiónico. Prónomo estaba seguro de que Clío le resarciría de su impaciente espera; que en el recital, su discípula quedaría varios codos más alta que su más inmediato rival. Clío y Prónomo salieron para Olimpia, y algunas semanas después, una antes de la apertura de los juegos, fueron a reunirse con ellos Benasur, Mileto y Ester. El mismo día de la llegada, los viajeros salieron a dar un paseo por la vía de los Triunfadores, y el judío vio a Orna, acompañada de una doncella. La ciudad estaba llena de forasteros y la madre de Clío podía pasar inadvertida en medio de la aglomeración de paseantes. A Benasur le pareció que Orna estaba contenta. Iba hablando animadamente con la doncella. Al cruzarse cambiaron una mirada de inteligencia. Seguramente Orna había asistido a algún ensayo, o se dejaba llevar por el optimismo de los pronósticos, favorables a su hija.
Aquellos días fueron de intensa agitación. Los liristas también se contagiaban de la febrilidad de los atletas y se dedicaban a hacer sus combinaciones, no siempre limpias.
Divo Teócrito se presentó a ver a Clío. Se habían visto un año antes en Corinto. El lirista, sin ningún contrato inmediato que cumplir, se quedó con Clío cerca de un mes. Afirmaron la amistad.
Divo Teócrito se presentaba al certamen. Había logrado terminar su himno y quería apoyar a Clío. Su participación consistiría en tomar posiciones, como sostenedor, cerca de Kremón, el más peligroso rival de la britana. Kremón llevaba también un buen equipo de sostenedores. ¿Para qué servían? Sencillamente para que aquel o aquellos lirista» que compitieran en la sesión de Clío se alargaran en la recitación, a fin de cansar al público; y también lograr con recursos artísticos contrarios al estilo del rival, modificar momentáneamente el gusto, el juicio del público. Claro que los programas se ordenaban por sorteo y en el más estricto secreto por parte de los helanódices; pero nunca estaba de más tomar providencias.
En estos trabajos de zapa todos los actores se movían por el interés. Algunos aceptaban sumas de dinero, vendían su «participación» a tal o cual candidato al triunfo; otros, los importantes, buscaban ser incluidos en los programas del triunfador. En el caso de Clío, de ganar la corona, Divo Teócrito iría con ella en todos los programas. A los otros se les garantizaba un determinado número de recitales. Hacer una gira con el triunfador era muy provechoso económicamente. Y se mantenía una Olimpiada más el prestigio ganado anteriormente.
Divo Teócrito logró atraerse al cuadro de Clío a Patricio, Telemón y Casio; por su parte, Kremón, según los rumores que corrían, llevaba de «segundos» a Philontes, Dádaso y Fabusino. En la disputa de la corona les seguía Pelóponto a quien secundaban Larionte y Kodes.
Dos días antes del certamen se dio el orden de las participaciones. De diecisiete concursantes inscritos, los jueces rechazaron a seis, por distintas causas de orden técnico, entre ellas, principalmente, que su obra no se ajustaba al espíritu que se exigía en las bases del certamen. Quedaron once competidores, oficialmente agrupados así:
PRIMER RECITAL SEGUNDO RECITAL TERCER RECITAL
Kodes Fabusino Pelóponto
Philontes Clío Kremón
Telemón Larionte Dádaso
Divo Teócrito Patricio
Aulos: Coros:
Orquesta Dionisiaca de Delfos Del teatro del Cronión de Olimpia
A Clío le había tocado un mediocre lugar. El segundo de la segunda audición, pero con la desventaja de que le tocara delante a Fabusino; Divo Teócrito, en cuarto lugar de la primera, quedaba totalmente neutralizado. Sin embargo, Kremón, que había sacado el último día, que era el mejor, tenía una posición poco cómoda, puesto que le precedía Pelóponto, tercer candidato en discordia.
Prónomo contaba con la adhesión de los flautistas. Eran de Delfos y todos amigos suyos. Habían ensayado concienzudamente la partitura de Clío. Divo Teócrito, sin poder estorbar a Kremón, trató de ayudar a la britana conquistándose la adhesión del corega del Cronión. Éste le dijo:
- Sólo hay una parte coral en este certamen. La que ha escrito tu amiga. Ten la seguridad de que la bordaremos como un encaje de Frigia. Los muchachos están entusiasmados… El himno de Kremón es menos que mediano y nosotros no podemos sacarle ningún partido.
