Pedí audiencia con el Hombre de las Ceremonias para, de una vez y para siempre, poderme enterar al menos de su versión oficial de lo que había sido la Revolución de la que tantas veces me habían hablado inconexamente de pasada.

Frente a la magnificencia del despacho de Juan el Poeta en su Tienda, el cuarto de trabajo del que desde el primer día se me apareció como el hombre más poderoso de Calenda contrastaba por su sencillez. También con extrema y parece que cuidada sencillez buscada me recibió y habló conmigo, frente a tanto discurso como anteriormente me había dedicado en público en las últimas semanas.

Por la espontaneidad con que lo hizo, no me resisto —como me pasó con el libro de las hazañas de Igny— a reconstruir en este memorial una transcripción, lo más fiel que recuerdo, de su relato.