PRELUDIO
Todo se volvió rojo como la sangre...
Todo ardía, y un agudo resonar de metal entrechocando, chirriaba en mis oídos, como jugando con el crepitar de las llamas, haciendo que mi corazón y mi alma se estremecieran de pavor.
Abrí los ojos:
Ante mí, una dantesca visión:
Todo era consumido por el fuego. Todo era negro humo y crujir de maderos que cedían al devorador paso de furibundas llamas, acaso eclipsadas por un canto belicoso de cruce de acero contra acero. Una gran figura, embozada en un hábito completamente negro, se acercó a mí. En la mano izquierda, llevaba una enorme y ancha espada, en cuya hoja danzaba enloquecidamente el reflejo del fuego. Junto a él se encontraba otro hombre vestido de igual forma, un poco más alto, que no dejaba de escrutar entre las llamas con sus glaucos ojos de topo. El primero me habló:
-Tranquila, mi Niña. Él, te sacará de aquí.
El hombre de los ojos de topo me levantó y me cubrió con su
túnica. El que portaba en su mano izquierda la gran espada, volvió a hablar, pero esta vez, se dirigió al hombre de los ojos de topo:
-Llévatela. Yo me encargo de Bernardo...
Oscuridad...
¿Por qué me llamó "mi niña" si yo era un niño?