Ya no volví al hotel, sino que me fui directamente al banco, a sacar parte de los cuatro millones de pesos que había acumulado antes de mi ingreso en la clínica mediante el contrabando de pájaros. Tuve ciertos reparos de conciencia en coger aquel dinero. Pero al fin y al cabo, ya había pagado mi culpa —estaba por decir que ya me habían pagado mi hazaña— y estaba libre. Después de todo —empecé a conformarme conmigo mismo—, ir a por los pájaros, pasarlos por la Aduana, traerlos, venderlos, soltar los gorriones en la plaza, ¿no fue un trabajo?
Tenía dinero suficiente para comprarme una casa con las mayores comodidades. No me fue difícil hacerlo. A las pocas horas, la tenía instalada con las más costosas máquinas del bienestar que se fabricaban no solamente en Nonas, sino las que el país importaba de otras partes, cobrando unos altos impuestos. Incluso me permití —ya que si no, iban a notar a leguas que era un nuevo rico— adquirir ciertos detalles que había comprobado que connotaban una privilegiada situación social y una antigua posesión del bienestar: obras de arte, objetos raros y curiosos que alcanzaban mucha mayor cotización que los cuadros o las esculturas. Entre estos objetos me hice con una primitiva radio de galena, un paraguas, una bicicleta, y lo coloqué todo en adecuadas vitrinas, a modo de un museo arqueológico privado, que fue muy celebrado por cuantos visitantes tuve.
Ya instalado, tampoco me fue difícil encontrar trabajo. Todo lo contrario: el problema fue escoger entre los cientos de puestos de vigilantes nocturnos que se ofrecían. Para ello acudí a la oficina de mi antigua amiga la Consultora de Empleos, que me recibió con evidente alegría y celebró no solamente mi ocurrencia de los pájaros —de la que todo el mundo se había enterado—, sino mi salida de la clínica. Me sorprendió que me recibiera en un lugar distinto al de otras veces. Era un despacho cualquiera de tantos como había visto antes de llegar a Nonas, cuando rascaba con monedas en los caliches de las paredes buscando los rastros de la sangre.
—¿Ha mejorado usted de empleo? —tuve que preguntarle al verla allí—. Veo que tiene un despacho más elegante, con menos máquinas y más alfombras.
—No, quien ha mejorado es usted —me contestó, y viendo que no entendía ni media palabra de lo que me decía, continuó—: antes le recibía en el lugar que tenemos destinado a las personas con menor cualificación laboral y social, a nivel de director general. Ahora estamos en el salón que dedicamos a las personas más cualificadas, como usted.
—A los vigilantes nocturnos —dije yo, con sorna.
—Sí, a los vigilantes, a los basureros, a los lavacoches, a las mujeres de la limpieza.
También me llamó la atención que mi trabajo me lo buscara sin auxilio de máquina alguna, sino sacando de un estante acristalado un fichero, como pocos había podido antes ver en Nonas.
—Hay que tener detalles con nuestros buenos clientes, usar objetos antiguos de buen tono —me dijo sonriente, señalándome el fichero, mientras pasaba las cartulinas buscando para mí un buen empleo.
De común acuerdo, elegimos un puesto privilegiado: vigilante de obras.
—Así tiene usted el aliciente de que no es un empleo seguro; ya sabe usted lo sencillo que es encontrar un empleo fijo, para toda la vida. Un empleo eventual, que le dé al trabajo cierto carácter de aventura, de riesgo, de libertad, es lo más difícil. Con este que le propongo estará magníficamente. Cuando terminen la obra que haya estado vigilando, le despedirán, y le pagarán una fuerte indemnización, porque a los fijos no, pero a los eventuales les dan indemnización cuando los despiden. Y solamente tendrá que esperar que le llamen para otra. Así podrá conocer más personas, podrá estar en más sectores de la ciudad. Créame que será un privilegiado: hay personas que se llevan trabajando treinta o cuarenta años en el mismo sitio, al lado de los mismos compañeros, yendo allí cada día por las mismas calles. Esto llega a crear graves problemas psíquicos. Pero usted no los tendrá…
Tan amable fue conmigo la Consultora de Empleos, que la invité a casa a tomar unas copas.