EL PROBLEMA JUDÍO
Aquel año los cristianos volvieron a ser hostilizados, pero no por los nazarenos de Celso Salomón, que se concretaron a regocijarse de los desórdenes y reyertas, sino por los judíos de la sinagoga Hebrea, del barrio de Cuppedinis, instigados por el archisinagogo Joel Jonatán.
Los guardias urbanos solían intervenir en estos disturbios sin hacer diferencias entre los contrincantes a la hora de repartir palos y hacer detenciones preventivas. Los cristianos no tuvieron motivo para pensar que a ellos se les perseguía de un modo especial. Sólo el apóstol Pedro se observó objeto de una continua vigilancia por parte de unos individuos que supo más tarde pertenecían a la Policía secreta del Pretorio. Mas esta vigilancia no derivó a molestias o abusos. Sólo en una ocasión, Sabi, que solía acompañar al Apóstol, provocó a los agentes, y éstos estuvieron a punto de darle una paliza. Desde ese día los agentes cambiaron. Esto le hizo comprender al Apóstol que el Pretorio tenía instrucciones de vigilarlo con la mayor discreción y sin ninguna medida de violencia.
Los cristianos que lograban escapar de los guardias eran conducidos no al cuartelillo urbano del distrito sino al castro Peregrino, donde se les sometía a un extenso interrogatorio. Luego de ser amonestados, los dejaban en libertad. Mas igual ocurría con los judíos. Esto hacía suponer al Apóstol, y sobre todo a Lino (que ya había entrado en la comunidad de Suburra) que las autoridades estaban instruyendo un sumario con vistas a cualquier medida represiva.
Fuera de estos incidentes, bastante frecuentes aunque poco extensos o importantes, las cinco iglesias públicas de Roma continuaban su actividad ritual. La proselitista, Pedro la había frenado. El Apóstol fortificaba los cuadros eclesiásticos existentes, dejando en suspenso su ampliación. Pensaba convocar a consilium Apóstólico en Jerusalén. Y a este respecto ya le había escrito a Yago el Menor. La iglesia Virgen Nomentana llegó a reunir once gentiles no circuncidados, mas fue exhortada a no aumentar el número de fieles. El presbítero de la misma, que ya había catequizado a tres más, se vio obligado a aceptarlos y bautizarlos sin consultar con Pedro, por lo que éste, que vivía como sobre ascuas con la creación de la iglesia de gentiles, la suspendió; medida que motivó candentes discusiones con los cristianos de dicha Iglesia. El Apóstol, sin duda, tomó la determinación influido por las noticias que llegaban de Jerusalén, donde el problema era causa de agitación y polémica, si bien la mayoría de los apóstoles residentes y de los cristianos jerosolimitanos tomaban el partido de la observancia de la religión hebrea.
Pedro, que hasta entonces había mantenido en secreto la exist encia de la Virgen Nomentana, trató el asunto con Lino. Y éste, instruido en jurisprudencia, les habló a los cristianos gentiles:
- Tened presente que el Obispo Pedro os ha dado la gracia del bautismo bajo su responsabilidad. Que si no es correcto que haya gentiles no circuncidados en la Iglesia de Cristo -cosa que se examinará en próximo consilium de apóstoles en Jerusalén- él, amparado en su potestad de atar y desatar en la tierra, se hará responsable ante Dios y el Colegio Apóstólico de haberos bautizado, de haberos aceptado cristianos sin acatamiento de la Ley de Moisés. Pero esta gracia especial no quiere que se convierta en contumaz licencia, y por eso ha sido suspendida vuestra iglesia. No quiere decir que la haya segregado o invalidado, pues la Virgen Nomentana es muy amada de su corazón, sino que mientras dure la suspensión no podréis recibir a otros catecúmenos en vuestras condiciones de incircuncisos. Os deja, sin embargo, en posesión del ritual y el derecho de administraros entre vosotros mismos los sacramentos.
La fórmula conciliatoria aconsejada por Lino fue objeto de amigables discusiones, pues se presentaban casos en la administración de los sacramentos que establecían irregularidades o anomalías. Uno de los fieles preguntó: «Mi hijo, al que yo he instruido en la doctrina y quiero bautizar ¿debe ser circuncidado?» La respuesta de Lino fue afirmativa. «¿Por qué al hijo se le exige la circuncisión a que no fue sometido el padre?» Estos y otros varios problemas peculiares de la situación, fueron examinados y discutidos.
