V
LA DISTANCIA ENTRE NUEVO SAN MARCOS Y BLAUVAIN, y la embajada de Padma era de cuatrocientos kilómetros. En situación normal los podía haber hecho en seis horas, pero se había hundido un puente y tardé catorce.
Eran más de las ocho de la mañana siguiente cuando irrumpí en la mezcla de parque y edificio que era la embajada.
—Padma —dije—. ¿Está aún...?
—Sí, señor Olyn —dijo la recepcionista—. Está esperándole. Sonrió, envuelto en su túnica morada. No me preocupó. Me sentía francamente complacido de que Padma todavía no hubiera salido hacia las zonas del conflicto.
La recepcionista me llevó ante la presencia de un joven exótico que dijo ser uno de los secretarios de Padma. Me guió durante un corto trecho y me presentó a otro secretario, de mediana edad esta vez, con el que pasé por varias estancias y luego por un largo pasillo, doblamos una esquina, más allá de la cual dijo que estaba la entrada a la zona de oficinas en la que Padma estaba trabajando en aquellos momentos. Luego me dejó.
Seguí la dirección indicada. Pero al cruzar la entrada no encontré una estancia sino otro pasillo. Aterrado, entonces comprendí. Creí ver a Kensie Graeme avanzando hacia mí... Kensie, pensando en el asesinato.
Pero el hombre que me había parecido Kensie, se limitó a mirarme unos instantes y desvió la vista. Entonces comprendí.
Obviamente, no era Kensie, era el hermano gemelo de Kensie, Ian, comandante de las fuerzas de Garison para los Exóticos, en Blauvain. Caminaba en mi dirección a grandes pasos. Y yo empecé de nuevo a caminar hacia él, sin estar del todo tranquilo hasta que nos cruzamos.
Dudo que nadie hubiera avanzado hacia él de aquel modo, sintiéndose tan impresionado como lo estaba yo. De los comentarios que había hecho Janol, yo había deducido que Ian era el inverso de Kensie. Y no en un sentido militar, puesto que ambos eran magníficos ejemplos de oficiales dorsai, sino en lo que a su carácter se refiere.
Desde el primer momento, Kensie me había impresionado profundamente, con su carácter jovial y su cordialidad, oscurecida a veces por el hecho de ser dorsai. Cuando no estaba directamente presionado por los asuntos militares, parecía todo luz; uno podía calentarse en su presencia igual que podía hacerlo al sol; Ian, su doble físico, que avanzaba hacia mí como un Odin de dos ojos, era todo sombra.
Al fin, ante mi teoría la leyenda dorsai hecha realidad. Allí estaba el hombre inflexible de corazón de hierro y alma oscura y solitaria. En la poderosa fortaleza de su cuerpo, aquello que constituía la esencia de Ian vivía tan aislado como un ermitaño en una montaña. Era el solitario y feroz hombre de las tierras altas de sus lejanos antepasados.
En Ian no imperaba ni la ley ni la ética, sino la confianza de la palabra dada, la lealtad de clan y el deber de la lucha sangrienta. Era un hombre que sería capaz de cruzar el infierno para pagar una deuda, para bien o para mal; y en aquel momento, mientras avanzaba hacia mí, y cuando finalmente le reconocí, agradecí a todos los dioses que no tuviera ninguna deuda conmigo.
Nos cruzamos y él dobló una esquina.
Entonces recordé que había oído rumores de que la oscuridad que le rodeaba sólo se desvanecía en presencia de Kensie. De que realmente era la otra mitad de su hermano gemelo. Y que si alguna vez perdía la luz que la ciará presencia de Kensie derramaba sobre él, se vería condenado para siempre a su propia oscuridad.
Era algo que, más tarde, cuando le recordara avanzado hacia mí en aquel momento, yo evocaría.
Entonces lo olvidé penetrando en otra estancia que parecía un pequeño conservatorio, donde vi el afable rostro y el blanco cabello corto de Padma, que vestía una túnica amarillo claro.
—Pase, señor Olyn —dijo, levantándose—, y acompáñeme.
Se volvió y cruzó un arco de purpúreos capullos de clemátides. Le seguí hasta un pequeño patio ocupado casi por completo, con la forma elíptica de un vehículo aéreo de cuatro plazas. Padma se sentó en uno de los asientos frente a los controles. Sujetó la puerta para que yo pasara.
—¿Adónde vamos? —pregunté al entrar en el vehículo. Tocó el panel del piloto automático y la nave se elevó en el aire. La dejó a su propio control y giró su asiento para mirarme.