- Bueno, para que no se les baje el entusiasmo a tus muchachos puedes anticiparles que el triunfo significa cinco dracmas oro por cabeza.
Pero no dejó ahí la cosa. Fue a ver a Fabusino, que precedía a Clío.
- ¿ Tienes alguna esperanza?
- La misma que tú.
- A mí el certamen no me interesa mucho… Mantener mi nombre, ¿sabes?
- ¿ Mantener tu nombre o a Clío?
- Es mi amiga. Si de paso la puedo ayudar…
- Estoy en el mismo caso con Kremón…
- ¿ Cuántos recitales para este año… si gana?
- A mí me ha asegurado cuarenta y ocho.
Teócrito fantaseó:
- Clío tiene ofertas para sesenta, aunque no gane… Este año es de Clío. ¿Sabes que ha tenido una baja?
- ¿ Cuál?
- La de Casio… Clío anda buscando quien le substituya.
- Lo siento, Divo. Me debo a Kremón.
- Tú no puedes hacer nada a favor de Kremón, si no es perjudicar a Clío.
- Es posible; pero te aseguro que no pienso hacer nada. Reconozco que mi himno poéticamente vale poca cosa, pero he trabajado mucho la música.
- ¿ Sabes cómo se presenta Clío? Con cinco años de estudio y ensayos encima; por eso yo no me esforcé. Nos hundirá a todos. Fíjate bien en lo que digo: nos eliminará por un margen enorme. Ahora, tú, yo, los demás no sufriremos mucho; pero Pelóponto y Kremón, que se presentan como favoritos se hundirán. Ellos serán los vencidos por Clío, no nosotros. Piénsalo. Te advierto que Clío no pide más que tú estés como en uno de tus mejores días. Tú estilo, tu modo no le perjudica…
- Entonces ¿qué teme de mí?
- Reconoce tu dominio de la lira, tu conocimiento del público, la abundancia de recursos que tienes. Si te empeñas en tocar de distinto modo del tuyo, sí puedes perjudicarla…
- No lo haré. Todo el mundo, todos los participantes reconocemos que la letra de su himno es la mejor, y que musicalmente la parte coral es excelente. Pero tú sabes que Kremón subyuga al auditorio.
- No olvides, Febusino, que Clío es la única lirista que se presenta al certamen. Y que no hay ningún efebo. Las simpatías del público estarán de su parte.
- Estoy comprometido con Kremón, Divo. Lo que te aseguro es que a Clío no le echaré la zancadilla.
- ¿ De verdad?
- Es mi palabra.
- Si la cumples, cuenta con cincuenta recitales.
- Gracias. No podría aceptarlos.
Divo Teócrito se fue satisfecho a medias. Que Febusino no le hubiese aceptado la oferta de los cincuenta recitales quería decir que Kremón eliminaría de sus programas a los que actuasen con Clío.
La opinión musical de Olimpia era favorable a Clío. Con una gran ventaja. Esa opinión la constituían los helanódices, los flautistas, los integrantes del coro, algunos participantes, los melómanos conocidos, los músicos, poetas, maestros, etcétera. La víspera del certamen los cincuenta jóvenes de la Escuela Lírica de Atenas recorrieron la vía de los Triunfadores llevando en la muñeca los banderines heráldicos de Mitilene, que hacían flamear cada vez que levantaban el brazo al grito de «¡Clío, Clío, Clío!» En el Pritaneo y en el Bouleuterión se murmuraba de Kremón, que no escribía sus versos ni componía la música. Y en la tarde de ese día comenzó a circular la especie de que Kremón confesaba que se había presentado al certamen sólo para cooperar al mayor esplendor de la Olimpiada.
Estas declaraciones, verdaderas o falsas, provocaron una cierta irritación contra el lirista. El público comenzaba a indigestarse de desmedida vanidad. Los helanódices se sintieron ofendidos: «Estaría bueno que Olimpia y sus Juegos debieran su prestigio a Kremón».
Por la noche el lirista, suntuosamente vestido con un himatión de un tejido brillante y tornasolado, color malva, oyó una espontánea, unánime pita cuando se paseaba por la vía de los Triunfadores.
La CCIX Olimpiada parecía estar bajo el signo de Apolo. Ni los aurigas del circo, ni las luchas de púgiles, ni los mismos pentathonidas, que gozaban de la simpatía pública, despertaban tanta curiosidad y apasionamiento como los liristas. Quizá porque en esta Olimpiada, los portavoces, los informadores -las gentes de la pluma y la palabra- se desentendieron de ellos, fijando su interés en el certamen lírico.