Lino, en calidad de legado episcopal, sostuvo seis largas conferencias con los cristianos de la Virgen Nomentana. Todos los días informaba al Apóstol del curso de las conversaciones. Y todos los días Lino veía la aflicción de Pedro. Porque Lino sólo le enteraba de las materias discutidas, sin informarle de otra labor que el joven etrusco desenvolvía cerca de los cristianos gentiles. Al final de las conversaciones, Lino pudo darle una buena noticia al Apóstol:
- Todos ellos no quieren darte más aflicciones, amado Pedro. Y teniendo en cuenta que como cristianos, sean gentiles o hebreos, te deben absoluta obediencia, y sabiendo que su estado es contrario a tu sentimiento; agradeciéndote, por otra parte, la distinción que les hiciste dispensándoles de la circuncisión, han convenido en regular su situación circuncidándose e inscribiéndose en la sinagoga Vernácula. Pedro respiró al descargarse de aquel peso que en las últimas semanas le había preocupado y desvelado. No porque se acobardase de la resolución tomada anteriormente y autorizada con la potestad conferida por Jesucristo, sino porque hasta entonces todas las medidas y acuerdos tomados para la salud y orden de la Iglesia se habían discutido y aprobado por los Doce, y no quería presentarse en Jerusalén con una resolución, que aunque era exclusivamente experimental y debida a circunstancias muy especiales, la tomaran sus hermanos apóstoles como poco prudente o demasiado precipitada, y tuviera una vez más que justificarse.
El triunfo obtenido por Lino en tan peliaguda cuestión le satisfizo plenamente, y desde entonces Lino no fue sólo su legado Apóstólico o episcopal cerca de las iglesias romanas, sino que le hizo su consejero más íntimo. Lino tenía la ventaja de sus estudios, cosa que le permitía a Pedro ver los asuntos de la Iglesia a la luz de la jurisprudencia romana.
El Apóstol se preguntó más de una vez qué secreto designio del Señor hacía que sus dos más fieles servidores -Lino en la cuestión eclesiástica, y Sabi, en los menesteres humildes- fueran de raíz gentil. Uno, de la antigua aristocracia; el otro, de la más humilde plebe romana.
A principios de otoño, Benasur y Clío regresaron a Roma. Mileto se había ido ya a Corinto Clío deseaba ir a Olimpia para inscribirse oportunamente como participante en el certamen lírico. Próxima la clausura del mar, pensaban alquilar un coche a fin de hacer el viaje por tierra. Una llamada del Emperador vino a resolverles el problema.
Claudio se mostró, como siempre, muy amable con la britana. Y le dijo:
- No tenéis necesidad de alquilar coche. Daré orden de que pongan a vuestra disposición una caravana de la Posta imperial. No sé si ha caducado el cargo que tenía tu padrino de asesor naval, pero de cualquier modo es un Lazo de Púrpura y tiene derecho al tratamiento inherente a su jerarquía dentro del protocolo del Palatino. Dile que venga a verme pasado mañana, pues deseo consultarle algo que me interesa.
Benasur acudió a la audiencia del César, confirmada mediante citación oficial.
Claudio comenzó a preguntarle qué sabía respecto a las actividades de varios judíos, antiguos socios del navarca en los negocios navieros. Benasur le dijo que nada, cosa que era cierta y que el mismo Emperador sabía. Pero así, rodando la charla, Claudio trajo a colación el asunto de los desórdenes judíos. Fingía no estar muy enterado de la causa de tales desavenencias, si bien Benasur sabía que no la ignoraba, ya que Clío le había hablado sobre la visita que el César le hiciera en la domo Porcia.
Benasur le informó muy someramente y sin ocultar que él era cristiano. Claudio declaró, al fin, su verdadero interés al preguntarle de qué orden era la fortuna de Celso Salomón, cómo la tenía distribuida y qué papel jugaba al frente de los llamados nazarenos del Transtíber.
El navarca comprendió en seguida. El césar Claudio era tan voraz y codicioso como sus antecesores, pero con su puntillo de jurisconsulto quería llevar a cabo el despojo disfrazándolo de una confiscación legal. Lo que no podía imaginar Benasur era la argucia jurídica de que se valdría Claudio para echarse sobre la fortuna de Celso Salomón, aunque estaba claro que el motivo serían los desórdenes de los que llevaban buena cuenta las autoridades romanas.
Benasur enteró a Claudio de todo aquello que sabía y podía declararle sin cometer deslealtad con su antiguo socio Salomón; pues, si bien le había repudiado por cuestiones religiosas, no dejaba de considerarlo como viejo amigo y hermano de raza. Y le aclaró:
- Respecto a los cristianos, y puedes pedir informes de ello, te digo que son gente honesta, sencilla, pobre y nada alborotadora. Su fe en Cristo les veda la agresión y cualquier otro acto violento, así como el desacato a las autoridades instituidas. Por tanto, ten seguro ¡oh César! que si los cristianos aparecen envueltos en disturbios o desórdenes de cualquier género, no son ellos los responsables. Habría que buscar y castigar a los provocadores.