—Al cuartel general del coronel Graeme en el campo —me respondió.
Cuando ganamos altura y empezamos a avanzar horizontalmente sus ojos eran de color castaño claro, parecían absorber la luz del sol que penetraba por el transparente techo del vehículo. Pero me era del todo imposible leer en aquellos ojos o en la expresión de su rostro.
—Entiendo —dije—. Naturalmente sé que una llamada desde el cuartel general de Graeme le llegaría mucho antes de lo que lo hice yo desde el mismo punto por vehículo de superficie. Pero espero que no esté usted pensando en permitirle raptarme ni nada parecido. Como periodista, estoy protegido por mis Credenciales de Imparcialidad y también por las autorizaciones de Amigos y Exóticos. Y no pueden considerarme responsable de las conclusiones que Graeme sacó tras la conversación que ambos tuvimos esta mañana... solos.
En el asiento de su vehículo aéreo, Padma seguía frente a mí. Sus manos reposaban unidas sobre su regazo, pálidas sobre la túnica amarilla, mostrando los fuertes tendones bajo la piel.
—Si usted me acompaña ahora no es por decisión de Kensie Graeme, sino por mi propia decisión.
—Quiero saber por qué —dije resueltamente.
—Porque —dijo él, con parsimonia—, es usted muy peligroso. —Y siguió allí sentado, mirándome con ojos resueltos. Esperé a que dijera algo más, pero no lo hizo.
—¿Peligroso? —dije—. ¿Peligroso para quién?
—Para el futuro de todos nosotros.
Le miré fijamente. Luego me eché a reír. Estaba irritado.
—¡Basta ya! —dije colérico.
Lentamente movió la cabeza sin apartar en ningún momento sus ojos de mí. Aquellos ojos me desconcertaban. Inocentes y francos como los de un niño, pero a través de ellos yo no podía llegar hasta el hombre.
—Bien —dije—. Dígame, ¿por qué soy peligroso?
—Porque quiere usted destruir una raza, y sabe cómo hacerlo.
Por un momento, se hizo el silencio. El vehículo surcaba el aire sin hacer el más mínimo ruido.
—Es una extraña idea —dije lenta y sosegadamente—. Me pregunto de dónde la ha sacado.
—De nuestros cálculos ontogénicos —dijo Padma, hablando tan sosegadamente como yo mismo lo había hecho—. Y no es una idea, Tam. Bien lo sabe usted.
—Oh, sí —dije—. Ontogenia. Iba a averiguar lo que es eso.
—Ya lo hizo, ¿no es así, Tam?
—¿Sí? —dije—. Supongo que sí. Pero según recuerdo no lo entendí del todo. Es algo sobre la evolución.
—Ontogenia —dijo Padma—, es el estudio del efecto de la evolución sobre las fuerzas recíprocas de la sociedad humana.
—¿Soy yo una fuerza interactuante?
—Por el momento, y durante los últimos años, sí —respondió Padma—. Y posiblemente lo seguirá siendo durante algunos años más. Pero tal vez no.
—Eso suena casi a amenaza.
—En cierto sentido lo es. —Los ojos de Padma absorbieron la luz cuando yo los miré—. Es usted tan capaz de destruirse a sí mismo como de destruir a los demás.
—Me repugnaría hacerlo.
—Entonces —dijo Padma—, será mejor que me escuche.
—Claro, faltaría más —dije yo—, mi oficio es ése, escuchar. Dígamelo todo sobre la ontogenia..., y sobre mí mismo.
Manipuló algo en los controles, y de nuevo giró su asiento para situarse frente a mí.
—La raza humana —dijo Padma— experimentó una explosión evolutiva en el momento histórico en el que la colonización interestelar se hizo posible. —Seguía mirándome. Yo mantenía una expresión atenta—. Esto fue debido a razones derivadas del instinto racial que aún no hemos catalogado por completo, pero que en esencia era de naturaleza autoprotectora.
Yo busqué en el bolsillo de mi chaqueta.
—Quizá fuera conveniente que tomara algunas notas —dije.
—Si quiere hacerlo... —dijo Padma inmutable—. Como resultado de aquella explosión surgieron culturas que, individualmente, se dedicaron a facetas aisladas de la personalidad humana. La faceta combativa fueron los dorsai. La faceta que sacrificaba totalmente el individuo a una u otra fe, fueron los Amigos. La faceta filosófica creó la cultura Exótica, a la cual pertenezco. Llamamos a estas culturas: Culturas Astilla.