Esa misma noche Clío salió en compañía de Prónomo Ático. Vestía una sencilla veste de parthenos ateniense. Recorrió inadvertida la vía de los Triunfadores. En realidad, aunque todo el mundo hablaba de Clío, nadie la conocía. Se dirigió a la tienda de Arquígemes. Arquígemes tenía veinte años más encima, pero a Clío le pareció que estaba igual de viejo que cuando lo vio por primera vez.
- ¿ Tienes, señor, un arpa alejandrina de veintiuna cuerdas…?
Como hacía veinte años el mercader se fue al fondo de su tienda, se agachó y sacó de una caja un arpa.
- Es magnífica. Sólo cuesta quince dracmas. Púlsala.
Clío recogió el arpa y se quedó mirando fijamente a Arquígemes.
- ¿ Es que no te place? Las tengo aún mejores.
Clío sonrió.
- ¿ No te acuerdas de mí?
Tras un silencio:
- De veras que lo siento. ¡Porque mira que eres hermosa, señora!
- Soy Clío… Clío la lirista, y hace cinco olimpiadas te compré mi primera Jira.
- ¡ Apolo Citareda, qué fortuna la mía! -Y a los parroquianos y curiosos que se agrupaban en su tienda-: ¿Habéis oído? ¡Ésta es Clío, la lirista, a quien este comerciante le ha vendido la primera lira! ¡Zeus magnánimo!
El hombre sacó una banqueta para que se sentara Clío, mas ésta se disculpó diciéndole que sólo había ido a la tienda para llevarle dos discos para su recital del Cronión. Arquígemes agradeció la cortesía con mucho aspaviento y emoción, sin dejar de anunciar: «¡Ésta es Clío, señores, ésta es Clío!»
En la primera audición, Philontes y Divo Teócrito lograron arrancar al público la ovación. Divo Teócrito estuvo mejor de lo que Clío esperaba, dado el tono desvaído con que le había hablado de su participación. El lirista había tenido empeño en ganarle a Philontes, segundo de Kremón.
Ese día Clío estuvo muy nerviosa. Se acostó muy temprano y a medianoche la despertó el sueño de Dídona. Por primera vez no le gritaba. La veía hablar, gesticular bajo las ondas de agua, pero sin acertar a comprender lo que le decía. Ya no durmió el resto de la noche. Lo pasó en la habitación angustiándose. En la madrugada cuando comenzó el servicio, pidió un té de opio. Se vistió rápidamente. Mileto fue el primero en llamar a su puerta. Con las primeras luces del alba se dirigieron todos a Cronión.
El teatro ya comenzaba a llenarse. Y una hora después dio comienzo el recital.
Febusino fue acogido con una ovación tibia. Contra lo que esperaba Divo Teócrito, el segundo de Kremón ni aún proponiéndoselo hubiera podido actuar con tanta desgana. Divo se explicó aquella apatía a la falta de interés en el certamen. Fue despedido con un aplauso mucho menos caluroso que el brindado a los participantes del primer día.
La ovación tampoco fue mayor cuando apareció Clío. La joven se adelantó al tímele y colocó la lira. Miró a los aulétridas, al director del coro pidiéndole la entrada. Suavemente Clío recitó el primer verso:
¡Oh dulce, benigno y poderoso padre Zeus!
Al concluir la invocatio se escucharon algunos aplausos. Clío con la cabeza baja, se retiró a un extremo de la conistra. El corega alzó los brazos dando la entrada al coro:
Acoge, padre Zeus, la ofrenda de mi lira
El silencio era absoluto. Las veinte voces de los coristas se elevaban como una sola, grave y profunda, como salida del fondo del mar o de la tierra. La melodía se iba haciendo más sutil hasta que las voces sonaron al unísono de los aulos. Era fácil imaginarse a Zeus Olímpico en su trono de marfil sobre las «muelles y doradas nubes».
El coro calló con un hilo de voz y el corega señaló a Clío, que desde el sitio que ocupaba extendió los brazos en actitud de orante y declamó con voz grave y cálida:
Aquí los dioses todos; en amor y en obediencia a los pies del augusto padre
Y tras un silencio, volvieron los tenores del coro junto con los aulétridas a intervenir para presentar a los doce dioses consentos.
