La carta del Hombre de las Ceremonias me dejó sin fuerzas. Pulsé el timbre que me había indicado el empleado que accionara cuando hubiese terminado, pensando que le tendría que pedir que me sacaran de allí entre dos y me llevaran a un médico. Tan pocas ganas de lucha tenía después de las veladas amenazas y predicciones de desgracia contenidas en la carta del Hombre de las Ceremonias. Pero lo pensé mejor, y cuando entró el empleado caí en la cuenta de que había que hacer desaparecer aquel papel. Ya informado del nivel tecnológico que disfrutaban en Nonas, creí lo más natural decir:

—Por favor, ¿un incinerador portátil?

—¿Eléctrico o movido por energía atómica? —Me dio a elegir.

—Me da igual.

Lo trajo, pequeño como un paquete de cigarrillos, e introduje en él la carta, que segundos después quedaba convertida en un decorativo pisapapeles de porcelana sintética.

Iba a dejar allí el pisapapeles que había expulsado el incinerador, pero cuando abandonábamos el despacho privado, el empleado me dijo:

—Su pisapapeles, señor, ¿no se lo lleva?

—No, ¿para qué?

—¿No le gusta? Hubiera escogido otro objeto en el programador…

—¿Cómo otro objeto? —dije con extrañeza. Lo del incinerador-transformador no me sorprendió, por lo que había leído en la guía oficial:

—Se ve que hace unas semanas que falta del país, señor, y en este tiempo hay nuevas máquinas del bienestar, nuevos avances tecnológicos —me fue explicando, mientras buscábamos la salida por el subterráneo laberinto de corredores acorazados—. Quizá cuando salió usted al extranjero los incineradores portátiles solamente transformaban el papel en objetos de porcelana. Pero hace diez días han salido al mercado otros que, mediante un pequeño programador, los transforman en ropa interior de señora, en golosinas para los niños, en obras completas de Homero… Miles de posibilidades, como ve. En el banco se han sustituido todos por el nuevo modelo. Pero los dejamos en el programa cero, que es el de la porcelana, porque ya sabe usted que gran parte de nuestros clientes son personas que nacieron antes de los avances tecnológicos, muy chapados a la antigua, que difícilmente se adaptan a nuestros progresos en el terreno de la automatización.

Como ya tenía dinero en el bolsillo, en cuanto salí del banco llamé a un taxi para llegar cuanto antes al hotel. Ni que decir tiene que lo primero que hice fue ponerme a buscar mi futuro entre las direcciones de la agenda.