III
DURANTE LOS LARGOS AÑOS DE AERLITH, las fortunas de Valle Feliz y de Valle Banbeck fluctuaban según la capacidad de los correspondientes Carcolo y Banbeck. Golden Banbeck, abuelo de Joaz, se vio obligado a desprenderse de Valle Feliz cuando Utern Carcolo, un diestro criador de dragones, produjo sus primeros diablos. Golden Banbeck, por su parte, desarrolló los juggers, pero permitió que el incierto pacto continuase.
Pasaron los años. Ilden Banbeck, el hijo de Golden, hombre frágil e inútil, murió al caer de un enfurecido dragón. Joaz era aún un niño desvalido y Grode Carcolo decidió probar fortuna atacando Valle Banbeck. No pensó en Handel Banbeck, tío-abuelo de Joaz y primer domador de dragones.
Las fuerzas de Valle Feliz fueron derrotadas en Pico Starbreak. Grode Carcolo murió, y el joven Ervis resultó herido, víctima de un dragón asesino. Por varias razones, entre ellas la vejez de Handel y la corta edad de Joaz, el ejército de Banbeck no sacó una ventaja decisiva de su triunfo. Ervis Carcolo, aunque agotado por la pérdida de sangre y el dolor, logró retirarse a tiempo, y en los años siguientes se acordó un receloso pacto entre los vecinos valles.
Joaz se convirtió en un melancólico joven que, a pesar de no despertar un amor entusiasta en su pueblo, tampoco provocaba ninguna violenta aversión. Él y Elvis Carcolo sentían un desprecio mutuo. Cuando se mencionaba el estudio de Joaz, con sus libros, pergaminos, maquetas y planos, su complicado sistema de observación de Valle Banbeck (el material óptico había sido proporcionado, según rumores, por los sacerdotes), Carcolo alzaba las manos enfurecido.
—¿Estudios? ¡Bah! ¿Qué sentido tiene escarbar en las tonterías del pasado? ¿A qué conduce eso? Debería haber nacido sacerdote. ¡Es un canijo bocazas lo mismo que ellos!
Un caminante llamado Dae Alvonso, que combinaba los oficios de juglar, comprador de niños, psiquiatra y quiropráctico, informó a Joaz de los comentarios de Carcolo.
—Ervis Carcolo debería aparearse con uno de sus juggers —dijo Joaz, encogiéndose de hombros—. Quizá de ese modo produjese una criatura invulnerable con la armadura de los juggers y su propia inquebrantable estupidez.
A su debido tiempo, el comentario llegó a oídos de Ervis Carcolo, que le afectó de modo particularmente doloroso. Secretamente había estado intentando producir un nuevo tipo de dragón: un dragón casi tan corpulento como el jugger, con la salvaje inteligencia y la agilidad de los horrores azules. Pero Ervis Carcolo se dejaba llevar mucho por la intuición y un exceso de optimismo, ignorando los consejos de Bast Givven, su domador jefe.
Una vez empollados los huevos, sobrevivieron unas doce crías. Ervis Carcolo las alimentó con ternura y represión alternativamente. Pasó el tiempo y los dragones se hicieron adultos.
La combinación prevista por Carcolo de furia e invulnerabilidad no se cumplió y, en su lugar, los nuevos dragones resultaron criaturas irritables y perezosas, de torsos hinchados, delgadas piernas e insaciable apetito.
—Como si uno pudiese crear un nuevo tipo de dragón simplemente ordenándole: ¡Existe! —se burlaba Bast Givven hablando con sus ayudantes, y les aconsejaba—: Tened cuidado con esos animales; sólo son hábiles para atraer a la gente hasta sus garras.
El ejército de Carcolo se debilitó con el tiempo, los esfuerzos, los materiales y el forraje gastados en aquel híbrido inútil. Carcolo tenía suficiente número de los fecundos dragones araña, y bastantes asesinos cornilargos y asesinos zancudos; pero no tenía, ni mucho menos, el número suficiente de otros tipos más pesados y más especializados, sobre todo de juggers, para poder llevar a cabo sus planes.
Sus sueños se veían acosados por el recuerdo de la antigua gloria de Valle Feliz. Primero debía apoderarse de Valle Banbeck. Con frecuencia, solía planear la ceremonia en la que reduciría a Joaz Banbeck a la condición de aprendiz de mozo de establos.
Pero las ambiciones de Ervis Carcolo se veían obstaculizadas por una serie de dificultades básicas. La población de Valle Feliz se había duplicado, pero, en lugar de ampliar la ciudad allanando nuevos picachos u horadando túneles, Carcolo se decidió por construir tres nuevos criaderos de dragones, una docena de establos y un enorme complejo para maniobras. La gente del valle podía elegir entre amontonarse en los fétidos túneles existentes o construir míseras viviendas al pie de las paredes rocosas. Criaderos, establos, campo de maniobras y cabañas se amontonaban cercando los campos, ya insuficientes, de Valle Feliz. El agua de la laguna era desviada para mantener los criaderos. Enormes cantidades de productos tenían que destinarse a alimentar a los dragones. Los habitantes de Valle Feliz, pobremente alimentados, míseros y macilentos, no compartían ninguna de las aspiraciones de Carcolo, y su falta de entusiasmo enfurecía a éste.
