amarillenta.

El Oso clavaba sus ojos en los del ejecutor de Zipango:

-Ahora vas a contarme qué cojones hacíais tu amigo y tú aquí...

L

El teléfono de Tomás sonó y, pidiendo disculpas, lo cogió:

-Perdóname.

-No tienes que pedirme perdón cada vez que respires, Alto Ejecutor.

La chica rubia sonrió al fraile que la besó en los labios.

-Diga.

-Te quiero ver ya en mi casa de San Agustín en 52 minutos

exactamente.

-¿Qué ha pasado…?

El interlocutor colgó el teléfono.

La chica de ojos rasgados se acercó al ejecutor y, rodeándolo con sus

brazos serpenteantes por la espalda, besó su cuello:

-Tienes que irte, ¿verdad?

El fraile suspiró con la mirada perdida:

-Sí, es urgente. Un amigo tiene un problema y necesita mi ayuda.

La chica hizo que el fraile se girase y lo besó esta vez en los labios,

preguntándole:

-¿Crees que volveremos a vernos?

El fraile, vistiéndose los hábitos, miró a la joven rubia de pelo corto y

ojos rasgados en silencio entre la duda y la tristeza. Se puso de pié y se

calzó las sandalias. La chica rubia de cuerpo de modelo se acurrucó en

su pecho. Tomás la abrazó y, con la mirada perdida a través de la

ventana, como buscando algo o a alguien, dijo:

-Por algún motivo, creo que más de una vez.

LI

Llevaban así más de cuarenta minutos.

El ejecutor oriental, estaba sentado en una silla, sin atar,

frente al Oso que se encontraba clavando sus ojos en los suyos en la

misma posición.

Me había puesto un pantalón y un blusón y había bebido un poco

de agua para recuperarme, aunque me encontraba desesperada, dolorida

y jodida porque ese animal ni siquiera me había preguntado cómo

estaba.

De repente el Oso se dirigió al Ejecutor.

-Verás hermano… ¿puedo llamarte hermano? No me gustan las

formalidades en exceso y, sinceramente, un trozo de mierda como tú,

que tiene que venir a esta casa con un amiguete a joder a una cría de

veinte años no merece el menor de mis respetos.

El ejecutor permanecía impasible ante el Oso, que siguió

hablando:

-Como te iba diciendo, dentro de, exactamente, doce minutos, sonará el

timbre y tendrás que dar explicaciones de lo sucedido aquí al Alto

Ejecutor Tomás Reynolds Onerom.

La frente del fraile, que seguía sin moverse, se perló de sudor y

su ceja derecha se movió con un leve tic casi imperceptible.

-Quizá, si me cuentas a mí lo que ha sucedido aquí, por qué y por orden

de quién, pueda interceder ante él por ti cuando llegue.

El oriental volvió a recomponerse.

-Te quedan diez segundos, chinito… nueve, ocho, siete… ¿Qué me dices?

… cinco, cuatro, tres, dos, uno…

El timbre sonó y el fraile se sobresaltó. Miró a la puerta,

blanco, y luego al Oso que sonreía maliciosamente.

-Te lo advertí, enano. ¡María, abre la puerta!

Me llamó por mi nombre sin mirarme.

Le obedecí sin más, sin reproches, ya me daba igual, incluso me

había visto en ropa interior. Ya no podía ocultarle lo que era.

Un Alto Ejecutor estaba ante mí, en mi puerta, y un escalofrío

recorrió mi cuerpo debido a la experiencia de esa misma mañana.

-Buenos días, María.

¿Pero qué coño pasaba aquí? ¿Ahora toda la ciudad sabía que

era una tía?

Estuve apunto de perder la compostura pero el dolor y el miedo

hicieron que la mantuviera.

-Pasad, padre.

El Alto Ejecutor entró y se colocó a la siniestra del Oso que no

desvió su mirada del oriental ni un milímetro, ni por un momento,

diciendo:

-Te presento a un amigo Reynolds, chinito.

El Alto Ejecutor miró al oriental que se había arrojado a los

pies de éste y estaba de rodillas en posición de súplica ante su superior

sin decir una sola palabra.

El Alto Ejecutor no salía de su asombro.

-¿Qué hacéis aquí Ejecutor Fú…?

El Oso lo interrumpió:

-Eso mismo le he preguntado yo durante cuarenta y siete minutos pero

el muchacho no ha querido responderme. Y eso que le he perdonado la

vida. Su amigo no ha corrido la misma suerte, lo siento... ¿verdad

hermano? Encontrarás al otro ejecutor en la habitación del final del

pasillo, Tomás.

Tomás miró al Oso con cierta preocupación y gesto serio.

Se dirigió al fondo del pasillo y vio al fraile tendido en el suelo

con la espalda rota por la mitad en contra de su natural articulación.

Volvió al salón con paso firme.

-¡Qué cojones hacíais aquí Fú! ¡Contesta! ¡Contesta!

El oriental no se movía. Seguía en el suelo postrado. El Oso

interpeló al Tomás:

-¿Ves? No quiere contestar. Es hora de terminar con él ya que no

me sirve para nada.

-Espera Oso, es mejor que yo solucione esto en la Roca...

-De eso nada, yo le he perdonado la vida yo lo vuelvo a condenar...

-No puedo permitirlo Amadeo...

¿Amadeo? ¿El Oso se llamaba Amadeo? El día no dejaba de

depararme sorpresas.

-Me es igual Tomás, no te lo vas a llevar. Ha intentado matar a

María y eso se paga con la muerte, yo sólo voy a acelerar la condena

que le daréis en el Tribunal.

El Alto ejecutor, movió ligeramente los pies colocándose en

guardia sutilmente. El Oso... o Amadeo... o cómo diablos se llamase,

dijo sin mirar al Alto Ejecutor:

.

-Alto Ejecutor Tomás Reynolds Onerom, no quiero luchar contigo.

-No me dejas otra elección... Amadeo Cenarius Vox, como Alto

Ejecutor del Santo Oficio, y en su nombre, reclamo este reo para

ponerlo a disposición de un Tribunal de la Santa Inquisición.

Tomás a la diestra del Oso, mirando al ejecutor postrado, no se

movía.

El Oso seguía en su silla mirando al oriental. La tensión en el

ambiente hacía que el pánico volviese a fluir por mi cuerpo y mi alma.

-Tomás, tu arma está enfundad, la mía no. Puedo parar cualquier

golpe que me propines y partirle el cuello a este mono antes que digas

“Ave María”. Además no me hace falta el testimonio de este fraile

sin honor. Sé quién lo ha mandado aquí y tú sabes el por qué como yo.

Sinceramente, lo he mantenido con vida para que expiara sus pecados y

que le dieses la extremaunción antes de quitarle la vida.

Ahora sí que se ponía la cosa caliente. Reynolds sí que miró al

Oso que seguía impasible.

-¿Cómo que sabes el nombre de quien lo ha enviado?

La voz del oriental hizo que Tomás girase la cabeza rápidamente

hacia el fraile que estaba postrado ante él:

-Perdóneme, padre, quiero confesar: su nombre es Umberto, es el

vicario del obispo...

El Oso lo interrumpió:

-No, chinito... te han engañado... como a todos nosotros durante veinte

años... veinte años... olvidado... veinte años para regresar del más

profundo de los Infiernos...

Tomás miró al Oso, intentando entender qué decía pero, Amadeo,

continuó hablando, esta vez, con un fantasma que buscaba en el

infinito, intentando hacerle llegar un mensaje:

-... y juro por lo más sagrado, que esta vez terminaré contigo aunque

sea lo último que haga... Bernardo Yug...

El Oso seguía sin moverse...

Había envejecido veinte años de golpe...

LII

Era medio día cunado llegamos a la Roca.

Uno de los ejecutores que custodiaban el acceso, se acercó a la

ventanilla del conductor. El cristal descendió lentamente dejando ver a

Tomás Reynolds que ni siquiera miró al fraile.

-Franqueadnos el paso, Ejecutor, y avisad al Alto Ejecutor Judas

Tadeo Herbarius y al Alto Inquisidor Petrus Greenman que los

Altos Ejecutores Tomás Reynolds y Amadeo Cenarius solicitan su

presencia en la Biblioteca.

¿CÓMO? ¿Oso? ¿Oso un Alto Ejecutor? ¿Qué coño estaba

pasando aquí? Mi cara debía ser un poema, pero no era para menos.

En una mañana habían intentado matarme dos ejecutores, media ciudad

sabía que era una mujer, el Oso se descubre como colega nada más y

nada menos que de un Alto Ejecutor y para colmo, éste, le otorga el

mismo título.

Definitivamente no entendía nada... todo esto me llevaría a

sufrir una crisis de ansiedad.

-Ahora mismo, Alto Ejecutor. Padre Amadeo, mi alma se regocija de

volver a tenerle entre nosotros.

El Oso no se inmutó. El Ejecutor hizo movimiento con la mano

para que sus compañeros abriesen las puertas de la Roca,

franqueándonos el paso.

La Roca era una auténtica fortaleza.

La estructura, aunque moderna, se había compuesto de forma que

recordaba el castillo de una abadía medieval. El camino que llevaba a

este, era un adoquinado perfecto.

Cuando llegamos al portón que daba acceso a la abadía, Tomás

Reynolds, desaceleró el coche. Paró en el patio de armas, cerca de la

puerta que daba acceso al claustro.

-Vamos.

Bajamos.

Oso se quedó sentado en el coche con la mirada perdida.

No sabía que le pasaba por la cabeza, pero por lo que pude

intuir, con todo lo que se me había revelado aquella mañana, sus

recuerdos debían ser un maremágnum de sentimientos.

Tomás se asomó a la ventanilla y preguntó con preocupación:

-Amadeo… ¿estás bien?…

El Oso suspiró saliendo de su ensoñación.

-Sí, supongo que sí… demasiados recuerdos… Vamos no hagamos esperar

a ese par de hijos de puta...

Entramos en el claustro del convento. Era un jardín precioso, de

estilo románico, con un pocito en su centro rodeado de naranjos. Dos

ejecutores custodiaban la puerta. Uno de ellos se dirigió a Tomás

Reynolds.

-Alto Ejecutor. El Señor de la Roca le espera, con el Alto Ejecutor

Herbarius, en su despacho, en contra de lo que ha solicitado su

paternidad.

Tomás respondió de forma adusta.

-Gracias.

El ejecutor miró al Oso.

-Me alegro de verlo de nuevo entre nosotros, padre Amadeo.

¿Padre? ¿De verdad era sacerdote? Esto era demasiado para

mí, por el Amor de Dios.

Reynolds y el Oso andaban a la par.

Parecía que el nuevo “padre” conocía aquel sitio como la palma de

su mano. Yo los seguía de cerca. Cruzamos pasillos, estancias,

habitáculos, y mil recovecos. No nos cruzamos con nadie. Era extraño.

Yo pensaba que la roca era un ir y venir constante de frailes,

sacerdotes, funcionarios etc. Pero todo estaba desierto.

El Oso se paró a unos pasos de una gran puerta. Tomás se

adelantó. Llamó y entró sólo.

-Esperemos aquí, María.- dijo el Oso.

-¿Cómo sabías que era una mujer Oso?

-Conocerás todos los detalles a su debido momento, mi Niña.

La figura de Tomás abrió la puerta y desde dentro nos pidió que

pasásemos.

-Pasad por favor.

