TU ERES PEDRO

De las cinco iglesias públicas sólo dos tenían casa propia: la de Suburra, que fue rápidamente habilitada a expensas de Mileto, y la Vaticana. En el huerto de ésta se comenzaron los trabajos de una cripta o columbarium para encerrar en sus nichos a los muertos de la comunidad. Las tres iglesias restantes celebraban sus reuniones y actos rituales en los atrios o cenacula de las casas cedidas a este fin por los mismos devotos. El matrimonio Áquila abandonó el barrio del Transtíber y ofreció la suya, que alquilaron en el Aventino, para la iglesia de este barrio, por ser más espaciosa que la vivienda de Simón Batanero.

Sin embargo, los cristianos continuaron viviendo a la sombra y amparo de las sinagogas en que estaban avecindados. El Apóstol observó que algunos adeptos que no asistían con la asiduidad debida a los ritos cristianos que se celebraban el primer día de la semana, jamás faltaban a los oficios sabatinos de las sinagogas. Éste era otro aspecto negativo derivado de la dependencia de la religión hebrea. Pedro exhortó a los fieles para que acudieran a la iglesia con la misma asiduidad que a la sinagoga, mas la noticia de ciertas pesquisas del Palatino cerca de los cristianos, le aconsejó abstenerse de insistir.

Enterado por Mileto de la visita que el César había hecho a Clío y de la conversación sostenida entre ambos en la domo Porcia, comprendió que la naciente Iglesia debía tener información sobre el pensamiento del Palatino respecto a los judíos en general y a los cristianos en particular. Que el César no hubiera mostrado simpatía por los cristianos, que estuviera enterado de sus desavenencias y, por último, que le tuviera a él consignado como usurpador de personalidad y falsario, le hizo pensar que en el Palatino existia una simiente enemiga que con el tiempo podría fructificar y desatar una oposición de peores consecuencias que en Palestina.

Estos informes le preocupaban sobremanera. Su experiencia con el Sanedrín y la Procuraduría romana no le animaban a mostrarse confiado. Por ello, en oposición a su primer pensamiento, aconsejó a los fieles que se agruparan con mayor ahínco alrededor de la sinagoga, a fin de que los cristianos de Roma estuvieran amparados por el estatuto concedido por Julio César y refrendado por Augusto; derecho que les salvaguardaba de una posible arbitrariedad por parte de las autoridades romanas.

La situación aconsejaba que los cristianos no aparecieran como desligados o simplemente independientes de las comunidades reconocidas.

Este acercamiento a la sinagoga fue bien visto por los judíos, excepto en el barrio Cuppedinis. Joel Jonatán, el archisinagogo, más suspicaz y malicioso, se preguntó qué pudiera haber tras aquel súbito fervor judío de los cristianos, y se contestó en seguida que tras los alborotos que habían provocado y los que podían aún producir, las sinagogas no debían comprometer su tranquilidad y seguridad en las aventuras callejeras de los cristianos. Y así lo hizo saber a las demás comunidades en aviso amistoso; pero precisamente por partir el consejo de Jonatán, que era el que más azuzaba, las otras sinagogas no le hicieron mucho caso.

Fue, por tanto, a este problema que se esbozaba, y al de la desobediencia a su jerarquía por parte de los nazarenos del Transtíber, a los que dedicó la mayor atención.

Estaba empeñado en cegar el foco rebelde del Pincio. Lo de Salomón le dolía hasta hacerle verter calladas lágrimas en soledad. El Apóstol no podía olvidar que Celso Salomón había sido un brazo eficaz de auxilio en los primeros momentos. Él fue quien ayudó a Ananías, quien prestó sus naves para el traslado de nazarenos a otras provincias; él quien aglutinó a los primeros nazarenos de Roma. Sin olvidar ninguno de estos méritos, el Apóstol no cejaba en su actitud.

Fue ciñendo, como plaza cercada, el hogar de los Salomón. A los dos primeros triunfos -la conquista de Tino y la institución de la iglesia secreta- siguió uno de gran importancia: la conversión de Protágoras. Cierto que el pedagogo de los Salomón era, a partir de las Saturnales de hacía siete años, tierra removida, propicia para recibir la siembra. La siembra de Pedro dio un resultado que dejó maravillado a Mileto, que había intervenido para concertar la cita entre Pedro y Protágoras. Tras una conversación de dos horas, el pedagogo ateo quedó tan convencido por la verdad del Apóstol que pidió recibir la gracia del bautismo.

