II
VEINTICUATRO HORAS PARA DESCENDER.
La mayor parte de las primeras doce horas las pasé en la sala de reposos, intentando leer. No había pasado nada significativo, salvo que unas cuantas veces pude observar el fenómeno que, en su último informe, había mencionado Sonya Laskin. Cuando una estrella quedaba justamente detrás de la invisible BVS-1, se formaba un halo. La BVS-1 era lo bastante pesada como para combar la luz a su alrededor, haciendo que la mayoría de las estrellas aparecieran desplazadas hacia el exterior. Cuando una estrella quedaba directamente detrás de la estrella de neutrones, su luz se desplazaba de inmediato por todas partes. El resultado era un circulito que parpadeaba una vez y desaparecía casi antes de que el ojo pudiese captarlo.
El día que me abordó el titiritero yo no sabía prácticamente nada sobre estrellas de neutrones. Aunque ahora era un especialista, seguía sin tener la más mínima idea de lo que me aguardaba cuando descendiese.
La materia que uno suele encontrar resulta ser, casi siempre, materia normal, compuesta de un núcleo de protones y neutrones rodeados de electrones en estados cuánticos energéticos. Pero en el corazón de toda estrella hay un segundo tipo de materia: allí, la terrible presión es capaz de aplastar las cubiertas de los electrones. El resultado es materia degenerada: núcleos unidos de un modo forzado como consecuencia de la presión y de la gravedad, pero que se mantienen separados dada la repulsión mutua del «gas» electrónico, más o menos constante, que los rodea. Unas adecuadas circunstancias pueden crear un tercer tipo de materia.
Imaginemos una enana blanca apagada cuya masa es 1,44 veces superior a la masa del Sol (Límite de Chandrasejar, llamado así por un astrónomo indio norteamericano del siglo veinte). En una masa de ese tipo, la presión electrónica no sería suficiente para separar a los electrones de los núcleos. Los electrones se verían empujados contra los protones, con lo que se crearían neutrones. En el caso de una terrible explosión, la mayor parte de la estrella pasaría de ser una masa comprimida de materia degenerada a ser un apretado montón de neutrones. Y, teóricamente, el neutronio es la materia más densa que es posible hallar en este universo. La mayor parte del resto de materia normal y degenerada se dispersaría con la explosión provocada por el calor liberado.
Durante dos semanas, al descender su temperatura interna de cinco mil millones de grados Kelvin a quinientos millones, la estrella irradiaría rayos X. Después de lo cual sería un cuerpo emisor de luz de quizá quince o treinta kilómetros de diámetro: lo más próximo a la invisibilidad. Así pues, no era extraño que la BVS-1 fuese la primera estrella de neutrones descubierta.
Tampoco era extraño que el Instituto del Saber de Jinx hubiese dedicado mucho tiempo y muchos esfuerzos a su estudio. Hasta que se descubrió la BVS-1, el neutronio y las estrellas neutrónicas no eran más que teorías. La exploración de una estrella de neutrones real podía ser verdaderamente importante. Las estrellas de neutrones podían proporcionar la clave del auténtico control de la gravedad.
Masa de la BVS-1: aproximadamente 1,3 veces la del Sol.
Diámetro de la BVS-1 (teórico): dieciséis kilómetros de neutronio, cubiertos de casi uno de materia degenerada, cubierta a su vez de, posiblemente, cuatro metros de materia ordinaria.
Velocidad de escape: aproximadamente 200.000 kilómetros por segundo.
Hasta que los Laskin fueron a explorarla, no se sabía nada más de la pequeña estrella negra. Ahora el Instituto conocía un dato más: el spin de la estrella.
—Una masa tan grande puede, con su rotación, distorsionar el espacio —dijo el titiritero—. La órbita hiperbólica de la nave del Instituto se alteró de tal modo que pudimos deducir que el período de rotación de la estrella es de dos minutos veintisiete segundos.
El bar estaba situado en algún lugar del edificio de Productos Generales. No sé con exactitud dónde, aunque con las cabinas de transferencia no importa. Mis ojos estaban fijos en el camarero que nos atendía, que era también un titiritero. Naturalmente, sólo un cliente que también lo fuese desearía que le sirviese un titiritero, pues cualquier bípedo sentiría repugnancia al saber que alguien había preparado su consumición con la boca. Yo ya había decidido que cenaría en otro sitio.
—Comprendo vuestro problema —dije—. Si se descubre que algo puede atravesar uno de vuestros cascos y matar a la tripulación, vuestras ventas se verán afectadas. Pero, ¿qué pinto yo en todo esto?
—Queremos repetir el experimento de Sonya y Peter Laskin. Debemos descubrir...
—¿Conmigo?