Lo cierto es que cuando el caminante Dae Alvonso repitió el consejo de Joaz Banbeck a Ervis Carcolo sobre su apareamiento con un jugger, Carcolo montó en cólera.
—¡Bah! ¿Qué sabe Joaz Banbeck de la cría de dragones? Dudo que conozca siquiera su propia jerga dragonil.
Se refería al idioma mediante el cual se transmitían órdenes e instrucciones a los dragones: un lenguaje secreto y distinto en cada ejército. Descubrir la jerga dragonil del contrario era el primer objetivo de todo domador de dragones, pues así podía obtener un cierto control sobre las fuerzas de su enemigo.
—Yo soy un hombre práctico, que valgo por dos como él —continuó Carcolo—. ¿Acaso él es capaz de proyectar, alimentar, criar y adiestrar dragones? ¿Sabe él imponer disciplina, enseñar ferocidad? No. Todo eso se lo deja a sus domadores, mientras él está comiendo golosinas tumbado en la cama, luchando sólo con la paciencia de sus juglaresas. Dicen que es capaz de predecir, gracias a la adivinación astrológica, la vuelta de los básicos; que anda siempre con el cuello torcido, mirando al cielo. ¿Acaso un hombre así merece el poder y una vida próspera? ¡Yo creo que no! ¿Y lo merece Ervis Carcolo de Valle Feliz? Yo digo que sí. ¡Y lo demostraré!
Prudentemente, Dae Alvonso alzó la mano.
—No vayas tan deprisa. Es más listo de lo que crees. Sus dragones están en una excelente forma; él los visita con frecuencia. En cuanto a los básicos...
—No me hables de los básicos —bramó Carcolo—. ¡No soy ningún niño para que me asusten con fantasmas!
Dae Alvonso alzó de nuevo la mano.
—Escucha. Estoy hablando en serio, mis noticias pueden serte útiles. Joaz Banbeck me llevó a su estudio privado...
—Vaya, ¡el famoso estudio!
—Sacó de un armario una bola de cristal colocada sobre una caja negra.
—¡Aja! —gritó Carcolo—. ¡Una bola de cristal!
Dae Alvonso continuó, sosegadamente, ignorando la interrupción:
—Examiné ese globo, y en verdad que parecía contener todo el espacio. Dentro flotaban estrellas y planetas, todos los cuerpos del espacio. «Mira bien», dijo Joaz Banbeck, «no verás nada como esto en ningún sitio. Fue construido por los hombres antiguos y traído a Aerlith cuando llegó aquí por primera vez nuestra gente».
«De veras», dije yo, «¿Y qué es este objeto?»
«Es un armamentario celeste», dijo Joaz. «En él aparecen todas las estrellas próximas, y sus posiciones en cualquier período de tiempo que yo elija. Ahora», y me señaló con el dedo, «¿ves esta mancha blanca? Éste es nuestro sol. ¿Ves esta estrella roja? En los viejos almanaques se la llama Coralina. Pasa cerca de nosotros a intervalos regulares, pues tal es el movimiento de las estrellas en esta parte del cielo. Estos intervalos han coincidido siempre con los ataques de los básicos». Yo entonces manifesté mi asombro. Joaz insistió en ello. «La historia de los hombres que habitamos Aerlith registra seis ataques de los básicos o grefs, como se les llamaba al principio. Al parecer, mientras Coralina gira por el espacio, los básicos exploran los mundos próximos buscando restos ocultos de humanidad. La última de estas incursiones se produjo hace mucho tiempo, en la época de Kergan Banbeck, con los resultados que ya conoces. En aquel tiempo, Coralina pasó muy cerca. Y, por primera vez desde entonces, Coralina se acerca de nuevo».
—Esto —dijo Alvonso a Carcolo—, es lo que me explicó Joaz Banbeck, y lo que yo vi.
Muy a su pesar, Carcolo estaba impresionado.
—¿Pretendes decirme —preguntó— que dentro de ese globo nadan todas las estrellas del espacio?
—Si he de ser sincero, no podría jurarlo —contestó Dae Alvonso—. Pero el globo está colocado sobre una caja negra, y sospecho que un mecanismo interno proyecta imágenes, o quizá puntos luminosos que simulan estrellas. De cualquier modo, es un objeto maravilloso que me enorgullecería poseer. Le he ofrecido a Joaz varias cosas de valor a cambio, pero nunca ha aceptado cedérmelo. Carcolo frunció la boca con irritación.
—Tú y tus niños robados. ¿No te da vergüenza?
—No más que a mis clientes —dijo Dae Alvonso sin inmutarse—. Si no recuerdo mal, en varias ocasiones he comerciado contigo provechosamente.