Mileto estaba regocijado. Le divertía seguir aquel proceso que esperaba concluyese con el plutócrata judío. Lo que ignoraba era que el Apóstol le había echado ojo a él desde hacía tiempo y que se había propuesto hacerle pagar «la deuda que tenía con la Virgen María», según solía decir con suficiencia de hombre letrado. Por este secreto propósito de Pedro, era por lo que éste aceptaba ayuda, visitas y consejos de Mileto.

La conversión de Protágoras fue capital para estrechar más el círculo alrededor de Celso Salomón. Protágoras era muy querido y respetado de los hijos del magnate, ya que había sido su maestro de lenguas. Ruth, vivamente impresionada por la decisión de su hermano, comenzó a sentir simpatía por su causa, que era la causa de la autoridad de Pedro. Protágoras poco tuvo que hacer. Y tras algunas conversaciones dejó tan inclinada a Ruth, que le reveló la existencia de la iglesia secreta en la propia casa. Ruth se sumó a ella.

Quedaban otros miembros de la familia: Claudia y su marido Siro Joppiano, fariseo recalcitrante, que por cuestión de doctrina llegó a enemistar a su esposa con sus padres. Que el matrimonio hubiera arrebatado a su hijo del amor de los abuelos, traía afligidos a los Salomón. El Apóstol comprendió que el lado Claudia era definitivo para la solución del conflicto. Claudia, convertida, daría un golpe de muerte a la rebeldía de Salomón.

Pedro tenía dos introductores con Claudia: uno social y amistoso, Mileto; otro, familiar y sentimental, Protágoras. Los dos se ofrecieron a llevarle a la casa de Claudia en el Quirinal, pero prefirió que lo acompañase Protágoras, a fin de que la entrevista fuera menos formal.

La hora escogida fue la nona, después de la siesta, en que el matrimonio y el niño solían bajar a pasear hasta el Campo de Agripa. Claudia acogió con afectuosa deferencia a su maestro, y con gran sorpresa de éste, Pedro se puso a charlar con Siro. Porque el Apóstol sabía que la oposición no estaba en Claudia sino en Siro, y que conquistando a Siro quedaría conquistada Claudia.

Pedro no mantuvo en secreto su personalidad. Y en seguida le dijo cuál era su misión en Roma. Después explicó concisamente, sin pasión, con una sinceridad tierna e inteligente el origen de la querella con Celso Salomón. Como en la desavenencia doctrinal con su suegro la disputa y enfado habían llegado al terreno personal, Siro oyó con simpatía a Pedro, ya que el Apóstol era «otra persona más» que no podía entenderse con el «padre de Claudia». Y llegó a decir:

- Yo respeto las opiniones ajenas; soy transigente con las creencias doctrinales de mi prójimo. Y tú, venerable Pedro, me mereces todo respeto. Quiero que sepas que el motivo de nuestra discordia no es la fe abrazada por mis suegros, sino su actitud poco delicada, pues con la invitación a convertirnos a la fe nazarena nos amenazó con retirarnos su ayuda si no aceptábamos su proposición. Ya ves. Hoy nosotros vivimos sin necesidad de ellos. Y a Claudia y a mi hijo no les faltan nada.

- Yo creo, sin embargo, que tu suegro obró bruscamente, pero sin mala intención. Celso Salomón es, creo yo, hombre honesto, y lo reprobable de él es que el dinero le ensoberbezca a extremos poco piadosos.

- Yo, venerable Pedro, tengo noticia de cómo estás adoctrinando, de cómo riges las comunidades cristianas… Nadie me ha dicho que tú pretendieras conquistar devociones con premios materiales. Mi suegro ha manumitido, financiado, auxiliado para obtener la conversión de los beneficiarios. Él dice que ha premiado a los conversos. Y no es cierto. Ha comprado las conversiones. ¿Tú crees que un hombre austero, sincero en sus sentimientos religiosos puede creer en la sinceridad de una devoción comprada, en la sinceridad de una fe vendida? No niego que alrededor de mi suegro hubiera nazarenos sinceros, que son los que han desertado de su bando. Ha sido con el soborno y con la coacción como ha podido integrar su grupo nazareno. Y todo para hacerse el jerarca de ellos. La comunidad nazarena le permitía constituirse en rabino de la nueva religión sin haber hecho los estudios para ello.

Pedro defendió a Salomón. Dijo que era un testigo de la Crucifixión conmovido por el deicidio y arrepentido de sus pecados. Luego, suavemente, sin el menor asomo de polémica, le dijo que en la Iglesia no podían hacerse rabinos y presbíteros caprichosamente. Que los apóstoles habían recibido potestad de su sacerdocio del propio Jesucristo, y que los presbíteros, seleccionados entre los mejores cristianos por su cultura religiosa y su conducta ejemplar, eran autorizados por los apóstoles.