—Sí. Es preciso que descubramos qué es eso que nuestros cascos no pueden detener. Naturalmente, siempre puedes...
—Ni hablar.
—Estamos dispuestos a ofrecer un millón de estrellas. Durante un preciso instante me sentí tentado.
—Ni hablar —repetí.
—Naturalmente, se te permitirá construir tu propia nave utilizando un casco 2 de Productos Generales.
—Gracias, pero prefiero seguir viviendo.
—Supongo que no te gustará demasiado verte en la cárcel. Sé que en Nosotros Lo Hicimos se ha restablecido la prisión por deudas. Si Productos Generales hiciese públicas tus deudas...
—Bueno, la verdad es que...
—Tu deuda asciende casi quinientas mil estrellas. Pagaremos a tus acreedores antes de que te vayas. Si regresas, te pagaremos el resto. Posiblemente te pediremos que hables sobre el viaje con los representantes de los medios de información, en cuyo caso habrá más estrellas.
Tuve que admitir la honradez de aquella criatura por no decir cuando regreses.
—¿Me decías que podría construir mi propia nave?
—Naturalmente. No se trata de un viaje de exploración, queremos que regreses sano y salvo.
—Acepto el trato —dije.
Después de todo, el titiritero había intentado hacerme chantaje; lo que pudiese pasar luego sería culpa suya.
En sólo dos semanas construyeron mi nave. Utilizaron un caso 2 de Productos Generales, exactamente igual que el de la nave del Instituto del Saber; el sistema vital era prácticamente una copia exacta de los Laskin, pero ahí terminaba la semejanza. No había ningún instrumento para observar estrellas de neutrones. En su lugar, había un motor de fusión lo bastante grande para una nave de guerra Jinx. En mi nave, a la que llamaría «Skydiver», el impulsor podía producir treinta # en el límite de seguridad. El cañón láser que había era lo bastante grande para atravesar la luna de Nosotros lo Hicimos. El titiritero quería que yo me sintiese seguro, y ya me sentía, pues podía luchar y correr. Especialmente, correr.
Oí media docena de veces el último comunicado de los Laskin. Su nave había salido del hiperespacio a millón y medio de kilómetros de la BVS-1. La gravedad le habría impedido acercarse más por el hiperespacio. Mientras su mando se arrastraba por el tubo de acceso para comprobar los instrumentos, Sonya Laskin se había puesto en contacto con el Instituto del Saber. «... todavía no podemos verla a simple vista, aunque podemos ver dónde está. Siempre que una estrella queda detrás, hay un pequeño anillo de luz durante sólo un minuto. Peter está preparándose para utilizar el telescopio...»
Luego, la masa de la estrella había cortado el lazo hiperespacial. Era algo que ya se esperaba y por eso entonces nadie se había inquietado. Más tarde, al sufrir el ataque, el mismo efecto debió de impedirles huir al hiperespacio.
Cuando los equipos de socorro encontraron la nave, lo único que seguía funcionando eran las cámaras y el radar. No era gran cosa. En la cabina no había ninguna cámara. Pero, por un instante, la cámara delantera nos dio una visión, difuminada por la velocidad, de la estrella de neutrones. Era un disco informe del color naranja de un ascua. Aquel objeto hacía mucho tiempo que era una estrella de neutrones.
—No habrá ninguna necesidad de pintar la nave —le dije al presidente.
—No deberías hacer este viaje con paredes transparentes, puedes volverte loco.
—Sé lo que es el espacio. La angustiosa visión del espacio desnudo no me afecta demasiado. No quiero tener a nadie siguiéndome sin poder verlo.
El día antes de mi partida, me senté solo en el bar de Productos Generales y dejé que el camarero alienígena me preparase algo de beber con su boca. No lo hacía mal. Por todo el bar había grupos de dos o tres titiriteros, con un par de hombres para variar; pero la hora de las bebidas todavía no había llegado. El local parecía vacío.
Me sentía satisfecho de mí mismo. Aunque no me importase mucho yendo a donde se iba, todas mis deudas quedaban pagadas. Me iría sin un minicrédito a mi nombre; sólo con la nave...
En resumidas cuentas, había salido de una situación apurada. Esperaba que me resultase agradable ser un rico exilado.
Al ver que un individuo se sentaba frente a mí, me incorporé sobresaltado. Era un extranjero, un hombre de mediana edad; iba vestido con un traje negro muy caro de hombre de negocios y llevaba una asimétrica barba blanca como la nieve. Hice un gesto hosco y me dispuse a levantarme.
—Siéntese, señor Shaeffer.
—¿Por qué?
Por toda respuesta, me enseñó un disco azul, una señal de identificación del gobierno-Tierra. Lo miré por encima para demostrar que estaba atento, aunque en el fondo no me importaba gran cosa.