La estancia era una pequeña habitación completamente forrada

en madera, con una mesa al fondo con un sillón que la presidía y seis

puertas laterales que estaban cerradas. En el sillón se encontraba un

hombre de mediana estatura, con el pelo duro negro, como su poblada

pero cuidada barba. Sus ojos castaños se clavaron directamente en el

Oso que, nada más entrar hizo una profunda reverencia. Un Alto

Ejecutor con cara de topo, estaba situado a su diestra y Tomás se

colocó a su siniestra con su cabellera plateada despeinada. Yo me quedé

pegada a la puerta, intentando mantener la distancia.

-Alto Inquisidor, mi alma se regocija al volver a verle.

-No puedo decir lo mismo Amadeo… alzaos.

El Oso se veía empequeñecido ante los tres frailes que se

encontraban frente a él.

El Alto Inquisidor seguía mirando al Oso mientras este estaba

nuevamente erguido pero con la cabeza gacha.

Volvió su mirada hacia mí.

-¿Es Ella?

Preguntó el Alto Inquisidor al Oso.

-Sí, su paternidad.

¿Pero por que´todos me conocían? ¿Por qué todos sabían quién

era?

No podía soportarlo más y presa de la desesperación estallé en

gritos y llanto

-¡QUÉ COÑO PASA AQUÍ! ¡POR QUÉ HAN

QUERIDO MATARME! ¡POR QUÉ TODO EL MUNDO

SABE QUIÉN SOY! ¡QUIÉN COJONES ERES, OSO! ¡QUÉ

COÑO PASA AQUÍ!

Empecé a llorar como una niña pequeña, me tiré al suelo y me

hice un ovillo.

La sensación de desesperación acaparaba mi mente, mi corazón y

mi alma…

El Alto Inquisidor hizo un gesto a Amadeo en dirección a mí.

El Oso se acercó, se arrodilló a mi lado y, abrazándome en su regazo

me habló con una voz que me pareció la más dulce de todas las que

había escuchado en toda mi vida.

-Tranquila, mi Niña, ahora estás en lugar seguro. Nada ni nadie

puede lastimarte ahora.

LIII

Las pesadillas le atormentaron toda la noche, como cada noche

desde hacía veinte años.

Al rallar del alba, sus ojos se abrieron.

Su cuerpo deforme estaba empapado en sudor y su corazón latía

por el temor de su alma.

Ninguna noche había podido descansar en paz desde el día que su

cuerpo se deformó por mano del fuego. Pero en breve llegaría el día en

que se le permitiría dormir en paz, nuevamente y para siempre.

El momento, estaba próximo.

Se levantó y se aseó meticulosamente.

Después de vestirse con un hábito limpio, tomó un trozo de pan y

un vaso de leche que había sobre la mesita de la celda, siempre

desayunaba frugalmente, tras lo cual, fue a la capilla de la Santísima

Virgen a orar.

Nadie se cruzó en su camino salvo el Ejecutor que controlaba el

pasillo donde se encontraba la celda que había ocupado a su llegada,

varios días atrás, que se acercó al deformado fraile y en baja voz, le

informó:

-La joven está en la Roca, padre.

El fraile tan siquiera se inmutó.

-Gracias hijo mío. Informa a tus compañeros de que vayan a orar. El

momento que esperábamos está próximo. Esta noche la mano de la Ira

divina se cernirá sobre la Roca y de sus cenizas renacerá el nuevo

orden.

En su deforme cara, se dibujó la más macabra sonrisa imaginable,

fruto del triunfo cercano.

LIIII

Petrus Greenman, entró en la habitación en la que se

encontraba Amadeo Cenarius.

-¿Cómo se encuentra María Amadeo?

-Está dormida, Su Paternidad. ¿Judas y Tadeo?

-Buscando pistas sobre la muerte de los dos novicios anoche.

Dejémonos de formalidades, Amadeo. ¿Cuánto tiempo hace que no nos

veíamos?

-Muchos años, Petrus. Quizá… demasiados…

El Oso se aseaba en una pila, puesta en la habitación previa a la

estancia en que María descansaba, donde montaba guardia por deseo

propio.

El Alto Inquisidor observaba cada uno de sus movimientos,

medidos, pausados, tan precisos que parecían estudiados uno a uno.

-Amadeo…

-Dime Petrus.

-Yo no quería que todo terminase como terminó.

Amadeo deslizó la toalla con la que secaba su cara hasta su

pecho y se quedó inmóvil.

-Lo sé, hermano. Pero así terminó. Tu Iglesia me expulsó, me condenó

y me castigó. Y luego… me deshonró… pero eso, como has dicho terminó y

ya es historia.

-¿Cómo has sabido lo de Bernardo?

-Es igual...

El Sumo Inquisidor preguntó casi con agonía.

-¿Crees que Bernardo ha vuelto para matarla?

-¿Quieres que te sea sincero?

-Te lo agradecería...

-Me da igual... Me importa un carajo a lo que haya venido. Lo único

que sé es que juré proteger la Llave. Y me importa una puta mierda si

es descendiente de Nefertiti, de la panadera de la esquina o de Cristo

bendito: me la suda. Si Bernardo se cruza conmigo, y ruego a Dios por

que lo haga, esta vez lo mataré con mis propias manos... aunque me

aséis como un buey en Auto de Fe... como queríais hacer hace veinte

años cuando creísteis que fui yo el que prendió fuego al orfanato con

ese demonio dentro.

Petrus Greenman estaba compungido por las palabras de

Amadeo:

-Tomás y Judas siempre defendieron tu inocencia.

Amadeo tan siquiera lo miró:

-¿Y tú?... ¿Y tú?... El Gran Petrus Greenman- dijo con gran boato-

Alto Inquisidor y Señor de la Roca… ¿qué creíste tú?...

Petrus Greenman quedó en silencio durante un largo momento,

al igual que Amadeo Cenarius, que esperaba una respuesta.

Se giró y encaró la puerta dispuesto a marcharse sin contestar.

Cuando tocó el pomo, y sin dejar de darle la espalda al Oso dijo:

-Asesinar a un Inquisidor, a un centenar de niños y varias decenas

monjas... sabes que se condena con la muerte... ya no soy Sumo

Inquisidor y tú... tú estás vivo…

El Alto Inquisidor abandonó la habitación de Amadeo Cenarius.

El Oso se miró en el espejo y lo golpeó con el puño cerrado

rompiéndolo en mil pedazos.

LV

Los Altos Ejecutores estaban en las mazmorras del Santo

Oficio.

Se centraban en el ala en la que se encontraron los cuerpos de

los novicios buscando algún indicio de lo que había sucedido allí.

Nada se había tocado del lugar, con la salvedad de la retirada de

los cuerpos que se hallaban en la morgue de la abadía.

Judas estaba casi tirado en el suelo observando las manchas de

sangre mientras Tomás, apuntaba todo lo que este le decía:

-Uno de los asesinos debe rondar el metro setenta y ocho.

-Perdona Judas, no te he escuchado.

-He dicho que el asesino…

Judas miró a Tomás que parecía una estatua, con la mirada

perdida.

-Joder…. ¡TOMÁS!

Tomás miró a Judas como ido

-Perdona Judas…

Judas lo observó un momento.

-Tomás, qué te pasa…

Tomás suspiró…

-He pecado...

Judas resopló.

-Vale, de acuerdo, pero tus obligaciones están antes que tu culpa.

Luego tendrás tiempo de arrepentirte, confesarte y pagar por ella.

-Judas, hablo en serio. He pecado contra todo lo que he defendido,

estudiado, aceptado y creído. Incluso contra mi Fe.

La cara de Judas se llenó de preocupación.

-Tomás… me estás asustando.

-Tranquilo no tiene nada que ver con el asesinato.

Judas pareció respirar más tranquilo.

-Sinceramente, me quitas un peso de encima... Anda, deja de pensar,

apunta lo que te he dicho y continuemos con esto. Luego hablaremos de

tu pequeño problema.

Los ojos de Judas volvieron a las manchas de sangre.

-Esto no es normal. La densidad de residuos en las manchas, es la

misma in tempore.

Tomás se acuclilló y se fijó en las manchas de sangre diciendo:

-Eso quiere decir que murieron al mismo tiempo más o menos. Si eran

dos y estaban a casi cinco metros de distancia y el corte y la estocada

eran tan precisos, debemos deducir que había dos personas… dos

asesinos.

Judas seguía observando el suelo.

-Pasa la linterna negra por aquí.

-Eliminando las huellas de los ejecutores que levantaron los cadáveres

y las de Petrus, aquí hay cuatro… cinco huellas diferentes. Tres de

sandalias y dos de botas… mira eso.

Judas prestó atención al sitio que señalaba su compañero

mientras seguía escuchando sus elucubraciones.

-Eso puede ser la huella de algo que se arrastraba o era arrastrado.

Voy a llamar a algunos inquisidores. Estas huellas de botas sólo

pueden ser de alguien externo… y aquí sólo pueden pasar los verdugos y

el mantenimiento.

-Elimina el mantenimiento. A la hora que se han fijado las muertes

de los novicios, no podía quedar ningún especialista en la zona.

-Ok, ahora vuelvo, Judas.

Tomás marchó en busca de algunos inquisidores que se

encargasen de interrogar a los verdugos.

Por pura coincidencia, su linterna de luz negra, cayó al suelo y

se encendió. Se agachó para recuperarla. En ese momento se percató de

un pequeño reguero de sangre que iba en dirección a Judas, pero esta

vez sin las huellas de los dos novicios muertos.

Tomás gritó:

-¡Judas! ¡Ven aquí!

Judas salió corriendo hacia donde sonaba la voz de su compañero.

-¿Qué ocurre?

Tomás acercó la luz negra al suelo e indicó dónde mirar al Alto

Ejecutor.

-Mira…

Judas observó.

-Sigamos el rastro.

Los dos frailes siguieron la marca de lo que hubiesen arrastrado,

siempre situada entre las huellas de los dos pares de botas y siempre

seguida por las huellas de un par de sandalias hasta llegar a una celda

de castigo.

-Abre Judas.

El fraile se tanteó el saco.

-No tengo las llaves de las celdas... Vamos a por Petrus. Espero que

mis sospechas sean erróneas.

LVI

Escuché cómo se cerraba la puerta de la antesala de mi

habitación.

Salí a mirar qué sucedía y vi al Oso que seguía haciendo guardia

con su mandoble entre las piernas, sentado frente a la puerta con los

ojos abiertos. Su mirada estaba perdida. Por algún motivo no se fiaba

de quién o quiénes podían entrar, pero el Alto Inquisidor, Petrus

Greenman, ya le había advertido que allí estaba todo en orden y seguro

y que el tal Bernardo Yug había desaparecido en un helicóptero la

noche anterior en dirección a El Cairo, como bien mostraban los

registros de salidas del helipuerto. Con todo, Amadeo, prefirió quedarse

de guardia, como un alma en pena.

¿Qué le pasaría por la cabeza?

Se dirigió a mí sin moverse de la posición en la que se encontraba.

-¿Cómo te encuentras, María?

-Creo que bien… pero…

-¿Pero qué? No tengas miedo, mi Niña... Quizá sea hora de que sepas

ciertas cosas que desconoces. Pero ten cuidado con lo que preguntas

porque las respuestas pueden no ser de tu total agrado...