Ervis Carcolo desvió la vista, fingiendo mirar a un par de termagantes que practicaban con cimitarras de madera. Los dos hombres estaban junto a un muro de piedra, tras el cual grupos de dragones hacían prácticas de lucha, combatían con venablos y espadas y fortalecían sus músculos. Brillaban las escamas. Sus pies levantaban nubes de polvo del suelo. El aire estaba empapado del olor acre del sudor de dragón.
—Es listo, ese Joaz —murmuró Carcolo—. Sabía que ibas a contármelo todo con detalle.
Con un gesto, Dae Alvonso asintió.
—Exactamente. Sus palabras fueron... pero quizá deba guardar silencio. —Miró tímidamente a Carcolo, bajando sus tupidas cejas blancas.
—Habla —dijo Ervis Carcolo agriamente.
—Muy bien. No te enfades, digo lo que me dijo Joaz Banbeck: «Dile a ese insensato de Carcolo que está en grave peligro. Si los básicos vuelven a Aerlith, como muy bien pudiera ser, Valle Feliz es absolutamente vulnerable y quedará destruido. ¿Dónde pueden ocultarse sus habitantes? Los cogerán y, como a ganado, los meterán en la nave negra y los trasladarán a un nuevo y frío planeta. Si en algo estima Carcolo a su pueblo, debe construir nuevos túneles, disponer avenidas ocultas. Si no...
—Si no, ¿qué? —dijo Carcolo.
—«Si no, dejará de existir Valle Feliz y también Ervis Carcolo».
—¡Bah! —dijo Carcolo con voz contenida—. Macacos jóvenes ladran con tonos agudos.
—Quizá sea una advertencia honrada. Después dijo..., pero temo ofender tu dignidad.
—¡Continúa! ¡Habla!
—Estas fueron sus palabras... pero no, no me atrevo a repetirlas. Básicamente, considera ridículos tus esfuerzos por crear un ejército. Compara tu inteligencia con la suya, pero de un modo desfavorable. Predice que...
—¡Basta! —bramó Ervis Carcolo, agitando un puño—. Es un adversario astuto, pero, ¿por qué te prestas a sus trucos?
Dae Alvonso movió la cabeza cana.
—Yo sólo repito, y no de muy buena gana, lo que tú quieres oír. Y ahora que me has hecho decir todo esto, proporcióname algún beneficio. ¿Quieres comprar elixires, vomitivos o pociones? Aquí tengo un bálsamo de la eterna juventud que robé del cofre personal del Demie Sacerdote. En mi recua tengo niños y niñas, bellos y amables, a un precio justo. Escucharé penas, curaré tu tartamudeo, te garantizo un ánimo alegre y plácido... ¿O preferirías comprar huevos de dragón?
—No necesito nada de eso —gruñó Carcolo—. Y menos esos huevos de dragón que luego dan lagartijas. En cuanto a los niños, en Valle Feliz ya tenemos muchos. Tráeme una docena de buenos juggers y puedes elegir a cien niños y llevártelos.
Dae Alvonso movió la cabeza con tristeza y se alejó. Carcolo se acodó en el muro, mirando los establos de los dragones.
El sol descendía sobre los riscos de Monte Despoire. Se acercaba el crepúsculo.
Era el momento más agradable del día en Aerlith, los vientos cesaban y sobrevenía una amplia y aterciopelada calma. El brillo cegador de Skene se suavizaba en un amarillo humoso, con una aureola de bronce. Se agrupaban las nubes de la próxima tormenta del anochecer, elevándose, descendiendo, girando y arremolinándose; brillando y adquiriendo los diversos tonos de oro, marrón-naranja, dorado-castaño y violeta-pardo.
Skene se hundía; los oros y naranjas se hacían marrón-roble y púrpura. Los relámpagos hendían las nubes y, como una negra cortina, caía la lluvia. A aquella hora, la conducta de los dragones era imprevisible, belicosa y torpe alternativamente. Así pues, en los establos, los hombres estaban en actitud vigilante. Con el paso de la lluvia, el crepúsculo se convertía en noche y una brisa fresca recorría los valles. El cielo oscuro comenzaba a arder y relumbrar con las estrellas. Una de las más refulgentes destellaba: rojo, verde, blanco, rojo, verde.
Ervis Carcolo, pensativo, estudió aquella estrella. Una idea llevó a otra, y luego a un plan de acción que pareció disolver su vida.
Carcolo torció la boca en una mueca amarga. Debía iniciar conversaciones con aquel presuntuoso de Joaz Banbeck. ¡Pero, si no había tal posibilidad, mucho mejor!
Así pues, a la mañana siguiente, poco después de que Phade, la juglaresa, descubriese al sacerdote en el estudio de Joaz, apareció en Valle Banbeck un mensajero invitando a Joaz Banbeck a subir a la Linde de Banbeck a hablar con Ervis Carcolo.