—Me llamo Segismundo Ausfaller —dijo el empleado del gobierno—. Quiero decirle algo respecto a la misión que le ha encomendado Productos Generales.
Asentí, sin decir nada.
—Como es normal, nos han enviado información de su contrato verbal. En él he podido advertir varias cosas curiosas. Señor Shaeffer, ¿realmente va a correr usted ese riesgo por sólo quinientas mil estrellas?
—Voy a recibir el doble.
—Pero sólo dispondrá de la mitad, el resto será para pagar sus deudas. Además, no debe olvidar los impuestos. Pero no importa. Lo que he pensado es que una nave espacial es una nave espacial, y la suya está muy bien armada y tiene muy buenos motores. Si se sintiese tentado a venderla, sería una nave de combate muy valiosa.
—Pero no es mía.
—Los hay que no preguntarían. Los de Cañón, por ejemplo, o el partido aislacionista de Tierra de las Maravillas.
No contesté.
—O se podría usted plantear el hecho de dedicarse a la piratería. Un negocio arriesgado, la piratería; no tomo en serio la idea.
Yo ni tan siquiera había pensado en lo de la piratería. Pero en cuanto a Tierra de las Maravillas...
—Lo que quiero decirle, señor Shaeffer, es que un solo hombre, si fuese lo bastante deshonesto, podría perjudicar terriblemente la reputación de los seres humanos en todas partes. La mayoría de las especies considera necesario controlar la moral de sus miembros, y nosotros no somos ninguna excepción. Se me ha ocurrido la idea de que tal vez usted pudiese no llevar su nave a la estrella de neutrones, que la llevase a otro sitio y la vendiese como pacifistas que son los titiriteros no construyen naves de guerra invulnerables. Su «Skydiver» es única.
»En consecuencia, he pedido a Productos Generales que me permita instalar una bomba de control remoto en la «Skydiver». Situada dentro del casco, éste no podría protegerle. La he instalado esta tarde.
»Si en el plazo de una semana usted no informa, me veré obligado a utilizar la bomba. En una semana de recorrido por el hiperespacio, partiendo de aquí, hay varios mundos, pero todos reconocen la autoridad de la Tierra. Si usted huye, se verá obligado a abandonar su nave antes de que transcurra una semana, por lo que difícilmente podrá aterrizar en un mundo habitado. ¿Está claro?
—Muy claro.
—Si le he juzgado mal, puede usted hacer una prueba con el detector de mentiras y demostrarlo. Luego, puede usted aplastarme la nariz, y yo me disculparé caballerosamente.
Se levantó, se inclinó y me dejó allí sentado, sobrio del todo.
Las cámaras de los Laskin habían grabado cuatro películas. En el tiempo que me quedaba, las examiné varias veces, sin que nada llamase mi atención. Si la nave hubiese chocado contra una nube de gas, el impacto podría haber matado a los Laskin. En el perihelio se movían a más de la mitad de la velocidad de la luz. Pero tendría que haberse producido fricción, y en las películas no vi el menor indicio de calentamiento. Si les había atacado algo vivo, la bestia había sido invisible al radar y a una enorme gama de frecuencias luminosas. Si accidentalmente los reactores se hubiesen disparado (estaba tratando de analizar todas las posibilidades), la luz y el resplandor se hubiesen visto en alguna de las películas.
Junto a la BVS-1 tenía que haber aterradoras fuerzas magnéticas, pero no podrían haberles hecho ningún daño. Ninguna fuerza de ese tipo podía atravesar un casco de Productos Generales. Ni tampoco el calor, salvo en bandas especiales de luz radiada, bandas visibles para alguno de los clientes alienígenas de los titiriteros. Yo teñí a opiniones contrarias respecto al casco de Productos Generales, pero todas iban referidas a la anónima vulgaridad del diseño. O lo que tal vez me molestase fuese el hecho de que Productos Generales disfrutase de un cuasi monopolio en cascos de naves espaciales y no fuese propiedad de los seres humanos. Pero si, por ejemplo, tuviese que confiar mi vida al yate Sinclair que había visto en la tienda, habría elegido la cárcel.
La cárcel era una de mis tres posibles elecciones. Pero me pasaría allí toda la vida, Ausfaller se encargaría de que así fuese.
También cabía la posibilidad de escaparme en la Skydiver, pero ningún mundo al que pudiese llegar en el tiempo de que disponía me serviría de refugio. Claro que, si encontrase un mundo parecido a la Tierra y aún no descubierto a una semana de Nosotros Lo Hicimos...
Pero sería pura casualidad. Una casualidad muy remota. Prefería la BVS-1.