La voz del Oso era calma. Parecía un susurro de pesar, como si

le costase hablar. Con todo, yo necesitaba respuestas. Quería saber

cómo y por qué todos conocían quién era, por qué él me había ocultado

que sabía mi condición de mujer y por qué dos ejecutores del Santo

Oficio habían entrado en mi casa y habían querido asesinarme. Quería

saber por qué habían asesinado al Arcipreste, dónde estaba el

sacristán y saber cómo y por qué había aparecido el Oso en mi casa en

el momento justo y preciso para evitar mi muerte. Y quería que él

mismo me dijese su verdadero nombre.

-Cómo sabías que estaba en peligro.

El Oso apretó los labios…

-Verás… fui a ver a un amigo… cuando volví al local, apareció el

“Bonito”…

¡Dios mío! ¡Guillermo! ¡Lo había olvidado! Lo interrumpí.

-¡Cómo está…!

-Tranquila... Lo han jodido bien, pero con un poco de suerte se

recuperará.

Palidecí. No podía imaginar el daño que le habrían hecho por mi

culpa.

-No llores. No merece la pena. Y gastarás fuerzas. Ahora debes

guardar todas las que puedas. Con todo, te he dicho que aún está vivo.

Juan y Ricardo lo llevaron al hospital después de contarme lo que

había pasado. Les dije que no se moviesen de su lado y que no entrase ni

dios, salvo que yo lo autorizase personalmente y el médico que lo

atiende que es colega y asiduo del garito, ha dicho que sólo lo atenderá

él, para que no haya problemas con “otros” doctores. Está en buenas

manos, créeme. Luego, me dirigí a tu casa con la moto de Ricardo. El

resto creo que ya lo sabes.

Asentí.

-¿Por qué sabíais que soy una mujer…? me he guardado mucho todos

estos años de aparentar que soy un hombre siempre con sumo cuidado.

-Esa es una historia complicada, María. Pero haz memoria, yo

siempre he estado ahí…

El Oso empezaba a sonreír justo cuando llamaron a la puerta.

Puso el mandoble en ristre y preguntó quién era.

-Abre Amadeo.

La voz de Greenman sonó del otro lado.

El Oso abrió con el gran mandoble preparado para atacar.

El Alto Inquisidor entró en la estancia con un paquete.

Me miró.

El Oso cerró la puerta y la trancó de nuevo.

El Alto Inquisidor me preguntó.

-¿Qué tal te encuentras María? ¿Está siendo muy duro este animal

contigo?

Me hizo sonreír.

-No… siempre me trata muy bien.

El Alto Inquisidor, dejó el paquete en una mesilla.

-He ordenado que os traigan zumo de naranjas y algo de asado, he

pensado que tendríais hambre.

Le di las gracias.

El Oso ya había vuelto a sentarse en la silla frente a la puerta

con el mandoble entre las piernas y con sus ojos clavados en ella.

-Tengo que ir a asearme, padre.

Me contestó muy amablemente:

-Claro hija mía. No aguardes. Ve.

-Gracias padre.

Salí de la antesala cerrando la puerta de la habitación tras de

mí.

-Si no tienes nada más que decir, puede marcharse, Alto Inquisidor.

El Oso habló secamente.

Petrus Greenman, no se inmutó.

Miró a Amadeo.

Mesó su barba y meditó las palabras que iba a usar antes de

hablar.

-¿Ha preguntado?

El Oso seguía en la misma posición y contestó sin quitar la vista

de la puerta.

-Sí.

-¿Le has contado algo…?

-No me atreví…

Petrus Greenman miró de soslayo y no con poca sorpresa a la

respuesta de Amadeo.

-No perteneces a la Orden, Amadeo. No te ata la obediencia.

Oso miró al Señor de la Roca por primera vez desde que entró en

la antesala.

-No es por eso Petrus… Tengo miedo por ella... no sé si estoy a la

altura de la situación.

Petrus Greenman no esperaba una respuesta así de Amadeo.

-Hermano, supongo que es normal… ¿la quieres?

Oso asintió con la mirada perdida…

El Alto Inquisidor se dirigía a salir cuando sin volverse, dijo:

-Sentir Amor por alguien no es malo, Amadeo, quizá sea el mayor

regalo que nos haya dado Dios

LVII

Petrus Greenman se dirigía a su celda cuando Judas y Tomás se

cruzaron con él.

Venían corriendo.

-¿Qué os ocurre?

-Danos las llaves de las mazmorras, creo que hemos encontrado algo.

-Os acompaño.

Los tres se dirigieron a la zona de las mazmorras a buen paso.

Cuando llegaron a la celda pertinente, Greenman, tomó una llave

de su saco, abrió la puerta y se apartó.

Tomás entró en la celda y encendió una de esas luces negras que

hacen ver lo que no capta el ojo a simple vista, como las de las

películas, y aparecieron muchas marcas en el suelo.

-Mira Judas, las mismas huellas de botas y las mismas sandalias.

Judas observó dónde le señalaba su compañero.

-Ahí empiezan las huellas de lo que sea que han arrastrado… dame

una lanceta. Por Dios, Petrus, ¿nadie ha visto desde ayer la cantidad

de sangre que hay en el suelo?

Judas tomó una muestra de sangre mientras Petrus hablaba

desde fuera de la celda.

-Cerré la celda a cal y canto para que nadie pudiese eliminar pruebas.

Tomás asintió.

-Hiciste bien. Ve a consultar los registros.

-Ya lo hice. No ha habido nadie encerrado en esta celda.

Tomás y Judas lo miraron no sin cierta sorpresa.

-¿Cómo que no ha habido nadie encerrado en esta celda?

Tomás no podía creer lo que oía.

-¿Por qué cojones creéis que tengo a toda la congregación confinada?

Judas y Tomás apretaron los labios.

-Tomás, vete a ver dónde narices te llevan las malditas huellas, yo iré

al Herbarium a analizar la sangre y a ver si tenemos a su propietario

en los registros. Petrus, creo que deberías empezar a interrogar a toda

la congregación. Uno por uno…

Tomás se marchó a lo suyo.

Judas salió de la celda y Petrus cerró la puerta nuevamente.

-¿Quieres que le diga algo a Amadeo, Petrus?

-No… el ya tiene una pesada carga que soportar…

LVIII

La oscura y deforme figura seguía en la capilla de la Virgen

terminando sus oraciones.

Se levantó, se dirigió al Sagrario y se arrodilló ante él diciendo:

-A tus manos encomiendo mi espíritu Padre Eterno. Dame fuerzas

para terminar tu mandato. No permitas que los herejes vuelvan a

impedir tu sagrado designio ordenado por voz de tu ángel a este humilde

siervo y concédeme terminar con ellos por mi propia mano.

Salió de la capilla.

En uno de los laterales se encontraban esperándole una veintena

de Ejecutores que reverenciaron al fraile de la voz cavernosa.

Éste los bendijo y con voz susurrante se dirigió a los allí

presentes.

-Hijos míos, hace veinte años se me encomendó una dura tarea.

Vosotros sois los pocos elegidos que han sido informados de lo que hace

veinte años el Señor pidió a este su más humilde siervo y seréis mis

manos en la ejecución de su divino designio. Hijos míos, gran parte del

Santo Oficio se han convertido en sirvientes del Maligno. No sólo

mienten y van en contra del mandato divino que parte de la Santa

Madre Iglesia, si no que por medio del poder terrenal de Satanás, han

alcanzado parte de los puestos más altos dentro de la Curia. Es hora

de que la Venganza Divina caiga sobre sus cabezas. En este mismo

momento, que su sangre sea derramada como advertencia para el resto

de los siervos de Lucifer. Hijos míos, hace veinte años el fuego del

Infierno abrasó mi carne, venganza del Caído por intentar destruir su

semilla hecha carne. Pero el Señor, hizo que mi corazón se endureciera

dándome fuerzas para continuar mi misión y puso en mi camino a

nuestro pastor, el Obispo Valerio que, con este documento, me eleva a

la dignidad de Lego Episcopal, convirtiéndome en su voz en la Roca y

otorgándome su propia autoridad para juzgar, condenar y ejecutar

sentencia. Es el momento de terminar con todo el poder del Averno,

con su semilla hecha carne, con el Antichristo… y con todos sus

siervos... la Hora del Juicio ha llegado.

LVIIII

Tomás siguió minuciosamente el camino que dibujaban las huellas

de los dos pares de botas y la marca del cuerpo arrastrado.

Junto a éstas, se encontraban en todo momento, y abriendo la

marcha, las huellas de las sandalias de un fraile que en un momento

dado se separaban en otra dirección.

-Estas van en dirección al patio… las seguiré luego, aunque me parece

que llevan el nombre de Yug impresas…

Tras un breve camino, por fin encontró el lugar dónde

desaparecían: Los Crematorios.

Los crematorios era unos hornos dónde se hacía desaparecer toda

la basura de la Roca, desde los desperdicios de las cocinas hasta la

documentación que ya no servía, ropa demasiado vieja, etc,

anteriormente convertida en biomasa. Esto les proporcionaba una

pequeña cantidad de energía que hacía que la Roca tuviese luz en las

horas de corte establecidas por la Tecnocracia.

Rápidamente encontró la puerta dónde terminaba las huellas del

cuerpo arrastrado.

-Bien… dos personas han eliminado el cuerpo… aquí dentro no voy a

encontrar nada más. No entiendo las ganas de Judas de hacerme de

venir hasta aquí para confirmar algo que ya podíamos deducir. Veamos

hacia dónde nos llevan las huellas de sandalias, creo que van a ser más

interesante.

Tomás Reynolds vio extenderse hacia su posición dos sombras

desde la puerta que daban acceso a los hornos. Se giró diciendo:

-Este es el sitio dónde han eliminado el cuerpo, Jud…

Lo que encontró no era lo que esperaba.

Un joven Inquisidor, acompañado por un Ejecutor, le compelió.

-Entregue sus armas sin oponer resistencia hermano Reynolds.

-¿Qué está pasando aquí, Inquisidor? El Señor de la Roca ha

ordenado a toda la congregación enclaustrarse en sus celdas. Cómo

osáis desobedecer una orden del Alto Inquisidor y cómo os atrevéis a

dirigiros a un superior directo con tamaña falta de respeto.

-Veréis hermano, la Roca ha sido declarada zona herética por el

Obispo Valerio. Su legado nos ha dado orden de prenderle y confinarle

a expensas de que un nuevo Alto Inquisidor sea electo y decida qué

hacer con usted y sus amigos. Por favor no se resista, estamos

autorizados a usar la fuerza si es necesario y está en inferioridad

numérica.

En ese momento entraron tres Ejecutores más en la sala de los

Crematorios que rodearon al inquisidor y al otro ejecutor que lo

acompañaba.

Reynolds analizaba la situación en su cabeza a la velocidad del rayo.

“Cinco contra uno… el inquisidor no es problema… cuatro ejecutores sí

lo son… mierda…”

-Está bien… pero conducidme ante el Legado, creo que merezco una

explicación.

-Creo que eso no es posible, hermano. Las órdenes han sido claras y

precisas. Por favor no hagáis más difícil el trance y acompañadnos

hasta vuestra celda.

El semblante de Reynolds se había tornado oscuro y rígido, pero

no se resistió.

No sabía cómo podía estar pasando, pero supo que todo aquello

era obra de Bernardo.

Bajó la cabeza, apretó los labios y, mirando por sobre las gafas a

su interlocutor, con los brazos caídos a todo lo largo de su cuerpo, negó

con la cabeza con resignación.

-Está bien…

LX

Judas llegó al laboratorio, y no tardó ni un minuto en ponerse

manos a la obra.

