XVIIII

-¡ME CAGO EN VUESTRA PUTA ORDEN, JUDAS!

-¡NO TE CONSIENTO QUE HABLES ASÍ EN MI

PRESENCIA!

El despacho del Oso parecía una arena de perros asesinos con los gritos que iban y venían entre éste y el inquisidor de los ojos de topo:

-¡Qué no me...! ¡Qué no me consientes! ¡QUÉ NO ME

CONSIENTES!

El Oso se puso de pie, apoyando las manos abiertas sobre la mesa de su despacho, dispuesto a gritar otra barbaridad. El fraile de los ojos de topo saltó sobre la mesa al mismo tiempo que sacaba un estoque y apuntó al cuello del Oso del que manó una gota de sangre. Los ojos de éste, estaban clavados en los del topo.

Tan rápido como el anterior puso el estoque en su nuez, el Oso, cogió con su mano derecha la hoja del Alto Ejecutor, que dobló como si estuviese hecha de goma, al mismo tiempo que saltaba sobre la mesa y levantaba al inquisidor con la mano

izquierda, lanzándolo por encima del segundo fraile que seguía fumando y bebiendo zarzaparrilla sin inmutarse en su sillón.

El fraile de los ojos de topo, giró en el aire cayendo en el suelo a media rodilla en tierra, se impulsó con la fuerza de la inercia de la caída, desenfundando un segundo estoque mientras que el Oso, que había saltado sobre el otro inquisidor, descargaba un mandoble con un flamberge, que había arrancado de la pared en su trayecto por el aire. El cruce de golpes se produjo a una velocidad desmedida, pero si la espada de uno era rápida, la del otro siempre estaba en el sitio preciso para pararla. En un momento en que los dos pugnaban acero contra

acero, el Oso, esta vez con la mano derecha, volvió a levantar por el cuello al fraile de los ojos de topo que, intentando desasirse, le pateaba en el vientre con la rodilla derecha mientras le sujetaba con la mano libre y el puño en el que cogía el estoque por detrás del cuello, para hacer más fuerza… la barriga del Oso parecía una roca. El fraile dejó caer el estoque y palmeó con todas sus fuerzas las orejas del Oso, que le

soltó debido al impacto y cayó de espaldas tras el cabezazo que le estampó en mitad de la cara el Ejecutor. Rápidamente, el fraile, recogió su estoque y se puso en guardia al mismo tiempo que el Oso rodaba sobre sí mismo y hacía lo propio, mientras sangraba por la nariz y escupía al suelo. La voz del fraile de cabellos plateados los paró en seco:

-Creo que esta vez Amadeo tiene razón, Judas… Hemos puesto en peligro a la Llave.

Tomás, esperó una reacción por parte del Oso y de Judas, sin

inmutarse, sin moverse, sin mirarlos a la cara, exhalando, lentamente, el humo del cigarro liado que fumaba.

El Oso, mirando a Tomás, no pudo por más que sorprenderse:

-Manda cojones… Judas, quitándome la razón, perdiendo los estribos e intentando que no lo mate y Tomás Reynolds dándomela, poniendo paz y evitándolo. Creo que en verdad aquí algo extraño sucede.

Judas Tadeo, increpó al Oso cuando se dirigía a su asiento:

-Si hubieses vuelto a blasfemar, te hubiese ensartado como un buey… elefante…

-Calmaros de una santa vez. Creo que Amadeo merece saberlo todo, Judas. Así que o cantas tú o canto yo, porque la historia se nos está escapando de las manos.

Las palabras de Tomás hicieron que Judas cerrase los ojos y mirase al suelo, suspirando y asintiendo al mismo tiempo. El Oso había vuelto a sentarse en su sillón, limpiándose la sangre de la boca y las narices con un pañuelo blanco, de lino, mientras esperaba que alguno de los dos Altos Ejecutores hablase. El primero que lo hizo fue Judas.

-Está bien. Te lo contaremos todo. Pero vamos a tardar y quizá…

-Tengo todo el tiempo del mundo, Alto Ejecutor Judas Tadeo

Herbarius Cerbelus

.

Contestó el Oso reclinándose en el sillón, mirándolo inquisitivamente, a lo que Judas respondió:

-No hace falta que te cebes conmigo, mamón.

-No lo hago, simplemente soy educado… Voy a pedir algo de comida y ron, creo que esto va para largo.

-Será lo mejor, Amadeo, y zumo de limón…

-Tranquilo Tomás, zumo y clavo… estás perdiendo facultades Judas…

-Y tú te estás haciendo viejo, tenorino...