—Oh, sí —dije—. Sé algo de las Culturas Astilla.
—Sabe usted algo de ellas, Tam, pero no las conoce.
—¿No las conozco?
—No —dijo Padma—, porque usted, como todos nuestros antepasados, es de la Tierra. Es usted un hombre viejo, de gama completa. Los pueblos Astilla son evolutivamente más avanzados que usted.
De pronto, me invadió una amarga ira.
—Oh, me temo que no entiendo lo que quiere decir.
—Porque no quiere hacerlo —dijo Padma—. Si quisiera, tendría que admitir que eran diferentes de usted y que tenían que ser juzgados mediante diferentes normas.
—¿Diferentes? ¿Cómo?
—Diferentes en el sentido de que todo pueblo Astilla, incluido el mío, comprende instintivamente, mientras que el hombre de gama completa tiene que extrapolar para imaginar. —Padma se desvió un poco en el asiento—. Se hará una idea, Tam, si imagina que un miembro de la cultura Astilla es un hombre como usted mismo, pero con una monomanía que le impulsa a ser un tipo determinado de persona. Pero con esta diferencia: en lugar de que todas las partes de su yo mental y físico fuera de los límites de esa monomanía fueran ignoradas y atrofiadas, tal como lo fueron en usted...
Le interrumpí:
—¿Por qué específicamente en mí?
—En todo hombre de espectro completo —dijo Padma sosegadamente—. Estas partes, en lugar de ser atrofiadas, se alteraron para conformar y alterar la monomanía, de modo que el resultado no es un hombre enfermo, sino un hombre sano aunque diferente.
—¿Sano? —dije, viendo de nuevo al suboficial Amigo de Nueva
Tierra mentalmente.
—Sano como cultura. No como individuos de esa cultura ocasionalmente lisiados, sino como cultura.
—Lo siento —dije—, No lo creo.
—Claro que sí, Tam —dijo Padma suavemente—. Inconscientemente lo cree, porque está usted planeando aprovecharse de la debilidad que una cultura como esa ha de tener para destruirla.
—¿Y qué debilidad es ésa?
—La debilidad obvia que es opuesta a toda fuerza —dijo Padma—. Las culturas Astilla no son viables.
Aunque me sentía sinceramente desconcertado, tenía que disimular.
—¿No viables? ¿Quiere decir que no pueden vivir por sí mismas?
—Claro que no —dijo Padma—. Enfrentada a una expansión en el espacio, ante el desafío de un medio diferente la raza humana reaccionó intentando adaptarse a él. Se adaptó probando por separado todos los elementos de su personalidad para ver cuál de ellos sobreviviría mejor. Ahora que todos esos elementos, las Culturas Astilla, se han adaptado y sobrevivido, les ha llegado el momento de integrarse de nuevo para producir un humano más fuerte y orientado hacia el universo.
El vehículo empezó a descender, nos aproximábamos a nuestro destino.
—¿Qué tiene que ver todo eso conmigo? —pregunté por último.
—Si destruye usted una de las culturas Astilla, no podrá adaptarse por sí misma como lo haría un hombre de espectro completo y morirá. Así, cuando la raza se integre nuevamente en un todo, ese valioso elemento se habrá perdido para ella.
—Tal vez no se pierda —dije suavemente.
—Será una pérdida vital —dijo Padma—. Y puedo demostrárselo. Usted, como hombre de espectro completo, posee un elemento de cada Cultura Astilla. Si es capaz de admitir esto, puede identificarse incluso con aquéllos a quienes quiere destruir. Puedo demostrárselo con pruebas. ¿Quiere verlas?
La nave tocó tierra. La puerta de mi lado se abrió. Salí con Padma y encontré a Kensie esperándonos.
Miré a Padma y luego a Kensie, que me pasaba la cabeza a mí y el doble a Padma. Kensie me devolvió la mirada sin ninguna expresión concreta. Sus ojos no eran los ojos de su hermano gemelo, pero precisamente entonces, por alguna razón, no podía conseguir que nuestras miradas se encontraran.
—Soy periodista —dije—. Por supuesto, mi mente es libre.
Padma se volvió y empezó a caminar hacia el edificio del cuartel general. Kensie se unió a nosotros y creo que Janol y algunos otros nos seguían detrás, aunque preferí no cerciorarme. Kensie, Padma y yo nos dirigimos al interior de la oficina, donde por primera vez había visto a Graeme. Sobre la mesa de Graeme había una carpeta. La cogió, sacó una fotocopia de algo y me la entregó cuando me acerqué.
