XV

Pedro estuvo más de una hora agazapado en el suelo de la capilla de la Virgen, llorando, como un niño moribundo.

El horror de haber encontrado Don Sebastián asesinado en su despacho sería un trauma que no podría olvidar nunca.

Don Sebastián lo había sacado de las calles hacía tres años.

Por aquel entonces, Pedro, era un yonqui del “Nuque”. Conoció

al cura una tarde en la que le pidió un cigarro, por la calle, estaba con un buen colocón. El cura, en vez de darle el cigarro, lo llevó a su casa y le dio de comer y beber. Luego un café bien cargado, y el tabaco que le había pedido y, entre tanto, le preparó un baño caliente. Cuando Pedro salió de la ducha, el cura le había preparado ropa limpia, ya que tenían una talla parecida. Pedro, se tiró de rodillas ante el cura y le dio las

gracias llorando: Nunca nadie había hecho nada así, por él, sin pedirle nada a cambio. El cura lo levantó y le dijo que nunca se arrodillase ante él, que eran iguales, que Dios nuestro Señor nos había hecho iguales y que todos debíamos amarnos como Él nos amaba a nosotros. Esa era la doctrina de su Iglesia, y esa era su forma de actuar, sin esperar nada a cambio, sólo por el placer de hacer las cosas como las mandaba el Señor.

Así era Don Sebastián. El cura podía estar equivocado... o no… pero siempre era consecuente con sus creencias y sus pensamientos.

Esa noche, Pedro, durmió en la casa del cura.

 A la mañana siguiente, cuando se despertó, el aroma del café recién hecho envolvía toda la casa.

Salió del cuarto.

El sacerdote le dio los buenos días. Pedro respondió

devolviéndolos.

 Se sentaron a desayunar.

 Pedro le dio las gracias al sacerdote una y mil veces. Pero aún no habían terminado las sorpresas...

-Pedro, hijo mío. Gracias a mi posición en la Iglesia, tengo algunos privilegios que me otorgan mi cargo como Arcipreste.

Pedro le oía sin interrumpir

-Hace tres semanas nos quedamos sin sacristán en la parroquia… un problema con la justicia, eso a ti no te incumbe. Lo que sí te importa, es que me gustaría que te quedases con nosotros.

-Qué quiere decir padre Sebastián…

-Quiero que seas mi nuevo sacristán.

-Eso… eso es…

-Tranquilo, piénsalo si quieres…

Dijo el sacerdote sonriente, pero no pudo terminar la frase al

ser cortado bruscamente por el muchacho:

-¡Ya lo he pensado, claro que quiero padre

!

-¡Muchacho! ¡Qué velocidad!

El cura empezó a reír y Pedro hizo lo mismo.

La vida le ofrecía una oportunidad que no iba a desaprovechar, y esa oportunidad… se la había dado Don Sebastián.

Aún entre sollozos, recobró la compostura. Sacó su teléfono

móvil y pidió a la operadora que le pusiese en contacto con un Ejecutor del Santo Oficio.

-Se ha producido un asesinato en la Iglesia Arciprestal.

En menos de medio minuto, una voz, estaba al otro lado del

teléfono haciéndole preguntas sobre cómo había encontrado el cadáver, si había visto a alguien, la forma en que se encontraba el muerto, etc. Mientras hablaba se dirigió de nuevo a la sacristía, siguiendo sus instrucciones. Cuando iba a entrar en el despacho, llamaron a la puerta.

-¿Quién es?

-Santo Oficio.

Abrió la puerta.

Sintió un fuerte golpe en medio de la cara.

Todo se volvió negro…

Una negra figura colgó el celular justo en el momento que

entraba en la sacristía y cerraba la puerta tras de sí.