- Ese Cristo fue el que dijo lo de Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios ¿verdad?
- Sí.
- Pues es una magnífica frase que yo no tendría inconveniente en mandar esculpir como Pontífice Máximo en el frontispicio del templo de Júpiter. Lo que ignoraba Cristo es que el César es al mismo tiempo dios.
Benasur no se mordió la lengua:
- Sólo después de muerto, y eso para los romanos, no para los judíos.
- De acuerdo. Bien invocas el estatuto judío. Hace pocos días lo estuve repasando para refrescar mi memoria. Roma no ha violado el estatuto, pero los judíos sí. No sería raro que si los desórdenes continúan, Roma se viera obligada a denunciar el estatuto. Resistiré hasta lo último, pues bien sabes que sobre los judíos legislaron Julio César y el divino Augusto, y a mí no me gustaría verme obligado a pasar sobre edictos y decretos de mis respetados y admirados predecesores.
Benasur se dijo que la cosa era grave, pues si Claudio denunciaba el estatuto hebreo apoyándose en supuestos actos delictivos de éstos, que podían llegar hasta el delito de majestad, todos los judíos, no sólo Celso Salomón, podrían ser confiscados, y quizá derogada la libertad religiosa. Se cerrarían las sinagogas y, como consecuencia, las nacientes iglesias cristianas. Benasur le sugirió una medida de prudencia:
- Llámales al orden. Estoy seguro que dejarán de alborotar.
- ¿ Llamarlos al orden? Roma no tiene por qué recordar a los judíos lo que fue pactado. Están alterando la paz pública con desprecio absoluto de la hospitalidad que se les brinda. ¿Qué dirían los judíos si, sin previo aviso, les cerrásemos las sinagogas, las declarásemos fuera de la ley? Pondrían el grito en el cielo y nos reprocharían haber violado el estatuto. ¿No lo están violando ellos? ¿No lo tienen en los sanedrines delante de las narices? ¿No significa él su orgullo y su derecho? Por tanto, ¿por qué se olvidan así del derecho de Roma y violan y burlan lo pactado? Sus sinagogas y sanedrines locales son inviolables; sus colegios, autónomos. ¿Acaso no pueden dirimir querellas o desavenencias religiosas en la intimidad de sus aulas? Pero no. Salen a la calle, vociferan, gritan, se pegan dando un pésimo espectáculo al pueblo de Roma. Porque los romanos dicen ¿a qué extremos de cobarde indulgencia hemos llegado que los judíos se atreven a romper el orden público como si estuvieran en su propia casa, aceptando que su casa sea patio de cómicos, púgiles y otras gentes de mal vivir? ¡Y que eso lo hagan los judíos, siempre tan respetuosos y recatados! Pero ahora andan como sirios, armenios o griegos que alborotan por cualquier futileza, por la última tontería que se le ocurre al primer filosofastro que se para en un pórtico. Porque yo pienso, caro Benasur, que las cosas de los dioses son sagradas y no para dirimir sin ningún respeto en las calles, tal si se tratara de querellas o pleitos de mujerzuelas del sumenio. No son prédicas las que dicen, que serían siempre respetables aunque fueran ilícitas, sino procacidades, improperios, blasfemias. Y tú que conoces la susceptibilidad religiosa de los romanos ¿cómo quieres que veamos impasibles el escarnio, el vituperio que se hacen de sentimientos tan sagrados como son los religiosos?
Cuando terminó la entrevista, que Claudio remató refrendándole el Beso del César que otorgara Tiberio al navarca, y deseándole un buen viaje, Benasur pensó que todo lo que había dicho Claudio tan ordenadamente no tenía a simple vista objeción. Que era justo a medias. Y que no era justo totalmente por la hipocresía del César o de las autoridades romanas, pues nadie mejor que ellas para poner fin a los desórdenes castigando a los provocadores. Pero bien claro estaba que el Emperador había estudiado escrupulosamente la cuestión y que no hacía más que dejar que la querella judía llegara a su máximo para intervenir entonces en su provecho personal.
Benasur se fue a ver a Pedro para enterarle de la entrevista. El Apóstol, por medio de sus enlaces del Palatino, estaba enterado de la indignación del César. Estaba enterado también de que agentes del liberto Palante llevaban a cabo sigilosamente un inventario de las riquezas de Celso Salomón. Pedro de buena gana hubiera avisado a Celso, mas se abstuvo pensando que si descubrían que Salomón ponía a buen recaudo sus bienes, las sospechas del soplo caerían sobre el mayordomo de Narciso y los otros dos cristianos que servían en el Palatino.
Por la misma razón, Benasur desistió de avisar a su ex socio, pues aunque el navarca no tenía noticias de lo del inventario, estaba seguro de que los dardos iban contra su amigo.