Preparó las muestras de sangre seca para comenzar a

analizarla.

El ordenador cotejó el resultado con los listados de los miembros

del Santo Oficio, de los verdugos, el mantenimiento, sacerdotes, laicos…

todos aquellos que se encontraban en los archivos de la Inquisición. El

resultado no se hizo esperar.

-Pedro Kenny, sacristán en la Iglesia Arciprestal. Lo que pensaba…

no hay mapa, quieren matar a María… parece ser que el olfato de

Amadeo apuntó bien, no sé cómo demonios pero esto huele a Bernardo…

Alguien entró en el Herbarium.

-¿Hermano Tadeo?

Judas se levantó y salió de la pecera del laboratorio encontrando

a un Inquisidor y a cuatro Ejecutores.

-¿En qué puedo ayudarles, hermano inquisidor?

-Judas Tadeo Herbarius Cerbelus, por orden del Legado Episcopal,

daos preso.

La cara de Judas expresaba una mezcla entre sorpresa e ira

contenida.

-¿Cómo decís? Llevadme inmediatamente ante el Lego, Inquisidor.

El inquisidor respondió de forma relajada.

-Me temo que eso es imposible. Se me ha dado orden de confinaros en

vuestra celda hasta que el Legado Episcopal proceda a su

interrogatorio.

-¿Legado Episcopal? ¡Qué demonios está ocurriendo aquí, Inquisidor!

¡ De qué se me acusa!

-No es de su incumbencia hermano. Ahora por favor, no empeore las

cosas y dese preso. ¡Ejecutores!

Los ejecutores se colocaron en posición de guardia con sus sables

apuntando a Judas, el cual, viendo lo que iba a suceder, se quitó las

gafas las guardó en el saco, miró al suelo, extendió los brazos y

encomendó su espíritu al Padre Eterno.

LXI

Petrus Greenman, se dirigió a su despacho.

Llamó a la puerta.

-¡Quién!

-Soy yo, Amadeo, abre.

El Oso abrió la puerta.

Petrus Greenman entró en la habitación, y Amadeo volvió a

trancar la puerta.

-Qué quieres ahora, Petrus, ¿no vas a dejar de tocarme los cojones ni

un momento?

Contestó el Oso mientras volvía a su sillón.

El Sumo Inquisidor esbozó una leve sonrisa.

-Me dirigía hacia las celdas para empezar con los interrogatorios y

tengo que pasar por delante de mi despacho. Me apetecía volver a

verla. Me preocupo por Ella.

-No lo has hecho en diez años y ahora te asaltan todas las

preocupaciones del mundo… Joder… Se me aglutinan en la cabeza tantas

cosas para llamarte que no puedo articular palabra.

-Sabes perfectamente que no podía relacionarme contigo.

-Mira, Petrus, si no tienes nada interesante que contarme puedes

marcharte.

Unos golpecitos sonaron en la puerta.

El Oso se levantó, espada en ristre, y preguntó quién era.

-¡Abrid, nos manda el Alto Inquisidor con un refrigerio!

El Oso se acercó a la puerta y miró a Greenman que asintió.

Abrió la puerta y entraron media docena de frailes con unas

jarras de zumo y unas bandejas con comida y café.

El Oso ordenó que lo dejasen en la mesa.

Los frailes depositaron las viandas en la mesa y se giraron

formando en ala.

Petrus palideció.

Los Ejecutores tenían sus armas desenfundadas y apuntado hacia

ellos.

La voz de Amadeo sonó como el gruñido de un oso que se prepara

para cazar diciendo:

- Lo sabía...

Greenman gritó

-¡QUÉ DIABLOS ES ESTO!

-Daos presos los dos por orden del Legado Episcopal o procederemos a

hacer uso de la fuerza, Petrus Greenman.

Greenman, atónito, volvió a interpelar:

-Cómo que el Lego Episcopal, por qué no se me ha comunicado como

Alto Inquisidor y Señor de la Roca su llegada, qué demonios está

pasando aquí… Ejecutor, esto puede considerarse alta traición y eso se

condena con la muerte…

El Ejecutor contestó con sequedad al Sumo Inquisidor:

-Petrus Greenman, fray Bernardo Yug, Legado del Cardenal Valerio,

ha dado orden de encarcelaros a vos y a Amadeo Cenarius. Deponed

vuestra actitud hostil y acompañadnos o, haremos uso de la fuerza.

Greenman quedó atónito, no sabía qué hacer.

Bernardo en la Roca con la dignidad de Legado Episcopal.

Miró a Amadeo.

La cara del Oso, trocó de la ira al semblante de alguien que sabe

que la hora de su muerte ha llegado y lo asume de buena gana. Su voz

sonó como el susurro del viento.

-Es la hora, Petrus, hermano mío. Esta historia ha durado demasiado

tiempo... y debe terminar... ¡Hoy mismo!

El Oso salió disparado hacia el más cercano de los ejecutores,

levantando el flamberge mientras se abría de brazos.

Uno de los ejecutores se percató y se adelantó de su posición

pero no pudo interponerse entre su compañero y el Oso que descargó

tal mandoble con ambas manos sobre el desgraciado ejecutor que cayó al

suelo partido en dos, literalmente, sangrando como un buey y dejando

todas sus vísceras esparcidas por el suelo, debido a la brutal fuerza del

impacto.

El pobre perro no sufrió.

Rápidamente bloqueó el sable del fraile que se había adelantado,

lo agarró por el saco a la altura del pecho y lo lanzó contra los otros

cuatro que se apartaron intentando reponerse y organizarse tras la

traumática visión del clérigo cortado por la mitad.

Greenman reaccionó en ese mismo momento

Saltó en plancha hacia el cadáver y, girando sobre sí mismo,

alcanzó el sable y se puso en guardia.

-Veo que aún sigues usando esa mierda de guardia, Petrus…

El comentario del Oso hizo sonreír al Sumo Inquisidor que

respondió sin coartarse.

-Y yo que sigues siendo el mismo animal de siempre... Terminemos con

ésto de una vez por todas, hermano.

LXII

El helicóptero tomó tierra en el helipuerto de la mismísima

Iglesia Catedral al amanecer.

Dos sacerdotes esperaban, junto a un tercero, al fraile, que

descendió de la máquina voladora. El tercero, se acercó a Bernardo

Yug.

-Buenos días fray Bernardo, soy Hermes Licitus, secretario personal

de su Eminencia el Obispo Valerius. Os ruego que me sigáis, el Obispo

os espera en sus aposentos.

-No hagamos esperar a su Ilustrísima Reverendísima, Licitus.

Los dos sacerdotes seguían a cierta distancia al secretario del

Obispo y al fraile que no tardaron ni cinco minutos en llegar a las

habitaciones privadas del Obispo Valerio.

-Esperad aquí, fray Bernardo.

El sacerdote atravesó una puerta enorme de madera pintada en

blanco con tiradores de metal dorado y cerró tras de sí. Cruzó un corto

pasillo y llamó con los nudillos en una puerta preciosamente decorada,

con sobre relieves, entrando sin esperar respuesta. Tras una enorme

mesa de madera pintada también de color blanco, se encontraba un

enorme hombre de unos dos metros de altura con un sobre peso

descomunal y una mirada despreciablemente repugnante. Sus ojos

saltones y grises, enrojecidos y llorosos por el sobre peso, acompañaban

una nariz pequeña y una boca de labios prominentes y blanqueada por

la saliva seca que se acumulaba en las comisuras de la boca que, junto

a una piel de color macilenta, llena de pústulas y sudorosa, hacían de él

una grotesca y repugnante burla de la naturaleza.

-Monseñor, fray Bernardo Yug espera en la puerta.

La voz aguda y chirriante del inmenso obispo llenó el silencio de

la habitación.

-Hacedle pasar sin demora, tenemos temas de suma importancia que

tratar.

-Al momento, Eminencia.

El sacerdote salió cerrando tras de sí. Cruzó el pequeño pasillo

hasta la puerta en la que esperaba impaciente el fraile deforme que no

paraba de jugar con el rosario de cristal negro que le servía de cíngulo.

-Pasad, fray Bernardo, su Eminencia no quiere haceros esperar.

El fraile siguió al sacerdote. le abrió la puerta de la sala privada

y cerró una vez que el clérigo había entrado.

-¡Bernardo, amigo mío!

El orondo obispo se levantó, no sin cierta dificultad, del sillón

que presidía su gran mesa, y se dirigió resoplando hacia el fraile de la

pequeña cabeza calva y deforme que se retiró la capucha esbozando una

mueca, la cual, se podía entender como una sonrisa.

-Eminencia…

Fray Bernardo se acercó súbito hacia la purpurada figura y,

arrodillándose besó el anillo apostólico.

El obispo le apremió.

-Alzaos, amigo mío, alzaos. No quiero que martiricéis más vuestro

cansado cuerpo tras el tortuoso viaje bajo la tormenta. Supongo que os

gustaría asearos y tomar un "refrigerio".

El fraile de la cavernosa voz respondió al purpurado.

-Ciertamente no me vendría mal, Monseñor, pero no quiero

importunaros si deseáis que comencemos con nuestras pesquisas.

La voz chillona y aguda del obispo, chocaba con la gravedad y la

profundidad de la del fraile deforme, haciendo de la reunión una

caricatura patética y grotesca a un tiempo.

-Llevamos veinte años esperando, unos minutos más o menos no

desviará el curso de la historia, máxime si tenemos en cuenta que

nuestro Señor Jesucristo nos ha elegido para mayor enaltecimiento de

su Gloria.

-Como gustéis, Ilustrísima.

El colosal obispo, hizo sonar una campanilla.

Al momento su secretario personal apareció en la sala a través

de la puerta coloridamente decorada.

-¿En qué puedo serviros, eminencia?

-Acompañad al padre Bernardo a sus habitaciones, que se asee y que

nos preparen aquí mismo un refrigerio.

El secretario personal del obispo respondió al tiempo que hacía

una reverencia al orondo y repugnante purpurado.

-Al momento, su Eminencia.

LXV

Dos ejecutores se adelantaron para esposar a Tomás.

Algo ocurría en la Roca... y ese algo era Bernardo Yug sin duda

alguna.

Al primer ejecutor, que tendió las esposas, Tomás, lo agarró por

el brazo derecho, cruzándolo por delante y usándolo como parapeto

pegando la espalda de éste contra su pecho.

Al mismo tiempo pasó el brazo que le asía por delante de su

cuello, de forma que el ejecutor quedó completamente inmovilizado.

Se escuchó un crujido seco.

Tomás le partió el cuello.

Dejando caer el cuerpo del desdichado fraile, cogió el arma que

colgaba de su cincha y, acuclillándose, giró cubriéndose con el sable, al

tiempo que lanzaba un mandoble sin mirar al ejecutor que estaba a su

derecha, provocándole dos cortes en ambas piernas, lo que hizo que se

precipitase de bruces hacia delante gritando como un poseso.

El Alto Ejecutor, se puso de pie muy lentamente sin mirar a

sus adversarios, clavó la punta del sable en la espalda del que estaba

gimiendo a sus pies.

Palidecieron al ver cómo el Alto Ejecutor se había deshecho de

sus dos compañeros sin inmutarse.

Los dos ejecutores que quedaban con vida. dudaban esperando una

palabra del inquisidor que les comandaba:

-¡Matad…!

No pudo terminar de pronunciar la palabra...

