XVI

Nefertiti, se despertó al alba.

Faraón, aún estaba dormido plácida y profundamente en sus brazos.

Con sumo cuidado, se desasió de él. Cubrió su sinuoso cuerpo con una túnica de fino lino blanco y se dirigió a las balconadas.

Contempló lo que su amado esposo observaba la noche anterior, cuando fue mandada llamar. Contempló el Firmamento con su manto de miles de estrellas mientras acariciaba su vientre. Se volvió y se acercó a su

señor y, acariciándole la mejilla, Nefertiti pensó:

-Antes se apagarán todos esos miles de estrellas, antes digo, de que la llama de mi Amor por ti se extinga, mi Señor.

Nefertiti, salió de los aposentos de Akenatón sin hacer el menor ruido y ordenó a la guardia personal de Faraón, que nadie lo molestase.

Cuando Akenatón despertó, buscando el tacto suave del cuerpo de su amada esposa, se encontró sólo en el lecho. Esbozó una sonrisa que declaró el reconocimiento hacia su amada por dejarlo solo para descansar. Luego pensó que era el momento tomar las riendas de sus pensamientos y llevarlos a cabo. No debía demorar más.

Llamó al jefe de su guardia personal y le dio instrucciones para que convocara al consejo, a los sacerdotes y a los nobles para la hora de Horus. Se aseó, se perfumó y desayunó frugalmente como era su costumbre. Mandó aprestar un camello con agua y comida para una semana. Luego salió a los jardines y paseó hasta cerca de la hora convenida.

Entró en el salón del Trono, aún vacío.

 Lo contempló largamente: sus altas columnas, que subían hasta el cielo, las gigantescas estatuas de los dioses a los que tanto había venerado y, cómo no, el magnífico trono

de sus antepasados. Tomó sus potencias y se sentó en él.

Había llegado la hora.

Akenatón, sentado en el trono de Faraón, con Nefertiti sentada a su lado, se dirigió a la nobleza y a los sacerdotes:

-Pueblo de Egipto. He decidido ausentarme de mi trono por cuarenta días. Partiré al desierto a encontrarme con mis antiguos padres, si los dioses, así lo permiten. En mi ausencia, mi amada esposa Nefertiti, ocupará mi trono. A mi regreso, tomaré lo que me pertenece por decisión y herencia divina.

El gran salón del trono se llenó del murmullo de los allí presentes. La estupefacción de Nefertiti fue tal, que no pudo articular palabra ni hacer movimiento alguno.

Era el momento justo de partir.

Faraón, cruzó el gran salón del trono y, justo antes de atravesar la gran arcada que daba acceso al gigantesco patio de armas, donde le esperaba una montura, paró y, girándose, grito:

-¡QUE ASÍ SE ESCRIBA Y ASÍ SE CUMPLA!

Salió del salón con paso firme, mas la duda le abrumaba.

Quería abrazar y besar a Nefertiti y no separarse de ella por toda la Eternidad… pero no retrocedió. Siguió su camino. Alguien había sembrado ya su semilla en el corazón de Akenatón, y ese Alguien, no podía esperar…