XXI
Tomás Reynolds, se encontraba, inmerso en su lectura, en la
Gran Biblioteca Inquisitorial.
La Gran Biblioteca Inquisitorial era, posiblemente, el mayor
centro de conocimiento existente.
Nadie sabía, a ciencia cierta, la cantidad de libros, manuscritos,
información digitalizada, o “nano-fotonizada”, que el grandioso coloso literario albergaba en sus titánicas entrañas… salvo el maniáticamente minucioso bibliotecario.
La planta de la biblioteca era cuadrangular, dividida, en infinidad de pasillos horizontales, por las propias estanterías de nobles maderas talladas con motivos mitológicos, que crecían desde el suelo hasta el infinito techo, en cada uno de sus ciento treinta y tres pisos. La posibilidad de disfrutar de aquel templo de conocimiento, estaba reservada a un pequeño grupo de privilegiados, ya que la censura Inquisitorial era muy severa, y ni tan siquiera la totalidad de los miembros de la Iglesia se encontraban autorizados a darle uso.
Fray Tomás Reynolds Onerom, era Alto Ejecutor del Santo
Oficio. Su puesto dentro de la Inquisición, le proporcionaba el margen que necesitaba para desarrollar multitud de acciones sin necesidad de dar cuentas a nadie, salvo al Alto Inquisidor de su Orden, al Gran Inquisidor General y al propio Sumo Pontífice.
El bibliotecario, se acercó en dirección al atril en que el Alto
Ejecutor se encontraba sumido en su lectura.
A unos quince pasos, el anciano pronunció el nombre del Alto Ejecutor. Éste, hizo un gesto, extendiendo su mano izquierda, solicitando la paciencia del fraile, que mantuvo sin moverse y sin despegar sus ojos del gran códice que leía.
Cuando terminó de tomar la última nota en un cuadernillo, se volvió y, tras pedir disculpas al hermano bibliotecario, preguntó
respetuosamente:
-Decidme, padre, en qué puedo ayudaros.
El anciano fraile contestó cordialmente.
-Fray Tomás, tenéis una llamada privada.
-Gracias, padre. Ahora mismo marcho a atenderla. Que nadie toque mi lectura si es posible.
-Como ordenéis, Alto Ejecutor.
Tomás, andaba con el ritmo pausado. Cuando llegó a la salita de la Biblioteca, en la que se encontraba el teléfono, descolgó el auricular y habló:
-Diga.
-Quiero veros.
-¿Cuándo?
-Ayer.
-De acuerdo.
Colgó después que su interlocutor. En su cara se dibujó un gesto de preocupación.
La voz del Oso, en un tono completamente neutro, no auguraba nada bueno.
Los pasos de un novicio lo sacaron de sus cavilaciones.
Se asomó a la puerta de la habitación en la que se hallaba, y llamó su atención:
-Hijo mío, disculpad…
El joven, casi recién tonsurado, acudió a la llamada, de su
superior, y preguntó solícito:
-¿En qué puedo servir a vuestra paternidad, Alto Ejecutor?
-Decidme: ¿Conocéis al Alto Ejecutor Judas Tadeo?
-¡Claro, padre! ¿Quién puede no conocer a su paternidad el Alto Ejecutor Judas Tadeo Herbarius Cerbelus?
Tomás, arqueó una ceja asombrado por el reconocimiento que se le daba a su compañero y amigo, y contestó clavando sus ojos en los del jovenzuelo:
-Pues id en su busca y comunicadle que, el Alto Ejecutor Tomás Reynolds Onerom, lo espera en su atril de la Biblioteca con presteza. Y ya podéis correr o sabréis por qué viene en mi busca cuando tiene problemas…
El rostro del novicio se puso blanco como la cal, al tiempo que se perlaba de sudor y balbuceó:
-¡Ahora mismo, Alto Ejecutor!
El pobre chiquillo, salió corriendo como alma que lleva el diablo. Tomás perdió la mirada en la inmensidad del azul del cielo, por la única saetera del grueso muro de roca viva que conformaba la estancia en la que se encontraba, y, con una divertida sonrisa de oreja a oreja, como si se dirigiese a alguien o algo que esperase una disculpa, dijo:
-Perdóname estos pecadillos, Padre…