El Alto Ejecutor había lanzado el sable, atravesándole la

garganta con una precisión inaudita, lo que produjo que la sangre

manase de forma dispersa sobre los ejecutores que no daban crédito a lo

que veían sus aterrados ojos.

Tomás echó a correr hacia el inquisidor que, ya cadáver, caía de

rodillas al suelo con los ojos dilatados aún por su inconsciente sorpresa.

Apoyó su pie derecho en la rodilla izquierda del fraile muerto,

tomó impulso, al mismo tiempo que tiraba de la espada y cortaba la

cabeza que lo aprisionaba en dos, giró en el aire sobre sí mismo por

encima del muerto y de los dos ejecutores, que presos del pánico estaban

inmóviles, cayendo de frente a sus espaldas mientras hacía dos rápidos

movimientos de su acero.

La sangre bañó el hábito del Alto Ejecutor, su cabello

argentino, su barba, sus manos y sus pies en el mismo momento en los

cuerpos se precipitaban sin vida al suelo y sus cabezas rodaban en un

macabro lied motive.

-Mierda… Petrus…

LXVI

-Veo que habéis preparado un rico desayuno, eminencia.

El ciclópeo obispo, no había esperado al fraile para empezar a

comer, que volvía recompuesto tras una ducha de agua fría.

-Tomad asiento, amigo mío y comed. Es sabido por todos que no se

puede trabajar con el estómago vacío.

Bernardo Yug, sentía una brutal repugnancia hacia su

interlocutor. Lo veía como la panacea del vicio, la corrupción y la

inmundicia… Pero era un hombre extremadamente influyente y

poderoso… y era el instrumento que el Señor había puesto en su camino

para terminar de una vez por todas con los herejes de la Roca.

-Contadme qué os urgía tanto, hermano Bernardo… probad esas

tostaditas que me hacen las monjas del Santísimo Sacramento, con

mantequilla fresca son una auténtica delicia.

El fraile declinó el ofrecimiento y se sirvió zumo de naranjas.

Tomó un pequeño trozo de queso fresco y lo untó con unas escasas

gotas de miel de romero.

Respiró profundamente y dejó que su oscura y cavernosa voz

inundara la sala.

-Eminencia: Los acontecimientos se han precipitado. La desgraciada

muerte del arcipreste, la desaparición del sacristán, en oscuras

circunstancias, y el haber encontrado el documento que tanto tiempo

llevamos buscando, que demuestra la existencia de una sociedad herética

secreta, dentro de la propia iglesia, que protegen a los que llaman

herederos de los Maestros de Cristo, han hecho preciso tomar la

determinación de intervenir la Roca y renovar a sus altos cargos.

Esos perros herejes custodian a una joven, la Llave la llaman, desde

hace veinte años y creen que es el instrumento de Dios para refundar

el Nuevo Orden como portadora de las verdaderas palabras de Cristo

Pero gracias a mi estudio, como ya sabéis, y a la iluminación por medio

de la oración, he descubierto que no sólo no es un medio de Dios, si no

que es el engendro del Diablo.

El orondo obispo seguía comiendo y bebiendo sin parar.

La visión de ese cerdo hablando con la boca llena y salpicando

todo de migajas y saliva saliendo de su boca, repugnaba al fraile de la

voz oscura de tal forma, que si no es por su autocontrol, hubiese

vomitado sin remisión alguna.

-De todo esto ya me habéis puesto al día durante veinte años... Id al

grano fray Bernardo. Si lo que queréis es eliminar a esos cuatro

“amigos” vuestros, tenéis mi bendición.

El fraile respondió al purpurado.

-Eminencia, eso es algo secundario. ..

-Vamos, vamos, Bernardo... Entiendo que queráis vengaros después de

que quedaseis marcado por el fuego de esta forma, gracias a ellos.

Habéis eliminado a un sacerdote y a su protegido para obtener la

prueba definitiva, ¿qué más nos dan cuatro muertes más?

El fraile interrumpió al obispo.

- Lo primordial en esta empresa es destruir al engendro del Maligno.

Esa niña que hace veinte años escapó de mis manos por culpa de ese

perro de Amadeo Cenarius, ahora es una mujer fuerte. Imaginad si la

Alta Curia cree lo que hay escrito en el documento… La Iglesia

estaría condenada, sería lo que profetizan las escrituras, la Casa de

Dios convertida en el lupanar de Satanás.

-Y qué pretendéis que haga yo, Bernardo, soy un simple obispo, un

pobre siervo del Altísimo sin poder alguno...

El fraile hizo acopio de toda su paciencia… el purpurado quería

saber qué obtendría él de toda esta historia si le concedía lo que le

solicitaba haciéndose la víctima.

-Eminencia, yo sólo quiero que el Novus Ordo Dei impere en la

Tierra. Si eliminamos la semilla del Maligno, la Alta Curia os

agasajará como salvador de la Santa Madre Iglesia… eso serían

muchos votos en el Cónclave…

El purpurado siguió haciendo ver que no se inmutaba, pero un

pellizco en el estómago le hizo dejar la comida en el plato.

Cruzó sus manos sobre la enorme panza, se reclinó en la silla y

miró directamente a los ojos al fraile.

-Bernardo, amigo mío. Esta noche, el Ángel del Señor me habló en

sueños. Me dijo que estaba destinado por deseo divino a sentarme en la

silla de San Pedro y que un ángel hecho hombre, de poderosa voz, sería

su medio para ello. Ese hombre sois vos, hermano mío. Ahora no tengo

duda. Y una vez que este pobre siervo del Señor se siente en la Silla

Pontificia, por mano de la Divina Providencia, vos seréis mi mano

derecha en las cuestiones Fe. ¿No debe todo pontificado tener un Sumo

Inquisidor General?

El obispo tendió un documento cerrado y lacrado al fraile que

rompió el sello y leyó lo que había en su interior. No pudo contener la

expresión de sorpresa que se dibujaba en su cara.

-Tomad.

-¡Eminencia! Esto es demasiado honor…

-Nada de eso amigo mío. Ahora sois Legado Apostólico. Haced como

os plazca. Vuestra voz será mi voz, mi poder el vuestro. Podéis

actuar, hacer y deshacer en mi nombre lo que os apetezca en la Roca.

Eso sí, terminad con esta aventura pronto, han llegado a mis oídos, que

el Santo Padre ha caído en cama y su estado no es… cómo lo diría…

nada alentador. Se espera Cónclave en menos de una semana.

-Eminencia, gracias por vuestro apoyo. Parto inmediatamente hacia la

Roca. Esta noche tendréis noticias propicias... Porque esta noche, los

designios del Altísimo serán consumados.

-Partid con mi bendición. Por cierto Bernardo...

-¿Eminencia?

-Tomad, mi anillo. Así no habrá duda alguna en la legitimidad de esa

carta.

El clérigo tomó el anillo y, con una profunda reverencia dijo ante

la profunda sonrisa de victoria que se dibujaba en la redonda cara del

obispo:

-Gracias Eminencia.

LXVII

Judas se encontraba con los ojos clavados en el suelo.

El inquisidor dio la orden:

-Prendedle.

Los cuatro ejecutores, arma en mano, rodearon a Judas.

Uno de ellos envainó el sable y sacó de su saco una brida de

nailon con la que se disponía a maniatar al Alto ejecutor.

Cuando acercó sus manos a las de Judas, éste tiró de él con suma

fuerza hacia el ejecutor que tenía el sable apuntando a su espalda,

apartándose al mismo tiempo y clavando al fraile en la espada de su

compañero hasta la empuñadura.

Los otros dos ejecutores no esperaban esa reacción.

Judas introdujo a gran velocidad sus manos en el saco del hábito

y lanzó certeramente contra los dos ejecutores que quedaban en pie, dos

bolas de vidrio que estallaron en sus caras. Sus gritos parecían sacados

de una de las calderas más profundas del infierno pero no duraron

demasiado: El ácido que contenían las esferas quemó su carne hasta el

hueso, los ojos se licuaron, resbalando por sus hábitos y las partes

blandas de las bocas y sus mucosas internas, se deshicieron y

vulcanizaron evitando su patético canto de agonía.

Judas tomó un sable.

Antes de que el ejecutor que se encontraba a su espalda pudiese

terminar de sacar su espada del cuerpo de su compañero, Judas lanzó un

mandoble de arriba abajo cortando uno de sus brazos, lo que provocó

que el ejecutor cayese de rodillas al suelo gritando y suplicando

clemencia. Cuando iba a terminar con la vida del ejecutor notó cómo la

sombra del inquisidor se hacía más pequeña…

-Mierda… se escapa…

Corrió tras él, mientras buscaba dentro de su saco nuevamente.

A unos metros del clérigo que seguía corriendo, lanzó una nueva

bola de vidrio que impactó en la espalda del inquisidor.

Una explosión de fuego cubrió al fraile que, rodando primero

contra las paredes y luego por el suelo intentaba escapar de la muerte

de forma inútil.

El cuerpo quedó postrado en el suelo mientras las llamas se

consumían.

Judas se acercó lentamente hacia el cadáver humeante.

-El fuego terreno ha purificado tu cuerpo, ahora el Fuego Eterno

purificará tu alma. Amén.

... E hizo la señal de la Cruz.

LXVIII

-¡SACA A LA CHICA DE AQUÍ AMADEO!

Tres ejecutores habían caído bajo la espada de Petrus Greenman

y dos bajo el pesado espadón del Oso, pero llegaron más alertados por

los gritos y el entrechocar de aceros en los aposentos del Alto

Inquisidor.

Eran una veintena contra dos.

-¡Estás loco si crees que voy a dejarte sólo! ¡Te van a destrozar!

¡Tantos años sentado en la poltrona de Alto Inquisidor te han

oxidado, viejo burócrata! ¡JA!

Salí de mi cuarto desconcertada por el entrechocar de espadas y

los gritos de Greenman y el Oso.

-¡Oh Dios mío…!

Me quedé atónita.

Varios cuerpos de frailes muertos se encontraban esparcidos por

el suelo del despacho del Alto Inquisidor.

Todo estaba lleno de sangre.

Petrus Greenman sujetaba el brazo que sostenía la espada de un

ejecutor, mientras cortaba, de un mandoble, el cuello de otro.

El Oso, situado delante de la puerta de mi dormitorio, tenía a un

fraile levantado cabeza abajo por el cíngulo y le atravesó el vientre

con su espadón. Luego lo dejó caer, y la gravedad hizo que este se

abriera en canal.

El Oso giró la cabeza y me vio en la puerta.

-¡QUÉ HACES AHÍ! ¡VUELVE A DENTRO Y

TRANCA LA PUTA PUERTA, MALDITA SEA!

Cuatro ejecutores más entraron en el despacho del Sumo

Inquisidor y cayeron sobre éste.

Amadeo lanzó el mandoble con todas sus fuerzas que, girando

velozmente en círculos, volaba en dirección a los ejecutores.

Gritó.

-¡GREENMAN!

El Sumo Inquisidor, volvió la cara y vio como la espada del Oso

se acercaba a una velocidad desmedida.

Se tiró al suelo dejándose caer de plano.

El mandoble cortó la cabeza de uno de los frailes, el brazo de

otro, que ya dejaba caer una estocada directa a la espalda del Sumo

Inquisidor, y tumbó a los otros dos con el brutal golpe que recibieron

del pesado acero.

Greenman gritó al Oso:

-¡MALDITO HIJO DE PUTA! ¿ES QUE QUIERES

MATARME?