Pero Cl ío había perdido su dominio. El recuerdo de Dídona estaba clavado en su cerebro, y cuando le tocó el turno de volver al tímele y cantar la parte teogónica del himno lo hizo con inseguridad. Era un recitado de treinta y cuatro estrofas, acompañadas por un solo de aulo. Cuando terminó, el auditorio se dividió. La mayoría clamaba: «¡Música, música!» Clío, respetuosamente, con la vista baja, con los ojos húmedos aguantó aquella tormenta. Y cuando hubo de continuar el recital lo hizo con una voz temblorosa, sollozante, que humanizaba ridiculamente la ofrenda de Hera.
Se notaba el desconcierto del público. Clío continuaba soltando estrofa tras estrofa con el mecanismo de una colegiala. Sintió que alguien le decía al oído: «Me llevaré el premio. Tenlo por seguro. Quiero que estés orgullosa de mí». Eran las mismas palabras que le había dicho Dídona, que tenía olvidadas y que ahora surgían en su memoria con un claro significado. ¡Pobre, desdichada Dídona! De vivir ahora quizá estaría escuchando, viéndola participar en tan reñido certamen. ¿Acaso no la escuchaba? ¿Es que el Señor Yavé no era tan bueno para haberla dejado salir del seno de Abraham a fin de que asistiera al recital? Sí, Dídona estaba allí, mezclada, confundida entre tantas jovencitas que llevaban atado a la muñeca el banderín de Mitilene. Sí, el Señor Yavé la habría dejado asistir. Porque aquel himno que había compuesto era un canto al poderoso Señor Yavé.
Oyó la primera ovación. Los gritos de «¡Clío, Clío!» menudeaban en el graderío. Vio a Benasur, a Mileto, a Prónomo, a Ester y Arquígemes que la saludaban con las manos en alto.
Ya no se produjo contratiempo alguno. Clío se fue superando en el recital. Llevaba muy bien dosificada la obra: las intervenciones del coro, la de los flautistas, el tema de cada parte del himno así como su movimiento musical. Las últimas treinta y dos estrofas que cerraban el himno era de exclusiva y única participación suya. La lira alcanzaba una extraordinaria y sobrecogedora sonoridad en el canto heroico. No había espectador que no dejara de imaginarse a los ejércitos griegos, impulsados por el hálito de Zeus, lanzados a la conquista civilizadora del mundo. Pudiera imaginarse en el Cronión la presencia de cualquier héroe legendario y hasta la del macedonio Alejandro. Terminó con una pausa, que el público supo respetar. Y en seguida el coro:
¡Allá, en el horizonte, doradas corazas sobre alados corceles!
Y Clío, con un solo de aulo:
Y aquí el padre Zeus bendice a su ciudad de Olimpia.
¡¡Olímpicos: extended vuestros brazos y adorad al Omnipotente Zeus, rey de los dioses!!
El éxito de Clío fue tan aplastante que al día siguiente vino la reacción. Los entendidos empezaron a decir que el himno era más lírico que épico, que adolecía de exceso de delicadezas, tanto temáticas como musicales, y que, en definitiva, una lirista, una mujer no poseía el suficiente temperamento viril para cantar a Zeus Olímpico.
Posiblemente este juicio no carecía de acierto crítico. Tampoco cabía pensar que fuera un comentario mal intencionado lanzado por Kremón. El mismo Mileto consideraba que Clío, como les sucedía a todos los virtuosos de la lira o de la cítara, no era buen poeta. Pero, apreciando el conjunto, el total de los valores que integraban el himno -composición, canto, recitado e interpretación- podía afirmar que en semejantes concursos no solían presentarse obras del decoro del himno de Clío.
No se equivocó. El auditorio estimaba tan superior la obra y actuación de Clío a lo que pudiera hacer Kremón que al día siguiente recibió el olimpiónico sin ningún prejuicio adverso. Por el contrario, su aparición en la conistra fue saludada con una ovación.
El lirista tuvo una terrible caída. Lo mercenario de la letra y de música lo mantuvo muy alejado de la emoción. Todo en él era virtuosismo, dominio de la voz y de la lira. El himno tenía pasajes tan monótonos que el aburrimiento se apoderó de los oyentes. Y ya al final con una intervención oportunista y nada emotiva del coro, se iniciaron unos tímidos siseos en las gradas altas.
