XVIII
La playa estaba desierta.
La playa estaba desierta, como era normal en una noche de
invierno tan negra como mis más ocultos y oscuros recuerdos.
El tarot, salía de la mar como el hálito de la muerte, que susurraba a mis oídos que nunca se separaría de mí. La arena mojada del rebalaje, relajaba mis pies, pero no mi alma. Lo único que realmente llamaba mi atención eran las miríadas de puntos luminosos que cubrían el firmamento. Era
de las pocas cosas buenas que habían dejado todos los cambios de los últimos cincuenta años. Con los cortes eléctricos, a partir de las nueve de la noche, se podían ver las vestiduras de Urano, como lo habrían hecho en la Edad Media, en la Antigüedad o en la Edad de Piedra, eso, si soplaba en viento de Poniente...
Las estrellas eran lo único que llamaba mi atención… y la Roca… la maldita fortaleza del Santo Oficio.
¿Cómo podía haber vuelto a convertirse en lo que fue la cruz del Cristianismo durante mil quinientos años?
Malditos sean esos bastardos hijos de puta… Vinieron a mi
cabeza las caras de Tomás y Judas… dentro de tanta oscuridad siempre podías encontrar una luz para indicarte el camino… Maldita sea… Yo estaba fuera… Y ellos dentro…
Habíamos estado sin hablar casi diez años. Y ahora aparecían de la nada. Y recuerdos, dolorosamente olvidados, volvían a salir del fondo de mi corazón, atormentándome nuevamente…
-El fuego terminó contigo…aunque tu recuerdo siempre me persiga, Bernardo… pero lo importante es la Llave… Y sigue en mi poder…
La vibración del teléfono móvil me sacó de mis cábalas. Y, casi sin darme cuenta, lo descolgué:
-¡Diga!
-Oso soy yo
-Qué tripa se te ha roto, viejo
-Jacobo está aquí, y quiere verte urgentemente. Está muy raro, Oso, no sé qué le pasa.
-Pregúntale si trae mi encargo.
-Dice que no y que vengas en seguida… Joder date prisa, está hecho una puta fiera.
-Tardo cinco minutos.
Me quedé pensativo un segundo… urgente, fiera, sin el
Documento… algo no olía bien… nada bien…