A lo largo de los últimos doce años, lo que podríamos llamar «ciencia ficción dura» se ha retirado un poco entre bastidores. Al hablar de ciencia ficción dura me refiero a esos relatos en los que los detalles científicos juegan un papel importante y en los que el autor describe con exactitud esos detalles tomándose la molestia de explicarlos con la mayor claridad.

En su lugar, el relato emocional ha pasado a un primer término. En este tipo de relato, la ciencia queda relegada, lo que se tiene en cuenta es el estilo literario y no la teoría física; experimentalismo en la forma, no en el laboratorio; forzar las almas, más que las mentes.

Puesto que no os quiero ocultar nada, os diré que, en lo que a mí respecta, soy, por convicción, hombre de la ciencia ficción dura. Por ejemplo, en el mismo número de la revista en el que Harlan Ellison publicó «No tengo boca y debo gritar», que era todo emoción y que ganó un Hugo, yo publiqué «Billiard Ball», que era todo pensamiento y que no ganó un Hugo.

Lógicamente, injusticias de este tipo son las que me hacen recapacitar, pero al ver que todavía hay escritores de ciencia ficción dura entre la generación más joven, me siento mucho mejor. Ben Bova, por ejemplo, escribe ciencia ficción dura, igual que Larry Niven.

Es más, Larry Niven lo hace tan bien que ganó un Hugo por su excelente relato «Estrella de neutrones».

El único problema con su premio fue que, cuando leí su relato, quedé sobrecogido de dolor. Y no me refiero sólo al dolor que siento cuando alguien que no soy yo gana un Hugo. Me refiero a un dolor muy especial provocado por el carácter del argumento.

Me explicaré. Yo escribo un artículo científico en cada número de The Magazine of Fantasy & Science Fiction. En el número de mayo de 1966, escribí uno titulado «Time and Tide», y al pensar concretamente en ese artículo, un agudo pesar me acongojaba. El argumento de «Estrella de neutrones» estaba implícito en mi artículo, y si al escribirlo mi mentalidad hubiese sido la de un escritor en vez de la de un articulista, podría haber escrito ese relato.

Más tarde, conocí a Larry Niven. Una persona muy tranquila, que viste de modo impecable y tradicional, va perfectamente afeitado, tiene una voz suave y la tendencia a especular sobre la vida sexual de Superman.

—Oye, Larry —le dije, moviendo la cabeza con tristeza—, hace tiempo, escribí un artículo titulado «Time & Tide» que trata de...

—Ya lo sé —dijo Larry con toda tranquilidad—. Al leer tu artículo se me ocurrió la idea de «Estrella de neutrones».

¡El que este hombre aún viva se debe exclusivamente a la esencial dulzura de mi carácter!