- En nuestra Iglesia, caro Siro -puntualizó- hay un orden y una jerarquía eclesiásticos instituidos y autorizados por Jesucristo.

En esto entró en el saloncito en que se hallaban, el niño y su ayo. Venían arreglados para el paseo vespertino. Rubén tenía once años y era el vivo retrato de su madre, si bien su talla y miembros correspondían al padre. El Apóstol miró al niño fijamente y le sonrió. Y antes que Siro dijera la primera palabra de presentación, Rubén dio unos pasos hacia el visitante y dijo:

- Tú eres Pedro.

El Apóstol sonrió mientras sus ojos se humedecían con una íntima emoción. Siro palideció y Claudia se quedó mirando alternativamente a su hijo y al Apóstol. Siro dijo:

- Sí, este señor es Pedro, el venerable Pedro… ¿quién te lo ha dicho?

El niño sonrió en reciprocidad al Apóstol. Luego, miró interrogadoramente a su ayo sin decir palabra. Éste pidió licencia a Siro:

- ¿ Puedo hablar, señor?

- Habla…

- Hace poco mi carísimo Rubén despertó de la siesta. Apenas abrió los ojos me dijo: «Vísteme en seguida, que en casa está Pedro, el Pescador». Yo no le di importancia. Y cuando le puse la túnica de paseo, dijo: «Pedro me trae un pez».

- ¿ Verdad, señor, qué me traes un pez? -se dirigió el niño al Apóstol. Y como viera que éste se quedaba cohibido, agregó-: Se te ha olvidado, pero me ¡o traerás mañana…

Y ante el desconcierto de todos, invitó:

- ¿ No quieres venir con nosotros de paseo?

Claudia estaba asombrada. Nunca había oído hablar a su hijo de aquella manera. Las veces que el matrimonio comentara cuestiones religiosas, la desavenencia con los Salomón, la querella entre nazarenos y cristianos, jamás el niño había demostrado el menor interés.

Prótagoras aprovechó la oportunidad para sumarse al deseo de Rubén:

- Sí, vámonos de paseo. Hace una espléndida tarde.

Ya en la calle, Pedro y Siro, que iban detrás, reanudaron la charla.

- ¿ Cómo te explicas, venerable Pedro, la actitud de mi hijo?

- Yo no puedo explicártela. A mí no me asombra, pero comprendo tu perplejidad. Los niños tienen un sentido de percepción e intuición que se pierde en la edad adulta…

- Pero esto es adivinación… -y en seguida murmuró para consigo mismo-: Tú eres Pedro…

El Apóstol oprimió el brazo de Siro:

- Sí, yo soy Pedro -dijo con gravedad-. Y este reconocimiento que yo hubiera esperado del abuelo, me viene de parte de su nieto.

Por unos momentos caminaron en silencio. Después cambiaron de tema de conversación. Siro le dijo al Apóstol que era muy probable que el César devolviera Palestina a Marco Julio Agripa, hijo de Herodes Agripa.

- Será un rey obediente a Roma, porque el muchacho ha sido criado y educado desde muy niño con la Familia imperial.

Pedro opuso:

- No creo que Roma vuelva a soltar Palestina. Nosotros los cristianos, no lo deseamos. Herodes Agripa fue cruel y dañino con nosotros… -Y no queriendo herir los sentimientos patrióticos y religiosos de Siro Joppiano, concluyó-: En fin, el Señor hará lo que sea justo.

Y tras una pausa, lanzó una pregunta, que abrió una puerta insospechada en el Palatino:

- ¿ Son informes dignos de crédito?

- Vienen de casa de Narciso, el consejero del Emperador. Soy amigo de Lucio Caninio, su mayordomo, que no sale de palacio. Caninio es un romano convertido a nuestra religión.

- Si es así, la fuente es digna de crédito.

Pedro no expresó su pensamiento. Oportunamente pediría a Siro que le presentara a Caninio. Sabía que los gentiles conversos a la religión hebraica eran más dóciles a la conversión cristiana que los judíos.

Estaba satisfecho de los resultados de la visita a Siro. Y poco después, cuando llegaron al Campo de Agripa, los padres tuvieron ocasión de ver el afecto que su hijo tomaba al Apóstol. Pedro pensó que Jesús había intercedido para facilitarle su obra cerca de los Joppianos, pues la alusión al pez significaba que el alma de Rubén estaba abierta a la gracia cristiana.

