X

La mirada de Akenatón, estático en la balconada de sus

aposentos privados, se perdía en la profundidad de la estrellada noche.

Miles de pensamientos, unos propios, otros evocados, dentro de su débil mente mortal, luchaban por imponerse los unos a los otros en una teogonía de dimensiones astrales, que lo hacían sumirse en una gran pesadumbre.

Una figura delgada, y cuasi perfecta, se perfilaba al trasluz de

su túnica de fino lino por la incidencia del fuego de las lucernas, en la entrada de la habitación.

Faraón habló sin volverse:

-Acércate, mi Reina.

La voz de Akenatón era la expresión de su abrumada alma.

Nefertiti, se acercó a su consorte, sumisa, contoneando su cuerpo sin intención: era el cenit del erotismo femenino.

Akenatón se giró y la miró mientras se acercaba y pensó en cuán bella era su esposa… su fiel y amante esposa…

-Mi Amor y mi Señor me ha mandado llamar. Aquí está tu sumisa  esposa.

-Siento haber interrumpido a mi Señora en sus obligaciones.

-Mi única obligación es responder a la llamada de mi amado esposo.Decidme en que puedo serviros, Faraón.

-Nefertiti…

Faraón besó a su esposa como si esperase al verdugo en el

cadalso. Nefertiti correspondió a su esposo demostrando la magia que había entre ambos, el deseo, la complicidad… Hicieron el Amor toda la noche, hasta el alba.

Faraón se levantó y trajo a los pies de la cama una jofaina con

agua fresca perfumada con jazmines y una gasa de lino. Tomó los pies de su consorte y los lavó. Nefertiti, algo afectada por el

comportamiento de su esposo, preguntó intentando apartarse:

-Mi Señor, yo soy vuestra esposa, no debéis arrodillaros ante mí, soy yo quien debe refrescaros, Faraón de Egipto, Dios Viviente…

Akenatón contestó a Nefertiti sin dejar de realizar su acción:

-Eres mía y yo soy tuyo. No eres mi esclava, si no la mitad que

buscaba en el desierto, desde el principio de los tiempos, y antes, y después de éste. No somos dos, si no uno. Eres mi Vida, mi Espíritu, mi Alma y el Por Qué de mi Existencia. Sin tu Amor no soy nada. Sin tu Amor, nada soy.

Nefertiti quedó asombrada por la declaración de Amor de

Faraón. Y lo dejó hacer. Aunque no entendía lo que decía su esposo, lo dejó hacer sólo por complacerlo. Ella era joven. Su instrucción había sido la que reciben las princesas destinadas a ser elegidas como esposas de Faraón y, aunque era culta, Akenatón, Faraón de Egipto, era conocido por su intelecto y conocimientos sin parangón entre todas las tierras del Nilo.

Cuando Akenatón terminó, miró a su esposa a los ojos.

-Te Amo Nefertiti.

Las palabras de Faraón eran tan sinceras, que los ojos de

Nefertiti se humedecieron y una lágrima descendió por su mejilla.

Nefertiti besó a Faraón.

Regresaron al lecho y se amaron nuevamente hasta bien entrada la noche cuando, Faraón, se quedó dormido sobre el regazo de su amante esposa.