IX

PASARON TRES DÍAS, al cabo de los cuales Xanten ató seis pájaros a una silla de vuelo. Primero los guió para que hicieran un amplio recorrido alrededor del castillo, y luego hacia el sur, hacia Far Valley.

Los pájaros profirieron sus habituales quejas. A grandes y desmañados saltos, que amenazaron con arrojar a Xanten al suelo, cruzaron el puente. Al fin, ganando altura, se alzaron dibujando círculos. A lo lejos, Castillo Hagedorn se convirtió en una intrincada miniatura, cada Casa caracterizada por su peculiar racimo de torretas y nidos, su extraño tejado, su ondeante pendón.

Los pájaros describieron el círculo que se les había ordenado, esquivando los riscos y los pinos de Sierra Norte. Luego, inclinando las alas contra el viento, se deslizaron hacia Far Valley.

Con una agradable sensación inundándole, Xanten sobrevoló los dominios de Hagedorn: viñedos, huertos, campos, pueblos de aldeanos. Tras cruzar Lago Maude, con sus diques y sus pabellones, las vegas de más allá, donde pastaba el ganado de Hagedorn, no tardaron en llegar a Far Valley, en el límite de las tierras de Hagedorn.

Xanten les indicó el lugar en el que deseaba bajar. Los pájaros, que hubieran preferido un sitio más cercano a la aldea desde el que podrían haberlo visto todo, gruñeron y gritaron irritados y bajaron con tal brusquedad a Xanten que, de no haber estado prevenido, hubiera rodado por el suelo.

Aunque aterrizó sin ninguna elegancia, al menos Xanten seguía de pie.

—Esperadme aquí —les ordenó a los pájaros—. No os desmandéis; no enredéis las correas. A mi regreso, quiero ver a seis pájaros tranquilos, en perfecta formación, y las cuerdas sin retorcer ni enredar. ¡Y no riñáis! ¡Nada de gritos estridentes que llamen la atención! ¡Portaos bien y no desobedezcáis mis órdenes!

Procurando que Xanten no pudiera oírlos, los pájaros profirieron injuriosos comentarios al tiempo que se enfurruñaban, pataleaban y agachaban la cabeza. Xanten les dedicó una última mirada de advertencia, y enfiló el sendero que llevaba a la aldea.

Un grupo de muchachas de la aldea llenaba sus cestos con las negras y maduras moras que colmaban las enredaderas. Una de las del grupo era la muchacha que O. Z. Garr había pensado reservarse para su uso personal. Al pasar por su lado, Xanten se detuvo e hizo un cortés saludo.

—Si mi memoria no me falla, nos hemos visto anteriormente. La muchacha sonrió, una sonrisa medio triste medio caprichosa.

—En efecto, tiene buena memoria. Nos vimos en Hagedorn, donde estuve cautiva. Y después, cuando me guió hasta aquí, de noche, aunque no pude ver su cara. —Le tendió su cesto—. ¿Tiene hambre? ¿Quiere comer?

Xanten cogió unas cuantas moras. Mientras conversaban, supo que el nombre de la muchacha era Glys Meadowsweet, que no sabía quiénes eran sus padres, aunque lo más probable es que fueran nobles de Castillo Hagedorn que habían sobrepasado con ella su cuota de nacimientos. Ahora Xanten la examinó con más detenimiento que antes, aunque no pudo hallar parecido alguno con ninguna familia de Hagedorn.

—Lo más seguro es que desciendas de Castillo Delora. Si hay algún parecido familiar que yo pueda detectar es con los Cosanza de Delora, una familia notable por la belleza de sus damas.

—¿Está casado? —preguntó ella ingenuamente.

—No —dijo Xanten, y era cierto, puesto que había disuelto su relación con Araminta el día anterior—. ¿Y tú? Ella movió la cabeza negativamente.

—Si estuviera casada no estaría cogiendo moras. Este trabajo está reservado a las doncellas. ¿Por qué ha venido a Far Valley?

—Por dos razones. La primera para verte. —Al oír sus propias palabras, Xanten se sorprendió, pero con igual sorpresa comprendió que era cierto—. Nunca he tenido oportunidad de hablar contigo y siempre me he preguntado si serías tan encantadora y alegre como bella.

La muchacha se encogió de hombros, con lo que Xanten no pudo estar seguro de si sus palabras le habrían complacido o no; los cumplidos de los caballeros a veces traían consigo consecuencias desagradables.

—Bueno, no importa, he venido también para hablar con Claghorn.

—Está allí —dijo ella con voz lisa, incluso fría, indicándole el lugar—. Ocupa aquella choza.

La muchacha continuó con su tarea y Xanten, tras hacer una reverencia, se encaminó a la choza que ella le había indicado.

Claghorn, vestido con holgados pantalones de tela hecha en casa que le llegaban hasta la rodilla, estaba cortando leña con un hacha. Al ver a Xanten se detuvo, se apoyó con el mango del hacha y se limpió la frente.