Cuando una hora después se despidieron, Rubén insistió con el Apóstol que fuera al día siguiente a verle y que no se le olvidara de llevarle el pez. Claudia comentó con su marido:

- Hacía tiempo que no disfrutaba de una jornada tan sedante, Siro. ¿No has notado que el venerable Pedro contagia paz y seguridad?

- De lo que estarás convencida es de que tu padre es un cabezón incorregible lleno de soberbia… Pedro ha venido a darme la razón.

Pedro regaló a Rubén un pez de marfil, que el niño llevaba colgado de una cadena a modo de pectoral. Cada día cobraba mayor cariño al Apóstol, y éste vertía en él sus más cálidas ternuras. Y como sus ocupaciones le distraían muchos días, Rubén y su ayo Pudente iban con frecuencia a la iglesia de Suburra.

Tras una de esas visitas, el Apóstol regresó con ellos al Quirinal. Y le dijo a Siro:

- No quiero que te molestes por lo que voy a decirte. Siro. Tu hijo muestra una especial inclinación por nuestra fe. Has sido testigo desde el primer día de esta revelación de su alma inocente. Yo quisiera adoctrinarle, pero no sin tu licencia. Tú me has dicho que sabes respetar la libertad de creencia. Dios ha tocado el corazón de tu hijo para que escoja el cristianismo. ¿Serás capaz de respetar esta devoción de Rubén?

- Claudia y yo estamos celosos del amor que te ha cogido el niño; pero como en tu conducta para con él nosotros no vemos nada reprensible, haz lo que tu corazón y tu conciencia te dicten. Y si es deseo de Rubén hacerse cristiano, bautízalo en buena hora… De verdad te digo que has enajenado su voluntad y su afecto, y aunque nuestro natural egoísmo de padres se rebela, es tal la devoción que te tiene Rubén que no podemos oponernos a lo que nos pides.

Siro habló con esfuerzo, como si sus palabras le produjeran dolor. Enteró a Claudia de los deseos del Apóstol. La esposa asintió con un movimiento de cabeza. Y se retiró corriendo porque las lágrimas brotaban a sus ojos.

Parecía como si el matrimonio fuera a perder a su hijo. Pedro se sintió conmovido con la consternación que provocaba, que contrastaba con la expresión risueña, dichosa del niño. Para despedirse le dijo a Siro:

- Asegúrale a tu mujer que Rubén será ahora el más amantísimo de los hijos.

Desde el día siguiente Rubén y su ayo asistieron a la iglesia. De la hora nona a la décima el mismo Apóstol instruía al niño. Pudente permanecía todo el tiempo sentado en un rincón, escuchando callado las palabras del Apóstol, las preguntas aclaratorias que Rubén le hacía.

Pedro se asombraba con los progresos del niño. Tenía una rara inteligencia para captar el significado de todo cuanto le explicaba. Las parábolas de Jesús las interpretaba sin un error. El mismo Apóstol reconocía que en vida terrenal del Mesías a él le había costado trabajo comprender muchas de ellas. A veces tenía que frenar a Rubén, pues sus dotes intuitivas se desbocaban con la imaginación. El pequeño amo y su ayo hacían un curioso contraste. En la expresión de Rubén todo era comprensión, claridad y complacencia mientras que en la de Pudente, escuchándolos, se ensombrecía con arrugas de concentración, de fatiga mental. A veces el ayo hacía tal esfuerzo por seguir al Apóstol y al neófito, que terminaba por liberarse de la tensión soltando un incontenible bostezo. Entonces el ayo se levantaba del asiento y corría a besar la túnica de Pedro, como si quisiera con este acto disculparse de tan inoportuna licencia.

En poco menos de un mes, Rubén quedó debidamente instruido para recibir el bautismo. Mas el Apóstol demoró el día de la ceremonia, porque entró en la segunda fase de su instrucción: encauzar la gran capacidad afectiva de Rubén hacia sus padres sustentando estos principios: «Amarás a Dios sobre todas las cosas y personas. Amarás a tu Iglesia, que es la Iglesia de Cristo, madre de tu alma. Amarás y obedecerás a todos los que sirven a la Iglesia. Amarás y honrarás a tus padres sobre todas las demás cosas y personas de este mundo. Y deberás bendecirlos porque te han dejado el camino expedito hacia Cristo, Nuestro Señor».