Oso se volvió hacia mí al tiempo que el Alto Inquisidor seguía

enviando clérigos al Infierno.

-¡María enciérrate, tranca la puerta y no abras hasta que yo te lo

ordene! ¿Entendido?

No sabía qué hacer, estaba boqueada, una cosa es matar a un

fulano, pero esto era una puta sarracina.

-¡ENCIÉRRATE!

Cerré sin asentir.

Coloqué la cama, la silla, una estantería y el escritorio como una

empalizada trancando la puerta.

Me quedé inmóvil en el centro de la habitación, esperando que

todo terminase.

Qué había hecho yo para que todo esto me estuviese sucediendo a

mí…

Todo se volvió negro.

La oscura figura miró a la chica que quedó tendida de costado en

el suelo debido al fuerte golpe recibido en la cabeza. Su voz lúgubre,

como de ultratumba, sonó como un canto demoníaco.

-Por fin nos conocemos, María…

LXVIIII

Tomás Reynolds entró corriendo en el patio de los Naranjos,

sable en mano.

Tomás vio como Judas Tadeo Herbarius corría en dirección a los

aposentos del Alto Inquisidor:

-¡Judas!

El Alto Ejecutor se paró al reconocer la voz de su amigo.

-¡Rápido Tomás, los aposentos de Petrus!

Los dos corrían como almas llevadas por el Diablo.

Entraron en el pasillo que encaraba la puerta de las

habitaciones privadas del Señor de la Roca.

Se escuchaba entrechocar de las armas, a Greenman gritando y

al Oso blasfemando.

A mitad del pasillo, y accediendo desde otro lateral, se cruzaron

en su camino una docena de ejecutores.

-Qué coño está pasando aquí Tomás…

Tomás tiró de Judas evitando que la toledana de uno de los

ejecutores impactara en su hombro al mismo tiempo que golpeaba el

hierro de su adversario de abajo arriba describiendo un círculo y

abriendo su guardia, momento que aprovechó Judas para atravesar su

garganta con uno de sus estoques

-Te debo una Tomás...

Aquello era una auténtica sarracina…

Los ejecutores caían bajo el brazo de aquellos dos hombres

vestidos con hábito de jesuita como moscas.

Tomás gritó:

-¡Dios!

Uno de los ejecutores había conseguido alcanzarle en un costado

de pasada.

Lleno de furia, Tomás Reynolds, pateó la rodilla de su oponente

en la parte exterior.

Sonó un crujir de huesos y un grito descomunal abandonó la

garganta del fraile que había recibido el golpe.

Los huesos de la pierna asomaban por la parte interior de ésta.

Reynolds golpeó la cara del desgraciado con tanta fuerza que le

rompió la nariz y todos los dientes delanteros de la boca.

-Este hijo de puta no gritará más...

Judas gritó hacia la puerta abierta de los aposentos de Greenman

-¡Petrus! ¡Amadeo!

Por entre la puerta salió el cuerpo de un fraile despedido, que

cayó de espaldas.

Mientras intentaba levantarse, la figura de Greenman apareció

en dirección al caído que se arrastraba con el pánico imprimando su

rostro.

El Señor de la Roca le cortó el cuello de un tajo.

El Oso salió con paso firme y pesado precedido por su flamberge.

Nos miró.

-Sois unos cabrones… ahora venís a quitarnos la poca diversión que

nos queda...

Tadeo Herbarius le espetó:

-De nada mastodonte…

-En el fondo me quieres Judas.

Le contestó el oso con sorna.

Greenman gritó de nuevo con voz firme y recia.

-¡Terminad con esta caterva de perros venidos del Averno!

No le hicieron esperar...

Al fin y al cabo, era una orden directa de Petrus Greenman...

...El Señor la Roca…

LXX

Sólo quedaba un Ejecutor con vida.

Greenman estaba delante de él apuntándole con su acero,

vibrante y teñido de rojo granate por la sangre caliente que aún

goteaba desde el filo de su hoja.

-Quién os ha mandado hacer esto… ¡CONTESTA PERRO!

El ejecutor, se postró a los pies de Greenman... Y empezó a

cantar…

-El Legado Apostólico…

-Joder… éste tío canta mejor que Kraus…

Judas no pudo reprimir una sardónica sonrisa provocada por el

comentario del Oso.

Greenman estaba fuera de sí.

Parecía que el derramamiento de sangre había sacado lo peor que

llevaba dentro.

-Su nombre… ¡Dame el nombre del Lego!

El ejecutor se arrastraba a los pies de Petrus que lo pateó en el

costado haciendo que el desgraciado se acurrucase en posición fetal

debido al dolor y al miedo.

-¡HABLA!

-Fray Bernardo… Fray Bernardo Yug.

Lloraba como un cachorro apaleado.

-Voy a matar a ese hijo de puta con mis propias manos, lo juro por lo

más Sagrado.

Judas replicó a Amadeo visiblemente cabreado por el comentario

del Oso:

-¿Podrías hacer el favor de dejar de blasfemar en mi presencia de una

puta vez?

-Lo siento, sabes que no lo hago a rede...

Amadeo contestó de corazón a su amigo.

En ese mismo instante, Tomás, se percató por lo que ninguno de

sus compañeros parecía haberse preocupado hasta ese momento presos

del fragor de la batalla recién librada:

-¡María!

Salió corriendo en dirección al cuarto.

Intentó abrir la puerta pero estaba trancada por dentro.

-¡Amadeo! ¡Ven aquí!

El Oso entró tranquilizando a su amigo.

-Tranquilo, le ordené a María que se encerrase y que no abriese

hasta que yo personalmente se lo dijese.

Oso golpeó la puerta con la palma de la mano.

-María, abre, soy yo, Amadeo. Todo está tranquilo ahora.

No hubo respuesta...

Amadeo volvió a golpear la puerta más fuerte.

-¡María! ¡Abre la puerta de una puta vez, joder! ¡Soy yo, Oso!

Judas y Petrus entraron en el despacho del Alto Inquisidor, no

sin cierta preocupación al escuchar los golpes y los gritos de Amadeo.

Petrus preguntó:

-Qué sucede…

Tomás contestó:

-María no abre la puerta…

El semblante de Amadeo Cenarius cambió de súbito:

-Voy a echarla abajo. Ayudadme con esa mesa, la usaremos de ariete…

espero que no le haya pasado nada grave… Espero que sólo se haya

desmayado...

Entre los cuatro cogieron la mesa y comenzaron a golpear con

todas sus fuerzas, pero la puerta no cedía.

-¡Más fuerte Oso! ¡Uno, dos treeeeeeesssss…!

El golpe fue brutal.

La puerta se hizo añicos.

Detrás encontraron, parapetándola, la cama, un escritorio y

unas silla.

El Oso empujó el montículo de muebles con tantas ganas que las

venas del cuello casi le estallan.

Miró por todos lados, dando vueltas como un poseso, como un

hombre perdido al que le han arrebatado su posesión más preciada sin

saber cómo...

-María… ¿Por qué hay sangre en el suelo?... María… Dónde estás…

dónde estás…

-¡Mirad!

La voz de Tomás fue una daga en el corazón de Greenman.

Habían entrado por uno de los pasadizos secretos de los

aposentos del Sumo Inquisidor.

LXXI

Un fuerte golpe en la espalda y en la cabeza me sacaron de la

inconsciencia.

Entre abrí los ojos.

Vi luces macilentas que iluminaban lo que me pareció la cúpula

de una iglesia.

La voz oscura daba órdenes a diestro y siniestro.

Pude ver cómo una docena de frailes encendían velas, cirios,

lampadarios, antorchas…

-Veo que has vuelto en ti… Ya es hora de que la semilla que el

Maligno sembró en el mundo perezca bajo la mano del Altísimo.

La voz oscura y profunda del fraile de la cabeza deforme me heló

la sangre.

No podía moverme, me habían atado al altar mayor.

Vi cómo los frailes se colocaban en la sillería alrededor del altar

y el fraile de la voz terrorífica comenzaba a cantar o a orar algo en

latín.

Calló y habló:

-Hermanos en Cristo, con la autoridad que me otorga su Eminencia el

obispo Valerio, condeno a este demonio, engendo del Maligno, a morir y

así enviarlo de nuevo al Averno de dónde procede.

Contestaron con un Amen que sonó como un cántico proveniente

de la cripta.

El fraile de la cara deforme levantó un reluciente estilete.

Apoyó su mano en mi frente y, haciendo presión, dejó a plena vista mi

cuello.

Dios mío… no me dejes morir así…

-¡DETENTE BERNARDO!

La voz de Greenman sorprendió al fraile que levantó la mirada y

lo contempló a él, a Tomás, a Judas y al Oso, con la cara más

descompuesta aún de lo que la tenía por su deformidad.

La voz oscura del clérigo deforme, cambió a un registro agudo,

estridente como el silbato de una locomotora, lleno de locura y ansia de

sangre como él mismo:

-¡No puedes darme órdenes, fraile! ¡Soy el representante de tu obispo!

¡SOY SU LEGADO!

Tomás se dirigió al fraile.

-¡Date preso Bernardo! Y termina con este disparate de una vez, por

el Amor de Dios.

El fraile deforme, estaba rojo de ira.

Su voz sonó como la punta aguda de un cristal deslizado sobre

otro:

-¡BLASFEMO! ¡NO PRONUNCIES EL NOMBRE DE

DIOS EN MI PRESENCIA! ¡ES ÉL EL QUE ME HA

ENVIADO! ¡ÉL ES QUIEN ME USA COMO

PODEROSA ERRAMIENTA DE SU DIVINA

VOLUNTAD! ¡Y HOY SERÁ EL DÍA EN EL QUE SU

DIVINO DESIGNIO SEA OBRADO POR LA MANO

DE SU HUMILDE SIERVO! ¡NINGUNO DE

VOSOTROS PODRÉIS EVITAR QUE LA VOLUNTAD

DEL ALTÍSIMO SE CUMPLA ESTA VEZ! ¡NINGUNO!

¡MATADLOS, MATADLOS, MATAAAAADLOS EN

EL NOMBRE DE DIOS!!!

Los frailes que ocupaban cada uno de los escaños del coro,

cargaron contra los otros cuatro.

Amadeo sentenció.

-Haced lo que os salga de la polla con ellos, pero no toquéis a

Bernardo. Ese hijo de puta es mío... esta vez no saldrá de aquí con

vida.

Los otros tres asintieron.

Amadeo se dirigió hacia Bernardo, con paso lento, pesado, como

si sólo se encontrasen ellos dos bajo la bóveda de la iglesia, ajeno a todo

lo que sucedía a su alrededor.

Amadeo elevó su voz con una potencia imposible.

-¡BERNARDO!

El dominico se lanzó a toda velocidad hacia la enorme figura del

Oso, gritando con voz estridente, aguda, oculta tanto tiempo.

-¡Esta vez no podrás escapar con vida hijo de Satanás! ¡La última vez

las llamas que debían haberte consumido a ti, quemaron mi carne

mortificándola! ¡Hoy caerás bajo mi brazo que se hace fuerte en el

Señor!

En el momento que alcanzó al Oso para descargarle un golpe con

la daga que portaba, éste le pateó en medio del pecho y lo tiró de

espaldas contra un lampadario que cayó al suelo, esparciendo todas las

velas por, y ante el altar.

Amadeo le contestó:

-Ahí tienes tu primera intervención divina, maldito bastardo hijo de

puta… levántate… ¡LEVÁNTATE!