—¡Oh, Xanten, qué alegría verle! ¿Cómo está la gente de Castillo Hagedorn?

—Como siempre. Hay poco que contar, aunque he venido para traerle noticias.

—¿De verdad? —Claghorn se reclinó en el mango del hacha y examinó minuciosamente a Xanten con su vivida mirada azul.

—Durante nuestra última reunión —siguió Xanten— acepté lata-rea de interrogar al mek cautivo. Después de haberlo hecho, me siento algo afligido de que usted no estuviera cerca para ayudarme, ya que me habría resuelto ciertas ambigüedades de las respuestas.

—Siga hablando —dijo Claghorn—. Es posible que pueda hacerlo ahora.

—Inmediatamente después de la reunión del consejo me dirigí a la bodega donde estaba confinado el mek. No tenía alimento, así que le di jarabe y le acerqué un cubo con agua del que apenas bebió. No tardó en comunicarme que deseaba almejas desmenuzadas. Las pedí a la cocina y me las trajeron; el mek ingirió más de un kilo. Como ya dije, no era un mek vulgar y corriente, era tan alto como yo y no llevaba bolsa de jarabe. Le conduje a otra estancia, donde le indiqué que se sentara.

»Le miré fijamente y él me sostuvo la mirada. Las púas que yo había arrancado ya le estaban creciendo, con lo que es posible que pudiera recibir mensajes de los meks de otra parte. Parecía una bestia superior, no manifestaba sumisión ni respeto y respondía sin vacilar a mis preguntas.

»Primero le dije: "Los nobles de los castillos están asombrados por la revuelta de los meks. Creíamos que estabais satisfechos con la vida que llevabais. ¿Estábamos equivocados?".

»"Evidentemente". Estoy seguro de que esa fue la palabra que utilizó, aunque yo jamás había supuesto ningún tipo de ingenio en un mek.

»"Muy bien, entonces", dije, "¿en qué estábamos equivocados?"

»"Es obvio. Ya no queremos trabajar a vuestras órdenes. Queremos que nuestras vidas se rijan según nuestras propias normas tradicionales".

»Semejante respuesta me sorprendió. Yo no tenía conocimiento alguno de que los meks tuvieran normas de ningún tipo, y menos aún normas tradicionales.

Claghorn cabeceó y dijo:

—También a mí me ha sorprendido la amplitud de la mentalidad mek.

—Reproché al mek: "¿Por qué matar? ¿Por qué destruir nuestras vidas para mejorar las vuestras?". Tan pronto como acabé de formular la pregunta comprendí mi error al hacérsela. Y creo que el mek también se dio cuenta. Rápidamente, en respuesta, señaló algo que creo que era: "Sabíamos que teníamos que actuar con decisión, vuestro propio protocolo así lo exige. Aunque podríamos haber vuelto a Etamin Nueve, preferimos la Tierra, y de ella haremos nuestro propio mundo, con nuestros grandes diques, tubos y rampas soleadas".

»Esto parecía bastante claro, pero aún tenía algunas dudas. Dije: "Es comprensible, pero, ¿por qué matar? ¿Por qué destruir? Podíais haberos ido a otra región, no os habríamos molestado.

»"Según vuestra propia idea eso es impracticable. Un mundo resulta demasiado pequeño para dos razas antagónicas. Trataríais de enviarnos de nuevo a Etamin Nueve".

»"Ridículo", dije, "fantástico y absurdo". ¿Nos tomáis por monstruos?"

»"No", insistió la criatura. "En Castillo Hagedorn dos notables estaban buscando el puesto más alto. Uno de ellos nos aseguró que si accedía al puesto, éste sería el objetivo de su vida".

»"Grotesca equivocación", le dije. "Un hombre, un lunático, no puede hablar en nombre de todos los hombres".

»"¿No? Un mek habla por todos los meks, pensamos con una mente única. ¿Los hombres no son iguales?"

»"Cada hombre piensa por sí mismo. El lunático que te aseguró tal necedad es un depravado. Pero ahora todo se ha aclarado. No nos proponemos enviaros a Etamin Nueve. ¿Os retiraréis de Janeil, os iréis lejos y nos dejaréis en paz?"

»"No. Las cosas ya han ido demasiado lejos. Ahora destruiremos a todos los hombres. La verdad que encierra la frase es bien clara: un mundo resulta demasiado pequeño para dos razas".

»"Entonces, desgraciadamente, tendré que matarte", le dije. "Actuar de ese modo no es de mi agrado, pero si tu tuvieras la oportunidad de hacerlo, matarías a cuantos caballeros pudieras". Ante esto, la criatura se abalanzó hacia mí y yo le maté con más decisión de la que me había creído capaz.

»Ahora ya lo sabe todo. Parece que o bien usted o bien O. Z. Garr estimularon el cataclismo. ¿O. Z. Garr? Improbable, imposible. Así que fue usted, Claghorn, usted. ¡Tiene usted ese peso sobre su conciencia!

