De nuevo debo meterme con Jack.

Sabiendo que Jack Vance había ganado dos premios Hugo y yo no lo conocía se me planteaba un terrible dilema. Tenía que descubrir algo sobre él, algo significativo. De nada servía decir que Jack Vance vivía en California y que tenía aproximadamente mi edad y mi porte (que, por supuesto, es extraordinario). Yo quería algo más.

¿Qué hacer? Muy sencillo, descolgar el teléfono y llamar a Robert Silverberg. Aunque eso significaba interrumpirle en su trabajo, su método de trabajo es parecido al mío, le haría un favor porque comprendo que él lucha con su máquina de escribir. (La máquina de escribir lo único que hace es gritarle, ella tiene teclas sensibles y él dedos fríos.)

—Háblame de Jack Vance, Bob —le dije.

Así lo hizo y yo escuché y escuché, hasta que por fin Bob dijo:

—En cierto aspecto es poco comunicativo. Es decir, le encanta hablar del trabajo, pero cuando le pregunté si le había influido más Kafka o Dunsany, cambió de tema.

Quedé encantado, inmediatamente supe que Jack Vance era un buen chico. Odio a esos escritores que tienen una terrible influencia de Kafka o de Franz Dunsany... grandes exhibicionistas. Personalmente, me han influido tipos como Nat Schachner, Clifford Simak y John Campbell, hijo.

Allá por los años treinta, leía yo ciencia ficción. Alguien con ambiciones de escribir ciencia ficción debía leer ciencia ficción. Yo no perdí el tiempo leyendo a Proust o a Tolstoi ni a todos esos pomposos griegos.

Y estoy seguro de que tampoco Jack Vance lo perdió. ¡Buen chico Jack! Somos tú y yo solos contra el mundo.