XXIIII
Al tercer día de la marcha de Akenatón, Nefertiti se encontraba sentada en sus aposentos taciturna.
La tristeza que embargaba el alma de la reina era visible para
todos. El Secretario de Faraón, pidió permiso para entrar y con una profunda reverencia, afirmó ante la reina de Egipto:
-Mi reina ha requerido mi presencia.
-Pasad, Eye.
-¿En qué puedo servir a mi Reina?
Nefertiti, seguía sentada mirando hacia el desierto con
melancolía, mientras el secretario de Faraón vio con suma tristeza la mirada añorante de su reina.
El secretario de Faraón preguntó:
-Mi Reina… ¿qué os sucede?
Nefertiti preguntó sin hacer caso a las palabras del secretario
de Faraón:
-¿Qué hay detrás de aquellas dunas Eye?
Eye, respondió todas y cada una de las preguntas de Nefertiti
con gran diligencia:
-El desierto, mi Reina.
-¿Qué hay en el desierto Eye?
-Arena, alimañas, demonios y... sol mi Reina.
-No se puede volver… ¿verdad, Eye?…
-Faraón es un dios viviente, mi Reina…
-Lo sé…
El secretario de Faraón, visiblemente incómodo por la conversación, habló con sinceridad a su reina, dejando de lado los sentimientos de ésta:
-Mi Reina, disculpad mi osadía pero, hay embajadores que atender… los sacerdotes, requieren tu presencia y los nobles traen casos para impartir justicia… lleváis tres días encerrada en vuestros aposentos y la ciudad habla…
- Mi esposo ha partido al desierto… no sé cuándo o si volverá…
Eye, insistió:
-Mi Reina, os entiendo, y entiendo vuestro dolor, pero Egipto está por encima de todas nuestras cuitas.
-Eye… encargaos vos.
-Mi Reina… Faraón os dejó el Trono y las Potencias de Egipto en su ausencia, yo no puedo tomar ese tipo de decisiones…
-¿Osas contradecir a tu Reina, Eye?
El secretario de Faraón, se inclinó pidiendo perdón a Nefertiti:
-No, mi Reina…
-Está bien. Encárgate de acomodar a los embajadores, tranquiliza a los sacerdotes, relajad a los nobles y hablad al pueblo. Mañana me sentaré en el trono de Faraón.
-Como ordenéis… mi Reina…
-Ahora salid, Eye.
-Mi Reina…
El Secretario de Faraón, salió andando genuflexo y sin dar
nunca la espalda a la reina.
Nefertiti, siguió mirando hacia el desierto.
Lloraba.