Claghorn contempló el hacha con mirada ceñuda.

—Peso, sí. Culpa, no. Ingenuidad, sí. Debilidad, no. Xanten retrocedió.

—¡Claghorn, su frialdad me asombra! Antes, cuando personas rencorosas como O. Z. Garr le consideraban un lunático...

—¡Basta, Xanten! —exclamó Claghorn irritado—. Esta extravagante discusión me está cansando. ¿Qué es lo que he hecho mal? Mi error fue pretender demasiado. Lo que yo quería decir era que si llegaba a ser Hagedorn enviaría a los esclavos de vuelta a sus mundos. No fui elegido. Los esclavos se rebelaron. Así que ni una palabra más, me estoy cansando de este asunto. No puede imaginar cómo me angustian sus ojos saltones y su espalda curvada.

—¡Cansado del tema! —gritó Xanten—. Critica mis ojos, mi espalda, pero, ¿qué hay de los miles de muertos?

—De todos modos, ¿cuánto habrían vivido? Las vidas son tan baratas como el pescado abundante en el mar. Le sugiero que deje a un lado sus reproches y dedique toda su energía en salvarse. ¿Cree que existe un medio de hacerlo? Me mira desconcertado. Le aseguro que ese medio existe, pero nunca conocerá por mí cuál es.

—Claghorn —dijo Xanten—. Vine aquí con la intención de arrancar de su cuerpo su arrogante cabeza...

Pero Claghorn ya no escuchaba, había vuelto a su tarea de cortar leña.

—¡Claghorn! —gritó Xanten.

—Xanten, váyase con sus gritos destemplados a otra parte, por favor. Sermonee a sus pájaros.

Girando sobre sus talones, Xanten se encaminó sendero abajo. Las muchachas que recogían moras le miraron inquisitivamente y se hicieron a un lado. Xanten se detuvo y recorrió el sendero con la mirada. No veía por ningún lado a Glys Meadowsweet. Prosiguió su camino con renovada furia. Se detuvo de pronto. A unos cien pasos de los pájaros estaba Glys Meadowsweet, sentada sobre el tronco de un árbol caído; contemplaba una brizna de hierba como si fuera un asombroso artefacto del pasado. Para su sorpresa, los pájaros le habían obedecido y esperaban con un cierto orden.

Xanten alzó la mirada hacia el cielo, pateó el césped. Suspiró profundamente y se acercó a Glys Meadowsweet. Observó que se había colocado una flor en su largo cabello suelto.

Después de un par de segundos, ella alzó la vista y escudriñó su rostro.

—¿Por qué está tan irritado?

Xanten se palmeó el muslo y se sentó junto a ella.

—¿Irritado? No, estoy fuera de mí, de frustración. Claghorn es insoportable. Sabe cómo se puede salvar Castillo Hagedorn, pero se niega a divulgar su secreto.

Glys Meadowsweet se rió, y aquél fue el sonido más agradable de todos los que Xanten había oído en Castillo Hagedorn.

—¿Habla de secreto cuando incluso yo lo conozco?

—¡Tiene que tratarse de un secreto! —replicó Xanten—. No quiso decírmelo.

—Escuche, si teme que se enteren los pájaros, lo diré en voz baja. —Y pronunció unas cuantas palabras en su oído.

Tal vez su dulce aliento embriagó a Xanten, puesto que la esencia explícita de la revelación no penetró del todo en su conciencia. Sonrió amargamente.

—Eso no es ningún secreto, se trata de lo que los escitas prehistóricos denominaban «bathos». ¡Deshonor para los caballeros! ¿Bailamos con los aldeanos? ¿Servimos esencias a los pájaros y discutimos con ellos el resplandor de nuestras phanes?

—«¿Deshonor»? —De un salto, Glys se puso en pie—. ¡Entonces también considerará deshonor hablar conmigo, estar aquí sentado junto a mí, hacer ridículas sugerencias!

—No he hecho ninguna sugerencia —protestó Xanten—. Estoy aquí sentado con toda corrección...

—¡Demasiada corrección, demasiado honor! —Con un despliegue de pasión que asombró a Xanten, Glys Meadowsweet arrancó la flor de su cabello y la tiró al suelo—. ¡Váyase! ¡Fuera!

—No —dijo Xanten con repentina humildad. Se inclinó, recogió la flor, la besó y volvió a colocarla entre el cabello de la muchacha—. No soy tan honorable. Me esforzaré al máximo.

Puso los brazos sobre los hombros de la joven, pero ella le mantuvo apartado.

—Dígame —dijo ella, con madura severidad—, ¿posee alguna de esas peculiares mujeres-insecto?

—¿Yo? ¿Phanes? No, no tengo phanes.

Al oír la respuesta, Glys Meadowsweet se relajó y permitió que Xanten la abrazara, mientras los pájaros cloqueaban, soltaban risotadas y hacían vulgares sonidos rasposos con las alas.