El fraile se levantó no sin dificultad palpándose el pecho.

Aquel recibimiento debió de dolerle... Desenvainó un largo sable

negro… como el de mis sueños… Y cargó contra el Oso.

Su cabeza era deforme, como sus manos y todo su cuerpo abrasado

largo tiempo atrás por el fuego ardiente, pero era la primera vez que

veía al Oso retroceder ante alguien a causa de los golpes que parecían

guiados por la mano del mismísimo Diablo a causa de la velocidad y la

precisión.

El Oso paró un mandoble que le vino desde arriba pero abrió la

guardia de su costado y la daga del fraile se lo hendió.

Amadeo se dolió.

-¿Ves? El Señor me da su fuerza. No eres nada, ¡nada! ¿Cómo puedes

compararte, Amadeo, ser inmundo, con el Todopoderoso?

Mientras Amadeo seguía intercambiando mandobles con el

fraile, y Greenman y los otros seguían eliminando ejecutores, yo

intentaba zafarme de mis ligaduras, pero no podía. Habían hecho un

buen trabajo con los nudos.

Otro mandoble de Yug, esta vez desde abajo.

El Oso volvió a bloquearlo, pero recibió otra cuchillada en el

costado contrario por respuesta.

Amadeo se palpó.

Clavó sus ojos azules y profundos en los vidriosos ojos turquesa

de su deforme oponente que reía de forma histriónica:

-Maldito hijo de perra… Te mataré...

El Oso se tiró contra el fraile en plancha.

Bernardo no se lo esperaba y, ambos rodaron por el suelo junto a

bancos, velas y cirios que se dispersaron por el aire y cayeron por todo

el suelo.

Los dos se voltearon sobre sí mismos hacia atrás para ganar

distancia y recomponer la guardia.

De repente, como salido de la nada, un ejecutor golpeó la espalda

del Oso con un banco.

Amadeo, clavó la rodilla en tierra, lo miró y vio cómo el

ejecutor descargaba un fuerte golpe con su espada en dirección a la

cabeza…

-Mierda…

Se lanzó de costado rodando hacia las piernas del ejecutor, que

saltó para evitar que lo tirase. Justo el tiempo que necesito Amadeo,

para recomponerse y colocar la guardia.

El Oso miró al Ejecutor que esperaba su ataque.

Amadeo descargó un mandoblazo a dos manos, y en el momento

preciso en que iba a chocar con la espada de su adversario, hizo un giro

de brazos, se dobló por el costado y describió un dibujo lateral

ascendente que le cortó una pierna al ejecutor que comenzó a gritar

como una bestia.

El Oso buscó con la mirada a Bernardo mientras atravesaba con

su flamberge el pecho del ejecutor que se desangraba en el suelo.

Gritó su nombre.

-¡BERNARDO!

No quedaba ningún ejecutor con vida en la gran nave de la

iglesia.

Los dos Altos Ejecutores y el Señor de la Roca, se colocaron, en

ala, junto a Amadeo Cenarius.

Bernardo Yug, había corrido hacia el altar mayor cuando el

ejecutor golpeó al Oso con el banco. Se encontraba justo en la posición

del oficio, levantando la daga sobre mi pecho.

Greenman gritó:

-¡Deja esta locura fraile! ¡Todo ha terminado para ti! ¡Es el fin!

¡Encomienda tu espíritu al Padre Eterno y suplica clemencia!

El fraile lo miró preso por la locura:

-¡El final! ¡Sí, el final! ¡Pero esta vez es vuestro final, herejes, hijos

del Averno! ¡Aquí y ahora pongo fin por designio divino a la semilla

del Diablo! ¡MUERE SATANÁS!

Cerré los ojos y me encomendé a Dios… nunca antes había rezado, pero

por algún motivo sentí la necesidad de pedirle al Padre que me

perdonase y me recibiera en su seno.

LXXII

Petrus Greenman, Tomás Reynolds, Judas Tadeo Herbarius y

Amadeo Cenarius contemplaban la escena… impotentes.

Bernardo Yug clavó sus vidriosos ojos violáceos, esbozando una

sonrisa de triunfo, en los profundos ojos azules de Amadeo Cenarius

que llorando movía la cabeza negando a modo de súplica al fraile

deforme.

Bernardo Yug, levantó su estilete.

Ninguno podía impedir el fatídico desenlace.

La cera, los lienzos, los tapices y los óleos, ardían por todos

lados, las llamas danzaban frenéticas, crepitando en un Réquiem sutil,

vago, vaporoso, etéreo, al que nadie prestaba la menor atención y, en

un matrimonio perfecto junto al humo denso, dulce, negro como el alma

de la propia Iglesia, oscurecía la nave del templo y los rostros de cada

una de las imágenes de cada uno de los ángeles, cada uno de los

arcángeles, cada una de las santas y los santos, que observaban

inertes, absortos en su cielo de madera, policromía y pan de oro, ajenos

a todo lo que sucedía.

Todo era la misma imagen del Infierno.

Abrí los ojos y miré directamente a los del fraile que iba a

quitarme la vida.

No quería morir sin mirar a los ojos a mi asesino.

Su cara cambió de súbito.

Su semblante trocó de la más horrenda crueldad al pánico más

terrorífico.

No entendía qué ocurría.

Miré rápidamente hacia el Oso y los otros. Parecían estatuas.

El fraile soltó la daga y empezó a golpearse el cuerpo andando

como un autómata hacia atrás, gritando, sollozando, dando alaridos con

su voz acerada y aguda llena de locura como él mismo...

-¡POR QUÉ! ¡POR QUÉ SEÑOR! ¡POR QUÉEEEEEEEE!

... mientras una columna de fuego aparecida de la nada, lo consumía bajo

la acusadora mirada del Pantocrátor que dominaba el altar mayor de

iglesia de la Roca.

EPÍLOGO

I

El obispo Valerio se encontraba sentado en su despacho del

palacio Episcopal.

Su secretario personal, entró con la cara desencajada a todo

correr sobresaltando al orondo purpurado.

-¡Eminencia! ¡La Guardia Pretoriana!

Con total calma, el obispo Valerio levantó la cabeza del

documento que estaba despachando y dijo sonriendo:

-Tranquilo, hijo mío. Haz pasar al capitán, lo estaba esperando desde

antes de ayer.

Antes de que Lícitus pudiese salir del despacho de su obispo, un

fornido y fuertemente musculado hombre, de unos dos metros, armado

con un gran gladius y pertrechado a la manera romana, entró

apartando al alfeñique secretario personal del purpurado tomando

posición ante la mesa del obispo que le tendió la mano para que le

besase el anillo episcopal.

-Ave María purísima, monseñor.

-Sin pecado concebida, capitán. Le estábamos esperando.

La cara del pretoriano asomó un esbozo de duda. Se suponía que

la llegada de los pretorianos al palacio era total secreto.

-¿Cómo dice, eminencia?

-Esta misma mañana he hecho saber al Santo Padre, que se había

producido un robo en las instalaciones del palacio episcopal, hace tres

días, exactamente en mis habitaciones privadas. Uno de los objetos que

ha desaparecido entre otros, ha sido el sello episcopal. Y como se explica

en este documento, del que haréis entrega personalmente al Santo

Padre, se solicita una investigación interna, por parte de la

Santa Sede, para ver cómo y por qué, el sello, terminó en manos de ese

fraile loco y hereje que provocó los tristes hechos acaecidos en la Roca,

suplantando a mi persona en calidad de Legado Apostólico.

El pretoriano no salía de su asombro. Se suponía que debía

detener al obispo Valerio por su relación con la sublevación que se

había producido en la Roca.

-Aquí tenéis un fax enviado hace unas horas por el propio secretario

personal del Papa, anulando la orden de mi detención, pidiéndome

disculpas y dándoos nueva orden para que regreséis a Roma a la mayor

brevedad custodiando el documento del que os hago entrega en mano en

este mismo instante. Ahora podéis marcharos con mi bendición.

-Pero cardenal…

-Nada de peros, capitán. Salid inmediatamente o me veré obligado a

informar directamente al Santo Padre de vuestra tardanza.

El orondo obispo, volvió a bajar la cabeza continuando con la

lectura de los documentos que atestaban su mesa sin darle más

importancia al asunto e ignorando al capitán.

El pretoriano, sin saber cómo reaccionar, se dirigió a la salida

tras hacer una reverencia al obispo cerrando la puerta tras de sí.

Una vez solo, la voz de Valerio sonó entre dientes, como un

pensamiento vocalizado mientras clavaba la mirada en el lugar donde

un momento antes se encontraba el capitán de los pretorianos por

encima de sus gafas:

-Más sabe el diablo por viejo que por diablo…

II

El timbre sonó una sola vez.

Pilar Blue Hair estaba tendida en el sofá tomando una cerveza

de trigo.

Le gustaba su sabor entre dulce y amargo, denso.

No se levantó.

Estaba traumatizada por lo que había sucedido en la Roca.

Tomás le aseguró que volverían a verse de nuevo, pero habían

pasado tres días desde que salió del piso para atender la llamada de su

amigo, un balance final de ciento cincuenta muertos en el Señorío

inquisitorial y el Alto Ejecutor sin aparecer.

Se dijo a sí misma:

-Mierda Pilar… sólo fue un polvo, olvídalo ya…

El timbre volvió a sonar con insistencia.

-Joder… quién coño será a estas horas…

Se levantó de mala gana y abrió la puerta llena.

-Te dije que volveríamos a vernos.

La voz de Tomás la embargó nada más verlo.

Los ojos de la secretaria con cuerpo de modelo, se humedecieron al

ver la figura del Alto Inquisidor en la puerta.

La chica, le golpeó repetida y contundentemente el pecho mientras

decía en voz muy baja:

-¡Cabrón! Pensé que habías muerto cuando me enteré de lo que había

sucedido en la Roca... ¡cabrón! Cabrón... cabrón...

-Bicho malo nunca muere...

Dijo el fraile con una socarrona sonrisa.

Entró en la casa.

La secretaria rubia cerró la puerta.

Tras secarse las lágrimas con el dorso de la mano, miró

fijamente al fraile al tiempo que retiraba el tirante de su camiseta

mirándole a los ojos con malicia.

Se acercó a Tomás sinuosamente,

-Espero que no estés muy cansado… porque hoy… me toca a mí jugar

contigo…

III

Ricardo y Juan estaban sentados en la puerta de la habitación

dónde se encontraba ingresado Guillermo.

Estaban charlando tranquilamente con unas latas de cerveza en

la mano.

Cuando me acerqué, puede ver cómo no salían de su asombro:

Estaba vestida como una mujer.

Intentaron decir algo, pero la sorpresa de verme en la calle como

nunca antes me habían visto, ni tan siquiera dentro de mi casa, les

impidió articular palabra.

-Tranquilos, ya os contaré todo lo que queráis luego. ¿Cómo está

Guillermo?

-Recuperándose. Nos ha echado del cuarto porque le duelen las

costillas cuando se ríe y no podemos dejar de decir payasadas.

El que habló fue Ricardo. Juan estaba pasmado, con los ojos

abiertos como platos y una sonrisa de oreja a oreja, demasiado ocupado

repitiendo “Brutal, loca” sin cesar.

-Voy a pasar a verlo…

Entré en la habitación y cerré.

Estaba dormido.

La visión de Guillermo con todo cuerpo vendado, el gotero, un

collarín y una férula en el brazo, hicieron casi que llorase al sentir la

punzada de la culpa.