Pero estos principios hubo de razonárselos desde distintos puntos de vista. Hizo mucho hincapié en el gran amor y respeto que merecían sus padres por haberle dejado en libertad para creer en Cristo y acrecentar su fe en el amor del Redentor.

El Apóstol no podía imaginarse qué misión le tenía reservada la Providencia a aquel niño, con tan clara e intensa vocación religiosa. Tampoco podía adivinar qué designio guardaba Dios poniéndoselo en sus manos. Rubén significaba el más hermoso, puro, iluminado pez capturado en sus redes.

La tarea instructiva de Pedro dio sus frutos. Un día Siro fue a verle a la iglesia para decirle emocionadamente: «Al principio creímos que habíamos perdido a nuestro hijo, y hoy confrontamos que hemos encontrado un hijo más hermoso, dócil y tierno que el anterior.»

Pedro fijó la fecha del bautismo. Y la víspera, Pudente le dio la sorpresa:

- Señor Apóstol: Durante veintiséis días has estado adoctrinando a mi amo. Has visto con cuánta atención he escuchado todo lo que le decías y explicabas. Si alguna vez se me escapó un bostezo, sabe mi señor Jesús que fue artería del Demonio. Yo he cuidado a mi amo desde muy niño. Le he enseñado las primeras letras y las cosas morales que debe enseñar un ayo. Si tú lo adoctrinaste con sabiduría, con la misma sabiduría yo fui adoctrinado. Si su corazón rebosa amor a Jesucristo no menos lo rebosa el mío. Ardo en callados anhelos de ser admitido en tu Iglesia. Hazme las preguntas que quieras y verás que estoy instruido en la fe de Cristo. Dime, señor Apóstol y con licencia de mi amo: ¿no podría yo ser bautizado con él mañana mismo?

Rubén le preguntó:

- Si ése era tu sentimiento, ¿por qué lo tenías callado?

- ¡ Ay, carísimo Rubén! No quería que por adoctrinarme a mí, el señor Apóstol distrajera la atención que te prestaba. Mas ahora que ya estás instruido, ahora que yo también lo estoy declaro mi sentimiento. ¿Qué dices, señor Apóstol?

- Que primero pidas permiso a tus amos. Y si te lo dan, que sí accederán a tu deseo, ayunes desde ahora y mañana vengas con sayo blanco y sin tacha en compañía de tu hermano Rubén.

- ¿ De mi hermano Rubén? ¿Llamas mi hermano a mi amo?

- ¿ En qué quedamos, Pudente? ¿No decías que estabas instruido? ¿Has olvidado que en la Iglesia todos somos hermanos? -le replicó en broma el Apóstol.

- Sí, lo sé… Pero mi amo es mi amo.

Pudente estaba confundido con aquella situación social que surgía. Rubén lo comprendió y dijo:

- Todos somos siervos de nuestro Señor. No te aflijas. Yo hablaré a mis padres.

Días después del bautizo de Rubén y Pudente, Mileto le dijo al Apóstol:

- Es el momento de atacar. El viejo Salomón no podrá soportar la noticia de que su nieto es cristiano. Se morirá de un derrame de bilis.

- Celso Salomón ya lo sabe. Me lo ha dicho Prótagoras. Celso Salomón ve en la conversión de su nieto una patraña ofensiva de su yerno. Prefiere tener otro motivo de rencor hacia su yerno a aceptar que yo haya conquistado a su nieto.

- Y Siro y Claudia ¿qué piensan de su hijo?

- No lo sé. Me tienen desconcertado. Las cosas han tomado un sesgo tan extraño que no me parece lícito que yo les insinúe la conveniencia de abrazar la doctrina cristiana.

- ¿ Por qué?

- Siro, sin que yo le hiciera la menor alusión, me dijo ayer: «Reconozco los prodigios que has operado en mi hijo, pero siento decirte que mis sentimientos continúan siendo los mismos. Sería inútil que por contemporizar, por agradar a Rubén nos hiciéramos cristianos sin sentir sinceramente que Jesús es el Mesías». Eso me dijo. Comprenderás que lo que no obtenga Rubén yo no lo conseguiré.

- Hay otra vía, venerable Pedro: Ruth. Haz que Ruth con pretexto de que su sobrino es cristiano, vuelva a visitar la casa de Siro. Ruth vencerá la resistencia de su hermana. Así se quedarán solos Siro con su fariseísmo y Salomón con su rebeldía. Yo en tu lugar atacaría sin miramientos.

- Tú sí, pero no un cristiano. Es con amor como debemos conquistar a nuestros enemigos. No haré eso ni mucho menos.