La cogí. No cabía la menor duda de su autenticidad.
Se trataba de un comunicado del Ilustre Anciano, el oficial de más edad del gobierno unido de Armonía y Asociación, dirigido al Jefe de Guerra Amigo del Centro X de Defensa de Armonía. Estaba fechado dos meses antes, y estaba escrito sobre una hoja de molécula única de la que no podía borrarse nada de lo escrito.
En nombre de Dios, se le comunica:
Que, puesto que parece ser voluntad de Dios que nuestros Hermanos en Santa María no consigan éxito alguno, se ordena que de aquí en adelante no les sean enviados refuerzos, personal, ni provisiones. Pues si nuestro Capitán nos designa la victoria, sin duda la conquistaremos sin más gastos. Y si Su Voluntad es que no la conquistemos, entonces sería impiedad desperdiciar los bienes de las Iglesias de Dios en un empeño por frustrar Su Voluntad.
Además se ordena que a nuestros Hermanos en Santa María no se les haga saber que no recibirán más ayuda, para que así puedan dar testimonio de su fe en la batalla como siempre, y las Iglesias de Dios no se desalienten.
Atienda este mandato, en nombre del Señor:
Por orden de quien es llamado...
Ilustre Anciano Entre los Elegidos
Tras leerlo, alcé la vista del papel, Graeme y Padma me miraban.
—¿Cómo ha llegado esto a sus manos? —pregunté—. No, lógicamente no me lo dirá.
Me sudaban las manos, por lo que la hoja satinada resbalaba entre mis dedos. La sujeté con firmeza, y hablé deprisa para que no apartaran la mirada de mí:
—Pero, ¿y qué? Ya sabíamos esto. Todos sabían que el Ilustre les había abandonado. Esto sólo lo reafirma. ¿Por qué molestarse en enseñármelo?
—Pensé —dijo Padma—, que le conmovería un poco. Quizá lo suficiente para que viera las cosas de un modo diferente.
—No dije que no fuera posible —repuse—. Un periodista adopta siempre una postura razonable. Por supuesto —escogí cuidadosamente mis palabras—, si pudiera estudiarlo...
—Yo había esperado que lo hiciera —dijo Padma.
—¿Esperado?
—Si profundiza en ello y verdaderamente comprende lo que quiere decir el Ilustre, entendería a todos los Amigos de otro modo. Su opinión sobre ellos cambiaría.
—No lo creo así —dije—. Pero...
—Permítame pedirle que al menos lo intente —dijo Padma—. Llévese el comunicado.
Permanecí un momento indeciso, mientras Padma me miraba de frente y Kensie descollaba tras él, luego me encogí de hombros y me guardé la hoja de molécula en el bolsillo.
—De acuerdo, me lo llevaré a mi alojamiento y meditaré sobre él. Tengo un vehículo de tierra por aquí en algún sitio, ¿no? —dije, mirando a Kensie.
—A diez kilómetros —dijo Kensie—. Pero le será imposible llegar hasta allí. Nosotros estamos avanzando para el ataque, y los Amigos hacen maniobras para salir a nuestro encuentro.
—Utilice mi vehículo aéreo —dijo Padma—. Las banderas de la embajada serán una ayuda.
—De acuerdo —dije.
Abandonamos la oficina y nos dirigimos hacia el vehículo aéreo. Janol estaba en la oficina exterior. Pasé junto a él y me miró fríamente. No le censuré. Caminamos hasta el vehículo aéreo y entré en él.
—Cuando llegue, puede enviarme el vehículo de vuelta —dijo Padma cuando yo cruzaba la sección de entrada superior del vehículo—. Es un préstamo que le hace la Embajada, Tam. No me preocuparé por él.
—Hace bien —dije—, no necesita preocuparse.
Cerré la sección y pulsé los controles.
Aquel vehículo era una maravilla. Tan ligero como un pensamiento, se alzó en el aire y en un segundo estaba a un kilómetro de altura, muy lejos del lugar de partida. Intenté tranquilizarme del todo antes de hurgar en el bolsillo y sacar el comunicado.
Lo miré. Todavía me temblaba un poco la mano al sujetarlo.
Por fin estaba en mi poder. Aquello era lo que había buscado desde el principio. Y el mismo Padma había insistido en que me lo llevara.
Era la palanca, la palanca de Arquímedes que movería no un mundo sino catorce. Y llevaría a la extinción a los Pueblos Amigos.