Cuando terminó, la ovación fue breve y poco calurosa, a pesar de que Kremón con una sonrisa que era trágica mueca, permanecía en la escena con la cabeza baja, a fin de alargarla. Mas sucedió que mucha gente comenzó a abandonar las localidades, sin interés por escuchar al último concursante. Y Kremón, el vanidoso Kremón, en el mismo escenario de sus grandes triunfos, tuvo que retirarse en medio del silencio del auditorio. Bastó que unos cuantos gritaran el nombre de Clío, para que todo el teatro de pie, en el momento en que aparecía Dádaso, vitorease unánimemente a su favorita.
Contra lo que se esperaba, Dádaso, el segundo de Kremón, fue una revelación. Tenía una voz potente y cálida para el himno, y la música, con efectos pegadizos, entusiasmó a l os populares. Durante la recitación del himno recibió dos ovaciones, la última tan larga o más que aquella que le tributaron a Clío.
Después de unos momentos, salieron a la escena todos los participantes. El público comenzó a abandonar las gradas. No les interesaba conocer un fallo que daban por sabido. Cuando el escriba del jurado se levantó, se produjo un profundo silencio.
- El jurado que ha entendido en el Certamen Lírico convocado en la CCIX Olimpiada, declara ganador absoluto de la Corona de Laurel a la lirista Clío de Mitilene. Y rinde honor, por el orden siguiente, a Divo Teócrito, Dádaso, Philontes y Kremón.
Clío en medio de la ovación se adelantó a la conistra y pidió silencio.
- Os suplico que parte de esta ovación la dediquéis a mi maestro de infancia, que lo ha sido también en este himno a Zeus que os he dado a conocer… Vedlo ahí, en la tercera fila -dijo indicando el lugar donde estaba Prónomo- y os aseguro que él más que yo es merecedor de estos aplausos.
El viejo Prónomo se puso a llorar como un niño al oír el clamor de los aplausos. Creyó que el Cronión, con sus doscientas nueve olimpiadas de gloria, se le venía encima.
Kremón fue el primero en adelantarse a felicitar a Clío. Lo hizo de un modo espectacular. Pero un sector del público le silbó. Había caído muy bajo: quinto lugar y nadie insinuaba que la clasificación fuera injusta.
Esa misma tarde, los buleutas, arcontes o ediles de diversas ciudades se presentaron en el Leonidaión a felicitar e invitar a Clío, a formalizar recitales en teatros, auditorios, odeones. También los representantes de los santuarios de Zeus y Apolo de todo el orbe griego. Hacía muchas olimpiadas que no se conocía un triunfo tan absoluto como el de Clío; un triunfo que había subvertido los valores artísticos del mundo musical. Divo Teócrito estaba feliz de haber obtenido el segundo puesto, de que Kremón, con toda su nómina de dóciles liristas y citaredas, hubiese sucumbido, y con él su monopolio de los recitales.
La ciudad de Mitilene la recibiría como conquistadora, con derecho olímpico a hacer derrumbar un trozo de la muralla. Corinto, por ser vecina de la ciudad, la nombraba su hija dilecta y lirista mayor del templo de Venus, su diosa patrona; Delfos, citareda eximia de Apolo con derecho a interrogar en audiencia privada a la Pythia; Éfeso, himnaria sáfica de Artemis; Mileto, le otorgaba la flauta de oro de Pan; Alejandría, la titulaba musa olímpica del Teatro; Atenas, lirista máxima del Odeón…
Los homenajes y honores serían interminables.
Cuando a medianoche, Clío y Benasur se quedaron solos, éste le dijo:
- Al fin has logrado lo que tanto ambicionabas, ¿y ahora?
- No lo sé, padrino, pero temo que ahora me quede vacía.
- Creo que ya no existe motivo para demorar por más tiempo el encuentro con el apóstol Pablo.
Terminada la Olimpiada, el grupo de Benasur -excepto Mileto y Ester que salieron para Corínto- se quedó unos días en la ciudad, a fin de que un escultor hiciese el busto de Clío que se colocaría en la vía de las Musas en el Altis, el recinto sagrado.
Arquígemes fue a despedirse de Clío.
- Ahora nos veremos con más frecuencia. Yo siempre voy en pos de los juegos y certámenes en que intervienen poetas y músicos. ¡Que Apolo te asista y Euterpe permanezca contigo!
Y en la tarde, que pasó frente a la tienda cerrada del mercader, Clío vio sobre las maderas:
Proveedor de la lirista Clío, ganadora absoluta de la CCIX Olimpiada.