Todo había sucedido por mi culpa, pero como dijo el Oso, eso ya

había pasado.

-Joder… este sueño sí que me gusta, tú aquí vestida de mujer…

Guillermo hablaba sin fuerzas, colocado seguramente por los

analgésicos.

-Soy yo, Guillermo... Soy yo de verdad. Ahora todo está bien. Ya puedo

ser quien realmente soy. ¿Cómo te encuentras?

-Pues divino… tumbado, me dan de comer tres veces al día, me asean y

me drogan todo gratis… qué más se puede pedir. ¿Qué ha sucedido,

María? Cuéntamelo todo…

María se sentó en el borde de la cama del hospital. Besó en los

labios a Guillermo y comenzó a relatar toda lo ocurrido desde el

principio.

IIII

Me gusta mi despacho.

Sus muebles, sus estanterías repletas de libros, de legajos y

partituras, de papel cálido, cada uno con su tacto, con su aroma, con su

acento… cada uno con una historia personal, intransferible, inmortal e

inmemorial, que es su propio sino… su Espíritu… su Alma… Su

Historia personal, que me confiesa, quedamente, entre risas o

lágrimas, entre alegrías o penas, felicidad o tristeza… Siempre, en el

silencio de mi solitaria soledad.

Encendí un cigarro.

Me gusta fumar.

Me gusta fumar. Lo digo a boca llena, como cuando aspiro del

cilindro de papel continente de placeres inefables. Disfruto de cada

bocanada de humo denso, cálido, relajante, filosófico y científico al

mismo tiempo y disfruto cuando lo dejo escapar y le permito que discuta

calmada y profundamente, con el vapor que transporta el aroma de un

café, negro, fuerte, caliente, amargo… mezclándose una harmonía ocular

indescriptible.

Sólo faltaba un detalle para que la noche fuese perfecta en mi

cómodo sillón:

Callas...

La Divina era el alimento de mi hambrienta alma. Cerré los ojos,

me relajé dejando mis oídos aislados y pulsé el botón del “play”... y sonó…

El “ataque” perfecto. Nadie, nadie ha cantado esa nota como la

Divina… la perfección de la primera nota de “Un bell di vedremo”… sólo

Ella…

Hay muchas cosas en el mundo que me molestan, que me

fastidian, que me hacen enfadar… pero que me interrumpan cuando

estoy escuchando a la Divina, me jode. Y me quema y me requema la

sangre.

-Me gusta más la Stimme, pero si nos dejas pasar me conformaré con

lo que hay…

La voz de Judas Tadeo y la risa de Petrus Greenman me

hicieron sonreír.

-Sabéis que os mataría a los dos escuchando las Vísperas Sicilianas y

disfrutaría con ello…

Cerraron y se sentaron a mi mesa.

Petrus me entregó un taco de folios diciendo:

-¿Has pensado en regresar a la Orden Amadeo?

-Ni lo sueñes. Eso es imposible. Antes muerto.

-Pues casi lo logras…

-Judas… ese comentario es digno de mí, deja de copiarme, mamón.

Rieron.

Petrus Greenman tomó nuevamente la palabra.

-Este es el informe para la Santa Sede. Échale un vistazo, no quiero

que haya algo con lo que no estés de acuerdo y, aunque la redacción es

de Judas, y sé que fías en él, prefiero que lo revises antes de mandarlo.

El Oso sirvió tres vasos con whisky.

-Ok. Ya lo miraré mañana. Ahora creo que debemos beber a la salud

del difunto fray Tomás Reynolds Onerom… la Rubia lo va a dejara

seco…

Los tres rieron a carcajadas y brindaron a la salud de su amigo.

APÉNDICES

I

Cuando Akenatón terminó de poner orden en palacio, se dirigió a

sus habitaciones.

Quería estar aseado para reencontrarse con su amada

Nefertiti.

Pasó a través de las cortinas que hacían de puerta de sus

aposentos que olían a incienso y mirra y azahar y rosas. Todo estaba

inundado por vapores perfumados. Faraón cerró los ojos y aspiró

profundamente disfrutando de los aromas que recordaba en su

peregrinación de cuarenta días por el desierto.

Unas manos delicadas y unos brazos delgados se deslizaron por

los hombros de Faraón que se sobresaltó y, zafándose, se giró para ver

quién tocaba su cuerpo de forma tan sinuosa.

-Pensé que estaríais en vuestras habitaciones, mi Reina.

-Pensé que desearíais tomar un baño tras vuestra larga peregrinación

y los acontecimientos que han acaecido esta mañana y quién mejor que

vuestra reina para consolar vuestras cuitas, limpiar vuestras manos y

vendar vuestras llagas, mi Rey.

Se miraron.

Se abrazaron y se perdieron en un beso tan profundo como las

aguas del océano.

Nefertiti desvistió a Faraón que correspondió a su amada

haciendo lo mismo con ella. Ambos se introdujeron en la piscina de

agua caliente perfumada con espliegos, siempre sin dejar de mirarse, sin

dejar de besarse, sin dejar de acariciarse.

Hicieron el Amor.

Salieron del baño y Faraón secó a su amada mientras ella hacía

lo mismo con él. Y de la misma manera que entraron y salieron del

agua tibia, se recostaron en la cama y se amaron…

-Mi amado esposo…

-Mi reina…

… hasta el alba.

Faraón despertó primero.

Mandó llamar a los esclavos para que preparasen el desayuno

para su reina, en silencio: Zumo de naranjas, pan recién hecho, miel,

dátiles, fruta fresca, huevos, carne asada, leche caliente y vino

especiado… nada era suficiente para su reina. Mandó traer flores

frescas.

Faraón se acercó a su reina que, extenuada por los acontecimientos del

día anterior, aún dormía profundamente.

Se tumbó junto a ella.

La besó en la frente, en las mejillas, en los párpados… Nefertiti

esbozó una sonrisa haciéndose la dormida. Los labios de Akenatón

buscaron los de su amante y esta respondió buscando los suyos y

deslizando sus delicados brazos alrededor del cuello de Faraón.

-Buen día, mi Reina.

-Buen día, Amor mío.

Akenatón saltó de la cama. Nefertiti rió como una niña

pequeña, feliz. Faraón acercó a la cama una bandeja con fruta y una

gran copa de zumo de naranjas. Nefertiti bebió y tendió su copa a

Akenatón que la rechazó y la besó bebiendo de los propios labios de su

reina. Tomó un dátil con la boca y se lo dio a su amada. Bebieron,

comieron y jugaron gran parte de la mañana como dos jovenzuelos

enamorados… ¿Y acaso no lo eran?

II

Yo, Nefer Jeperu Uaen Ra , conocido como Akhenaton, Señor

del Alto y del Bajo Egipto, señor de Nubia, Siria y Cannán, Gaza y

Fenicia:

Quiero dejar testimonio de mi peregrinación de cuarenta días por

el Desierto a mi descendencia, para que esperen pacientemente la

venida de Aquel que es el más brillante de todos los brillantes, la

estrella más luminosa entre todas las estrellas. Aquel que creó por

Amor, que vivirá por Amor, morirá por Amor y Resucitará por

Amor, el que hablará con la propia voz de Dios porque será Dios

mismo hecho Hombre.

Pido a mi descendencia que lo acoja en su Reino, pues a de venir

huido, perseguido, por Set y sus esbirros.

Mostradle todo aquello que pida le sea mostrado, aceptad su

represión y su corrección y su misericordia, porque Él,, es el Rey de

Reyes.

Preocupaos de que nada falte en su casa, porque así sembréis, así

cosecharéis.

Llegado el momento de su venida, recoged cada palabra que salga

de su boca, para que cuando el hombre la cambie, la tergiverse y la

corrompa, recordar al hombre la Verdad.

Proteged vuestras cosecha en el Corazón de Ra para que

siempre quede testimonio escrito de la Palabra, y que así el hombre

desesperado, mancillado, lacerado, humillado, nunca pierda la Esperanza.

III

El cuerpo de la joven estaba escarificado con una docena de signos

incomprensibles para los agentes de policía.

Los forenses hacían fotos a las paredes donde se habían pintado

con sangre, los mismos signos que se encontraban en el cadáver de la

muchacha.

Cruces invertidas por todos lados, cirios de color rojo y negro y

una multitud de alimañas muertas y de huesos humanos formando

montículos en posiciones muy precisas hacían de la imagen la foto

perfecta de una película de terror ganadora de once Oscar.

El comisario Cristóbal, se quedó traumatizado por la escena.

- Dios Santo… ¿Pero qué cojones ha pasado aquí?

Uno de los tipos de bata blanca, se dirigió al comisario.

-Buenos días, comisario. Pues no lo tenemos claro pero me parece que

estamos ante un asesinato múltiple.

-¿Cómo que múltiple? Aquí sólo hay un cadáver…

El forense se levantó las gafas de seguridad.

-Hay cuatro casas más, en diferentes puntos de la ciudad, con

similares características. Creo que estamos ante un asesinato ritual…

El comisario echó un vistazo por la casa y se detuvo ante los

signos de las paredes mientras dos individuos sacaban el cadáver en una

camilla.

-¿Qué diablos es esto?

El forense se adelantó.

-Escritura con sangre. Aún no sabemos si es de los animales o de la

víctima, pero apostaría por lo segundo.

-¿Alguien sabe qué pone?

El forense negó con la cabeza.

-No. He mandado por mail algunas fotos, pero ninguno de nuestros

especialistas conoce esta lengua.

El comisario se acarició la rala barba.

-Bien, que nadie hable de esto con el Santo Oficio, ya la he soportado

bastante esta semana y Los Tecnócratas, me están presionando porque

la Inquisición está asumiendo más casos que la policía. Voy a ver si un

amigo puede echarme una mano con esto y puede decirnos algo que nos

aclare el tema. ¡Terminad rápido! ¡En media hora quiero verles a todos

en la sala de reuniones! ¡Y QUE NADIE FILTRE NADA O

LE ARRANCARÉ LAS PELOTAS CON MIS PROPIAS

MANOS!

IIII

El local del Desdentado estaba abarrotado.

Hacía meses que no se veía tanta gente bebiendo y bebiendo sin

parar.

Parecía que la crisis generada por la situación mundial no existía esa

noche para la parroquia.

El Oso, jugaba con un rosario de cristal negro, en una esquina de

la barra, mientras comentaba tranquila mente con Juan Davides y

Ricardo de Rubens lo ocurrido una semana antes en la Roca: La lucha

encarnizada con los Ejecutores, la locura de Bernardo, cómo su túnica

se prendió debido a la parafina que había en su túnica y al fuego de la

nave...

El teléfono del Oso sonó.

-Perdonadme. ¡Diga!

-Tienes un mensaje con una foto en el buzón. Mira a ver si puedes

decirme algo.

La voz del comisario Cristóbal mostraba premura.

El Oso se tomó su tiempo.

Luego habló.

-Son letras, comisario.

-Eres un lince. Me cago en tu puta madre... ¿Conoces ese idioma o no?

-Hummm...… ¿Por qué estás tan nervioso, Comisario?... Es arameo.

¿Quieres algo más?

-¿Puedes traducirlo?

-Más o menos…

-Te quiero en comisaría por la mañana, a las nueve.

-Hummm... a esa hora creo que tengo que hacer algo importante...

-Amadeo, han asesinado a cinco chicas…

Amadeo frunció el ceño.

-Te veré a las doce.

La Línea de la Concepción,

Verano de dosmil doce